«Parlamentarismo español». Así se titula un libro de bolsillo editado por Bruguera en 1968, con la siguiente nota en la portada: «Una obra reveladora, a la que las circunstancias han devuelto la máxima actualidad». Ojo, no en 1978, en la Transición, sino diez años antes, en plena dictadura franquista. ¿Qué circunstancias innominadas -es época de censura y de sobreentendidos-, pero sin duda muy concretas, pudieron convencer en 1968 a un editor de una editorial notoriamente comercial de que sería económicamente rentable publicar como libro de bolsillo las crónicas parlamentarias que Azorín escribió cincuenta o sesenta años antes, unas crónicas, además, que no reflejan un parlamento deseable sino ridículo?
No recuerdo que fuera era esa la pregunta que yo me formulé cuando compré y leí ese libro ya antiguo de unos quince años, siendo estudiante universitaria. Y es una pena, porque se abre amplio campo de conjeturas. ¿Qué pasaba exactamente en España en el año 1968 para que mereciera la pena editar esto, aunque, eso sí, con un breve «estudio preliminar de un «catedrático» de una materia que no se específica, pero que San Google me sopla que es de Literatura, no de alguna rama jurídica? El dictador Franco estaba allá por 1968 con los tejemanejes que desembocaron en la designación digital – digital de «a dedo»- de Juan Carlos de Borbón como «sucesor a titulo de rey», en una decisión dictatorial que «aprobaron» las Cortes-pantomima franquista; en España no hubo mayo del 68 -o sí, ya lo discuten los historiadores-, aunque sí seguro movimientos varios. ¿Se publicó quizás el libro pensando en advertir a incautos de los riesgos del parlamentarismo? ¿Fue quizá simplemente una publicación «literaria» como pudiera inferirse del planteamiento «literario» del estudio preliminar, y la nota de la portada es un simple gancho, una ocurrencia? ¿O se disfrazó de literario lo que en realidad era algo político?
Pues ni idea. Y sería interesante saberlo. Porque los libros publicados sin intención, los puramente literarios, no llevan notas normalmente de ese tipo en las portadas…
Pero lo que me interesaba entonces, y me sigue interesando, es cómo Azorín describe el día a día de las ridículas Cortes de primero de siglo XX. ¿ Y qué ve? La mirada escéptica de Azorín no necesita una escritura crítica; ya es crítico, enormemente crítico, solo con describir suavemente lo que ve con su famosa atención al detalle. Y lo que ve, o lo que vemos, son unas Cortes ridículas y sin sentido, que reflejan un país sin pulso. Y, claro, sin mujeres en política; cuando Azorín dice «hombres» y » políticos» quien decir varones, y no se olvide esto cuando se oiga lo que dice tranquilamente tanta gente de que el masculino plural engloba a varones y a mujeres.
Los discursos huecos, las discusiones tontas, los tiquismiquis, reflejan un parlamento como la cáscara vacía de un país caciquil en el que la forma sustituye al fondo, o lo encubre con apariencias de fórmulas democráticas. A Azorín tanto engolado largando discursos y tanto ingenuo que se cree que está haciendo cosas importantes, tantos afanándose en tareas laboriosas e inútiles, tanta gente que se cree que pasará a la Historia cuando muchos no son ni notas a pie de página, aunque sí calles de Madrid, termina incluso por darle pena. Leamos el epílogo. Es largo, y «embaimientos» hay que mirar en el diccionario qué significa, pero merece la pena. Incluso si no se buscan, voluntariamente o no, paralelismos con la España de la segunda década del siglo XXI…
«¿Qué vamos a decir, en resumen, de los políticos españoles, del parlamentarismo español? Cuando hemos ido leyendo estas páginas al corregir las pruebas, hemos experimentado una sensación de lejanía y de ensueño. ¡Qué cercanos están todas estas escenas, hombres e incidentes, y, sin embargo, qué remotos parecen en lo pretérito! Romero Robledo, Silvela, Salmerón, Villaverde, Vega Armijo, Canalejas… ¿ Cuándo hemos conocido a estos hombres? ¿En qué siglo han vívido? ¿Cuáles han sido sus gestas y sus dichos? Al ir rememorando momentáneamente sus ademanes y devures, sentíamos, al par de la sensación de lejanía, un sentimiento de simpatía sincera. Horas nuestras, momentos de nuestra juventud, han transcurrido escuchando a estos hombres, atisbando sus tràfagos, ideas y venidas. Circunstancialmente, en lo pasado, una parte de nuestro espíritu está ligada a la imagen de sus figuras. No tenemos valor para repetir de los políticos españoles lo que tradicionalmente -y con injusticia- se repite de cuando en cuando en instantes de acritud e iracundia. ¿Dónde no habrá trapazas, embaimientos y embelecos? ¿Por qué habrá de ser privativo de España lo que es connatural a los políticos de todas !as naciones? Y decimos mal a los políticos. Decir debemos a toda suerte y linaje de hombres.
Los políticos no son una clase aislada en un país. Una crítica fácil y amiga de zafarse de las responsabilidades echa sobre los políticos la culpa de todos los males y dolamas de un país. ¡Como si todo, en un país, no fuera coherente, solidario y correlativo en la causación del bien y del mal! ¡Como si pudiera darse en la mecánica social algo sin causa, espontáneo y primero! Los políticos no son ni mejor ni peor que las demás clases sociales. No son ni mejor ni peor que los médicos, los ingenieros, los industriales, los mercaderes. Pero los políticos de hallan en una elevada posición, a la vista de todos; sus menores actos y palabras son comentados menuda y aun circunstanciadamente; se escudriñan y husmean hasta sus intenciones; se llega a hocicar y escarbar aun en su vida íntima. ¿ De qué manera, con tal luz, con tal tesonancia no han de ser vistos y agrandados los hechos de un político?«.
Continúa más el epílogo pero con los párrafos anteriores ya se hace usted una idea; y si no, qué se va a hacer. Del contenido de las crónicas no puede hacerse una idea casi seguro porque ni un fragmento he transcrito. Le transcribiría la crónica de 10 de noviembre de 1905 o la de 22 de febrero de 1906, que me parecen especialmente significativa. Se las transcribiría, digo, pero no se las voy a transcribir. Ya esto se está alargando demasiado y probablemente tiene usted que irse a ver el fútbol.

Verónica del Carpio Fiestas
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