De dedicatorias

Seguramente alguien habrá hecho ya una clasificación científica de las dedicatorias, que son en sí mismas un género literario al igual que las clasificaciones de lo que sea también pueden ser en si mismas un género literario. Esta es mi clasificación, nada científica, con algunos ejemplos.

1. Las dedicatorias de protección y sumisión tipo la de Cervantes en el «Persiles y Sigismunda» (post de este blog aquí) en las que autor lanza su obra a la selva literaria de modo que esté menos inerme bajo la  protección de un poderoso. Son el equivalente literario de la oración y están pasadas de moda. Las protecciones literarias se buscan ahora por vías que sería interesante saber cuáles son; porque lo malo de la desaparición de estas dedicatorias públicas es que ahora desconocemos quiénes son los padrinos.

2. Las dedicatorias tipo «A mis padres», «A mi cónyuge» o «A la memoria de mi querido amigo Fulanito», o las discretas y alfabėticas tipo «A F.». Son el equivalente literario del amor y la amistad o de los compromisos y vínculos  humanos que se asemejan a una u otra.  Al igual que los premios literarios, tienen gradaciones y pueden ir a menos; la primera obra de un autor se dedica a figuras personales importantes pero si en obras posteriores la cosa se complica, como en las sucesivas ediciones de un premio literario de los de reconocimiento a la labor de toda una vida: primero van las grandes figuras tipo la madre y Borges y luego se diluyen la dedicatoria y el premio en figuras de relleno, que ninguna vida personal, como ningún premio literario, puede encontrar nuevos destinatarios de la primerísima fila cada año una vez agotadas las listas de las figuras de primerísima fila en los primeros años. Probablemente a la vigésima obra de un mismo autor la dedicatoria será un equivalente emocional de un primo lejano; y en la vigėsima edición de un premio de los que premian toda una vida y obra literaria, también. Claro que con el tiempo siempre se podrá dedicar a los nietos, quien los tenga.

3. Las dedicatorias ideológico-literarias. El ejemplo clásico, «A la minoría, siempre», de Juan Ramón Jiménez (y digo ejemplo clásico porque no hay forma de localizar la obra concreta y ya empiezo a pensar si no será un bulo literario) en contraposición por cierto con el «A la inmensa minoría» del mismo autor que si no es un bulo le falta el canto de un duro.

4. Las dedicatorias de cachondeo. El mejor ejemplo que conozco lamento no poder indicarlo con más precisión porque en estos momentos se me escapa, y eso que la idea de este post surgió de ahí: el de uno de esos autores ingleses de los del humour del siglo XVIII, que dice poner en alquiler la dedicatoria a disposición del mejor postor.

Y dentro de las humorísticas, voy a citar tres:

* la dedicatoria a Dios porque le cae simpático, de Jardiel Poncela, en «La tournée de Dios».
* y dos que responden al mismo concepto de dedicatoria modificada por circunstancias ajenas a la voluntad del autor, sea en serio o sea en broma:
-la dedicatoria de «Palíndroma», de Juan José Arreola. «La dedicatoria se suprime a petición de parte».

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– y otra conceptualmente relacionada, e involuntariamente cómica, sobre la sucesiva desaparición de los afectos, complicada con qué hacer cuando un libro se ha elaborado con la colaboración indispensable de alguien, y matizada, para que no se note tanto lo risible de la situación, con una emotiva referencia materna, de un gran escritor que no es la misma persona del mismo nombre que actúa como payaso mediático y que decidió romper con su pasado intelectual para hacer dinero, olvidando que era un gran escritor y que era capaz de escribir obras extraordinarias. Me refiero a Fernando Sánchez Dragó y esta es la dedicatoria doble en  «Gárgoris y Habidis», una obra absolutamente extraordinaria que no tuvo sucesor digno de ese nombre en el autor:

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Verónica del Carpio Fiestas
que dedica este post a X.,
cuyo nombre no empieza por equis,
o quizá sí,
porque no pensará quien esto lea que aquí se van a dar pistas.

Cuando el pudoroso Borges se permitió una bromilla escabrosa a cuenta de Cervantes

Quienes leen a Jorge Luis Borges habrán observado que su obra no contiene alusiones obscenas o escatológicas, y no digamos ya descripciones. El cuento «Emma Zunz», sobre algo parecido a una prostitución ritual, no contiene nada  sobre el acto sexual en sí. En «El informe de Brodie», con técnica clásica del manuscrito encontrado -la misma técnica del Quijote-, en esa falsa traducción de un falso informe de un inventado misionero escocés presbiteriano sobre la vida de una  extraña tribu en un lugar que no se menciona, y que por el contexto podría ser o la selva de Brasil o el centro de África (¡!), llega al extremo de fingir que la parte de manuscrito sobre las prácticas sexuales fue escrita en latín en el original, y que omite esa parte en la traducción:

«Traduciré fielmente el informe, compuesto en un inglés incoloro, sin permitirme otras omisiones que las de algún versículo de la Biblia y la de un curioso pasaje sobre las prácticas sexuales de los Yahoos que el buen presbiteriano confió pudorosamente al latín.«

[Y llegados a este punto, se impone un inciso que quizá resultará incomprensible dentro de unos años; y si así sucede espero que lo sea porque el buscador Yahoo haya desaparecido y no por porque se haya perdido la memoria de Swift y de Borges. «Yahoos» no es plural de «Yahoo», el buscador de internet, sino un nombre usado por Jonathan Swift para un pueblo salvaje en unos  de los «Viajes de Gulliver». Borges emplea el mismo nombre.]

Y volviendo al tema, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme (¿o sí?) que solo una vez el pudoroso y según algunos asexuado Borges se permitió en su obra una bromita de carácter sexual; un chistecillo verde intelectual. Una única vez. Porque lo de «pudorosamente» que emplea Borges para referirse a la forma de escribir de un personaje de un cuento suyo es aplicable a la propia forma de escribir de Borges.

Naturalmente, esa bromita excepcional -en ambos sentidos- tuvo que ser en una obra conjunta, de las coescritas con Adolfo Bioy Casares, cuyo carácter era muy distinto del de Borges, y a quien se atribuye fama de donjuán apasionado por las mujeres, o ligón por decirlo en una palabra.

Borges y Bioy Casares se divirtieron mucho escribiendo bajo el seudónimo conjunto de H. Bustos Domecq. Pocos casos más fructíferos de colaboración literaria. Son deliciosos y de un extraordinario sentido del humor intelectual sus cuentos policiales (maravillosos) y sus pedantes falsas reseñas de obras de falsos autores y falsos artistas (extraordinarias). Y el tono es bastante distinto a las obras de Borges solo. En primer lugar sí figura alguna referencia a temas, digamos, escabrosos, por ejemplo en el cuento «El signo», sobre un «pornografista»:

«¡El anfitrión brillaba por su ausencia! Para no malgastar la caminata, opté por esperar un ratito, no fuera de repente a volver. Hacia la jabonera no demasiado lejos de la palangana y la jarra, había un alto de libros que me permití revisar. De nuevo le digo, eran de la Imprenta Oportet & Haereses y mejor no haberlo hecho. Bien dicen que cabeza en la que entra poco retiene el poco; hasta el día de hoy no puedo olvidarme de esos libros que hacía imprimir don Wenceslao. Las tapas eran con prójimas desnudas y de todos colores, y llevaban por título El  jardín perfumado, El espión chino, El hermafrodita de Antonio Panormitano, Kama-Sutra y/o Ananga-Ranga, Las capotas melancólicas, las obras de Elefantis y las del Arzobispo de Benevento. Qué azúcar y qué canela, yo no soy uno de esos puritanos exagerados y en tren de echar una cana al aire ni mosqueo con la adivinanza de color subido que sabe proponer el párroco de Turdera, pero, vea usted, hay extremos que pasan de castaño oscuro y resolví ganar la cucha. Salí marcando tiempo, le soy verídico.«

Pero, a lo que iba, y esto ya sí es el chistecillo. Dentro del cuento «El testigo» figura una falsa nota a pie de página que a su vez tiene una nota aclaratoria. Un tal Bonfanti, personaje pedante a más no poder que aparece en otros cuentos de H. Bustos Domecq, y que en este es ya jesuita, tras haber sido antes escritor, escribe esta nota a pie de página, como comentario a un texto (y ya van dos veces que menciono el Quijote en un mismo post para hablar de Borges):

«Valiente y oportuna sinécdoque, de donde se barrunta muy a las claras que el afortunado Sampaio no es de los afrancesados y gamilochos que ladronescamente alargan la mano al pequeño Larousse, sino que ha bebido de hinojos la leche de Cervantes, copiosa y varonil si las hay.«

Y ello a su vez da lugar a otra nota, aclaratoria, de los propios editores o correctores, causada, según se dice por la intervención del mismo personaje Bonfanti, que se arrepiente de lo que ha escrito, y que exige la retirada de la nota, apoyado por el propio personaje del cuento:

«Por un motivo que escapa a la perspicacia de esta Mesa de Correctores, el padre Mario Bonfanti, nerviosamente secundado por el señor Bernardo Sampaio, pretendió a última hora retirar la nota anterior, abrumándonos con telegramas colacionados, cartas certificadas, mensajeros ciclistas, súplicas y amenazas.«

Res ipsa loquitur, que se dice.

Verónica del Carpio Fiestas

 

Tolstoi, el santón laico machista

De entre las cosas curiosas de la Historia de la Literatura, una es cómo un egoísta, misógino e hipócrita como Tolstoi consiguió convertirse en un santón laico con aureola. Más aún, cómo su pobre esposa ha quedado para la posteridad literaria como una bruja y él como un mártir digno de hagiografía, a quien iban  a rendir pleitesía en vida no solo por sus valores literarios sino por su integridad moral. Lo llaman moralista, en el buen sentido. Solo se explica por la fascinación de las palabras -nadie duda que sea un gran escritor, de la primera fila- y por la misoginia general, por cómo su opinión de la mujer era un detalle insignificante, es decir, por la misoginia general, porque otro motivo no se me ocurre. Otro día con más tiempo desarrollaré esta idea. O no, mejor no, si total afortunadamente ya hay de un tiempo a esta parte quien dice cosas parecidas hasta en suplementos culturales, que pensaba yo que era solo cosa mía, desde que hace más de treinta años -uf- empecé a leer a, y de, Tolstoi, y menos mal que no soy yo sola. Y es muy aburrido ir espigando datos de un lado y otro para intentar convencer a quien tenga la ocurrencia de pasar por aquí. Porque Wikipedia, paradigma de la cultura oficial, lo sigue pintando como un santón. Qué aburrimiento.

Así que hoy me voy a limitar a recomendar una lectura: su novela -corta, menos mal- «Sonata a Kreutzer».

Si le explico que es la historia de un hombre que mata a su esposa, y que cree que las relaciones sexuales han de evitarse, y que con ese ideal de pureza -por supuesto tras haberse ido de putas desde los 15 años- más o menos reprocha a ella que él se siente sexualmente atraído por ella, y que este mismo concepto de la abstinencia sexual como valor dentro y fuera del matrimonio, incluyendo entre cónyuges, y el de lo repugnante de los métodos anticonceptivos, lo aplicó Tolstoi en su propio matrimonio, mediante el sistema de hacerle  doce o quince hijos a su esposa y reprochar a su esposa por un lado no ser capaz él de abstenerse de relaciones sexuales y por otro que no quisiera ella tener más hijos, tiene usted ahí una  figura encantadora; encantadora para divorciarse inmediatamente. La relación entre la «Sonata a Kreutzer» y su propia vida, la de Tolstoi, es bien notoria; consta incluso que así lo reconoció, dolida, la propia esposa.

Lo único que justifica las relaciones sexuales es la procreación y lo demás es perversión y la culpa es de quienes hacen creer que es bueno para la salud -de los varones, claro- tener relaciones sexuales; y por supuesto culpa también es de las mujeres que, a la vez víctimas y verdugos, se degradan a sí mismas hasta el punto de venderse para subsistir como prostitutas o, peor aún, de ser como las mujeres honradas deseosas de relaciones sexuales con sus propios maridos y atrayendo a los hombres hacia esa degradación y al matrimonio con ayuda de afeites y vestidos y la complicidad de la familia. Y el mundo está dominado por las mujeres y no es una falta de derechos 1e la mujer no pueda votar  o no pueda ser juez etcétera etcétera, la mujer ata al hombre por la sensualidad  etcétera etcétera una pasión carnal es un terrible mal y además no es natural la relación sexual  etcétera etcétera  los hospitales están llenos de mujeres histéricas que han buscado el placer sexual incluso en el embarazo, una mujer es un monstruo si no amamanta a sus hijos etcétera etcétera 140 páginas.

Y, peor aún, con algunas ediciones que incluyen un texto con un comentario del propio Tolstoi a su novela, que es de caerse los palos del sombrajo. Porque el personaje de la novela es un hombre raro, que él mismo dice que hay quien piensa que está loco, y que además es un repugnante asesino por celos -legalmente impune, claro, porque mató en defensa de su honor, o así lo consideraron los tribunales, y claro, si mata por celos ni se plantea que sea punible-, pero esa apariencia de asocialidad solo es fachada, aparte de que ni se plantea asocialidad, no ya comportamiento delictivo, por lo de matar a la esposa. En realidad de ese texto complementario se desprende que el personaje es la voz de autor.

Y leo por ahí que se trata de «un radical ideal de pureza», en vez de una misoginia galopante. Anda que.

Ah, y al personaje le parece estupendo que los campesinos trabajen dieciséis horas diarias a base de comer tres cosas simples, y poco, y esa es la buena vida; la horrible sensualidad procede también de comer más y variado, y trabajar menos. Cómo me acuerdo de haber leído por ahí, y siento no tener a mano la cita, que Tolstoi no quería que sus campesinos -era un señor rural- tuvieran asistencia médica, por no considerarlo necesario,.Ay, estos santones laicos.

Por cierto, suele decirse que «Ana Karenina» de Tolstoi es la primera novela donde aparecen métodos anticonceptivos. En la «Sonata a Kreutzer», de publicación posterior, también salen. Y en ambos casos como cosas de mujeres, y además, esto es importante, y que se suele omitir en los análisis, descritos como realmente eficaces. «Los miserables médicos le prohibieron tener hijos» – cinco en ocho años llevaba la pobre mujer del personaje de la novela «Sonata a Kreutzer», que habla en primera persona, y la mujer tenía la salud resentida- «y le enseñaron el medio de evitarlos». ¿Cuál sería el «medio de evitar los hijos»? Estamos hablando de obras literarias del último tercio del siglo XIX, ¿De verdad había métodos anticonceptivos eficaces entonces? Eficaces, digo, porque intentos y métodos de evitar la concepción ha habido siempre, pero eficaces de verdad nunca hasta el siglo XX. Porque evidentemente es anticoncepción, por el contexto y la dicción literal de la novela, no aborto, y tampoco preservativo masculino. ¿Y ni sabemos cuáles son esos métodos? ¿ Y por qué en los análisis que veo por ahí de esta novela, y de «Ana Karenina»,  no leo comentarios sobre cuales serían esos métodos eficaces que no eran ningún tipo de preservativo masculino, puesto que se enseña a la mujer y esta lo aplica tranquilamente y hasta en contra de la opinión del marido, y sobre todo, atención, con verdadera eficacia, no como algo inseguro o azaroso, y ello cien u ochenta años antes de la invención de la píldora anticonceptiva, como si fuera normal en el siglo XIX esa seguridad?  ¿Es que no merece la pena comentar siquiera que se diga en una novela de un autor considerado realista que en el siglo XIX  había métodos anticonceptivos verdaderamente eficaces a disposición de las mujeres, aplicables sin contar con el varón y sin que este pudiera evitarlo, y quedarse tan ancho diciéndolo, como si fuera posible y cierto lo que solo fue posible y cierto cien años después?

Una lástima el título de la obra. Pobre Beethoven.

Verónica del Carpio Fiestas
[a la que mucho no le gusta Tolstoi, salvo quízá, en «Historia de un caballo», en «Ana Karenina», en «Hadji Murat» y sobre todo en «La muerte de Ivan Illich; a la que » Guerra y paz» se le cayó de las manos y allí en el suelo sigue; y que, aburridísima, olvidó freudiana y oportunamente «Resurrección» en un tren.

-Acabáramos, señora bloguera. Ya la he pillado. Menos lobos, Caperucita. Lo que pasa es que a usted no le gusta Tolstoi y está buscando excusas porque figura en el canon literario occidental como un imprescindible y no se  puede prescindir de él en un blog, y en una vida, en plan cultureta.
-Pues a lo mejor es eso, qué quiere que le diga. No vamos a ponernos a discutir por ello.]

Dos carroñas francesas

Compárese el famoso poema de Baudelaire «Una carroña«, de «Las flores del mal«, enlace aquí a una de tantas traducciones, con este fragmento de Flaubert, de la novela «Bouvard y Pécuchet» (traducción de la edición de Tusquets):

«Quisieron dar como antes un paseo por el campo; se alejaron mucho, se perdieron. Unas nubecitas se encrespaban en el cielo; el viento mecía las campanillas del avenal; a lo largo de un prado murmuraba un arroyo. De pronto los detuvo un olor infecto y vieron sobre unas piedras, entre las zarzas, la carroña de un perro. Los cuatro miembros estaban resecos. El rictus del hocico descubría, bajo los morros azulados, unos colmillos de marfil; en lugar del vientre, parecía palpitar una masa de color terroso bullente de gusanos. Herida por el sol se agitaba bajo el zumbido de las moscas, en aquel olor intolerable, un olor horrible, como voraz.
Bouvard arrugó la frente y las lágrimas humedecieron sus ojos.
Pécuchet dijo estoicamente:
-¡Un día seremos esto!
Los había sobrecogido la idea de la muerte. A la vuelta hablaron de ella.
Al fin y al cabo, no existe. Uno desaparece en el rocío, en la brisa, en las estrellas. El hombre se convierte en algo de la savia de los árboles, y del brillo de las piedras preciosas, del plumaje de los pájaros. Devuelve a la naturaleza lo prestado y la Nada que nos aguarda no es más espantosa que la que dejamos atrás.
Trataban de imaginarla bajo la forma de una noche cerrada, de un agujero sin fondo, de un desmayo continuo; cualquier cosa era preferible a esta existencia monótona, absurda y sin esperanza«.

¿Qué, le ha impresionado? Pues espere a leer «Una carroña» de Baudelaire.

Y ahora, para desengrasar, que se habrá quedado usted tiritando, dos datos:

1) El fragmento transcrito es una parodia. Los protagonistas son dos idiotas que van agotando sucesivamente todos los campos del saber y soltando tópicos, durante casi 300 páginas. ¿No se habrá tomado usted esto en serio?

2) Baudelaire es el paradigma de poeta maldito y un genio de los de épater al burgués. O sea, alguien con el que convivir debía de ser verdaderamente  muy difícil, y al que le encanta lo oscuro, lo repugnante, lo lúbrico, lo demoníaco y lo escandaloso, que todo eso lo convierte en poesía, por supuesto con bien de alcohol, bohemia y enfermedades de transmisión sexual. No se lo tome a la tremenda tampoco; no haga como los bienpensantes de esa época. Curioso, además ese escándalo, cuando en realidad es de la tradición cristiana eso de imaginar a una mujer muerta para no sentir deseo sexual por ella, minusvalorarla y esas cosillas; es un clásico.

Aquí tiene un fragmento del poema, de una de tantas traducciones:
«Recuerda aquel objeto que miramos, alma mía,
Esa mañana estival.
Al doblar un sendero una carroña infame
Sobre un lecho de guijarros,
Despatarrada, como mujer impúdica,
Sudando veneno, ardida,
Abría, de una manera inconmovible y cínica,
Su vientre harto de hediondez.
El sol daba sus rayos sobre esa podredumbre»

etcétera, que incluye, como el fragmento de Flaubert, el calor, el olor, los insectos, el seremos eso, que en el caso de Flaubert es «serás» eso, dicho a la amada. Y es que cada cual liga como puede, oiga. Aunque realmente parece que también era un texto irónico; vaya.

Bueno. ¿La carroña de Flaubert es la de un perro? ¿ Y la de Baudelaire? ¿Usted qué opina? Un perro no, porque en el poema sale una perra que ha comido la carroña; vamos, digo yo. Si no fuera infrecuente, supongo, ir dejando vacas muertas por el campo paseable, a mitad del siglo XIX, diría que es una vaca. Será, imagino, reminiscencia de las películas del Oeste.

Y, por terminar. Flaubert publicó «Bouvard y Pécuchet» en 1881, póstumamente; es de suponer que lo escribiría antes de morirse en 1880. «Las flores del mal» se publicó en 1857-68. Vaya, vaya con Flaubert. A ver si nos ha salido plagiario en este memento mori, vanitas y tal.

Verónica del Carpio Fiestas

¿Asentar la cabeza de una manera española?

Al fin, una pulmonía
mató a Don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él: ¡din, dan!
murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo gran rezador.

Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo,
y un maestro
en refrescar manzanilla.

Cuando mermó su riqueza
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza
y asentóla
de una manera española,
que fue a casarse con una
doncella de gran fortuna.

Y repintar sus blasones
hablar de las tradiciones
de su casa,
a escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.

Gran pagano
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
-¡aquel trueno!-
vestido de nazareno.

Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen Don Guido muy serio
camino del cementerio.
¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?

¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.

Antonio Machado y la crítica social. Antonio Machado y la sátira social. Antonio Machado y la falsa religiosidad de las cofradías. Antonio Machado y la hipocresía.  Antonio Machado y la crítica feroz, como sevillano, a la Semana Santa sevillana (póngase en relación con otra crítica análoga, su poema «La saeta»). Antonio Machado y la crítica a una aristocracia que ya desde el siglo XVIII se divertía con diversiones populacheras, olvidando cualquier enfoque intelectual (póngase en relación con Fernando VII). Antonio Machado y la doble moral. Antonio Machado y el donjuanismo. Antonio Machado y la sátira o evolución de la literatura elegíaca (póngase en relación, sin falta, con las «Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique).

De todo esto, y de mucho más, se ha escrito probablemente y se puede escribir en relación con este poema,  «Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de Don Guido».

¿Pero de «Antonio Machado y asentar la cabeza a la manera española» se ha escrito?

Porque hay mucho que escribir. Que un aristócrata juerguista venido a menos se case con una mujer rica, deseosa ella, o su familia -en este caso concreto es una «doncella», sin voluntad jurídica relevante, luego sería su familia-, de conseguir un título nobiliario para subir en la escala social, en una transacción bastante comercial en el que uno aporte el título, y las relaciones sociales y el «prestigio» correspondientes, y  la otra la pasta, en modo alguno es una «manera española de asentar la cabeza». La literatura europea del siglo XIX y primeros del XX está llena de casos de matrimonios concertados análogos, como negocios más o menos equitativos. Por ejemplo, las historias de cómo «ricas herederas» estadounidenses se casan con nobles británicos es casi un subgénero.

Así que por qué es «una manera española» hacer lo que en la misma época se hacía en tantos países, no lo comprendo.

El «braguetazo» y el intercambio de blasones por dinero no son solo españoles.

Y, por otra parte, el braguetazo, como la muerte por pulmonía, eso ha desaparecido, hace mucho, por estos lares. ¿O es ahora mismo la regla? Si era típico, ha dejado de serlo.

Lo que sí sigue es la Semana Santa pagana disfrazada. Y la sangre de los toros.

Y el señorito andaluz.

Vaya.

Verónica del Carpio Fiestas

Una bañera para caso de enfermedad: Bouvard y Pécuchet, de Flaubert

Según algunos, es la historia de dos tontos, que van agotando sucesivamente los campos de la estupidez humana. Ciertamente hay motivos para pensar que es así. Y más aún, para pensar que muchos también somos tontos. Porque quién no se ve reflejado personalmente en esos sucesivos intereses o aficiones, tan reales como la vida misma, aunque, claro, sin el punto de exageración literaria, o sascasmo, o humorismo, disfrazado todo ello encima de realismo, que es aquí el recurso de Gustave Flaubert; y también en los comentarios y razonamientos tontos, banales y tópicos de unos y otros -no solo de los dos protagonistas- que son análogos a los que haríamos cualquiera, incluyéndome, y en este sentido sí que es una obra muy, pero que muy, realista.

Según otros, es una crítica feroz blablablá sobre la insuficiencia de la Ciencia con mayúscula y de la ciencia casera con minúscula, como por ejemplo la ciencia casera (¿o es arte?) de hacer conservas. Pues nada, pues estupendo. Desde luego que Flaubert también debió pegarse una paliza para recopilar, en estilo habitual de realismo hasta en el menor detalle, puesto que contiene un catálogo exhaustivo de cómo estaban la Ciencia y la ciencia en esa época en muy diversas ramas, desde la Geología a la arboricultura, reflejando en cada caso las contradicciones entre autores, con un aspecto de realidad en la recopilación que si no es real, è ben trovato.Ya imagino que quienes saben habrán analizado si Flaubert, en contra de su costumbre de realismo total, se divirtió aquí por una vez intercalando falsos autores y falsas teorías en los largos elencos de autores y teorías serios, ya que se trata de una obra sarcástica.

Y según otros, y eso es interpretación posiblemente más reciente, se trata de una historia  de un amor que no se atreve a decir su nombre; la de una pareja homosexual oculta, incluso quizá para sí misma. Y ello, en una época en la que era impensable expresar públicamente que se era homosexual o que un escritor describiera una relación homosexual, o incluso reconoce que se era homosexual. Así de memoria, la primera relación homosexual que recuerdo descrita como tal quizá sea la de «En busca del tiempo perdido» de Proust, donde en realidad no hay una, sino, al menos, dos, una de homosexualidad masculina y otra de homosexaulidad femenina. Y «Bouvard y Pécuchet» es la vida en común de dos amigos del mismo sexo -uno soltero y el otro viudo- y ya talluditos, que se conocen por casualidad, sienten un deslumbramiento recíproco tan  curiosamente parecido al enamoramiento que es indistinguible del enamoramiento, que se admira recíprocamente y congenian hasta tal punto de que cambia la vida de ambos, que se van a vivir juntos en adelante y juntos invierten en un patrimonio común, lo sacan juntos adelante (o mejor dicho, lo hunden), juntos viajan, juntos se dedican a un ocio activo ruinoso en las más diveras actividades técnicas, culurales y científicas, cada cual se preocupa de la salud del otro y hasta duermen en habitaciones contiguas y unidas. Puede ser sencillamente una historia de amistad, por qué no, por supuesto, y si uno de los amigos declara ser virgen, estando ya en la cincuentena, el otro es viudo y a todas luces les gustan las mujeres y él mismo gusta alguna mujer; aunque también, incluso con esos datos, puede ser otra cosa que entonces no era posible decir como se diría hoy, o que ni siquiera los propios personajes, uno o ambos, se atreven a confesarse a sí mismos. Ni siquiera en esa escena en la que para efectuar uno de tantos experimento científicos fallidos que va describiendo la novela, uno de ellos pesa al otro, estando ese otro completamente desnudo, en una escena en la que interviene la bañera y que en la historia dura horas, cuando la completa desnudez es infrecuente en novelas realistas de la época y no se menciona que el pudor que habría sido de esperar en ese caso.

En cualquier caso, este libro de Flaubert, a veces irritante, nunca aburrido, y que además es posible leer por capítulos, sin que pierda mucha esencia, y que de todas formas está inacabado, puede describirse como la historia de una bañera para caso de enfermedad.

Porque, sí, sale una bañera, aunque no juega un gran papel. Bueno, en realidad, apenas se la menciona más que de pasada. Pero de la existencia de una bañera que ha de trasladarse desde París hasta un pueblecito y que se prevé como única en la casa, y que se prevé para caso de enfermedad, puede deducirse todo un contexto social: cuando la sociedad era otra. Cuando no había agua corriente; cuando la higiene entendida como limpieza personal era para caso de emergencia. Cuando en las ciudades había unas cosas que en los pueblos eran inencontrables.

Y todo un contexto personal: cuando dos personas, además de casa y patrimonio, y actividades de trabajo y de ocio, prevén que van a compartir bañera. Y además la usan en un experimento científico en el que uno está desnudo y no siente pudor por estarlo, en esa época.

Y prefiero mencionar eso, una bañera, que no a esa niña harapienta que trabaja en una granja, que nadie sabe de dónde ha salido y que a nadie importa; y que solo suscita al poderoso del lugar un comentario, encogiéndose de hombros, sobre la inmoralidad de los campesinos;  es decir, sobre las relaciones sexuales extramatrimoniales de los pobres y los hijos ilegítimos abandonados, con lo que ello significa de pobreza general, desprotección de los pobres, terrible situación social de la mujer que se queda embarazada sin estar casada, falta de responsabilidad de quien deja embarazada a una mujer, prohibición en la época de investigar la paternidad, infancia desvalida y doble moral, y de indiferencia ante todo ello. Por cierto, de nada de esto trata el libro; es solo lo que está implícito.

Con esto ya supongo que no estoy animando a nadie a leer este libro. ¿Quizá animaría decir que es un libro que en general es bastante divertido y que además da igual dejarlo en cualquier momento, porque consiste en las sucesivas iniciativas fallidas de experimentos económicos y científicos en sucesivas aficiones culturales, científicas y técnicas de dos personas legas en todos esos temas y que van, sucesivamente, haciendo el tonto, en sucesivos episodios donde de cada vez los personajes se entusiasman con un tema, se estudian todo lo estudiable sobre ese tema, intentan la práctica, discuten con expertos, y fallan, haciendo una y otra vez el ridículo ante sí mismos y ante los demás personajes, y ante los lectores, hasta que pasan a la siguiente afición en la que sucede lo mismo, de cada vez perdiendo dinero?

¿Y que Flaubert está en cualquier lista de «los diez grandes novelistas»? ¿Tampoco?

Verónica del Carpio Fiestas