Compárese el famoso poema de Baudelaire «Una carroña«, de «Las flores del mal«, enlace aquí a una de tantas traducciones, con este fragmento de Flaubert, de la novela «Bouvard y Pécuchet» (traducción de la edición de Tusquets):
«Quisieron dar como antes un paseo por el campo; se alejaron mucho, se perdieron. Unas nubecitas se encrespaban en el cielo; el viento mecía las campanillas del avenal; a lo largo de un prado murmuraba un arroyo. De pronto los detuvo un olor infecto y vieron sobre unas piedras, entre las zarzas, la carroña de un perro. Los cuatro miembros estaban resecos. El rictus del hocico descubría, bajo los morros azulados, unos colmillos de marfil; en lugar del vientre, parecía palpitar una masa de color terroso bullente de gusanos. Herida por el sol se agitaba bajo el zumbido de las moscas, en aquel olor intolerable, un olor horrible, como voraz.
Bouvard arrugó la frente y las lágrimas humedecieron sus ojos.
Pécuchet dijo estoicamente:
-¡Un día seremos esto!
Los había sobrecogido la idea de la muerte. A la vuelta hablaron de ella.
Al fin y al cabo, no existe. Uno desaparece en el rocío, en la brisa, en las estrellas. El hombre se convierte en algo de la savia de los árboles, y del brillo de las piedras preciosas, del plumaje de los pájaros. Devuelve a la naturaleza lo prestado y la Nada que nos aguarda no es más espantosa que la que dejamos atrás.
Trataban de imaginarla bajo la forma de una noche cerrada, de un agujero sin fondo, de un desmayo continuo; cualquier cosa era preferible a esta existencia monótona, absurda y sin esperanza«.
¿Qué, le ha impresionado? Pues espere a leer «Una carroña» de Baudelaire.
Y ahora, para desengrasar, que se habrá quedado usted tiritando, dos datos:
1) El fragmento transcrito es una parodia. Los protagonistas son dos idiotas que van agotando sucesivamente todos los campos del saber y soltando tópicos, durante casi 300 páginas. ¿No se habrá tomado usted esto en serio?
2) Baudelaire es el paradigma de poeta maldito y un genio de los de épater al burgués. O sea, alguien con el que convivir debía de ser verdaderamente muy difícil, y al que le encanta lo oscuro, lo repugnante, lo lúbrico, lo demoníaco y lo escandaloso, que todo eso lo convierte en poesía, por supuesto con bien de alcohol, bohemia y enfermedades de transmisión sexual. No se lo tome a la tremenda tampoco; no haga como los bienpensantes de esa época. Curioso, además ese escándalo, cuando en realidad es de la tradición cristiana eso de imaginar a una mujer muerta para no sentir deseo sexual por ella, minusvalorarla y esas cosillas; es un clásico.
Aquí tiene un fragmento del poema, de una de tantas traducciones:
«Recuerda aquel objeto que miramos, alma mía,
Esa mañana estival.
Al doblar un sendero una carroña infame
Sobre un lecho de guijarros,
Despatarrada, como mujer impúdica,
Sudando veneno, ardida,
Abría, de una manera inconmovible y cínica,
Su vientre harto de hediondez.
El sol daba sus rayos sobre esa podredumbre»
etcétera, que incluye, como el fragmento de Flaubert, el calor, el olor, los insectos, el seremos eso, que en el caso de Flaubert es «serás» eso, dicho a la amada. Y es que cada cual liga como puede, oiga. Aunque realmente parece que también era un texto irónico; vaya.
Bueno. ¿La carroña de Flaubert es la de un perro? ¿ Y la de Baudelaire? ¿Usted qué opina? Un perro no, porque en el poema sale una perra que ha comido la carroña; vamos, digo yo. Si no fuera infrecuente, supongo, ir dejando vacas muertas por el campo paseable, a mitad del siglo XIX, diría que es una vaca. Será, imagino, reminiscencia de las películas del Oeste.
Y, por terminar. Flaubert publicó «Bouvard y Pécuchet» en 1881, póstumamente; es de suponer que lo escribiría antes de morirse en 1880. «Las flores del mal» se publicó en 1857-68. Vaya, vaya con Flaubert. A ver si nos ha salido plagiario en este memento mori, vanitas y tal.
Verónica del Carpio Fiestas