La suite «Iberia» de Albéniz vista por un británico en 1936

«Cerró la tapa del gramófono, que empezó al difundir una vez más las sombrías y amenazadoras notas que sugerían su fondo español: cielos tostados, polvorientos llanos, serranías ásperas, sarcófagos de mármol negro de los difuntos reyes bajo techos artesonados con arabescos, bloques de pisos art noveau frente a los que pasaban chirriando y tintineando achaparrados tranvías, trincornios de charol de la Guardia Civil, almohadillas de cuero lanzadas a la arena bajo carteles publicitarios anunciando remedios para la impotencia y la viruela…Éstas y un centenar más de cambiantes abstracciones cubistas, combinando sus elementos visuales con la pachanga de la música taurina…, y ahora -sobre este paisaje-, abrasados por el sol, camiones, destartalados como jamelgos de picador, subiendo cuestas en primera entre un olor a gasolina…, o ahora, ateridos por el viento helado y tapados hasta las cejas como el abrigado trío de Invierno de Goya, soldados moros conduciendo reatas de mulas por los desfiladeros velados por la nieve…«

Este párrafo figura en el ciclo novelístico «Una danza para la música del tiempo», concretamente en la novela «El restaurante chino Casanova», dentro del volumen «Verano». Sobre la extraordinaria obra maestra del británico Anthony Powell «Una danza para la música del tiempo», según muchos la obra británica más importante del siglo XX, ya figura otro post en este blog.2

El narrador describe lo que oye, en el gramáfono de un amigo. «Cuando llegué, me lo encontré junto al gramófono en el que había puesto un disco de la suite Iberia».

Y a continuación, hablan de un aristócrata amigo que se va a enrolar en las Brigadas Internacionales. La datación exacta en que la escena ocurre no se menciona en esta obra maestra de Anthony Powell; podemos suponer del contexto y resto de la historia que sería 1936-37.

¿Está España descrita de verdad así en la suite Iberia? ¿Y en qué fragmento, exactamente? Y lo esté o no, ¿cómo entendería esa música una persona culta en la fecha aproximada de 1936-1937?

¿Era de verdad España en 1936 el país de los sarcófagos negros, los negros tricornios, las pinturas negras de Goya? Porque «La nevada» o «El invierno» no es una pintura negra, pero sí, de las de cartones de tapices, de las más tristes. No es casualidad, no, que «El invierno», que forma parte de una serie de las cuatro estaciones, lo cite Powell dentro del grupo de novelas que recogen el «Verano», en la segunda de las tres, o sea, en pleno «Verano», dentro de su ciclo novelístico sobre las cuatro estaciones. Oigo la suite Iberia, y no veo en esa música lo que Nick, el protagonista de la novela, narrador y quizá en parte alter ego del autor, ve. ¿Lo ve porque lo hay, aunque yo no lo vea? ¿Lo ve el narrador, o el autor, porque ve con las gafas del tópico más tópico, aunque sea una persona muy culta y, se supone, con conocimientos más allá de los tópicos?

¿Lo ve con las gafas de la guerra española?

1

Pachanga de toros, todo negro, todo triste, todo amenazador, anuncios de remedios contra la impotencia y la viruela, el calor abrasa y con el frío se anda aterido, naturaleza cruel, represión, Historia negra. Y guerra. España.

España en invierno, en pleno verano.

Uf.

Verónica del Carpio Fiestas

 

 

Mosaico con buenos deseos, útil para felicitación de Año Nuevo

En el Museo Británico se encuentra este hermoso mosaico con la inscripción «salud, vida, alegría, paz, buen ánimo y esperanza«.

mosaico

«Salud, vida, alegría, paz, buen ánimo y esperanza» es mi traducción personal al castellano de la traducción al inglés del original que figura en la web del Museo Británico: «Health, Life, Joy, Peace, Good Cheer, Hope». El original está en un extraño griego.

Datos de descripción según la web del British Museum:

  • Stone mosaic; square black border containing a laurel wreath; in the centre is a Greek inscription in black letters; in the field a black sprig and an ochre ivy leaf outlined in black.
  • Materials
    • stone
  • Technique
    • mosaic
  • Dimensions
    • Height: 1.14 metres
    • Width: 1.14 metres
  • Inscriptions
    • Inscription Type
      • inscription

    • Inscription Language

      • Greek

    • Inscription Translation

      • Health, Life, Joy, Peace, Good Cheer, Hope

En ninguna parte de esa web, ni por parte alguna de Internet veo que se trate de algún tipo de felicitación de Año Nuevo. Sin embargo, como una felicitación de Año Nuevo, y griega, está pululando por redes sociales, en la mayoría de casos sin indicar siquiera qué es,  dónde está conservado y de dónde procede el mosaico de la imagen, que se presenta descontextualizado y citado sin más como «griego»; tanto es así que cuando me llegó por casualidad la imagen por redes sociales, como felicitación de Año Nuevo, y me suscitaron curiosidad el griego un tanto irreconocible  y  la corona de laurel, que así de primeras suena más propia de romanos que de griegos, me costó averiguar que el mosaico está en el Museo Británico y que se trata de lo que he transcrito.  Que sea mosaico griego, regular; y felicitación, no consta.

Una de dos: o alguien se le ha ocurrido por las buenas, y ha sido un feliz hallazgo que ha prendido, que se trataba de una felicitación de Año Nuevo, o bien existen estudios científicos serios que permitan afirmar que es así, aunque sin ser especialista ni contactar con el Museo Británico no hay forma de saberlo.

Un poco grande para felicitación de Año Nuevo enviada por correo; casi metro y medio de material pétreo. Pero Internet es por suerte ligero. Y el texto es optimista y tierno; me gusta y me da igual que fuera de verdad o no una felicitación de Año Nuevo.

Así que ahí la dejo para felicitar cualquier Año Nuevo, para siempre, en la perpetuidad tendencial de Internet, a cualquiera que pase por aquí, in saecula saeculorum. Esto último lo digo en latín porque, la verdad, no tengo la menor idea de cómo se diría en griego del siglo IV.

Verónica del Carpio Fiestas

 

 

Seis canciones de amor o el amor en seis canciones

Seis canciones, pero una cuatro veces.

Empieza Elvis Presley, con «I Can’t Help Falling in Love«, la canción de los enamoramientos.

Siguen Javier Krahe, Joaquín Sabina y Alberto Pérez, o sea, La Mandrágora, en «Nos ocupamos del mar«, la canción del amor en la vida y las tareas compartidas, entre dos cuidando de las olas y vigilando la marea, y con sentido del humor.

Y continúa más aun con Jacques Brel, en «La Chanson des Vieux Amants«, la canción de pasa el tiempo y ahí se sigue.

Y claro, Elvis Presley de nuevo, en «Always on My Mind«, que no necesita apostilla.

Y en todo momento, «Sigh no more» en la escena final de la maravillosa película de Kenneth Branagh «Much Ado About Nothing«, «Mucho ruido y pocas nueces«, versión de la obra de Shakespeare.

Y, last but not least, «Everyone says I love you«, interpretada nada menos que por Groucho Marx en «Horse Feathers«, «Plumas de caballo«.

Y ya puestos, también por Zeppo Marx.

Y Chico Marx.

Y Harpo Marx.

Verónica del Carpio Fiestas

 

Una danza para la música del tiempo

 

Usted puede pensar que me refiero al cuadro de Poussin «Una danza para la música de tiempo», del siglo XVII, Francia. Este cuadro:

dance_to_the_music_of_time

En ese caso, ya sabe usted de Poussin más que yo. Poussin, lo confieso, era y es para mí una nota a pie de página en los pintores academicistas, en general carentes de interés.

Pero no. Me refiero a la novela homónima del británico Anthony Powell, Gran Bretaña, siglo XX. O, más precisamente, me refiero a las doce novelas del ciclo «Una danza para la música del tiempo». Aunque sí tiene algo que ver; el autor, mejor dicho, el personaje que se dirige al lector hablando en primera persona, dice esto:

«[…] aquella escena pintada por Poussin en la que las Estaciones, dándose la mano y mirando hacia fuera, danzan al ritmo de las notas de la lira que toca el viejo alado y desnudo de la barba girs. Y esta imagen del Tiempo me hizo pensar en la mortalidad, en unos seres humanos con las manos unidas, mirando hacia fuera y moviéndose como las Estaciones y moviéndose a un intrincado ritmo; despacio, a vaces, y metódicamente; torpes y tímidos otras, pero con evoluciones de perceptible traza; o bien lanzándose a giros y giros de incomprensible significación, con parejas que desaparecen y reaparecen como única constante del espectáculo; incapaces de controlar la melodía…, incapaces tal vez de dominar los pasos de la danza.«

Este párrafo, que puede usted encontrar en la segunda página de las aproximadamente 2.300 de que consta la novela, marca el tono y describe el contenido. Pero  no el argumento ni el nivel literario ni lo que disfrutará -y aprenderá- usted leyéndola si tiene tiempo por delante para leer unas 2.300 páginas en algo que no sea un bestseller y algún dinero, porque cuesta unos 100 euros y no se encuentra  quizá en todas las bibliotecas. Por qué es tan desconocida, siendo a todas luces una de las obras maestras de la Literatura del siglo XX, si no de la primerísima fila ocupada por Borges, Kafka, Joyce y Proust y alguno más, seguro que de la segunda, e incomparablemente por delante de tanto confeccionador y vendedor de libros, no lo sé. Porque esto no es la obra de un segunda fila, sino la magna obra maestra de un maestro; que si no están en la primerísima fila, él y su obra, es sencillamente porque en la primerísima están Borges, Kafka, Joyce, Proust y alguno más.

Cómo explicar una obra tan extensa y extraordinaria, y compleja, aunque en absoluto difícil de leer, como no sea por la propia dificultad derivada de su extensión. Lo intentaré. Cójase «En busca del tiempo perdido» de Proust, ambiéntese en Gran Bretaña unas cuantas décadas después -incluso bastantes-, suprímanse las pesadísimas disquisiciones de Proust sobre vestimentas de duquesas y colores de plantas, introdúzcase un sensato número de puntos -tanto de puntos y seguido como de puntos y aparte- en las largas parrafadas, sustitúyanse por líneas discursivas bastante rectas los interminables meandros discursivos, manténgase el nivel de personajes de clase alta o clases privilegiadas, prescindiendo también al máximo del inmenso porcentaje de población que no encaja en esa definición, manténgase la voz del autor en primera persona, pero haciéndolo menos insoportable, y no se escatimen tampoco los personajes del que busca poder, del arribista, del intelectual engolado, del político astuto, de la mujer que trepa usando para ello la cama de los hombres, de la mujer que buscar su propia independencia, de la aristócrata inteligente, del artista bohemio, y no se olvide mantener los conflictos de la homosexualidad soterrada en unas épocas donde se rechazaba, añádanse cantidades ingentes de sentido del humor del que, pese a lo que digan, brilla totalmente por su ausencia en la obra de Proust, y salpíquese de referencias políticas a un siglo XX convulso, y no se tendrá «Una danza para la música del tiempo». Porque es eso y no lo es, porque sencillamente es muchísimo más y no por supuesto ninguna imitación de Proust.

Por ejemplo, es un libro de Historia. Cuarenta o cincuenta años de vida británica y, por extensión de Europa y el Mundo, en 2.300 páginas, en la vida de unas personas que son como hebras de lana en madejas que se forman, se desenredan y se convierten en hebras que se deshilachan, mientras de nuevo se enredan otras o las mismas, y así sucesivamente, 2.300 páginas. Y como lectora constante de Literatura británica, incluyendo los clásicos de la literatura policial, me impresiona encontrar ahí, recogidos, prácticamente todos los temas y personajes de la Literatura de la mitad del siglo XX. Desde Katherine Mansfield a Virginia Wolf, desde Wodehose al Kazuo Ishiguro de «Lo que queda del día», desde Agatha Christie, Dorothy Sayers  y Michael Innes hasta Nancy Mitford,  Lawrence Durrell y Evelyn Waugh. Personajes recurrentes de estudiantes de clase alta en elitistas centros de enseñanza; los sistemas de acceso a la función pública, al Parlamento y la diplomacia; el «capitan de la industria», o sea, el rico riquísimo;  cómo había que «vestirse para la cena» y cómo las mujeres habían de levantarse de la mesa al acabar los postres para dejar solos a los hombres bebiendo; «la temporada» («the season», o sea la época del año, como de enero a julio, en la que aparte de estar en sesión el Parlamento,  la clase alta celebraba constantes fiestas de todo tipo con lo que parecía ser la finalidad de colocar a sus hijas casaderas); el inevitable príncipe de unos remotos Balcanes; las guerras; las inevitables curiosas tendencias políticas y religiosas. Y las referencias a zonas del Imperio Británico para describir las cuales se usan tópicos sobreentendidos que se suponen ya hasta risibles, como el de «los grandes espacios abiertos, donde los hombres son hombres» cuyo origen o contexto social o literario de procedencia desconozco y no veo que nadie se moleste en explicar en notas a pie de página en las innumerables ocasiones en que lo he visto citado en todo tipo de obras, incluyendo esta.

Ya comprendo que con esto no le he animado a leer «Una danza para la música del tiempo». Cuánto lo siento. Pero si se anima, no haga caso de su librero si le dice que da igual por cuál tomo, de los cuatro de que consta la obra en su publicación en España, empiece a leer; comience por la «Primavera», siga por el «Verano», continúe por el «Otoño» y acabe con el «Invierno». Un librero al que imagino ansioso de vender el único ejemplar que tenía a mano me vendió primero el «Invierno»; por su culpa estuve a punto de perderme los tres tomos anteriores, porque achaqué a innecesaria y rebuscada dificultad formal a lo que era, sencillamente, empezar una obra por algo distinto de su principio lógico; como ver una película por la mitad. Y verá lo que le gustarán Widmerpool, Sillery, Gypsy, Short, Jean y tantos otros humanísimos y más que logrados personajes.5

Y si anda mal de tiempo, con que lea «Primavera» ya habrá cumplido. De hecho, la mayor parte de lo que he mencionado es de ese primer volumen.

Así no le doy pistas del resto.

Verónica del Carpio Fiestas

Metáfora política de negociaciones postelectorales cuando ningún partido ha obtenido mayoría absoluta

Verónica del Carpio Fiestas,

quien  se ha limitado a escoger y enlazar un gif (sic) de Flower of Life, que le llegó por casualidad vía Facebook,

e incluirlo en un post con un título que ya no requiere añadir comentario alguno.

Las nubes de Aristófanes

nubes

Son varios los autores griegos clásicos que en vez de dedicarse a la apabullante tragedia -con esos temas como el de acostarse con la madre tan literalmente, digamos, trágicos y aptos para psicoanalistas-, se dedican a la comedia. Aristófanes, por ejemplo. Escogiendo al azar una de las obras del autor, y afirmando bajo palabra que he leído otras, y, más aún, que otras que he leído son mejores sin ninguna duda, como «Las ranas» o, con gran diferencia, «La asamblea de las mujeres», resulta que ha tocado en suerte «Las nubes». Curioso azar para una jurista, porque resulta que va de temas jurídicos, y mala suerte, porque ni me gusta ni me interesa especialmente.

El teatro puede leerse o verse representado -no, no voy a entrar en esa polémica de si hay obras de teatro irrepresentables, ni tengo capacidad para ello, y por favor, no se me despiste-, y el teatro de Aristófanes no creo que hoy día pueda leerse, razonablemente, sin notas que lo expliquen, o quien lo lea se enterará de poco. Salvo, claro, que su nivel cultural o mejor dicho, su formación clásica, sean de tal nivel que le permita captar alusiones a detalles políticos y sociales de hace 2.500 años; no es ciertamente mi caso. Si no es posible ver la obra representada, algo que con Aristófanes es lo que insisto que creo que hay que hacer, mucho mejor en este caso que leer, una edición con notas parece indispensable; la de la imagen, por ejemplo, cuesta unos 10€, e incluye tres obras, no solo «Las nubes», y está en las bibliotecas.

«Las nubes», que tampoco es una de las obras más características de Aristófanes según explican quienes saben, y que acaba con una especie de moraleja sin ninguna gracia, ni, voy a decirlo, el menor interés, presenta momentos verdaderamente muy divertidos, tanto en lectura como, imagino desde mi absoluta ignorancia de la técnica teatral, en una representación, que exigiría una intensa adaptación; muy intensa adaptación. En el trasfondo de una sociedad en crisis de valores y en la que se plantea cuál ha de ser la educación óptima para la juventud (o sea, situaciones y temas que no ha vuelto a darse desde el año 426 A.C. en que por lo visto Aristófanes escribió la obra, ¿no?), un señor bastante zafio decide acudir a una academia de sofistas para aprender a ganar cualquier pleito de forma justa o injusta, con razón o sin ella, porque teme demandas inminentes como consecuencia del derroche de su familia. En tono de burla, en la academia está Sócrates, personaje aquí enfocado de forma muy alejada al Sócrates que tiene cualquiera en la memoria como ejemplo de dignidad personal e integridad intelectual.

Lea otras obras de Aristófanes, o muchísimo mejor, procure asistir a cualquier representación de cualquiera de ellas. No será tiempo perdido; sí lo será si las lee sin notas.

Verónica del Carpio Fiestas

Colonia publicitaria (post de un párrafo pero para larga reflexión)

Si usas colonia, te dicen, tendrás más y mejores relaciones sexuales. probablemente además con gente muy guapa, y/o viajarás y/o conducirás un coche a 200 km/h sin riesgos y/o bailarás y/o volarás. Lo que nunca dicen es que leerás. El prestigio publicitario de leer está por los suelos.

Verónica del Carpio Fiestas