Dos descripciones literarias de la calma chicha: Coleridge y Conrad

Si pensamos en descripciones literarias de la vida marinera, probablemente lo primero que viene a la cabeza es la literatura británica, por razones evidentes. «Rule, Britannia! Britannia, rule the waves«, que decía aquel. Y quizá vengan a la memoria dos autores, uno de los cuales, el novelista, curiosamente no era británico de origen, sino polaco, y conocía por experiencia propia el mar, y el otro, el poeta, británico 100%, curiosamente no parece que tuviera especial conocimiento directo del mar. Joseph Conrad (1857-1924) escribió muchas páginas sobre el mar en novelas y cuentos; de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) se recuerdan varios poemas (o, al menos, fuera del ámbito cultural británico, los conocemos y recordamos quienes hemos leído los análisis de Jorge Luis Borges sobre su obra), como «Kubla Khan o la visión de un sueño«, y sobre el mar «The rime of the ancient mariner«, «La balada del viejo marinero«. Del horror y la desesperación de la calma chicha en mitad del mar, voy a transcribir unos párrafos de la novela de Conrad «El negro del Narcissus» (1897) y dos estrofas de «La balada (o la canción, o la rima, o la oda, o como se quiera traducir) del viejo marinero».

Empecemos por Coleridge:

«Día tras día, día tras día,

atascados, sin brisa ni movimiento;

tan ociosos como una nave pintada

sobre un océano pintado.

Agua, agua por doquier,

y todas las cuadernas se encogían;

agua, agua por doquier,

y ni una gota para beber«

El texto completo del poema puede localizarse aquí. La traducción transcrita procede del recomendable libro «Orígenes. Cómo la historia de la Tierra determina la historia de la humanidad«, de Lewis Dartnell, Editorial Debate, 2019; otra traducción de esas estrofas puede localizarse aquí.

Y vayamos a «El negro del Narcissus» de Josep Conrad (traducción de Ediciones Barataria, 2006):

«En la sofocante inmovilidad de la calma chicha, las velas gualdrapeaban con furia a lo largo de los oscilantes palos. Estábamos cansados, hambrientos, muertos de sed. Empezábamos a creer a Singleton, pero los disimulábamos ante Jimmy con obstinada fidelidad. Le hablábamos con alusiones jocosas, como regocijados cómplices de una ingeniosa trama; pero mirábamos hacia poniente con ojos sombríos en busca de un signo de esperanza, de una pizca de viento favorable, aunque su primer soplo significara el fin de nuestro remiso moribundo. Pero en vano.«

Verónica del Carpio Fiestas