Seguramente alguien habrá hecho ya una clasificación científica de las dedicatorias, que son en sí mismas un género literario al igual que las clasificaciones de lo que sea también pueden ser en si mismas un género literario. Esta es mi clasificación, nada científica, con algunos ejemplos.
1. Las dedicatorias de protección y sumisión tipo la de Cervantes en el «Persiles y Sigismunda» (post de este blog aquí) en las que autor lanza su obra a la selva literaria de modo que esté menos inerme bajo la protección de un poderoso. Son el equivalente literario de la oración y están pasadas de moda. Las protecciones literarias se buscan ahora por vías que sería interesante saber cuáles son; porque lo malo de la desaparición de estas dedicatorias públicas es que ahora desconocemos quiénes son los padrinos.
2. Las dedicatorias tipo «A mis padres», «A mi cónyuge» o «A la memoria de mi querido amigo Fulanito», o las discretas y alfabėticas tipo «A F.». Son el equivalente literario del amor y la amistad o de los compromisos y vínculos humanos que se asemejan a una u otra. Al igual que los premios literarios, tienen gradaciones y pueden ir a menos; la primera obra de un autor se dedica a figuras personales importantes pero si en obras posteriores la cosa se complica, como en las sucesivas ediciones de un premio literario de los de reconocimiento a la labor de toda una vida: primero van las grandes figuras tipo la madre y Borges y luego se diluyen la dedicatoria y el premio en figuras de relleno, que ninguna vida personal, como ningún premio literario, puede encontrar nuevos destinatarios de la primerísima fila cada año una vez agotadas las listas de las figuras de primerísima fila en los primeros años. Probablemente a la vigésima obra de un mismo autor la dedicatoria será un equivalente emocional de un primo lejano; y en la vigėsima edición de un premio de los que premian toda una vida y obra literaria, también. Claro que con el tiempo siempre se podrá dedicar a los nietos, quien los tenga.
3. Las dedicatorias ideológico-literarias. El ejemplo clásico, «A la minoría, siempre», de Juan Ramón Jiménez (y digo ejemplo clásico porque no hay forma de localizar la obra concreta y ya empiezo a pensar si no será un bulo literario) en contraposición por cierto con el «A la inmensa minoría» del mismo autor que si no es un bulo le falta el canto de un duro.
4. Las dedicatorias de cachondeo. El mejor ejemplo que conozco lamento no poder indicarlo con más precisión porque en estos momentos se me escapa, y eso que la idea de este post surgió de ahí: el de uno de esos autores ingleses de los del humour del siglo XVIII, que dice poner en alquiler la dedicatoria a disposición del mejor postor.
Y dentro de las humorísticas, voy a citar tres:
* la dedicatoria a Dios porque le cae simpático, de Jardiel Poncela, en «La tournée de Dios».
* y dos que responden al mismo concepto de dedicatoria modificada por circunstancias ajenas a la voluntad del autor, sea en serio o sea en broma:
-la dedicatoria de «Palíndroma», de Juan José Arreola. «La dedicatoria se suprime a petición de parte».
– y otra conceptualmente relacionada, e involuntariamente cómica, sobre la sucesiva desaparición de los afectos, complicada con qué hacer cuando un libro se ha elaborado con la colaboración indispensable de alguien, y matizada, para que no se note tanto lo risible de la situación, con una emotiva referencia materna, de un gran escritor que no es la misma persona del mismo nombre que actúa como payaso mediático y que decidió romper con su pasado intelectual para hacer dinero, olvidando que era un gran escritor y que era capaz de escribir obras extraordinarias. Me refiero a Fernando Sánchez Dragó y esta es la dedicatoria doble en «Gárgoris y Habidis», una obra absolutamente extraordinaria que no tuvo sucesor digno de ese nombre en el autor:
Verónica del Carpio Fiestas
que dedica este post a X.,
cuyo nombre no empieza por equis,
o quizá sí,
porque no pensará quien esto lea que aquí se van a dar pistas.