Los antropólogos tienen muy estudiado el carácter de rito del baile. Como no soy antropóloga simplemente voy a poner en relación dos obras literarias muy distintas, que solo coinciden en un detalle: que contienen ambas una escena de baile y banquete. Se trata de «El gatopardo», del escritor italiano Giuseppe Tomassi de Lampedusa, y de «La leyenda de Sleepy Hollow», del escritor estadounidense Washington Irving,
el mismo de «Los cuentos de la Alhambra» que por cierto, le recomiendo que lea.
En «El gatopardo» la fiesta está ambientada en 1862, en plena efervescencia de la unificación italiana, con una sociedad que nace y otra que muere, pero que sin embargo también sigue. La escena, que abarca el baile con sus preliminares y su salida, todo el capítulo sexto del libro, es resumen de la decadencia de una sociedad. Y que lo es, no lo digo yo; lo dice, por ejemplo, Jordi Balló, en su libro «Imágenes del silencio. Los motivos visuales en el cine«:
«El baile se convierte en pieza metonómica de muchas películas basadas en el argumento de ‘lo viejo y lo nuevo’: la conciencia de un final delante de la inminencia irresistible de una nueva sociedad emergente. Una de las mayores osadias de Visconti fue comprimir en el baile final de El gatopardo todo el sentido crepuscular de la novela de Lampedusa, expresando en la continuidad musical orquestada por Nino Rota la melancolía del final de una época«.
Quien haya leído «El gatopardo» no tiene necesidad de que se le explique, porque no solo lo aprecia un director de cine cuando decide insistir en un escena; se detecta de inmediato. Suficientemente expresiva es la descripción de las jóvenes asistentes a la fiesta como físicamente parecidas a monas, como fruto desgraciado de repetidos matrimonios endogámicos de la aristocracia, en significativo contraste con la belleza radiante de una joven procedente de una clase social emergente. No pensará quien esto lee que la fascinante y compleja «El gatopardo» es solo la cita manida de si cambiar para mantener y tal, que por cierto, son dos citas, y un leitmotiv general, y ahí van las citas:
Capítulo 1. Ambientado en mayo de 1860. Contexto: el poderoso e inteligente príncipe de Salina, que ostenta un poder cuasifeudal, o feudal a secas, conversa con su también aristocrático e inteligente joven sobrino Tancredi, que va a unirse a los rebeldes que buscan destronar al rey de las Dos Sicilias y en definitiva sustituirlo por otro rey para unificar Italia:
«-Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro lado por el rey.
Los ojos volvieron a sonreír.
-Por el rey, es verdad, pero ¿por qué rey?
El muchacho tuvo uno de sus accesos de seriedad que lo hacían impenetrable y querido.
-Si allí no estamos también nosotros -añadió-, estos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?«
Y, en efecto, perfectamente lo comprende el príncipe, en la página siguiente:
«Su paso vigoroso hacía tintinear los cristales de los salones que atravesaba. La casa estaba serena, luminosa y adornada; sobre todo era suya. Bajando las escaleras, comprendió:
‘Si queremos que todo siga como está…‘
Tancredi era un gran hombre. Siempre había estado seguro de eso.«
Cuando leo por ahí que se califica «La leyenda de Sleepy Hollow» de Irving como un «cuento de terror» no puedo por menos que pensar que o bien el concepto de cuento de terror es muy elástico y abarca los cuentos cómicos, y bueno es saberlo, o que quienes hacen esa calificación quizás no han leído el cuento o que las cosas tienen muchas interpretaciones. En mi modesta opinión «La leyenda de Sleepy Hollow» es tan, o tan poco, cuento de terror como el imprescindible y encantador cuento de Oscar Wilde «El fantasma de Canterville«, y que cada cual saque sus conclusiones.
Y «La leyenda de Sleepy Hollow» contiene una escena deliciosa, previa a la de «terror», en la que el protagonista, un maestro de escuela mísero y ridículo, con un sospechoso parecido fisico con el Don Quijote de iconografía clásica, enamorado de la hermosa hija de los ricos de la zona, asiste a un baile con banquete en la casa de esa familia.
Qué pena no poder trascribir en columnas paralelas la descripción de los dos bailes tan distintos, tan claros en sus contrastes entre una sociedad decadente y corrompida en un país convulso y hasta viejo en el mal sentido de la palabra y sin perspectivas frente a una sociedad aún rural y con sus comidas simples pero sabrosas y abundantes y sus mujeres hermosas. El baile del cuento de Washington Irving está ambientado pocos años después de la guerra de la Independencia estadounidense, en zona probablemente cercana a la actual ciudad de Nueva York, bucólica a la sazón, y refleja un país sano, con evidentes buenas perspectivas.
Lástima grande que esa salud tuviera una pega: los «negros», a todas luces esclavos, que se mencionan. En el país de los libres, como dice su himno, resulta que había esclavos, y los siguió habiendo mucho tiempo. Y, por cierto, las mujeres no tenían voto. Vaya.
Claro que también Lampedusa refleja mujeres sin derechos, y población oprimida aunque no fuera legalmente esclava. Impresionante, en el capítulo quinto, sobre un mundo duramente rural, que no bucólico, cómo un joven, aconsejado por su padre, se las arregla para dejar embarazada a una prima suya fea, fingiendo un ¿amor? inexistente, para forzar un matrimonio de honor con ánimo de hacerse con un insignificante, pero para él valioso, patrimonio inmobiliario y conseguir una sierva. Aquí la escena en la que las dos familias conciertan el matrimonio:
«Los dos novios, sentados en dos sillas contiguas, prorrumpían de vez en cuando en fragorosas risas, sin decir palabra, uno frente a otro. Estaban contentos de verdad, ella de ‘establecerse’ y de tener a su disposición aquel hermoso macho, él de haber seguido los consejos paternos y tener ahora una sierva y medio almendral.«
Vaya, vaya.
Verónica del Carpio Fiestas