
Son muchos los personajes memorables de la novela de Jane Austen «Sentido y sensibilidad», de 1811. Hay uno de ellos, secundario, especialmente enigmático e interesante, e infrecuente. Se trata de Charlotte Palmer, la mujer decidida a ser feliz. La mujer que solo deja de sonreír para reír.
Joven casada con un marido tan displicente que llega hasta el punto de no responder a sus observaciones, ella, en serio y creyéndoselo, o convenciéndose para creerlo, repite que lo encuentra encantador.
«Era de corta estatura y regordeta, con un rostro muy bonito y la mayor expresión de buen humor que pueda imaginarse. Sus modales no eran en absoluto tan elegantes como los de su hermana, pero sí mucho más agradables. Entró con una sonrisa, sonrió durante todo el tiempo que duró su visita, excepto cuando reía, y seguía sonriendo al irse. Su esposo era un joven de aire serio, de veinticinco o veintiséis años, con aire más juicioso que su esposa, pero menos deseoso de complacer o dejarse complacer. Entró a la habitación con aire de sentirse muy importante, hizo una leve inclinación ante las damas sin pronunciar palabra y, tras una breve inspección a ellas y a sus aposentos, tomó un periódico de la mesa y permaneció leyéndolo durante toda la visita.
La señora Palmer, por el contrario, a quien la naturaleza había dotado con la disposición a ser invariablemente cortés y feliz, apenas había tomado asiento cuando prorrumpió en exclamaciones de admiración por la sala y todo lo que había en ella.
-¡Miren! ¡Qué cuarto tan delicioso es éste! ¡Nunca había visto algo tan encantador! ¡Tan sólo piense, mamá, cuánto ha mejorado desde la última vez que estuve aquí! ¡Siempre me pareció un sitio tan exquisito, señora -dijo volviéndose a la señora Dashwood-, pero usted le ha dado tanto encanto! ¡Tan sólo observa, hermana, que delicia es todo! Cómo me gustaría tener una casa así. ¿Y a usted, señor Palmer?
El señor Palmer no le respondió, y ni siquiera levantó la vista del periódico.
-El señor Palmer no me escucha -dijo ella riendo-. A veces nunca lo hace. ¡Es tan cómico!«
Esta es la espectacular presentación de los personajes.
Y situaciones de ese tipo se repiten a lo largo de la novela, con una mujer amable y cordial, que se desvive por ayudar, más bien escasa de seso y hasta ridícula y permanente e incomprensiblemente feliz, que en permanente felicidad esta primero embarazada, pasa por el parto y finalmente es amantísima madre de su niño recién nacido, en una época donde las mujeres no podía enfrentarse a un parto y un sobreparto sin el temor de una muerte posible suya o de su hijo.
«-¡Estoy feliz de verlas! -dijo, sentándose entre Elinor y Marianne- porque el día está tan feo que temía que no vinieran, lo que habría sido terrible, ya que mañana nos vamos de aquí. Tenemos que irnos, ya saben, porque los Weston llegan a nuestra casa la próxima semana. Nuestra venida acá fue algo muy repentino y yo no tenía idea de que lo haríamos hasta que el carruaje iba llegando a la puerta, y entonces el señor Palmer me preguntó si iría con él a Barton. ¡Es tan gracioso! ¡Jamás me dice nada! Siento tanto que no podamos permanecer más tiempo; pero espero que muy pronto nos encontraremos de nuevo en la ciudad.»
O sea, que su marido el Sr. Palmer se permite no informar a la Sra. Palmer de adónde van ni siquiera de viaje, incluyendo a la propia casa de la respectiva suegra y madre, y la Sra Palmer no solo no se enfada, sino que se ríe.
Y constantemente él la desmiente en público:
«-[…] Sabe usted, no vivimos a mucha distancia de él en el campo; me atrevería a decir que a no más de diez millas.
-Mucho más, cerca de treinta -dijo su esposo.
-¡Ah, bueno! No hay mucha diferencia. Nunca he estado en la casa de él, pero dicen que es un lugar delicioso, muy lindo.
-Uno de los lugares más detestables que he visto en mi vida -dijo el señor Palmer.»
La lectura repetida de aquellos fragmentos en los que aparece la pareja no aclara por qué ella es así -¿es solo que es tonta?- o por qué él es así -¿a santo de qué esa aspereza en general con todo el mundo y siempre con su mujer y su suegra?-:
«Cuando lady Middleton se levantó para marcharse, el señor Palmer también lo hizo, dejó el periódico, se estiró y los miró a todos alrededor.
-Amor mío, ¿has estado durmiendo? -dijo su esposa, riendo.
El no le respondió y se limitó a observar, tras examinar de nuevo la habitación, que era de techo muy bajo y que el cielo raso estaba combado. Tras lo cual hizo una inclinación de cabeza, y se marchó con el resto.»
Curioso el fragmento en el que la Sra. Palmer también se ríe cuando el Sr. Palmer sin venir a cuento llama públicamente maleducada a la Sra. Jennings, madre de la Sra. Palmer:
«-Usted y yo, sir John -dijo la señora Jennings- no nos andaríamos con tantas ceremonias.
-Entonces sería muy mal educada -exclamó el señor Palmer.
-Mi amor, contradices a todo el mundo -dijo su esposa, con su risa habitual. -¿Sabes que eres bastante grosero?
-No sabía que estuviera contradiciendo a nadie al llamar a tu madre mal educada.
-Ya, ya, puede tratarme todo lo mal que quiera -exclamó con su habitual buen humor la señora Jennings-. Me ha sacado a Charlotte de encima, y no puede devolverla. Así es que ahora se desquita conmigo.
Charlotte se rió con gran entusiasmo al pensar que su esposo no podía librarse de ella, y alegremente dijo que no le importaba cuán irascible fuera él hacia ella, igual debían vivir juntos. Nadie podía tener tan absoluto buen carácter o estar tan decidido a ser feliz como la señora Palmer. La estudiada indiferencia, insolencia y contrariedad de su esposo no la alteraban; y cuando él se enfadaba con ella o la trataba mal, parecía enormemente divertida.-¡El señor Palmer es tan chistoso! -le susurró a Elinor-. Siempre está de mal humor.»
Imposible saber cómo consigue ser feliz y cómo no se las arregla para no ver lo que tiene delante:
«El señor Palmer es exactamente la clase de hombre que me gusta».
Qué actriz interpretó en la película a la deliberadamente feliz Sra. Palmer, pocos lo recuerdan. Es la magnífica actriz británica Imelda Staunton, y aquí está la foto:
Se trata de un fotograma de la película mucho más difícil de encontrar que los de Hugh Laurie, retrospectivamente famoso en su papel de esposo grosero y displicente tras interpretar diez años después el papel de médico grosero y displicente en una serie de televisión.
Vaya usted a saber por qué, interpretar a buena gente no da tanto caché.
Verónica del Carpio Fiestas
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