Los dos son muy desagradables

1

«¡Lo que me parece es que los dos son muy desagradables!»

Verónica del Carpio Fiestas

quien en realidad se limita a escoger un fragmento de «Alicia a través del espejo» de Lewis Carroll, de una traducción disponible aquí,

pero a escoger el fragmento, no al azar, sino en función de una intencionalidad oculta que quien esto lea tendrá que suponer no sea que tenga que ver con la actualidad política de cuando se lea esto, es decir, en fecha indeterminada, porque esto se difunde un día y se puede leer en cualquier momento,

y si no lo supone quien esto lea realmente da igual, porque en primer lugar es posible que no haya intencionalidad oculta alguna, y, en segundo lugar, el fragmento es un clásico, y el poema completo al que pertenece también, y como todos los clásicos, son susceptibles de cita en el contexto que interese, ad libitum, y la obra entera no digamos,

y si cree quien esto lea que Alicia es una obra para niños,

hace bien,

porque esa esa la idea de Lewis Carroll,

aunque quizá sería más preciso decir que era una obra pensada para niñas, y si no sabe a que me refiero mire Google,

pero, en fin, en cualquier caso,  ya ve que se le puede usted sacar punta política si interesa en el contexto concreto que usted mismo desee,

porque los clásicos es lo que tienen.

 

Una de romanos y griegos: no lea a Terencio y sí lea a Luciano de Samósata

Este post tiene un título desafortunado. Con ese título, quizá interprete quien esto lea que se trata de una  ironía y que en realidad quiero decir que sí hay que leer a Terencio y no leer a Luciano de Samósata, o Samosata como escriben otros. Peor aún; como el sentido de la contradicción es el sexto sentido para mucha gente, quién sabe si con ese título consigo lo contrario de que busco.

Terencio era romano, del siglo II a.C. Luciano de Samosata del siglo II d.C. de Samosata, entonces Imperio Romano, hoy Turquía, y que escribía en griego. Ahí tiene usted a Google para que le proporcione más datos. Lo que no encontrará por Google son valoraciones ¿subjetivas? como las que aquí  se hacen, y que resumo en una frase: si se anima usted a leer a autores romanos o griegos, cosa que le recomiendo, pero dispone usted de tiempo limitado -es decir, es usted una persona normal-, no haga caso de quienes le digan que Terencio escribía comedias, porque si eso son comedias, maldita la gracia, y lea a Luciano de Samósata, del que no tiene usted que perderse su descharrante viaje a la luna.

Le resumo el argumento de una «comedia» de Terencio titulada «El eunuco». Un individuo de 16 años se enamora instantáneamente de una chica de su misma edad esclava a la que ve por casualidad por la calle un momento, y se las arregla para introducirse en la casa de la chica; una casa algo intermedio entre prostíbulo y casa decente, vivienda de una cortesana con varios amantes, uno de ellos hermano del joven. El chico se hace pasar por el esclavo eunuco que iban a regalar a la cortesana, y nada más entrar en la casa, aprovecha que la chica, con la que no ha cambiado palabra, está sola, para violarla. Ninguna duda existe de que se trata de una violación, y lo aclaro porque en muchas obras no siempre muy antiguas se denomina»violación» a cualquier sexo extramatrimonial, incluso si es consentido; la chica, que era virgen, se queda llorando, no puede ni contar lo ocurrido de la angustia y tiene las ropas destrozadas; por cierto que el destrozo de la ropa preocupa a  algún personaje casi lo mismo que la violación. La trama se complica con varios personajes, incluyendo el padre del violador y un miles gloriosus que, a diferencia de otros miles gloriosus no tiene gracia alguna, y que se jacta de que va a pegar a la chica cuando se la lleve, animado a ello por un gorrón, parásito o adulador, personaje también clásico, y aquí también sin gracia. Mientras tanto, a un esclavo  lo golpean para que mienta. Y así todo. La obra, que se lee con irritación, acaba con que se accede a la boda de la violada con el violador, una vez que se descubre que la chica no era en realidad esclava, sino libre; porque, claro, no es lo mismo violar a una esclava que se compra y se vende que a una ciudadana, y en cualquier caso lo que pueda opinar ella es irrelevante. Y a todo esto, el violador es presentado como un personajes resuelto y positivo, muy distinto de su hermano, débil de caracter. Y, no se lo pierda, así es también descrito ese violador, como un carácter positivo, en la introducción de la muy seria edición que tengo en las manos, y que no digo cuál es.

Esa es una comedia. Usted verá si quiere perder tiempo con ello.

Y lea ahora esto, de la «Historia verdadera» o «Relatos verídicos» de Luciano, a quen se suele citar como el padre remotísimo de la ciencia ficción:

«Mi personal vanidad me impulsó a dejar algo a la posteridad, a fin de no ser el único privado de licencia para narrar historias; y como nada verídico podía referir por no haber vivido nada digno de mencionarse, me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y, así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo por tanto sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello mis lectores no deberán prestarles fe alguna«.

Y a partir de ahí, los «relatos verídicos», muy breves, que son una tontería tras otra. Una ristra de episodios a cual más descabellado, desde guerreros montados en buitres hasta vida en una ballena, desde murallas de diamante hasta vides que dan doce cosechas al año, desde trajes que son tejidos de araña hasta un viaje a la luna y peripecias con selenitas. De esos marineros que son a la vez embarcaciones, y qué parte de su cuerpo concretamente usan de mastil, mejor no digo nada, por autocensura.

Usted verá a quién prefiere leer,  a Terencio o a Luciano

Y si no quiere leer a ninguno, como es su derecho, permítame una recomendación heterodoxa, impropia de un post serio: que busque y vea una película musical muy divertida,  de encanto kitsch, de los años 60, titulada «Golfus de Roma», también obra de teatro. Ahí sí que hay un miles gloriosus divertidísimo, que canta. El argumento le sonará a «El eunuco», la inspiración es evidente, pero con una diferencia absolutamente esencial: el sexo es siempre consentido.

Golfus_de_Roma-192188230-large

Y si no sabe qué es un miles gloriosus, pues qué quiere que le diga; tanto detalle ya no le voy a contar.

Verónica del Carpio Fiestas

 

.

 

 

 

Saenredam y Zurbarán: blanco y blanco

Pieter Jansz Saenredam, holandés, 1597-1665; Francisco de Zurbarán, español, 15981664. Ambos nacieron y murieron en fechas casi idénticas, fueron pintores y se dedicaron a temática religiosa; uno desde el protestantismo de su país, el otro desde el catolicismo de la Contrarreforma en España. Saenredam pintó en sus cuadros iglesias, esas iglesias de muros desnudos cuya decoración, o, mejor dicho, cuya ausencia casi total de decoración, era fruto de la Reforma, y que por tanto carecían de imágenes sacras; Zurbarán pintó imágenes sacras. Sí, ya sé que tanto uno como otro pintaron más cosas, pero no me negará que los cuadros más conocidos de uno y otro son, respectivamente, iglesias y monjes.

Y ambos coinciden en unos cuanto puntos, aparte de en su evidente espiritualidad: ambos emplean en abundancia el color blanco en sus más diversos matices, y ambos transmiten una curiosa sensación de serenidad. Y si en Saenredam las iglesias son blancas y góticas, ojivales, y, según se dice, de medidas y proporciones exactas, en Zurbarán algunos monjes son blancos y además lo más parecido a ojivales que puede parecer una persona.

Vea la iglesia de San Bavo, en Haarlem, de Saenredam:

sr3

La misma iglesia de San Bavo, en este otro cuadro de Saenredam:

sr4

Y en este otro cuadro de Saenredam, la catedral de San Juan en Hertogenbosch:

sr2

¿No aprecia una similitud con las formas y colores de «San Hugo en el refectorio de los Cartujos» de Zurbarán?

z1

Guiñe los ojos. ¿No le sugiere este cuadro de Zurbarán una catedral gótica de Saenredam?

Y si no se lo sugiere, qué le vamos a hacer. Quizá al menos le he suscitado curiosidad por Saenredam o por Zurbarán. Por cierto, me pregunto si Zurbarán es tan conocido en Holanda como Saenredam en España, o sea, poco o nada; personalmente, me gusta más Saenredam, y eso que no me hablaron de él en el colegio.

Verónica del Carpio Fiestas

Goethe, Antonio Machado y los limoneros

«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero«.

Cualquier hispanohablante mínimamente culto en España conoce estos dos versos. Así empieza el famosísimo «Retrato«, o mejor, autorretrato, de Antonio Machado, en «Campos de Castilla«; el limonero de su infancia estaba nada menos que en el palacio de los duques de Alba, en Sevilla, donde vivió en su  infancia.

Y quizá no cualquiera en España sabe que Goethe escribió esto:

«¿Conoces el país donde florecen los limoneros// y las áureas naranjas refulgen en lo umbrío […]

O en otra traducción, escogida al azar, de la masa de Internet:

«¿Conoces el país donde florece el limonero, centellean las naranjas doradas entre el follaje oscuro […]

La canción, o el poema, o como se quiera llamar, «Mignon«, de Goethe no se refiere a Sevilla, sino a Italia. Más de cien años antes que Machado, Goethe usa un limonero como metáfora del paraíso del sur, del Sur, de un Sur que no está en España sino en Italia. Una inevitable relación entre ambos poemas surge en la mente de esta hispanohablante que conoce ambos, con la también inevitable consecuencia de pensar que qué lástima, o qué curioso, que el limonero de Goethe estuviera en Italia y no en otros sures, como el de Andalucía. De nuevo nos encontramos con algo ya tratado en este blog: como el Gran Tour británico y sus equivalentes germánicos no alcanzan a España, ese país remoto y peligroso, no pintoresco sino miserable, no artísticamente interesante sino decadente o sencillamente carente de interés, paradigma de la ignorancia y de la intolerancia, que no merecía la pena ni mencionar, salvo para hablar de la Inquisición, la Leyenda Negra y esas cosillas.

Y, oh sorpresa, héteme aquí que esa idea de relacionar el poema de Goethe con Andalucía no solo no soy la primera en tenerla, vaya, sino que por lo visto, me informa amablemente Internet, hasta la tuvieron viajeros del siglo XIX, mucho antes de que el poema de Machado nos sugiriera a hispanoparlantes esa asociación mental del limonero con una Andalucía doblemente idílica por ser la de una infancia idílica rememorada con nostalgia por un poeta en su mediana edad. El enciclopédico Internet me revela que resulta que llegaron mi querido George Borrow y otros viajeros intrépidos del XIX y colocaron los limoneros de marras en Andalucía. Transcribo un párrafo de un libro que he hojeado, no leído, sobre la imagen de España en los viajeros extranjeros del siglo XIX;

Goethe

Y qué entonces mejor que incluir un enlace a «La Biblia en España«, el maravilloso libro de George Borrow, en la traducción disponible en Internet nada menos que de Manuel Azaña. En la que, por cierto, no encuentro por ninguna parte esa cita de Goethe, ni insinuada, pero, bueno, será problema mío, y da igual. Da igual, sí; no se pierda a George Borrow, que no tiene desperdicio. Y no le incluyo más datos de Borrow porque para qué, si está todo en Internet; un blog personal no tiene que repetir lo dicho por otros, que no solo está feo, sino que es inútil. Valga este post, si vale para algo, para poner juntos ante la vista de quien esto lea a tres autores que difícilmente podrían ser más distintos, Goethe, Machado y Borrow, con mi comentario, y esto por favor que no salga de aquí, porque ya es pasarse de heterodoxa, de que puestos a escoger, me quedo con Borrow. Goethe, lamento decirlo, me parece un engolado pelma y «Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister» me aburrió soberanamente. En cambio con Borrow, cada vez que lo leo -y lo he leído y releído-, disfruto y me río. Qué intrépido el hombre, qué país el que describe. Es genial.

En cuanto a Machado, solo recuerdo haber sonreído con él en dos poemas: «Las moscas«, de «Soledades«, y, naturalmente, con «Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de Don Guido», de «Campos de Castilla».  Busque en Internet; es fácil. Hasta hay versión cantada por Joan Manuel Serrat, no le digo más.

Verónica del Carpio Fiestas