Libertad

¡Oh qué fortuna el ser libre, y libre de veras, y poseedor de la más noble libertad, que es la libertad del pensamiento! No arrastrar la cadena de partido alguno; vivir independiente del poder; no haber de defender las faltas del uno ni las demasías de los otros; no ser responsable de las acciones ajenas; obrar en nombre propio; admirar sin creerse adulador; intentar ser justo sin querer ser enemigo; escuchar con oído imparcial; disfrutar de todas las buenas ideas, o criticar las malas, sea quien sea de quien procedan; y aplaudir todas las grandes acciones, bajo cualquier bandera que fuesen hechas. ¡Oh qué fortuna no contar con padrinos poderosos ni haber de serlo de nadie; no hallarse obligado a ninguna defensa, a ninguna acusación! ¡Ser libre, en fin! Pero no libre con la libertad intolerante; sino como aquella otra que nos deja usar de nuestro albedrío.
Vosotros, quienes sabéis apreciar el valor de esta libertad; los que buscáis la voz de la verdad desnuda de pasiones y partidos, de encarecimientos y de encono; los que alcanzáis a ver en el hombre y su sociedad una mezcla armoniosa de errores y de ridiculez, de grandeza y de bondad; vosotros podéis escuchar la voz de quien por sistema y por carácter intenta rendir sólo tributo a la verdad. Pero, por favor, esta confianza que os demando ha de ser voluntaria y espontánea, y no ha de ceder en mengua de la libertad de vuestro propio pensamiento. Si este simpatiza con el mío, si acierto yo a explicar las sensaciones de vuestras almas, entonces quiero que penséis como yo. Pero si no fuera así, y para ello hubierais de sacrificar alguna parte de vuestro albedrío, entonces prefiero quedarme a yo a solas, que es prioritario vuestro derecho a ser libres y además es mía la posibilidad de equivocarme.
Ramón de Mesonero Romanos,  Escenas Matritenses II, 1836
Y por la transcripción con algunos pequeños cambios, Verónica del Carpio Fiestas

Matar del susto

Hay una extraña técnica de asesinato literario que he detectado en tres escritores clásicos: Conan Doyle, Simenon y Vázquez Montalbán: matar de un susto. Y con la cuestión conexa:¿es punible matar de un susto? Porque, en los casos de Simenon y Vázquez Montalbán, parece que no, y no hay responsabilidades; en cuanto al caso de Conan Doyle, el asesino muere, muy oportunamente, a manos del propio instrumento del crimen y cuando intentaba cometer otro. Con el mismo móvil, el dinero, tenemos la misma técnica en la Inglaterra de finales del siglo XIX, en un pueblecito francés en los año 30 del siglo XX donde no hay luz eléctrica ni agua corriente y en la Barcelona de 1981, del mismo año 1981 en cuyo día 23 de febrero fracasó un golpe de estado el llamado 23-F.

En el cuento «La banda de lunares» («The Adventure of the Speckled Band») el asesino introduce una serpiente en una habitación, y la joven ocupante muere de terror; la obra, de la serie de Sherlock Holmes, publicada en 1892, y ambientada en la época, no puede dejar de mencionarse, que es de las clásicas de enigma de cuarto cerrado, que se soluciona con truquillo de una pequeña abertura para la serpiente. En la novela «El caso Saint-Fiacre» («L’affaire Saint-Fiacre«) de la serie del comisario Maigret, año 1932, una condesa, viuda y enferma del corazón, muere de ataque cardíaco, en plena misa, al abrir su misal y encontrarse un recorte de prensa con la noticia, falsa, de que su único hijo se había suicidado avergonzado por la inadmisible conducta licenciosa de su madre; y es que la madre, repetidamente calificada de «vieja», con sesenta años y considerada como tal desde mucho antes, tenía un amante de la misma edad del hijo, algo social y moralmente intolerable. En el cuento «Aquel 23 de febrero«, de la serie del detective Calvalho,en el libro «Historias de política ficción«, año 1987, se investiga el asesinato, o lo que sea, de un anciano -y que también tiene una amante, pero eso da casi igual- que, habiendo pertenecido al bando republicano en la guerra civil, había sufrido grave persecución durante el franquismo, y  a quien, con grabaciones falsas que no puede dejar de escuchar desde la pequeña habitación donde se le ha ocultado para «protegerlo», se le hace creer que ha triunfado el golpe de estado y que los militares lo vienen a detener.

La técnica es la misma: matar de un susto, de una impresión, provocar un ataque cardíaco. El arma del crimen, distinta: una serpiente de verdad, un recorte de periódico falso y unas grabaciones falsas con voces militares. Y en los tres casos, el asesino es del entorno personal de la víctima: el padrastro, el hijo del administrador de la condesa asesinada y los propios hijos de la víctima, respectivamente. Y por mucho que lo intente, que a lo mejor no lo intenta, porque aunque el ambiente se describe como desordenado y de decadencia moral, en realidad el fondo de la novela es nostálgico y descriptivo -el protagonista Maigret, vuelve al pueblo donde nació y ello nos permite conocer cómo eran él, su familia, su casa y su pueblo, y eso es lo que cuenta-, Simenon no llega ni de lejos a describir una  atmósfera moral tan asfixiante como la que consigue Vázquez Montalbán en muchas menos páginas y con evidente trasfondo político. Ni una muerte tan dolorosa; la condesa muere en el acto, pero el republicano sufre horas de terrible tortura moral, encerrado esperando que ya lo vayan a detener, hasta que muere de ataque cardíaco. Conan Doyle, claro, describe poco; ciertamente no resulta agradable ni correcto que a una la intente asesinar su padrastro, cuando antes ha conseguido ya asesinar a la hermana, pero, vaya, siendo púdicos victorianos tampoco hay que insistir mucho en ello.

No lo dude: la más grata de leer es, como casi siempre, la obra de Conan Doyle.

Pero eso es lo de menos. Lo que sigo sin entender es si de verdad no es punible matar de un susto.

 Verónica del Carpio Fiestas

La Historia como acto de fe

Qui habet aures audiendi, audiat

Paradójicamente, la tesis de la historia pura, que triunfara en el último Congreso de Historiadores, constituye un obstáculo de monta para la comprensión cabal de dicho congreso. En abierta contravención con la propia tesis, nos hemos empozado en el sótano de la Biblioteca Nacional, sección Periódicos, consultando los mismos. Obra no menos plausiblemente en nuestro poder, el boletín polígloto que registra con pelos y señales los encrespados debates y la conclusión a que se llegó. El temario primerizo había sido, ¿La historia es una ciencia o un arte? Los observadores notaron que los dos bandos en pugna enarbolaban, cada cual por su lado, los mismos nombres: Tucídides, Voltaire, Gibbon, Michelet. Lo imprevisible, como tan a menudo, pasó; la tesis que concitó el voto unánime resultó, según se sabe, la de Zevasco: la historia es un acto de fe.

Veramente la hora propicia era madura para que el consentiera su visto bueno a esa componenda, de perfil revolucionario y abrupto, pero ya preparada, tras mucha rumia, por la larga paciencia de los siglos. En efecto, no hay un manual de historia que no haya anticipado, con mayor o menor desenvoltura, algún precedente. La doble nacionalidad de Cristóbal Colón, la victoria de Jutlandia, que a la par se atribuyeron, el 16, anglosajones y germanos, las siete cunas de Homero, escritor de nota, son otros tantos casos que acudirán a la memoria del lector medio. En todos los ejemplos aportados late, embrionaria, la tenaz voluntad de afirmar lo propio, lo autóctono, lo pro domo.

Estampemos de vuelta la declaración de Zevasco: «La historia es un acto de fe. No importan los archivos, los testimonios, la arqueología, la estadística, la hermenéutica, los hechos mismos; a la historia incumbe la historia, libre de toda trepidación y de todo escrúpulo; guarde el numismático sus monedas y el papelista sus papiros. La historia es inyección de energía, es aliento vivificante. Elevador de potencia, el historiador carga las tintas; embriaga, exalta, embravece, alienta; nada de entibiar o enervar; nuestra consigna es rechazar de plano lo que no robustece, lo que no positiva, lo que no es lauro».

La siembra germinó. Así la destrucción de Roma por Cartago es fiesta no laborable que se observa desde 1962 en la región de Túnez; así la anexión de España a las tolderías del expansivo querandí es, ahora, y en el ámbito nacional, una verdad a la que garante una multa. En los últimos textos aprobados por las autoridades respectivas, Waterloo para Francia es una victoria sobre las hordas de Inglaterra y de Prusia.

Al comienzo algún pusilánime interpuso que tal revisionismo parcelaría la unidad de esta disciplina y, peor aún, pondría en grave aprieto a los editores de historias universales. En la actualidad nos consta que ese temor carece de una base bien sólida, ya que el más miope entiende que la proliferación de asertos contradictorios brota de una fuente común, el nacionalismo, y refrenda urbi et orbi, el dictum de Zevasco. La historia pura colma, en medida considerable, el justo revanchismo de cada pueblo; México ha recobrado así, en letras de molde, los pozos de petróleo de Texas y nosotros, sin poner a riesgo a un solo argentino, el casquete polar y su inalienable archipélago.

Hay más. La arqueología, la hermenéutica, la numismática la estadística no son, en el día de hoy, ancilares; han recuperado a la larga su libertad y equiparadas con su madre, la Historia son ciencías puras.

«Un enfoque flamante«, en «Crónicas de H. Bustos Domecq»

por H. Bustos Domecq (pseudónimo de los escritores argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares)

Verónica del Carpio Fiestas

[meramente por la transcripción parcial de un cuento/artículo escrito hace casi cincuenta años y por la intención al escogerlo]