El Lope de Aguirre de Unamuno y Eróstrato

A Lope de Aguirre, el traidor, figura histórica, le ponemos la cara alucinada de Klaus Kinski en la película Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog.

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La terrible figura histórica del loco, tirano, traidor, asesino, criminal, Lope de Aguirre como figura exótica, con y desde unos ojos extranjeros.

¿Y cómo verían unos ojos españoles de una persona cultísima hace cien años la entonces casi olvidada figura de Lope de Aguirre? ¿Y cómo sería un análisis de la figura de Lope de Aguirre por Miguel de Unamuno?

Pues sería como en este enlace de la Universidad de Salamanca, que recoge completo un artículo de Miguel de Unamuno titulado «Lope de Aguirre, el traidor«, publicado en «Asturias Gráfica» en 1920, en pdf completo Lope de Aguirre,

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y que figura también publicado en el recopilatorio «De esto y de aquello» en Austral, Espasa Calpe.

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Un ángel caído y demoníaco, que intentó dejar renombre perpetuo como fuera, a base de maldad terrible, con una locura tipo Eróstrato, el que en el siglo IV a.C. incendió el templo de Artemisa de Éfeso simplemente para dejar fama de sí mismo. Pero con resultado fallido en el caso de Lope de Aguirre, dice Unamuno en 1920, porque Lope de Aguirre, dice Unamuno, está olvidado.

Eso decía Unamuno en 1920, mezclándolo, claro, con esa desesperación religiosa que Unamuno ve por todas partes.

«Lope de Aguirre, en efecto, no fue un criminal vulgar, instintivo, una pura bestia humana; fue más bien un ángel caído y demoníaco, un demonio, pero angélico. Angélico, como Luzbel. No era la carne bruta, era el espíritu torturado el que le llevaba a sus atroces crímenes, era la desesperación.

«Era de agudo y vivo ingenio para ser hombre sin letras» dice de él, de Lope de Aguirre, el autor de susomentada (sic) Relación [Unamuno cita indirectamente un manuscrito de lope revista 4lope revista 5

la Biblioteca Nacional] quien se harta de llamarle perverso, tirano, diablo, traidor, etc. Al narrar su muerte agrega: «Y ansi fué su ánima a los infiernos para siempre, y dél quedará entre los hombres la fama del malvado Judas para blasfemar y escupir de su nombre, como del más malo y perverso hombre que habíaa nascido en el mundo»

Pero no; ni ha quedado esta fama de él, sino que su nombre es casi olvidado hoy. Y con ello ha querido acaso Dios castigarle, ya que Lope, demoníaco espíritu del Renacimiento, encendido en torturador anhelo de dejar renombre de sí, fuera el que fuese, solía decir «que a lo menos la fama de las cosas y crueldades que hubiese hecho quedaría en la memoria de los hombres para siempre, y que su cabeza sería puesta en un rollo [la picota] para que su memoria no peresciese, y que con eso se contentaba.» 

Unamuno, tan preocupado siempre por las diversas formas de inmortalidad, ¿habría escrito lo que escribió sobre el erostratismo y el castigo de Dios que es el olvido, de haber sabido que Lope de Aguirre, cien años después de su artículo, tiene entrada en Wikipedia, es decir, que se considera suficientemente importante como para que cualquiera de cualquier parte del mundo tarde un segundo en buscar y encontrar datos sobre él,  ni más ni menos que como con cualquier miniactor de televisión con su entradita en Wikipedia, y que sobre él, además, hay literatura y cine, es decir, que al final sí dejó fama, si por fama entendemos permanencia en la memoria y posibilidad de localizar la información?

¿Y que habría dicho Unamuno, y que habría hecho Lope de Aguirre, de haber sabido que cualquier mindundi -un concejal de un pueblo, un actor de tres al cuarto, una diputada que no ha hecho nada especial, una modelo-, tiene entrada en Wikipedia, y con la misma extensión que Lope de Aguirre, confundiéndose y mezclándose el Who is who con la Historia?

Sí, Eróstrato consiguió su fama, porque un pastor insignificante del siglo IV a.C. de la Grecia Clásica ni en broma habría dejado memoria de su existencia como no fuera haciendo algo muy desconcertante, y él lo consiguió de un modo novedoso: destruyendo de forma sacrílega un templo expresamente para conseguir esa fama. Su sistema fue eficaz.

Pero ahora cualquier idiota consigue fácilmente sus quince minutos de fama instantánea y mundial y con rastro permanente en internet, sin hacer nada de interés, ni siquiera algo memorable por lo brutal.

Y ello lleva a plantear algo inquietante. ¿Cómo serán de brutales los Eróstratos y los Lopes de Aguirre de hoy, sabiendo como saben que la fama mundial es instantánea y efímera, aunque paradójicamente deja rastro perpetuo en internet, pero que además para que deje rastro de verdad grande en internet las burradas han de ser tan enormes como las de un Hitler? Da escalofríos pensarlo.

¿Será verdad que, como en «Eróstrato: incendiario«, el cuento de Marcel Schwob, «Las doce ciudades de Jonia prohibieron, bajo pena de muerte, entregar el nombre de Heróstratos a las edades futuras»? Porque si en efecto fue así, fracasó ese intento, y por tanto no basta con prohibir ni bajo pena de muerte que un nombre se transmita al futuro para evitar que llegue al futuro el nombre de quien hace una barbaridad precisamente para que la fama de su nombre llegue al futuro; es decir, que no hay solución para evitar Eróstratos y Lopes de Aguirre.

Y eso que en tiempos de Eróstrato no había internet.

Verónica del Carpio Fiestas

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Todas iban a ser reinas e iban a llegar al mar pero al final sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar

Todas íbamos a ser reinas

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el Valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán.

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos no mecerá.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el Valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantaran:

—«En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar»

Poema «Todas íbamos a ser reinas«, de Gabriela Mistral.

Y por la selección del poema y en recuerdo de todas las mujeres a las que se les prometió y promete que serán reinas y princesas pero que nunca vieron ni ven el mar,

Verónica del Carpio Fiestas

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El gran Wodehouse

Hacia 1930, dos estadounidenses se las arreglan con subterfugios para ser invitados a un castillo francés alquilado por un matrimonio de millonarios estadounidenses. Por motivos distintos, los dos «invitados», sin haberse puesto de acuerdo, se hacen pasar por aristócratas franceses.  Uno, curtido estafador profesional, finge ser duque y su objetivo es robar joyas; el otro, joven millonario bobo e insensato, se hace pasar por un vizconde amigo suyo para intentar recuperar una carta. Ninguno de los dos sabe hablar francés ni esperaba encontrarse al otro allí, ni sabe que el otro no es ni francés ni aristócrata. Y allí se encuentran los dos «aristocratas franceses», con un tercer personaje, la secretaria de la millonaria inquilina del castillo. Conversación en francés, por P. G. Wodehouse:

«—Y ¡qué agradable será para ustedes tener alguien con quien hablar en su propio idioma! Precisamente hace poco estaba diciendo al vizconde que, por más que uno hable bien el idioma extranjero, nunca es lo mismo.

Una pausa un tanto embarazosa siguió a esta perorata.

Acaso por espacio de un cuarto de minuto, los dos aristócratas franceses se miraron mutuamente con perplejidad. Si les hubieran visto, no habrían podido dejar de exclamar: «He aquí dos almas fuertes y silenciosas.»

Mister Carlisle fue el primero en recobrarse del susto.

Parfaitement —dijo.

Alors —dijo Packy.

Parbleu!

Nom d’une pipe!

Hubo otra pausa. Era como si un tema de profundo interés hubiese quedado agotado.

Packy señaló el cielo, acaso significando que allí había algo que mereciera llamar la atención del visitante.

—Le soleil!

Mais oui!

Beau!

—Parbleau! —djo mister Carlisle, regresando displicentemente a temas ya usados.

Hicieron otra pausa. Exceptuando un Oh là là que no sabía como insertar en la conversación, Packy había acabado su repertorio.

Pero mister Carlisle estaba formado de una pasta algo más resistente. Si bien hay mucho que decir, desde el punto de vista moral, contra la profesión de timador, es preciso aducir en su favor, considerándolo desde un punto de vista puramente utilitario, que indudablemente fomenta en sus iniciados una cierta envidiable sangre fría que les capacita para comportarse con graciosa facilidad en circunstancias que dejarían desarmado a un hombre vulgar. Mister Carlisle, después de soportar dos minutos que él hubiese confesado como de los peores de su vida, volvió a ser una vez más el hombre de inagotables recursos.

—Pero verdaderamente, mi querido amigo —dijo con liviana sonrisa—, todo esto es muy delicioso, pero no debe usted tentarme, ¡oh, no! Mi inglés no es bueno, y he prometido a mi instructeur que para mejorarlo lo hablaría de un modo exclusivo. ¿Comprende usted?

Aquel intervalo había dado tiempo a Packy para desenterrar de la memoria una estupenda sarta de vocablos franceses.

C’est vrai —dijo, echando a miss Putman una ojeada que sugería que, en su opinión, lo que iba a decir la iba a callar un buen rato—. Mais c’est vrai, mon vieux. Oh là là, c’est vrai! Yo también estudio inglés y no quiero hablar en francés.»

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Este es un fragmento, digno de las antologías de  literatura de humor, de «Hot water«, novela de P.G. Wodehouse, título que en España se tradujo como «Guapo, rico y distinguido» (¡!).

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Pero con esta o cualquier novela o cuento de Wodehouse, y por muy extraño título que le hayan plantado en castellano, se va a reír, seguro.

Aunque me permito una recomendación: prescinda totalmente de sus primeras novelas y céntrese en las de la época intermedia y última, a partir de, digamos, 1930. Lea todas las de la serie Jeeves, las de la serie del Castillo de Blandings excepto las primeras y las del Club de los Zánganos, que no por casualidad son las más populares; y los cuentos y las novelas sobre el gran Hollywood que Wodehouse conocía personalmente porque, como tantos escritores, trabajó allí.

En libros o cuentos menos conocidos, o de los de los primeros años, o que no pertenecen a esas series, por supuesto que puede haber perlas, y en efecto las hay.

Como precisamente este texto que he transcrito, de 1932, que no es de ninguna serie.

También es antológico el delicioso cuento titulado «The nodder«, «El aprobador«, del que voy a transcribir un fragmento también antológico.

Mister Mulliner, el clásico pesado de pub, está contando la historia de su pariente Wilmot, que fue a Hollywood, y allí encontró trabajo de «aprobador» («asentidor» según otra traducción) en uno de esos grandes estudios cinematográficos plagados de grandes estrellas y directivos megalómanos; en esta conversación los interlocutores son identificados, no por sus nombres, sino por sus bebidas.

«-[…] Era un aprobador.,

-¿Un qué?

Mister Mulliner sonrió.

-Es sumamente difícil explicar a los profanos las extremadamente intrincadas ramificaciones del personal de los estudios de Hollywood. Explicándolo lo más brevemente posible, el aprobador es una especie de siseñor, aun cuando por debajo de este en la escala social. El papel del siseñor [yes-man] es asistir a las reuniones y decir «sí». Un aprobador [nodder], como su propio nombre indica, es un hombre que expresa su aprobación con un movimiento de cabeza. El director general manifiesta su opinión y mira expectante a su auditorio. Es la señal para que el siseñor diga «sí». Este va seguido del segundo siseñor, o vicesiseñor como también se llama, y del siseñor junior. Solo cuando todos los siseñores han dicho sí, el aprobador entra en funciones. Asiente con la cabeza.

Una Pinta de Stout dijo que no le parecía un empleo apreciable.

-No mucho, admitió mister Mulliner-. Es una situación de la cual podríamos decir brevemente que está situada socialmente entre la máquina de hacer viento y el escritor del diálogo adicional. Hay también una casta de Intocables conocidos como ayudantes de aprobadores, pero este es un punto técnico sobre el cual pasaremos por alto

Imposible no acordarse de la política en España, tan llena a rebosar de siseñores, vicesiseñores y aprobadores y de las otras categorías que aparecen en el cuento, como los cuñados honorarios.

Podría haber escrito un post solo sobre esto, sí, ya lo sé, y no crea que no lo he pensado. Pero pasemos a otra cosa.

Al principio de su carrera literaria Wodehouse, pongamos quizá hasta 1930 aproximadamente, no solo no tenía personajes tan esquemáticos como más adelante sino que en sus tanteos iniciales, con un planteamiento moralista, se preocupaba incluso por la crítica social explícita y la lucha por la vida en términos realistas, y los sentimientos profundos o pseudoprofundos amorosos y de otro tipo, y sus personajes jóvenes irresponsables y disolutos aún tenían conciencia e incluso podían arrepentirse de serlo como en «Piccadilly Jim», o encontramos ancianos sin vinculo familiar ni expectativa de herencia a los que cuidar cariñosamente por pura bondad, como en «The adventures of Sally«. Incluso en los primeros textos de la serie del Castillo de Blandings aún aparecen niños pobres y que producen ternura, como en el antológico cuento «Lord Emsworth and the Girl Friend«. Quien tenga la curiosidad de leer «El hombre de los dos pies  izquierdos», atraído a ese libro de 1917 por el humor surrealista de tan fascinante y sugestivo tititulo,  quedará sorprendido y defraudado; encontrará en esa colección heterogénea de cuentos, aparte de un cuento con un Bertie Wooster aún sin Jeeves, un mundo con suicidios, perros a los que se mata porque aburren, parejas que deciden no casarse para no causar perjuicios a un anciano de la familia y de verdad sufren, un mundo que podría ser el de cualquier escritor sin  interés y donde el único humor irrepetible e inimitable está, como simple destello, en el propio título.

Y luego ya no, porque con el tiempo Wodehouse fue depurando y afinando su estilo y su mundo personal. Un mundo irrepetible e inimitable en fondo y forma.

No hay ternura ya más, ni ambientes sórdidos salvo en broma o como suave contrapunto; sí en cambio la Riviera francesa y los grandes casinos, el carísimo restaurante Savoy, el Nueva York de las mansiones, los hoteles y trasatlánticos de lujo, las fastuosas casas históricas de la aristocracia británica. Ni miedo ni dolor por la muerte; las obras de Wodehouse están plagadas de personas huérfanas y viudas, sin que ninguna resulte emocionalmente afectada por la pérdida. La pobreza ya no se describe ni importa aunque haya ricos y pobres, como tampoco los personajes irresponsables, divertidos, encantadores y disolutos son, tras las primeras novelas, otra cosa más que eso, jóvenes irresponsables, divertidos, encantadores y disolutos, sin profundidad de ningún tipo. Y el amor y el desamor ya son los de marionetas, incluso cuando alguno sufre. No hay ya ningún intento siquiera de profundidad en los caracteres. Hay reparto de papeles.

Pero lo que en otros escritores puede ser defecto, en Wodehouse resulta ser, sin embargo, virtud.

Y básicamente su estilo ya asentado consiste en prescindir lo más posible de la verosimilitud, y diría que hasta de la realidad, y olvidarse de que las personas somos complejas y vivimos en un mundo con preocupaciones reales; en una simplificación máxima hasta en diálogos incluso para explicar al lector y a los propios personajes las situaciones más irreales y disparatadas; en ir al grano al máximo y evitar referencias o descripciones salvo para introducir otra nota cómica más; y en tramas y subtramas enrevesadas, increíbles, alocadas y a ritmo acelerado, que a veces recuerdan a una screwball comedy, y con frecuentes giros de la situación -los personajes pasan una y otra vez de creer que han solucionado su problema a encontrarse con que ha surgido otro problema imprevisto o que la situación ha dado de nuevo la vuelta- y con desenlaces sorprendentes, incluso en la propia última página. Sí, a veces, puede haber capacidad de sacrificio en algunos personajes, como el propio Bertie Wooster de la serie Jeeves, que en una obra va a la cárcel por otro, o ese sentido del honor aristocrático de que las deudas de juego hay que pagarlas como sea -pero, contradictoriamente, a costa incluso de ilegalidades- y de que la palabra de matrimonio no puede romperse, incluso si procede de un equívoco, pero ya todo con total superficialidad moral. Y el dinero es problema permanente y para bastantes personajes, sí, pero en broma, porque da igual; no es la realidad de la supervivencia lo que está ya en juego sino, como mucho, un matrimonio que tendría que posponerse pero cuya celebración ni siquiera realmente está en riesgo.

Y ya desde muy pronto, una vez definido del todo el estilo, en los libros y cuentos de Wodehouse no sobra ni falta una palabra; como en los grandes escritores. Y es que hay que dejar muy claro que Wodehouse es un gran escritor.

Y creó Wodehouse un mundo feliz y maravilloso de personajes apenas delineados -salvo, en cierto sentido, el famoso Jeeves y hasta su amo Bertie Wooster- y casi siempre en un contexto de vidas de millonarios británicos, estadounidenses y franceses generalmente ociosos, con apoyo cómico y más o menos protagonismo de criados y servidores varios; con mayordomos varios mucho más inteligentes, astutos o cultos que sus amos, incluso aficionados a leer filosofía, y en todo caso a beber el mejor oporto de sus amos; con robos y secuestros por puro deporte o para evitar rupturas de promesas de matrimonio o para conseguir esas rupturas o por extraños fines varios; con señoras ricas y aristocráticas, autoritarias, altivas, majestuosas y displicentemente groseras con parientes y servidores y que tienen sojuzgados a maridos, hermanos o sobrinos, y con un aspecto que, retrospectivamente, podríamos imaginar como el de Margaret Dumond la de los Hermanos Marx, y que a veces al final reciben su merecido o quedan en ridículo o se les impone el sojuzgado varón de la familia que es quien, claro, debe imponer su voluntad; con esposas ricas, mandonas y ambiciosas que quieren progresar socialmente y para ello han de hacer todo lo posible para que progresen socialmente sus maridos, quieran o no estos, ya que el propio progreso personal de ellas es impensable siendo mujeres y han progresar por persona interpuesta; sin niños que pinten nada, o solo con niños insoportables; con millonarios y ladrones arruinados por el crack de 1929; con policías que quieren ser actores; con aristócratas que quieren ser policías; con la Ley Seca y con contrabandistas de alcohol; con criados tanto o más clasistas que sus amos, agudamente conscientes de las diferencias sociales incluso dentro de la propia extensa y jerarquizada servidumbre y en relación con la clase trabajadora del pueblecito próximo; con excéntricos ricos coleccionistas (de jarritas, amuletos egipcios o pisapapeles) o aficionados con todo tipo de aficiones grotescas, como criar cerdos, y dispuestos a todo por su colección o su afición; con pubs, posadas de pueblo y hoteles de lujo; con lenguado para desayunar en la cama si se es rico; con aristócratas empobrecidos encantados de deshacerse ilegalmente de patrimonio; con equívocos constantes y puertas que se cierran y se abren y parejas que se juntan y separan como en un vodevil y con persecuciones y peleas como en una pantomima; con boxeadores de orejas de coliflor; con parientes que impiden el inadecuado matrimonio de la gente joven de su rica familia, o, al contrario, se empeñan en imponerlo o en propiciarlo y, paradójicamente, con aristócratas que se quieren casar con sus cocineras e incluso compiten con mayordomos por la mano de la cocinera; con chicas de clase alta risibles por ser cultas e intelectuales en vez de ignorantes y por desear que sus novios lean algo más que novelitas de misterio; con padres aristócratas que no quieren a sus hijos, y encantados de perderlos de vista; con potentados que se dedican a insultar y agredir físicamente a sus ayudas de cámara y como algo normal, sin que pase nada; con mansiones enormes llenas de criados invisibles para quienes creen que los criados han de ser invisibles o máquinas automáticas de servir, pero que resulta que no son sordos; con hombres jóvenes ridículos porque son, o quieren ser, serios y responsables en vez de parásitos sociales o familiares; con divertidas agresiones a policías; con apuestas hasta sobre qué clérigo pronunciará el sermón más largo; con niñatos de clase alta que han de congraciarse como sea con familiares ricos para seguir viviendo del cuento; con suplantaciones de personalidad y disfraces; con potentados gordos y con puro como los de las caricaturas clásicas de plutócratas; con borrachos y borracheras; con mujeres feas y de aspecto masculino que, por causa de, o a consecuencia de, ser sufragistas, odian a los hombres y con mujeres atractivas antisufragistas; con delitos irrelevantes si los han cometido ricos, poderosos o aristócratas, cuya palabra no se pone en duda ni por la policía por ser ricos, poderosos o aristócratas; con secretarios indeseables por demasiado responsables y trabajadores; con muchos aristócratas de cerebro de mosquito; con jardineros escoceses tercos como mulas; con mujeres que rechazan casarse con hombres razonables pero finalmente sí se casan cuando se comprueba que pueden actuar de forma brutal como hombres de las cavernas o que son capaces de infringir la ley… Y cuentos sobre golf; imprescindibles para los aficionados a este deporte.

Y en este mundo en paralelo de Wodehouse de ociosos ridículos o extravagantes y servidores en contrapunto, un mundo de arriba y abajo, las historias, anécdotas o  esquemas abstractos se reiteran y entremezclan en diversas versiones, hábilmente modificados unas veces o repetidos sin más.

Distintos aristócratas se quieren casar con distintas cocineras en distintas historias; varios ricos están delicados del estómago; en varias obras hay competencia entre ricos para quedarse con valiosos servidores -mayordomos o cocineras- empleados por otros;  muchos objetos de todo tipo los intentan robar muchos personajes en todo tipo de contextos, más de una vez joyas, más de una vez memorias o diarios, más de una vez objetos de colección; en varias obras personajes en teoría sin formación, como mayordomos y detectives, leen filosofía y alta literatura (Schopenhauer, Spinoza, Bernard Shaw) mientras que aristócratas leen nada o los deportes en el periódico o novelas de misterio, y si son mujeres y leen algo más que novelitas, resultan ridículas; diversos personajes -varones- que siempre mantienen un comportamiento muy morigerado se van de juerga esporádica y explosiva en diversas obras; más de una vez se dice que los hombres el día en que se casan tienen cara de tontos; más de una vez hay equívocos sobre quién está prometido con quién;  varios varones ricos se prometen con camareras; en varias obras juega un papel importante soltar un discurso en un colegio; varios personajes se alegran de que las circunstancias hayan llevado a que su boda no se celebre; en más de una obra el dueño de la casa es confundido con un miembro de la servidumbre; en varias obras un personaje va a buscar comida por la noche a la cocina, con sorprendentes resultados; varias chicas están guapísimas en su ropa de dormir cuando se han de levantar por la noche como consecuencia de extrañas peripecias nocturnas por robos o por lo que sea, y varios mayordomos sorprenden por el curioso color de su pijama, en análogas circunstancias; diversos magnates se irritan si se les coge tabaco sin permiso; en diversas obras hay en perspectiva negocios de gran rendimiento económico pero es indispensable disponer de un poco dinero para poder entrar en esos negocios y hay, pues, que conseguir ese primer dinero como sea con métidos legales o ilegales; los parientes de quien no se ha comportado bien se horrorizan con lo que publica la prensa en más de una obra; varios personajes se disfrazan o se hacen pasar por otros; en varias obras hay personajes que insisten en que otros personajes se pongan de una vez a trabajar seriamente; los cuellos duros de las camisas se ablandan con el calor en más de una obra; de varias personas se cree que han robado algo o han cometido algún hecho que permite poner en duda su salud mental, como consecuencia de la falsa apariencia creada por una desafortunada concatenación de circunstancias; varios sujetos resacosos o que acaban de pasar un disgusto son descritos como piltrafas humanas o como muy parecidos a una porquería que un gato hubiera sacado de la basura; varios personajes gritan de modo descrito de forma análoga cuando llegan por fin, o no llegan, las deseadas bebidas alcohólicas; varios personajes ricos o aristocráticos pretenden conseguir de otros subordinados que hagan las cosas más extrañas o ilegales, apelando a la lealtad feudal propia de la servidumbre, lealtad feudal de vasallo y señor extensible incluso a camareros de trasatlántico de forma expresa; más de un personaje se llama de nombre Lancelot -nombre al parecer anticuado o extravagante-, pero prefiere que no se sepa; bandejas con comida o bebida tiemblan en manos de diversas personas sorprendidas o asustadas; las cejas de más de un mayordomo hiératico se mueven o casi se mueven para expresar extrañeza, en diversas obras; numerosas tías ricas y déspotas intentan impedir o imponer el matrimonio de diversos sobrinos en bastantes obras y en todo tipo de contextos, y, cuando es sobrina, más de una vez para imponer que se case con un rico o aristócrata o persona socialmente aceptable que resulta no ser rico o aristócrata o persona socialmente aceptable; diversos tíos -varones-, por el contrario,  tienen poco o nada que objetar a matrimonios que las tías consideran inadecuados; criados de distintos amos son clasistas y esnobs; más de un personaje afirma que el matrimonio no debe fundarse en enamoramiento sino en planteamiento racional, pero cae enamorado de un flechazo; más de un ladrón en más de una obra desvía la atención de su víctima con un inexistente robo inminente planeado  por otra persona; más de un personaje -varón, porque las mujeres ni se emborrachan ni se van de juerga- de más de una obra no recuerda qué pasó durante una borrachera y se le obliga a hacer algo engañándosele con lo ocurrido; en las borracheras se pasa por la fase alegre, la agresiva y la de sopor; escritores y artistas tipo Bloomsbury aparecen, y son risibles, en más de una obra; las observaciones críticas sobre cómo sienta un sombrero crean conflictos entre parejas ricas de diversas obras; hay más de un ladrón reformado y mas de una caja fuerte que abrir; más de una ambiciosa mujer en más de una obra intenta que su marido sea nombrado para algún tipo de cargo, con la viva oposición del marido; de diversos personajes de diversas obras cuando de forma súbita reciben una impresión o se asombran se dice que se les descuelga la mandíbula inferior o que se tambalean como si hubieran recibido un golpe inesperado, o que canturreaban alegremente y callan de repente, y en esas mismas circunstancias bastantes ojos parecen salirse de las órbitas de bastantes personajes; diversas actrices o exactrices son temibles en diversas obras; hay muchas peticiones de dinero y sablazos pensados, fallidos o conseguidos; diversos objetos escondidos aparecen encima de armarios; en diversas obras diversos hombres persiguen corriendo para agredir brutalmente a quienes, con razón o sin ella, creen rivales en el amor de una u otra chica, sin que a nadie se le ocurra llamar a la policía y hay celos incluso retroactivos; de personajes que quieren hablar y no les dejan se dice en más de una obra que bailotean o ejecutan pasos de baile, para referirse gráficamente a cómo están de nerviosos; varios varones dicen en varias obras «las mujeres no entendéis de esas cosas»; en diversas obras hay matrimonios en segundas nupcias y con hijos problemáticos del primer matrimonio; en varias obras se compara de forma cómicamente desproporcionada el peligro o el daño de un malentendido con el de batallas históricas o inventadas; las relaciones sexuales no existen, salvo como remotísima referencia; la expresión «hombre fuerte y silencioso», de dudoso origen, aparece una y otra vez; más de una mujer inteligente insiste en que su novio tarambana procure convertirse en una persona más culta; más de una mujer cree erróneamente que un hombre se ha enamorado de ella y quiere casarse… Y esto son simples ejemplos.

Así que aparte de que hay ciclos narrativos y personajes que también aparecen y reaparecen en esos ciclos, siempre cada cual en su propio ciclo -aunque Psmith aparece por el Castillo de Blandings-, quien lea intensamente al autor constatará que se repiten tramas, situaciones, expresiones y bromas, aunque por una parte esa repetición no se percibe en caso de lectura esporádica y por otra da igual que se perciba porque los hallazgos humorísticos siguen haciendo efecto. La lógica disparatada del mundo propio de Wodehouse funciona sola.

Y en este mundo propio de Wodehouse encontramos algo que puede sorprender: una impagable parodia del fundador del partido fascista inglés, y que figura en varias novelas de la serie Jeeves.

Porque, no lo olvidemos, detrás de este mundo feliz y ficticio de peripecias insignificantes, pasaban cosas. Prescindiendo de antecedentes sin interés, la obra de Wodehouse empieza en realidad en época de entreguerras, y coincide con la Gran Depresión de 1929,  el auge de los totalitarismos y la Segunda Guerra Mundial.

Y Wodehouse, en su mundo propio, de todo eso terrible de fuera, y que queda fuera, solo incluye un detalle, pero muy significativo: el ridículo, agresivo e inaguantable personaje de sir Roderick Spode, fundador del grupo  fascista «pantalones cortos negros» y dictador aficionado. Este personaje, sin un punto favorable pues hasta la joven de la que se enamora es una boba, es una sátira de los mussolinis varios y de un individuo que de verdad existió, Sir Oswald Ernald Mosley, fundador del British Union of Fascists, «camisas negras». Porque, no se nos olvide, también hubo fascistas en Gran Bretaña en los años 30 del siglo XX, y también los recibían en las mansiones aristocráticas británicas.

Voy acabando. En definitiva, Wodehouse crea un mundo propio que refleja unas terribles diferencias sociales, y simultáneamente subversivo (pegar al policía o robar y quedar sin castigo, y no siempre siendo rico o poderoso; reírse de la gente que se toma la vida en serio o no quiere infringir la ley) y muy conservador (no olvidemos que se traducía y vendía en España en plenos años 40 del siglo XX), y además, con frecuencia, lamento decirlo, suavamente misógino.

Y se puede ser muy feliz leyéndolo.  Y es que Wodehouse es un genio, y no solo ha creado un mundo personal ficticio y abstracto en el que perderse, pero que a la vez está basado en la realidad (¿es que la aristocracia británica no era altanera y había un difícilmente salvable arriba y abajo?) sino que lo ha hecho con un delicioso estilo propio, y ya no me refiero solo a esquemas, tramas y personajes. Y bastante más complejo de lo que parece.

En el estilo peculiar de Wodehouse se funden armoniosamente el ir al grano más directo con el intercalado de frecuentes citas de escritores de la antigüedad clásica, de la Biblia, de Shakespeare y de otros escritores y filósofos varios como Marco Aurelio, y como recurso para eficacia cómica; hay también habituales alusiones a personajes y situaciones de la Historia, como el asesinato de Julio César o la facilidad para conciliar el sueño de Napoleón, y todo ello siempre en sorprendentes contextos. Muchas de las citas literarias o históricas no son explícitas ni aparecen en boca de personajes cultos o educados, y resultan difícilmente detectables en una primera lectura y en sucesivas, al menos a 80 años de distancia y sin proceder quien lea de una cultura anglosajona y de una educación de tipo clásico. A mí personalmente me han pasado muchas desapercibidas, y he tardado en detectarlas,  e intuyo que se me escapan muchas otras. Es posible que un lector medio pudiera captar al vuelo en 1930 una referencia a Shakespeare o a otros escritores, como un lector castellanoparlante medio no necesita que le digan que «se hace camino al andar» es cita de Antonio Machado y «nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir» es cita de Jorge Manrique, puesto que hasta son ya poco menos que frase hechas. Pero,  hoy día,  por no referirme siquiera a citas de poetas semidesconocidos en España como Shelley o Robert Browning, ¿es fácil captar sin previo aviso que eso de las «flechas de la injusta fortuna» es cita de «Hamlet», y no digamos ya si estamos en un contexto humorístico? ¿Y si además, como efecto cómico, es el propio narrador el que dice no recordar la procedencia de la cita o su texto exacto? En la obra de Wodehouse prevalece como técnica la de un narrador innominado, omnisciente y ajeno a los personajes, excepto en la serie Jeeves en la que las historias se cuentan desde la primera persona de Bertie Wooster y, excepcionalmente, del propio Jeeves, y algún otro caso, como en la serie Ukridge; y alguna veces ese narrador omnisciente dice dudar sobre una cita, y Bertie Wooster duda de la exactitud de las citas cada dos por tres, y a veces lo soluciona de forma cómica: preguntando a su mayordomo.

Y hay, finalmente, hallazgos lingüísticos geniales de creación propia, que no menciono porque son innumerables y para animar a quien esto lea a que los encuentre por su cuenta.

Bueno, voy a mencionar uno, de tantos: en una novela se plantea la comparación entre una puesta de sol y un rosbif.

Verónica del Carpio Fiestas

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Humpty Dumpty, lenguaje y Poder

Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!
–No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» –observó
Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
–Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere
decir que «ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien
aplastada».
–Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado»
–objetó Alicia.
Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono
de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que
diga…, ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras
signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que
manda…, eso es todo.

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De “Alicia a través del espejo”,  “Through the Looking Glass”, de Lewis Carroll

Verónica del Carpio Fiestas

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