Proceso por la sombra de un burro

«Demóstenes el orador, en una ocasión en que los atenienses le quitaron el uso de la palabra en la asamblea, alegó que solo quería decirles dos palabras y, cuando guardaron silencio, dijo: «Un joven alquiló en verano un burro para ir desde la ciudad hasta Megara. El el centro del día, cuando el sol calentaba con más fuerza, tanto el alquilador como el propietario del burro quisieron ponerse a su sombra. Cada uno intentó entonces impedírselo al otro, sosteniendo el propietario que había alquilado el burro, no su sombra, y manteniendo el alquilador que tenía plenos poderes sobre el animal». Dicho esto, se retiró, y cuando los atenienses lo retuvieron, instándolo a que contara el resto de la historia, les dijo: «De modo que queréis oírme hablar de la sombra de un burro y, en cambio, cuando hablo de asuntos importantes, no queréis escucharme.» [«Cuentos de sombras», seleccionados por José María Parreño, Siruela, Madrid 1989]

Demóstenes se equivocaba: la sombra del burro sí es importante. Más aún, la regula la normativa española vigente. Estamos hablando del inciso final del artículo 1.258 del Código Civil, precepto de uso muy frecuente en los tribunales españoles:

«Artículo 1258

Los contratos se perfeccionan por el mero consentimiento, y desde entonces obligan, no sólo al cumplimiento de lo expresamente pactado, sino también a todas las consecuencias que, según su naturaleza, sean conformes a la buena fe, al uso y a la ley.»

Ah, y si se quieren saber las posibles consecuencias de un pleito sobre la sombra de un burro, nada mejor que la obra «Proceso por la sombra de un burro», del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) , sobre el catastrófico pleito de enormes consecuencias e implicaciones políticas, filosóficas, religiosas y de todo tipo entre un dentista que ha alquilado un burro y el propietario del burro, por la sombra del burro y/o por la Justicia. Es una comedia (¿o quizá una farsa o una sátira?), ambientada en la Grecia clásica. De entre las múltiples versiones teatrales grabadas que figuran en Internet, voy a insertar una que solo conserva las voces y no las imágenes de un grupo de teatro más que clásico en el teatro español: la versión de la obra por el «Teatro Experimental Independiente», T.E.I., en 1966. He escogido esta versión por una razón: que, según parece, en su origen la obra de Dürrenmatt fue escrita como pieza radiofónica.

Y si alguien estuviera interesado en analizar una obra aún más clásica en la que hay que tener en cuenta el artículo 1.258 del Código Civil, no tiene más que leer, o releer, «El Mercader de Venecia» de Shakespeare y ver las consecuencias que tiene pactar la entrega de un corazón humano pero sin derramar ni una gota de sangre. Hay alumnos de Derecho Civil que ya lo han hecho…

Verónica del Carpio Fiestas

Huckelberry Finn como literatura juvenil, o algo

Con Huckleberry Finn sería posible un análisis de diversas instituciones jurídicas. Sería interesante proponer un trabajo de esos de subir nota, o de mero goce jurídico, sobre los puntos jurídicos de Derecho Civil que contiene la novela, y que son muchos, incluyendo por ejemplo, la venta de bienes de menores o la tutela. Aunque, claro, el verdadero punto jurídico que plantea el libro es nada menos que uno referente a venta de esclavos; pero no porque el autor, Mark Twain, ponga en duda la legitimidad de la propiedad sobre seres humanos y su posibilidad de enajenación, sino porque el objeto de controversia es quién sería exactamente el propietario en tales y cuales circunstancias de una venta de esclavos por quien no es propietario, una venta cuya licitud se discute. Pff.

Partiendo de que da exactamente igual que haya o no literatura juvenil, y que literatura juvenil es el Quijote o la Eneida o Chesterton, ¿cómo ha podido crearse el malentendido de que «Las aventuras de Huckleberry Finn», de Mark Twain, es literatura juvenil en el sentido que a esta expresión suele darse, algo digerible, aventuras? Sería interesante saberlo y seguramente ya hay quien lo sepa. No hace falta haber leído el  «Psicoanálisis de los cuentos de hadas » de Bruno Bettelheim (¿o quizá sí?) para detectar la violencia implícita en los cuentos de hadas, en los cuentos infantiles clásicos. Pero la violencia de «Las aventuras de Huckleberry Finn» es de otro estilo.

Es, para empezar, una violencia que se podría llamar estructural, social. La novela del río, se dice; la novela de la amistad entre un adolescente desvalido y maltratado y un esclavo, entre la infancia sin infancia y el adulto a quien se quiere privar de su condición humana, entre dos personas de la humanidad doliente que se apoyan recíprocamente, en un mundo hostil. Sí, claro, hay «aventuras», y hay río y hay amistad. Pero es precisamente el mundo hostil y espantosamente violento el que difícilmente puede considerarse lo más idóneo para lo que de forma convencional se considera literatura infantil o juvenil. Vemos el catálogo no exhaustivo de barbaridades:

  • Un chaval analfabeto, Huck, de ¿once, doce, trece años de edad?, sin madre, con un padre que es un repugnante borracho, desecho humano, que lo maltrata, huye de la familia de acogida. Hasta aquí, podría ser hasta un cuento de hadas clásico, o tipo dickensiano, en plan políticamente incorrecto.
  • La huida sin destino claro en compañía de otro paria, Jim, esclavo fugitivo, y encontrándose con diversos monstruos. También hasta aquí otro cuento de hadas clásico.
  • Pero los monstruos con los que se encuentran son la sociedad de la época y las personas normales. Las personas NORMALES.
  • Sí, se unen a unos  delincuentes (inevitable mencionar aquí la novela picaresca,  incluso el Lazarillo), que lo mismo venden crecepelo que quieren robar a unas huérfanas y que traicionan a sus propios compañeros desvalidos. Pero esos delincuentes son los MENOS violentos de los numerosos personajes que salen en la novela. Los más violentos, los más monstruosos, son las personas normales y respetables. Veamos unos ejemplos, en enumeración no exhaustiva:
    • Una respetable y religiosa señora de mediana edad no solo tiene esclavos como lo más normal del mundo sino que se propone vender a uno en zona alejada, y así separarlo para siempre de su familia.
    • Dos grupos familiares -con sus esclavos, claro- están enfrentados en una guerra a muerte, literalmente a muerte, por motivos ya olvidados y que dan igual, y en esa guerra estúpida en la que ni se plantea que intervenga una autoridad, porque si hay no aparece, hasta niños matan y mueren.
    • La pobreza es terrible. Hambre, literalmente. Y da igual.
    • A los esclavos, porque los hay, como lo más normal del mundo, se les tortura y se les carga de cadenas.
    • A los delincuentes no se les juzga; o se le lincha o se le empluma, o sea, se les tortura, porque emplumar, eso que suena tan divertido, es torturar, y por la web se encuentran análisis de cuántos podían morir o sufrir lesiones permanentes por ello.
    • Cuando se menciona un accidente en un barco  como consecuencia del cual fallece, se dice, un hombre, comenta una respetable señora -hay muuuuchas señoras respetables  en el libro- que menos mal, que solo es un negro, que a ver si tienen más cuidado porque si hay más accidentes cualquier día puede morir una persona -naturalmente los negros no son personas-.

Pero todo eso podría ser simplemente dickensiano, forzando mucho el término, muchísimo, si no fuera que hay más. Dos ejemplos:

  • Un niño -el famoso Tom Sawyer, amigo de Huck- organiza la aparatosa fuga de un negro esclavo, y lo hace por una única razón: porque sabe que ya está liberado, que no es ya esclavo, y por tanto él, el chaval, se puede permitir jugar a la liberación de esclavos, porque sería impensable que ayudara DE VERDAD a robar la propiedad de nadie, porque eso y no otra cosa es liberar un esclavo: robar. Y no solo juega a liberarlo, cuando puede ponerlo en libertad solo con contar la verdad que solo él conoce de que ya está liberado, y mientras sigue prisionero el pobre señor, sino que además lía una estrategia para COMPLICAR la fuga, para que no sea fácil. Es decir, que hace sufrir doblemente al cautivo, primero porque pudiendo conseguir la libertad inmediata prefiere jugar a liberarlo, y segundo porque además deliberadamente complica una fuga innecesaria no solo posponiéndola sino haciéndola arriesgada y física y psicológicamente dolorosa. Y en esas circunstancias, cuando el que ya no era esclavo se entera de que todo ha sido un juego, no solo no le reprocha que deliberadamente le haya ocultado que ya era libre y lo haya mantenido en esclavitud, una esclavitud con cadenas y separado de su familia, cuando sabía que ya no era esclavo, y que le haya obligado a sufrir una dura fuga innecesaria y que la haya prolongado como un juego y con riesgo de muerte, no solo no se enfada con el chaval, sino que LE AGRADECE la propineja que le da por haber participado en el juego.

Y Tom Sawyer, ese niño malvado o estúpido, o monstruoso, o todo ello a la vez, que hace sufrir por diversión a una persona desvalida, es presentado como un héroe, como un travieso, como un divertido, ingenioso y valiente preadolescente, y así parece haber quedado en la memoria colectiva. Hay que fastidiarse.

  • Y quizá se lleva la palma, en dura pugna con el ejemplo anterior, este impresionante discurso, todo dignidad, de alguien contra el cual va la turba, alguien a quien una turba malvada, estúpida y manipulable quiere linchar:

«–¡Mira que venir vosotros a linchar a nadie! Me da risa. ¡Mira que pensar vosotros que teníais el coraje de linchar a un hombre! Como sois tan valientes que os atrevéis a ponerles alquitrán y plumas a las pobres mujeres abandonadas y sin amigos que llegan aquí, os habéis creído que teníais redaños para poner las manos encima a un hombre. ¡Pero si un hombre está perfectamente a salvo en manos de diez mil de vuestra clase…! Siempre que sea de día y que no estéis detrás de él. ¿Que si os conozco? Os conozco perfectamente. He nacido y me he criado en el Sur, y he vivido en el Norte; así que sé perfectamente cómo sois todos. Por término medio, unos cobardes. En el Norte dejáis que os pisotee el que quiera, pero luego volvéis a casa, a buscar un espíritu humilde que lo aguante. En el Sur un hombre, él solito, ha parado a una diligencia llena de hombres a la luz del día y les ha robado a todos.

Vuestros periódicos os dicen que sois muy valientes, y de tanto oírlo creéis que sois más valientes que todos los demás… cuando sois igual de valientes y nada más. ¿Por qué vuestros jurados no mandan ahorcar a los asesinos? Porque tienen miedo de que los amigos del acusado les peguen un tiro por la espalda en la oscuridad… que es exactamente lo que harían. Así que siempre absuelven, y después un hombre va de noche con cien cobardes enmascarados a sus espaldas y lincha al sinvergüenza. Os equivocáis en no haber traído con vosotros a un hombre; ése es vuestro error, y el otro es que no habéis venido de noche y con caretas puestas. Os habéis traído a parte de un hombre: ese Buck Harkness, y si no hubierais contado con él para empezar, se os habría ido la fuerza por la boca. No queríais venir. A los tipejos como vosotros no os gustan los problemas ni los peligros. A vosotros no os gustan los problemas ni los peligros. Pero basta con que medio hombre, como ahí, Buck Harkness, grite ¡A lincharlo, a lincharlo! y os da miedo echaros hacia atrás, os da miedo que se vea lo que sois: unos cobardes, y por eso os ponéis a gritar y os colgáis de los faldones de ese medio hombre y venís aquí gritando, jurando las enormidades que vais a hacer. Lo más lamentable que hay en el mundo es una turba de gente; eso es lo que es un ejército: una turba de gente; no combate con valor propio, sino con el valor que les da el pertenecer a una turba y que le dan sus oficiales. Pero una turba sin un hombre a la cabeza da menos que lástima. Ahora lo que tenéis que hacer es meter el rabo entre las piernas e iros a casa a meteros en un agujero. Si de verdad vais a linchar a alguien lo haréis de noche, al estilo del Sur, y cuando vengáis, lo haréis con las caretas y os traeréis a un hombre. Ahora, largo y llevaos a vuestro medio hombre.

Al decir esto último se echó la escopeta al brazo izquierdo y la amartilló.

El grupo retrocedió de golpe y después se separó, y cada uno se fue a toda prisa por su cuenta«.

Gran discurso, gran dignidad, de quien hace frente, solo, a la turba, ¿no? Un verdadero valiente, una gran persona, la personificación de la dignidad, ¿no?

Pues no. Quien suelta ese dignísimo discurso es un respetable coronel -qué de gente respetable, ¿verdad?- que acaba de asesinar en público, a sangre fría, de un disparo, a un pobre viejo borracho indefenso que le molestaba ligeramente, como molestaba a tantos, y lo ha hecho además delante de la propia hija del asesinado.

El paradigma de la dignidad, el precedente literario del abogado de «Matar a un ruiseñor», que se defiende de la turba  y se enfrenta a ella, y que reprocha a la turba su cobardía y a la Justicia su inaplicación, resulta que aparte de, por supuesto, estar a favor de la pena de muerte, es un repugnante asesino a sangre fría.

Vaya. Y el humor lo reserva Twain para otros casos «divertidos», como las complicaciones del juego del «valiente y divertido» Tom Sawyer para «liberar» al esclavo. Qué divertido cuando no consiguen hacer un túnel para la fuga usando instrumentos tipo cucharillas.

Un clásico de la literatura infantil. Mirada dickensiana. Ajá. Ya. Ni con Bettlelheim en la mano.

Verónica del Carpio Fiestas

El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo, de Balzac

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Si en el post anterior ya se ha hecho mención a «Sobre la decadencia del arte de mentir», de Mark Twain, y a la obra de Thomas De Quincey «El asesinato considerado como una de las bellas artes«, urge referirse a otra obra sobre otras  artes: «El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (en diez lecciones)«, de Honoré de Balzac.

Se trata de una obra publicada en 1827, es decir, el mismo año de la obra de De Quincey. Curiosa coincidencia. ¿Sería quizás una broma habitual de la época, esa de usar irónicamente eso de «arte» para referirse a algo penalmente perseguido? Porque en una época en la que no pagar deudas podria ocasionar cárcel en diversos sitios de Europa, Francia incluida como se desprende del propio libro- la prisión por deudas está, por ejemplo  en la maravillosa novela «Los papeles póstumos del club Pickwick» y por supuesto en «La pequena Dorrit«, por Dickens-, no era ninguna tontería plantear lo de no pagar las deudas como un arte.

Vaya filón para juristas es «El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo». Especialmente interesante, la «primera lección», titulada «De las deudas», con su análisis y clasificación, y  la «segunda lección», titulada «Sobre la amortización de las deudas». Ninguna tontería sería tampoco recomendar este libro a estudiantes de Derecho para una lectura crítica y no solo histórica. Me he reído leyéndolo, en la medida en que es posible reírse sabiendo las tragedias que el impago de deudas causaba y causa, y el problema añadido clásico del gorrón o sablista, o moroso profesional. Menos mal que nuestros sabios legisladores son capaces de encontrar un equilibro lógico entre la seguridad del tráfico jurídico y a humanidad y la piedad, ¿no? ¿NO?

Verónica del Carpio Fiestas

Balzac, Ana Magdalena Bach, la reina María Luisa de Parma y más: post sobre mortalidad infantil

femme30Huelga explicar qué es «La comedia humana» y quién es Balzac. Lo único que se atreve a hacer una lectora que ha leído y releído una larga lista de obras de Balzac es recomendar a quien haya venido a parar a este blog y que no conozca a Balzac que coja cualquiera de las obras que componen «La comedia humana», ya que, como es bien sabido, forman parte de un proyecto único de descripción de la Francia de la época, pero son independientes, y se ponga a leer ya. Hay muchas peores formas de perder el tiempo que leer a Balzac; y pocas más baratas. Y Literatura con mayúsculas de nivel de Balzac, escasa.

De los valores literarios para qué se va a hablar, si está todo dicho. De la voluntad de descripción fiel de una sociedad, también. Pero de los otros valores, de los valores emocionales, quizá no está dicho todo. En «La mujer de treinta años«, que empieza ambientada en el año 1813, figura este párrafo que refleja unos valores emocionales que, a nuestros ojos actuales, resultan un tanto extraños. La marquesa, personaje de la novela, sufre muchísimo. Y el autor dice lo siguiente, al analizar cuál es el dolor más duradero, más fuerte, el verdadero dolor:

«Pero entre todos los dolores, ¿a cuál pertenecerá ese nombre de dolor? La pérdida de los padres es un pesar para el que la naturaleza nos apercibe a los hombres; el dolor físico es pasajero y no afecta al alma, y, en caso que persista, deja de ser un mal para ser la muerte. Que una madre joven pierda a su primer hijo y el amor conyugal no tardará en darle un sucesor. También ese efecto es pasajero. En una palabra, que esas penas y otras semejantes viene a ser algo así como golpes, heridas, pero ninguna de ellas afecta a la vitalidad en su esencia y menester es que se sucedan de un modo extraño  para que maten en nosotros ese sentimiento que nos mueve a buscar la dicha. El grande, el verdadero dolor sería, por consiguiente, un mal lo bastante mortífero para alcanzar a la vez al pasado, al presente y al porvenir; no dejar ninguna parcela de la vida en su integridad, desnaturalizar para siempre el pensamiento, inscribirse inalterablemente en labios y frente, romper o aflojar lo resortes del placer, poniendo en el alma un principio de empacho por todas las cosas de este mundo. Y todavía, para ser inmenso, para pesar sobre alma y cuerpo, habría que surgir ese mal en un momento en la vida en que todas las energías de alma y cuertpo son aún jovenes y  fulminar un corazón bien vivo. Abre entonces el mal una ancha brecha; grande es el dolor y no hay ser alguno que pueda salir de esa crisis sin algún poético cambio; o toma el rumbo del cielo o, si sigue aquí abajo, vuelve a entrar en el mundo para mentirle al mundo, para desempeñar en él un papel conociendo ya los entrebastidores adonde uno se retira para echar cuentas, llorar o bromear. Después de esas crisis solemnes no hay ya misterios en la vida social, que ya está irrevocablemente juzgada. En las mujeres jóvenes, de la edad de la marquesa, ese primer dolor, el mas punzante de todos los dolores, reconoce por causa siempre el mismo hecho.»

Y ese hecho es, según Balzac un problema amoroso, en el caso concreto con el añadido de la muerte del amante.

Balzac pone eso como un dolor que está POR ENCIMA y como incomparablemente más fuerte y duradero que el que causa a una joven madre la muerte de un hijo.

Para los hijos hay repuestos y el dolor es pasajero.

Balzac es reputado como un fino conocedor de la mentalidad de su época. Una de dos, o aquí acertó o no acertó. Si no acertó, ¿en qué más cosas no acertó? Si acertó, ¿es posible mayor contraste con la situación actual? Sostener que la muerte de un hijo no sea el mayor dolor, algo que se arrastra toda la vida y la condiciona, es hoy algo que resultaría poco menos que impensable.

Pero en las primeras décadas del siglo XIX, ¿los sentimientos eran otros?

Naturalmente, está el dato evidente de la elevadísima mortalidad infantil en esa época, y antes, y después. Sorprende esa afirmación tan frecuente de que el dolor por la muerte de un hijo es tan fuerte porque es antinatural no sobrevivirle; demuestra una falta de perspectiva histórica. Lo natural, a lo largo de la Historia, ha sido precisamente lo contrario: que un alto porcentaje de los miembros que componían la prole NO sobreviviera a los progenitores, y ser consciente de que sería así.

No es casualidad que en fecha tan avanzada como 1889 el  Código Civil español no concediera la personalidad a efectos civiles hasta transcurridas veinticuatro horas del nacimiento, en un precepto, por cierto, que se ha mantenido vigente hasta hace bien poco, 2011. Con todos los matices que en un post no jurídico sobran: no merecía la pena considerar a los bebés del todo como personas -iban a inscribirse al llamado «Legajo de Abortos» si morían en esas veinticuatro horas-, hasta que se constatara que sobrevivían al parto y al posparto inmediato.

«Artículo 30. Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno»

En Alemania, el músico Johann Sebastian Bach tuvo según parece veinte hijos y le sobrevivieron nueve. Es muy interesante en «La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach» -por cierto, conviene leer ese libro, aunque no lo escribiera la mujer de Bach y quizá refleje la mentalidad de cuando se escribió por Esther Meynel en las primeras décadas del siglo XX- anamagdalenacómo se analiza el dolor de los cónyuges Bach Ana Magdalena era la segunda esposa, con la que tuvo trece hijos-, ante el hecho previsible, repetido e irremediable de la muerte de hijos en la infancia.

En España, en lo que viene a ser más o menos la siguente generación a los cónyuges Bach, y época contemporánea a la novela de Balzac, la reina María Luisa de Parma, esposa del rey Carlos IV de España y madre del rey Fernando VII, en una familia que es de suponer que gozaba de la mejor asistencia médica, la mejor comida y el mejor alojamiento que podían proporcionar la Riqueza y el Poder, tuvo al parecer veinticuatro embarazos con diez abortos y catorce hijos nacidos, de los cuales la mitad no superaron la infancia; obsérvese que no digo que fueran hijos de la pareja real, puesto que tantos mencionan que todos o algunos de los hijos eran adulterinos, de forma calumniosa o no. Y curiosamente quienes  aluden al carácter difícil de la reina no parece que se pongan a reflexionar mucho sobre cómo esos dolores repetidos de una madre ante tantos hijos e hijas muertos podrían haber afectado a su carácter.  luisaparma

¿O es que no afectaba al carácter? ¿Puede quien esto lea creer que no afectara al carácter de una mujer pasar por veinticuatro embarazos, en una época en la que tantísimas mujeres morían en el parto y no existían sistemas anticonceptivos eficaces, con diez abortos, y que de los catorce bebés vivos solo llegaran a adultos siete? ¿No será quizá un planteamiento un tanto machista y sesgado ese de soslayar como si no existiera todo lo que eso significa en la vida de una persona? Por no hablar siquiera de las consecuencias físicas, claro.

Y, en general, ¿cómo afectaba al carácter de CUALQUIER mujer de cualquier clase social la perspectiva anticipada de la muerte probable de su prole? ¿El saber anticipadamente que el parto sería de riesgo, porque todos los eran, y que el resultado de ese riesgo sería la muerte de ella misma y del bebé, o en el mejor de los casos la dudosa supervivencia del bebé a las enfermedades de la infancia y una alta probabilidad de que no llegara a la vida adulta? ¿Y el dolor cuando tal cosa en efecto sucedía? Y sabiendo además que la llegada de los hijos no la podrían además evitar ni programar, salvo que aceptaran un celibato que solo en el caso de las monjas era socialmente bien considerado y que además las dejaría probablemente inermes en la vejez y la enfermedad.

Por acercarnos más en el tiempo, y circunscribir la selección a Europa y a unos cuantos países. Pongamos por ejemplo, y escogidas al azar entre innumerables obras del siglo XIX o primeras décadas del XX, dos policiacas clásicas, pero elegidas precisamente porque no pretenden un análisis psicológico serio ni una denuncia social, sino simplemente describir de pasada una realidad aceptada como normal y presentada como habitual. En «El gran misterio de Bow», de Israel Zangwill, publicado en 1892, de un personaje femenino, la Sra. Drapdump, se menciona que perdió a sus dos hijos en la primera infancia, de difteria y escarlatina. En el cuento de Agatha Christie titulado «La mujer rica», del libro de cuentos «Parker Pyne investiga», publicado en 1932-33, la Sra. Rymer, viuda de mediana edad, menciona que tuvo cuatro niños «y ninguno de ellos llegó a hacerse mayor».

Y mejor no escoger de entre las innumerables las obras de Pérez Galdos, escritor realista; no sé si sería exagerado decir que quizá se tardaría menos en citar una en la que NO hubiera niños o niñas que mueren en la infancia. En realidad casi es más apropiado decir que es DIFÍCIL, muy difícil, encontrar una novela del siglo XIX, española o extranjera occidental que aluda a la vida de una familia en la que no haya progenitores que sobreviven a su prole.

Y si nos vamos a la observación de Balzac quizá es que  no afectaba al carácter de forma grave. ¿Puede ser eso verdad?

¿Cómo sería ese embotamiento masivo de la sensiblidad, tan impensable hoy, si es que tal cosa había?

¿O, cuanto menos, esa mayor capacidad de aceptación del sufrimiento?

¿Y qué consecuencias tendría para una sensibilidad mayor o menor en OTROS temas?

Se me ocurre una coincidencia temporal, en el entendido de que anticipadamente asumo que puede ser una tontería y que además soy muy consciente de que las meras coincidencias temporales, incluso si en este caso existieran, no significan correlación ni causalidad: las ejecuciones públicas con métodos espantosos para asesinatos oficiales han sido eso, públicas, hasta hace poco, y la supresión de métodos de tortura y asesinato públicos ha venido más o menos a coincidir en Occidente con la mejora sustancial de los índices mortalidad infantil. Hoy sería impensable que hubiera ejecuciones públicas con torturas como las que describe Voltaire en su «Tratado de la Tolerancia», o las innumerables horripilantes muertes y torturas públicas por variadísimos sistemas que recogen los libros de Historia y reflejan la iconografía religiosa y la Literatura.

Falta quizá por estudiar -o me gustaría conocer esos estudios, si los hay- cómo afectaba al carácter individual y colectivo de TODA una sociedad que TODAS las mujeres supieran que tendrían hijos que con alta probabilidad morirían antes que ellas.

Y TODOS los hombres.

Verónica del Carpio Fiestas