«Cincuenta caracteres», de Elias Canetti

El lamenombres, el caldealágrimas, la finorola, el calosaurio, la depurasílabas, la hiposcótina, la ovillapenas, la primaluna, el testigo oidor, la arqueócrata, el magalólogo, y así hasta cincuenta caracteres descritos por el escritor (¿cómo describirlo? ¿centroeuropeo, de origen sefardí, de nacionalidad británica?) en lengua alemana Elias Canetti (Bulgaria 1905-Suiza 1994, Premio Nobel de Literatura en 1981) en su libro «Cincuenta caracteres» (ed. Guadarrama, Punto Omega, 1981, traducción Juan José del Solar; título original «Der Ohrenzeuge: Fünfzig Charaktere», 1974). La traducción del alemán de esos extraños nombres «palabras compuestas y en gran parte inventadas», fue ardua, dice el traductor, y el resultado es desconcertante, agudo, poético, brillante y preciso, además de divertido y de inducir a la reflexión y al autoanálisis; y con hallazgos maravillosos, como eso de las ciudades «legibles o ilegibles». Y los caracteres son de muchos tipos; descritos de forma extremadamente sarcástica o puramente descriptiva, y todo a la vez, depende de cómo se mire. ¿Es «literatura», es un ensayo o qué es? No lo sé.

Veamos un par de caracteres:

«El Cazaperfidias escrudriña los rincones y no se deja engañar. Sabe qué hay oculto tras las máscaras inofensivas, adivina al instante lo que alguien quiere de él y, antes que la máscara caiga por sí sola, la arranca con gesto rápido y decidido. […]

Tiene un talento especial para los sistemas. Según él, todo en el mundo obedece a un sistema, nada es casual, cada infamia está ligada a los demás. En el fondo es siempre el mismo sinvergüenza que recurre a infinidad de disfraces para guardar las apriencias. Con su aguda perceptividad, el Cazaperfidias interviene, desenreda todo un lío y lo extrae del montón, lo mantiene en alto y compadece en secreto al creador, que, si bien tuvo mucha habilidad, careció d ela suficiente para engañarlo.»

Al cazaperfidias de 1974, ¿no se le llamaría hoy quizá «el conspiranoico»?

Y vayamos con «el Bibliófago»:

«El Bibliófago lee todos los libros sin distinción, siempre que sean difíciles. Los que se comentan no le dejan satisfecho, han de ser raros y olvidados, difíciles de encontrar. A vaces pasa un año buscando un libro porque nadie lo conoce. Cuando al final lo encuentra, lo lee, lo entiende, lo memoriza y puede citarlo siempre. A los 17 años tenía ya el mismo aspecto que ahora, a los 47. Cuando más lee, menos se transforma. Todo intento de sorprenderlo con un nombre fracasa, es igualmente versado en cualquier campo. Como siempre hay cosas que desconoce, no se aburre nunca. Procura, eso sí, no citar algo que desconozca, no vaya a ser que otro se le adelante en la lectura.

El Bibliófago es como un arcón que nuca se abre para que no se pierda nada. Teme hablar de sus siete doctorados y solo cita tres; muy fácil le resultaría sacar cada año uno nuevo. Es amable y le gusta hablar, y para poder hablar también cede a otros la palabra. Cuando dice «no lo sé», cabe esperar una conferencia detallada y erudita. Es rápido, porque siempre busca gente nueva que lo escuche. No olvida a nadie que lo haya escuchado, el mundo se compone, para él, de libros y de oyentes. Sabe apreciar debidamente el silencio ajeno, él mismo solo calla unos instantes antes de iniciar un discurso. En realidad, nadie quiere aprender nada de él, puesto que sabe mucho más. Propaga incertidumbres no tanto porque sea incapaz de repetirse, sino porque nunca se repite ante el mismo oyente. Sería entretenido si no cambiara de tema. Es justo con sus conocimientos, todo cuenta, cuánto no daríamos por descubrir algo que le importe más que el resto. Pide excusas por el tiempo que, como la gente normal, dedica al sueño.

Con gran expectación y deseando pillarle al fin una mentira, vuelve uno a verle después de varios años. Inútil esperanza; aunque aborde temas totalmente distintos, sigue siendo él mismo hasta la última sílaba […]. Nunca ha ido a una ciudad sin antes leer todo sobre ella. Las ciudades se adaptan a sus conocimientos, corroboran lo que ha leído, no parece haber ciudades ilegibles.[…]

¿Quizá hoy «el Bibliófago» tendría un blog pseudocultureta con un nombre raro y pretencioso, en el que, de vez en cuando, se reiría de sí mismo? Hmm.

Verónica del Carpio Fiestas