La que escribe el párrafo que voy a transcribir es un personaje de la novela «No se lo digas a Alfred», una mujer de cuarenta y cinco años, británica, casada con un catedrático y diplomático, y con hijos adolescentes y veinteañeros. Basil es uno de sus hijos.
«Había quedado con Basil unos días antes, por teléfono; como todos los chicos, Basil era incapaz de leer o escribir una carta. Estaba más preocupada por él que de costumbre. La última vez que había venido a Oxford, su atuendo era del estilo de los teddies, los roqueros de los años cincuenta, y el pelo, que llevaba peinado (o más bien estirado) por encima d ela frente y con una melena corta en la parte de atrás, le daba un aspecto especialmente horrible. Sin duda seguía la moda y eso no era en sí mismo un motivo de alarma. Pero, cuando se quedó a solas conmigo, me habló de su futuro, me dijo que la perspectiva del Ministerio de Asuntos Exteriores le aburría y que pensaba que podía sacar más provecho de su talento para las lenguas dedicándose a alguna otra carrera. La siniestra frase «hacer dinero rápido» fue pronunciada«.
Y «No se lo digas a Alfred» es una novela de la aristocrática y brillantísima escritora británica Nancy Mitfod. La novela se publicó en 1960, está ambientada en los años anteriores y pertenece a su ciclo novelístico compuesto en cuatro novelas chispeantes, inteligentes, divertidas, de aparente, y quizá real, superficialidad, «Amor en clima frío», «A la caza de amor», «La bendición» y «No se lo digas a Alfred», que abarcan la descripción de una época y una sociedad desde aproximadamente 1930 a 1960. No dude en leerlas. Es difícil encontrar lectura más grata que refleje la alta sociedad inglesa más excéntrica, conocida desde dentro, y en tiempos que abarcan varias décadas de paz y guerra en el siglo XX; podemos, claro, pensar también en el grandísimo Wodehouse, que consigue lo mismo que Nancy Mitford, hacer humanos y divertidos, y hasta simpáticos y tiernos, con su punto de ridiculez, a los estirados miembros de la ociosa clase alta británica, aunque es otro estilo Wodehouse, mucho más «humorístico» y divertido hasta la carcajada, incomparablemente más superficial, muchísimo menos realista y desde luego menos «literatura» y, además, temporalmente sería la generación anterior. Y no hay tristeza ni dolor ni muerte ni Historia ni emociones profundas en Wodehouse; sí los hay en Nancy Mitford. Desde mi modesto punto de vista, Wodehouse es mucho mejor, incomparable en su estilo, pero si se anima a leer a Mitford, empiece por «Amor en clima frío».
A todo esto, y releyendo el párrafo transcrito, imposible no acordarse de Mafalda.
E imposible no acordarse de quienes casi sesenta años después de que Nancy Mitford publicara esto se escandalizan porque los jóvenes de ahora se comunican de forma muy rara, no tienen valores y se visten de forma muy rara.
Por cierto, la juventud de hoy en día ha vuelto de nuevo a la comunicación escrita, que era lo que usaba la madre de Basil, y lo prefiere a la voz por el teléfono, que era lo moderno en 1960…
Modernos, los antiguos, que decía también Mafalda.
Y como los antiguos son también modernos, voy a transcribir un párrafo de «A la caza del amor», novela de 1945:
«A principios de 1939, la población de Cataluña atravesó los Pirineos e inundó el Rosellón, una provincia de Francia pobre y poco conocida que se encontró de improviso, en cuestión de días, habitada por más españoles que franceses. Igual que los lemmings se arrojan de repente por las costas de Noruega en un suicidio en masa, sin saber de dónde vienen y adónde van, tan grande es el impulso que los empuja hacia el Atlántico, medio millón de hombres, mujeres y niños huyeron de repente, adentrándose en las montañas y arrojándose a las inclemencias del tiempo, sin pararse siquiera a pensar. Fue el mayor desplazamiento de población en un tiempo tan corto que se había visto hasta la fecha. Sin embargo, al atravesar las montañas no encontraron la tierra prometida: el gobierno francés, con sus directrices vacilantes, no los obligó a volver sobre sus pasos apuntándolos con metralletas en la frontera, pero tampoco los recibió como compañeros de armas contra el fascismo. Los llevó como una camada de animales hasta las inhóspitas marismas de la costa, los encerró tras una cerca de alambre de espino y se olvidó de ellos«.
Verónica del Carpio Fiestas