Autores que sacan en un libro el propio libro que están escribiendo: Cervantes y Alfonso X el Sabio

Con una modernísima técnica, Miguel de Cervantes utiliza como materia literaria en la segunda parte de «El Quijote» el propio libro de «El Quijote». El Quijote mismo aparece en El Quijote. Varios personajes que figuran en la segunda parte han leído la primera parte del libro y hasta saben cuántos ejemplares se han publicado y dónde, y hablan de ella incluso con Don Quijote y Sancho, quienes son conscientes de esa primera parte que recoge sus aventuras y sus pensamientos y conversan sobre ello; el libro pasa a ser objeto tratado en el libro, el cual se imbrica magistralmente consigo mismo en una pirueta literaria maravillosa en el doble sentido de la palabra que deja boquiabierto de admiración a quien lo lea. Ya quisieran ser capaces de escribir algo parecido muchos novelistas de las vanguardias del siglo XX o de quienes ya están de vuelta de todo en el siglo XXI .

Y Martín de Riquer, ilustre editor del Quijote, en la introducción a su edición, cita un precedente de un libro que cita a sí mismo, nada menos que Las Cantigas de Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII:

«Pero no solo Cervantes aparece en el Quijote, sino el Quijote mismo. En la segunda parte Sancho informa a su amo de que «andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió» […]. La ficción se interfiere perfectamente en la realidad: los entes creados por el ingenio de Cervantes hablan como seres reales de su historia escrita e impresa, y el libro, la primera parte de la novela, es un elemento novelesco más en la segunda, e incluso en bachiller Sansón Carrasco nos da la primera bibliografía del Quijote: «el día de hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aún hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se le trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga» (II,3); y tiene toda la razón, como se ha demostrado, pero lo sorprendente es que esto lo diga un personaje de la novela desde dentro de la novela misma. Unamuno y Pirandello no serán más audaces. Pero lo había sido, cuatro siglos antes que Cervantes, el rey don Alfonso el Sabio, una de cuyas Cantigas de Santa María (la 209) cuenta cómo el propio monarca, enfermo en Vitoria, sanó milagrosamente gracias a que le pusieron encima el libro de las Cantigas de Santa María, o sea el mismo en que se relata«. [«Don Quijote de la Mancha», edición, introducción y notas de Martín de Riquer, Introducción, Clásicos Universitarios Planeta, 1995, p. LXIV).

Y esa Cantiga número 209, cuyo análisis puede consultarse aquí, dice así:

«Como el Rey Don Affonso de Castela adoeçeu en Bitoria e ouv’ ha door tan grande que coidaron que morresse ende, e poseron-lle de suso o livro das Cantigas de Santa Maria, e foi guarido.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz,
a Deus quen lle nega o ben que lle faz.

Mas en este torto per ren non jarei
que non cont’ o ben que del recebud’ ei
per ssa Madre Virgen, a que sempr’ amei,
e de a loar mais d’outra ren me praz.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…

E, como non devo aver gran sabor
en loar os feitos daquesta Sennor
que me val nas coitas e tolle door
e faz-m’ outras mercees muitas assaz?

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…
Poren vos direi o que passou per mi,
jazend’ en Bitoira enfermo assi
que todos cuidavan que morress’ ali
e non atendian de mi bon solaz.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…

Ca ha door me fillou [y] atal
que eu ben cuidava que era mortal,
e braadava: «Santa Maria, val,
e por ta vertud’ aqueste mal desfaz.»

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…
E os fisicos mandavan-me põer
panos caentes, mas nono quix fazer,
mas mandei o Livro dela aduzer;
e poseron-mio, e logo jouv’ en paz,

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…

Que non braadei nen senti nulla ren
da door, mas senti-me logo mui ben;
e dei ende graças a ela poren,
ca tenno ben que de meu mal lle despraz.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…

Quand’ esto foi, muitos eran no logar
que mostravan que avian gran pesar
de mia door e fillavan-s’ a chorar,
estand’ ante mi todos come en az.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…

E pois viron a mercee que me fez
esta Virgen santa, Sennor de gran prez,
loárona muito todos dessa vez,
cada u põendo en terra sa faz.

Muito faz grand’ erro, e en torto jaz…«

El poeta rechaza los remedios de los médicos, pide que le traigan el libro de las Cantigas de Santa María y de repente mejora. O sea, que no solo el libro aparece en el propio libro, sino que, además, cura al autor del libro. No se puede pedir más.

Verónica del Carpio Fiestas

Cervantes y el caballo de la muerte

Cuatro jinetes en el Apocalipsis; cuatro caballos. Tradicionalmente suele decirse que los jinetes son el Hambre, la Guerra, la Peste y la Muerte.  Un jinete es la Muerte.

«Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra«

La Muerte monta en un caballo bayo, amarillo.

Miguel de Cervantes, unos días antes de morir, escribió una carta: la dedicatoria de su último libro,  publicado póstumo por su viuda: «Los trabajos de Persiles y Sigismunda«. La víspera de escribir esa dedicatoria recibió Cervantes la Extremaunción. El pobre Cervantes siente y dice que se muere, y aun en esas circunstancias hace la pelota a un poderoso. ¿Se  trataba de verdadero afecto al duque de Lemos, o del ánimo de conseguir que su mujer Catalina de Salazar, su futura viuda, tuviera más protección en la publicación del libro, o de qué exactamente? Lo sabrán los estudiosos. Yo no lo sé. Sí sé que escribe en términos tales que producen sonrojo.

Y lo que si sé también, es transcribir la dedicatoria. Escrita ya cuando el tiempo es breve, la agonía se aproxima y la esperanza se desvanece, hoy aparece como un terrible ejemplo de abyecta sumisión al poderoso hasta en las puertas de la muerte. Fuera ello lo habitual, previsible y lógico en esa época hasta en mitad del dolor, del sufrimiento y del miedo -qué horrible época, si así fuera-, o fruto de la pobreza y la necesidad de Cervantes, o de su carácter -qué duro pensar que fuera así-. Impresiona cómo Cervantes era consciente de que se moría y escribe desde el sufrimiento y deseando seguir con vida, y que en esas circunstancias haya de escribir que quizá se curaría si viera de nuevo al mecenas. Uf.

«A don Pedro Fernandez de Castro

Conde de Lemos, de Andrade, de Villalva; Marques de Sarria, Gentilhombre de la Camara de su Magestad, Presidente del Consejo supremo de Italia, Comendador de la Encomienda de la Zarça, de la Orden de Alcantara.

Aqvellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comiençan:

«Puesto ya el pie en el estriuo»,

quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epistola, porque casi con las mismas palabras las puedo començar, diziendo:

«Puesto ya el pie en el estriuo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, esta te escriuo.»

Ayer me dieron la estremavncion, y oy escriuo esta; el tiempo es breue, las ansias crecen, las esperanças menguan, y, con todo esto, lleuo la vida sobre el desseo que tengo de viuir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a vuessa excelencia: que podria ser fuesse tanto el contento de ver a vuessa excelencia bueno en España, que me voluiesse a dar la vida. Pero si està decretado que la aya de perder, cumplase la voluntad de los cielos, y, por lo menos, sepa vuessa excelencia este mi desseo, y sepa que tuuo en mi vn tan aficionado criado de seruirle, que quiso passar aun mas alla de la muerte mostrando su intencion. Con todo esto, como en profecia, me alegro de la llegada de vuessa excelencia, regozijome de verle señalar con el dedo, y realegrome de que salieron verdaderas mis esperanças, dilatadas en la fama de las bondades de vuessa excelencia. Todauia me quedan en el alma ciertas reliquias y assomos de las Semanas del jardin y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mia, que ya no sería ventura, sino milagro, me diesse el cielo vida, las verà, y con ellas fin de La Galatea, de quien se està aficionado vuessa excelencia; y con estas obras, continuando mi desseo, guarde Dios a vuessa excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueue de abril de mil y seyscientos y diez y seys años.

Criado de vuessa excelencia,

Miguel de Ceruantes.»

Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo.

«Puesto ya el pie en el estribo» era, al parecer, una copla clásica. ¿El estribo del caballo? ¿Montar a caballo es viajar, viajar es morir?

Y en el Apocalipsis es la Muerte el jinete. ¿Tendría que ver esa copla con el Apocalipsis? ¿Lleva la Muerte al muerto detrás, a la grupa? ¿O el muerto se convierte en La Muerte? ¿Era bayo el caballo donde montó al morir Cervantes?

Pobre Cervantes.

Verónica del Carpio Fiestas

¿Por qué Cervantes prefiere contar cabras a contar ovejas para dormir?

El título del post es una pregunta sin respuesta. Al menos, yo no la tengo. Y es más, me da igual la respuesta.

En el capítulo XX, parte I, del Quijote, enlace aquí, en uno de los episodios más divertidos de la novela y donde el humor es lo que quizá podríamos llamar humor blanco, que no proviene, por ejemplo, de detalles escatológicas, como el que precisamente figura a continuación, ni de golpes y burlas sufridos por los protagonistas, que menudean, Sancho cuenta un cuento a su señor. ¿Un cuento original, que a Don Quijote, lector culto, no solo no le suena sino que le parece que no puede haber tenido precedentes? Eso dice, Don Quijote, pero, según parece, no tanto.

Resumiendo el cuento: Lope Ruiz, pastor extremeño, perseguido por Torralba, pastora -bigotuda, por cierto-, de quien estuvo enamorado, ha de cruzar un río, el Guadiana, con sus trescientas cabras, y el pescador que le puede ayudar a pasar a la otra ribera, a Portugal, solo puede trasladar una cabra en cada viaje, por ser pequeña la barca; Sancho, muy meticuloso en los detalles, empieza a contar uno a uno cada viaje de cabra y barquero,

«Entró el pescador en el barco y pasó una cabra, volvió y pasó otra; tornó a volver y tornó a pasar otra; tenga vuestra merced cuenta con las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria se acabará el cuento, y no será posible contar más palabra dél. Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso; y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver; con todo esto volvió por otra cabra, y otra y otra».

y le pide a su señor que le diga cuántos viajes van, y el cuento se interrumpe cuando Don Quijote, harto, reprochándole su cansino método de literatura oral -y no es la primera vez que se lo reprocha en el mismo episodio-, le exhorta a  que dé por pasadas todas las cabras, que si no, no acabarían en un año, y Sancho, perdido el hilo, porque no sabe cuántas cabras van -¿es lo mismo contar un cuento que contar cabras?-, interrumpe la narración y nos quedamos sin saber cómo acaba. Es un cuento sin final.

«—Haz cuenta que las pasó todas —dijo don Quijote—, no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año.

—¿Cuántas han pasado hasta agora? —dijo Sancho.

—¿Yo qué diablos sé? —respondió don Quijote.

—He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues por Dios que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.

—¿Cómo puede ser eso? —respondió don Quijote—. ¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado por estenso, que si se yerra una del número no puedes seguir adelante con la historia?

—No, señor, en ninguna manera —respondió Sancho—; porque así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.

—¿De modo —dijo don Quijote— que ya la historia es acabada?

—Tan acabada es como mi madre —dijo Sancho.

—Dígote de verdad —respondió don Quijote— que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla ni dejarla jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizá estos golpes que no cesan te deben de tener turbado el entendimiento.

—Todo puede ser —respondió Sancho—, mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir, que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.»

Se trata de una versión de un cuento muy antiguo según los estudiosos. Es realmente, dicen, de esos cuentos para dormir; para que se duerman narrador y oyente, y que se explica aquí en el contexto de una noche en vela y con el dato de que Sancho prefiere dormir y que Don Quijote se duerma; estamos en la noche de la aventura de los batanes, con el miedo en el cuerpo, al menos Sancho. Es decir, que Sancho, o mejor dicho Cervantes, nunca tuvo intención de contar el cuento, porque no habia nada que contar, salvo contar en el sentido numérico, como no lo hay en el cuento de la buena pipa o en la canción infantil infinita del elefante que se balanceaba en la tela de una araña.

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q2q3

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Bien.

¿Pero por qué cabras?

Si los autores explican que los antecedentes literarios mencionaban ovejas, y a día de hoy seguimos contando ovejas para dormir

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(¿es decir, que por lo visto siempre ha habido ovejas en el cuento y el método para conciliar el sueño?), la pregunta surge sola. ¿Por qué Sancho habla de cabras? Porque ovejas había en la zona; figuran ovejas en la obra. Sancho había sido cabrerizo de joven o niño, ¿Sería por eso?

¿O era una broma, otra, de Cervantes, una broma dentro de una broma? ¿Cervantes se burlaba también de la tradición literaria, al escoger otro animal, y justo un animal que en los bestiarios medievales tiene tan mala reputación?

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Y eso nos lleva a la pregunta del millón, que me da igual que me contesten: ¿son las cabras per se más divertidas que las ovejas?

O a la verdadera pregunta del millón: ¿sirve para dormirse contar cabras en vez de ovejas?

Me encanta Cervantes.

Verónica del Carpio Fiestas