It’s a long way to Tipperary

En la Primera Guerra Mundial soldados irlandeses cantaban esta canción, «It’s a long way to Tipperary», procedente según parece del music-hall, y se hizo popularísima. Tiene una música muy alegre y una letra nada bélica. Finalmente se ha convertido en una canción de cierto componente pacifista.

El estribillo es lo más conocido.

It’s a long way to Tipperary,
It’s a long way to go.
It’s a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye, Piccadilly,
Farewell, Leicester Square!
It’s a long long way to Tipperary,
But my heart’s right there.

A continuación varios enlaces, a distintas versiones:

Aquí va el original, con el encanto añadido del sonido antiguo  https://www.youtube.com/watch?v=XVM-tFAdADg

Versión dos, con mejor sonido e imágenes bélicas https://www.youtube.com/watch?v=cPk21C0Wpkg   , Inolvidables las de la lucha en las trincheras, especialmente sabiendo qué enorme porcentaje de los que aparecen en las fotos de la Primera Guerra Mundial probablemente murió en esa guerra.

Y tres https://www.youtube.com/watch?v=FsynSgeo_Uo

Aunque es imposible escucharla sin recordar los tantísimos muertos en las trincheras, entre el barro, en una guerra terrible que además, por si fuera poco, y a diferencia de la Segunda, resulta muy difícil comprender por qué estalló, se oye con una sonrisa y se tararea alegremente sin querer tras oírla un par de veces. Y los pies se ponen solos a marcar un animoso ritmo. Música para la felicidad, que emociona y transmite alegría.

Una verdadera delicia. De verdad, no se la pierda.

Verónica del Carpo Fiestas

Una catedral dentro de la catedral

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Esta hermosísima imagen representa, estilizada pero claramente, una catedral gótica. Hay un rosetón y un pináculo, junto con dos ventanas más románicas que góticas, un edificio con tejas y, nada que ver, y por eso se separa con unas rayas, un águila de sorprendente aspecto heráldico y/o germánico.

¿Y dónde aparece ese dibujo estilizado de una catedral? Cincelado por duplicado a derecha e izquierda, simetricamente,  de la cabeza de la imagen de cuerpo entero de un personaje fallecido, en una antigua y exquisita losa sepulcral de piedra de esa misma catedral gótica, una catedral  que a su vez tiene un rosetón, pináculos, algunas ventanas más románicas que góticas y, alrededor, casas con tejas. La maravillosa catedral de Burgos.

¿Es en efecto una catedral lo que está representado en la imagen? ¿Es incluso la propia catedral de Burgos la representada? ¿O estoy soñando?

Pues no lo sé. Siendo tan singular una representación de la propia catedral dentro de la propia catedral, o en general de un edificio dentro del propio edificio, porque no es cosa de todos los días, resulta que esto no parecen mencionarlo las guías, ni tampoco es posible localizar información sobre la propia losa sepulcral, más allá del dato de que fue descubierta en una reciente restauración de la capilla de la Natividad, que es del siglo XIV y que, tras  restaurarse también la losa, ahora está expuesta al público en la misma capilla donde fue encontrada.

Y en efecto ahí está, a la vista del público, y cubierta por un cristal protector con el que resulta difícilísimo hacer fotos sin reflejos; única excusa que se me ocurre para permitirme incluir en este post tan malas fotos cosecha propia, que, eso sí, son recientes, de tan hermosa obra de arte funerario. A simple vista se observa que la superficie acristalada está húmeda por dentro; sin duda profundos motivos técnicos llevan a proteger una piedra antigua de forma que quede cubierta por un cristal en el que se condensan las gotas de agua.

Una búsqueda afanosa de información, de no especialista curiosa, ofrece como pobre resultado dos cosas: una noticia de un diario local, de 2009, que menciona el dato de que se ha encontrado la losa del siglo XIV y hace referencia a la restauracion de la capilla en general, enlace aquí,  y un post de 2014 de la empresa encargada de la restauración de la losa, con explicaciones técnicas y fotografías de cómo fue restaurada, con el antes, el durante y el después de la restauración, que aclara que las líneas cinceladas tenían restos de pigmentos, y cómo en la restauración se restauró el dibujo, enlace aquí.

Pero por ninguna parte hay forma de encontrar quién era el personaje enterrado, de aspecto probablemente clerical -¿sería un clérigo de la propia catedral y por eso figura en su muerte representado con esta?-, ni se encuentra un análisis artístico de tan preciosa muestra de arte funerario.

Ni, sobre todo, se explica por qué hay una catedral en ella esculpida, si es que la hay. Porque no parece que nadie diga que la hay…

¿Un sesudo investigador estará escribiendo ese sesuso estudio en estos momentos, o el estudio existe publicado ya, y solo a mi torpeza de no especialista es achacable no encontrarlo? Quién sabe. La catedral de Burgos es tan inagotable fuente de belleza y arte que un detalle así quizá ni ha sido detectado, o se considera insignificante. Desde luego la mayoría de los visitantes no parece dedicarle ni un segundo, pudiendo mirar tantísimas otras cosas…

Incluyo más fotos de la lápida, en las que se aprecia la cara apacible del desconocido difunto quien, como es representación iconográfica frecuente, lleva en las manos un libro, y  todo ello con el clásico aire estilizado que quizá ahora asociamos con cierto estilo de cómic o incluso con dibujo infantil. En la primera foto se observa la catedral simétricamente colocada a derecha e izquierda de la cabeza del difunto. En general, se ¿aprecian? los reflejos de luz en el cristal e incluso el reflejo completo de una ventana antigua de la capilla, y la humedad.

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Verónica del Carpio Fiestas

La mujer decidida a ser feliz de «Sentido y Sensibilidad»

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Son muchos los personajes memorables de la novela de Jane Austen «Sentido y sensibilidad», de 1811. Hay uno de ellos, secundario, especialmente enigmático e interesante, e infrecuente. Se trata de Charlotte Palmer, la mujer decidida a ser feliz. La mujer que solo deja de sonreír para reír.

Joven casada con un marido tan displicente que llega hasta el punto de no responder a sus observaciones, ella, en serio y creyéndoselo, o convenciéndose para creerlo, repite que lo encuentra encantador.

«Era de corta estatura y regordeta, con un rostro muy bonito y la mayor expresión de buen humor que pueda imaginarse. Sus modales no eran en absoluto tan elegantes como los de su hermana, pero sí mucho más agradables. Entró con una sonrisa, sonrió durante todo el tiempo que duró su visita, excepto cuando reía, y seguía sonriendo al irse. Su esposo era un joven de aire serio, de veinticinco o veintiséis años, con aire más juicioso que su esposa, pero menos deseoso de complacer o dejarse complacer. Entró a la habitación con aire de sentirse muy importante, hizo una leve inclinación ante las damas sin pronunciar palabra y, tras una breve inspección a ellas y a sus aposentos, tomó un periódico de la mesa y permaneció leyéndolo durante toda la visita.
La señora Palmer, por el contrario, a quien la naturaleza había dotado con la disposición a ser invariablemente cortés y feliz, apenas había tomado asiento cuando prorrumpió en exclamaciones de admiración por la sala y todo lo que había en ella.
-¡Miren! ¡Qué cuarto tan delicioso es éste! ¡Nunca había visto algo tan encantador! ¡Tan sólo piense, mamá, cuánto ha mejorado desde la última vez que estuve aquí! ¡Siempre me pareció un sitio tan exquisito, señora -dijo volviéndose a la señora Dashwood-, pero usted le ha dado tanto encanto! ¡Tan sólo observa, hermana, que delicia es todo! Cómo me gustaría tener una casa así. ¿Y a usted, señor Palmer?
El señor Palmer no le respondió, y ni siquiera levantó la vista del periódico.
-El señor Palmer no me escucha -dijo ella riendo-. A veces nunca lo hace. ¡Es tan cómico!«

Esta es la espectacular presentación de los personajes.

Y situaciones de ese tipo se repiten a lo largo de la novela, con una mujer amable y cordial, que se desvive por ayudar, más bien escasa de seso y hasta ridícula y permanente e incomprensiblemente feliz, que en permanente felicidad esta primero embarazada, pasa por el parto y finalmente es amantísima madre de su niño recién nacido, en una época donde las mujeres no podía enfrentarse a un parto y un sobreparto sin el temor de una muerte posible suya o de su hijo.

«-¡Estoy feliz de verlas! -dijo, sentándose entre Elinor y Marianne- porque el día está tan feo que temía que no vinieran, lo que habría sido terrible, ya que mañana nos vamos de aquí. Tenemos que irnos, ya saben, porque los Weston llegan a nuestra casa la próxima semana. Nuestra venida acá fue algo muy repentino y yo no tenía idea de que lo haríamos hasta que el carruaje iba llegando a la puerta, y entonces el señor Palmer me preguntó si iría con él a Barton. ¡Es tan gracioso! ¡Jamás me dice nada! Siento tanto que no podamos permanecer más tiempo; pero espero que muy pronto nos encontraremos de nuevo en la ciudad.»

O sea, que su marido el Sr. Palmer se permite no informar a la Sra. Palmer de adónde van ni siquiera de viaje, incluyendo a la propia casa de la respectiva suegra y madre, y la Sra Palmer no solo no se enfada, sino que se ríe.

Y constantemente él la desmiente en público:

«-[…] Sabe usted, no vivimos a mucha distancia de él en el campo; me atrevería a decir que a no más de diez millas.
-Mucho más, cerca de treinta -dijo su esposo.
-¡Ah, bueno! No hay mucha diferencia. Nunca he estado en la casa de él, pero dicen que es un lugar delicioso, muy lindo.
-Uno de los lugares más detestables que he visto en mi vida -dijo el señor Palmer.»
La lectura repetida de aquellos fragmentos en los que aparece la pareja no aclara por qué ella es así -¿es solo que es tonta?- o por qué él es así -¿a santo de qué esa aspereza en general con todo el mundo y siempre con su mujer y su suegra?-:
«Cuando lady Middleton se levantó para marcharse, el señor Palmer también lo hizo, dejó el periódico, se estiró y los miró a todos alrededor.
-Amor mío, ¿has estado durmiendo? -dijo su esposa, riendo.
El no le respondió y se limitó a observar, tras examinar de nuevo la habitación, que era de techo muy bajo y que el cielo raso estaba combado. Tras lo cual hizo una inclinación de cabeza, y se marchó con el resto.»
Curioso el fragmento en el que la Sra. Palmer también se ríe cuando el Sr. Palmer sin venir a cuento llama públicamente maleducada a la Sra. Jennings, madre de la Sra. Palmer:

«-Usted y yo, sir John -dijo la señora Jennings- no nos andaríamos con tantas ceremonias.

-Entonces sería muy mal educada -exclamó el señor Palmer.
-Mi amor, contradices a todo el mundo -dijo su esposa, con su risa habitual. -¿Sabes que eres bastante grosero?
-No sabía que estuviera contradiciendo a nadie al llamar a tu madre mal educada.
-Ya, ya, puede tratarme todo lo mal que quiera -exclamó con su habitual buen humor la señora Jennings-. Me ha sacado a Charlotte de encima, y no puede devolverla. Así es que ahora se desquita conmigo.
Charlotte se rió con gran entusiasmo al pensar que su esposo no podía librarse de ella, y alegremente dijo que no le importaba cuán irascible fuera él hacia ella, igual debían vivir juntos. Nadie podía tener tan absoluto buen carácter o estar tan decidido a ser feliz como la señora Palmer. La estudiada indiferencia, insolencia y contrariedad de su esposo no la alteraban; y cuando él se enfadaba con ella o la trataba mal, parecía enormemente divertida.-¡El señor Palmer es tan chistoso! -le susurró a Elinor-. Siempre está de mal humor.»

 Imposible saber cómo consigue ser feliz y cómo no se las arregla para no ver lo que tiene delante:

«El señor Palmer es exactamente la clase de hombre que me gusta».

Qué actriz interpretó en la película a la deliberadamente feliz Sra. Palmer, pocos lo recuerdan. Es la magnífica actriz británica Imelda Staunton, y aquí está la foto:

Imelda Staunton
Se trata de un fotograma de la película mucho más difícil de encontrar que los de Hugh Laurie, retrospectivamente famoso en su papel de esposo grosero y displicente tras interpretar diez años después el papel de médico grosero y displicente en una serie de televisión.
Vaya usted a saber por qué, interpretar a buena gente no da tanto caché.
Verónica del Carpio Fiestas

Consejos de Molière a una persona que estaba pensando en abrir un blog

«¿Qué necesidad tan apremiante tienes de escribir?  ¿Y quién diantre te obliga a publicar? Si se puede perdonar la salida de un mal blog, es solo a los desdichados que escriben para vivir. Hazme caso, resiste las tentaciones, oculta al público esos trabajos; y, por mucho que se te diga, no vayas a perder la opinión general de persona de bien de que gozas en tu entorno, para adquirir la de autor miserable y ridículo.«

Esto decía Molière a uno que le enseña su post para pedirle opinión en 1666.

Aunque para ser más exacta, no se trataba de un post sino de un poema, y no se trataba de publicar un blog sino de publicar libros. Y para ser aún más exacta, no es Molière quien habla, sino el personaje principal de su obra «El misántropo», que no por casualidad se titulaba así.

LeMisanthrope

Podríamos pues hacer caso o no a lo que dice un personaje malhumorado y tristón, que solo ve el lado malo de la vida.

Tambien podríamos tener en cuenta que entonces la difusión de escritos de personas normales y corrientes se limitaba territorialmente a su entorno próximo, y temporalmente acababa enseguida, y que en cualquier caso localizar la información de lo escrito, incluso cuando se conservaba, requería esfuerzo para los contemporáneos, por no hablar de por los contemporáneos nuestros.

Y que ahora cualquier cosa que se nos ocurra colgar en un blog es localizable inmediatamente, reproducible ilimitadamente, poco menos que de imposible eliminación definitiva y de conservación poco menos que perpetua, porque internet es así.

O sea, que los errores, cuando los hay, ahí quedan, in saecula saeculorum, y a la vista general, sin esfuerzo de localización.

Motivo por el cual sin duda hay que pensarse mucho lo de abrirse un blog, ¿no?

Verónica del Carpio Fiestas

que, por cierto, es este el tercer blog que abre.

Poesía al rey Felipe

¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
de tus primeros años has nacido
coronado de luz resplandeciente,

salve! Y en tanto que a tu grato oído
de mi voz, por cantarte, los acentos
labios son de metal contra el olvido,

con presagios de ilustres vencimientos
escucha el fin que a tu principio encierra,
rendidos a tus pies los elementos.

La tierra te consagra el que a la tierra
sujetó, cuando, próvida en su celo,
los líquidos tesoros desencierra,

y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
desangrando a Neptuno en rica fuente
por venas de cristal sangre de hielo.

El mar te rinde aquel cuyo tridente
tantas veces venció su orgullo fiero,
segunda vez a límite obediente,

aquel del mar Neptuno verdadero,
que en varias partes no se distinguía
cuándo segundo fue, cuándo primero.

Del dulce viento la región vacía
favorable te ofrece aquella ave
que en éxtasis de amor vientos bebía.

Ave amorosa, pues, que con süave
pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
volando dulce y suspendiendo grave.

El fuego te asegura el que del fuego
nombre tomó, y el luminoso espacio
arrebatado vio, turbado y ciego.

Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
pues a tu admiración el cielo atento,
la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
Francisco el mar, cuando Teresa el viento.

Pedro Calderón de la Barca, «Tercetos a Felipe IV»

[Por la transcripción,  para facilitar el trabajo a poetas cortesanos,

Verónica del Carpio Fiestas]