
Un joven ruso de buena familia, de viaje por Frankfurt en 1840, se enamora de una joven italiana de una clase social inferior y muy honrada, y se comprometen para casarse tras unos días de conocerse y cancelar ella su previo compromiso con otro; el joven, fascinado no menos repentinamente por otra mujer, casada, abandona a la primera apenas iniciado el noviazgo, y es luego abandonado por la segunda. Esta es la escasamente discriptiva sinopsis de «Aguas primaverales», novela corta del insigne escritor ruso Iván Turgueniev publicada en 1872 y enfocada como las reminiscencias agridulces del protagonista de lo acaecido 30 años atrás, en tono serio y nostálgico. Pero vayamos a los hechos, más allá de la sinopsis.
- La joven, de 19 años, iba a casarse sin amor con un joven comerciante alemán en buena situación económica. Ese matrimonio se planteó por su madre como lógica obligación moral de toda joven de contribuir a sostener a su familia.
- El hermano de la joven, delicado de salud, tiene 15 años y ya trabaja.
- La madre es una pobre viuda, y viuda pobre, carente de la protección de un marido. Se deduce que tiene unos, digamos, ¿40 años?, y se queja de la inminente vejez.
- Un joven militar alemán borracho ofende gravemente a la joven, cuando está con el novio, el ruso y otros allegados en un restaurante. La insolencia, intolerable, más al novio que a la chica, consiste en brindar por la chica diciendo que es guapa y coger una flor que había junto a su plato.
- El novio alemán es un cobarde, al no cumplir con su obligación de batirse en duelo, y se le ridiculiza; el joven ruso, pese a que no le corresponde, es quien se bate. La grave ofensa da lugar a un duelo a pistola, con testigos, médico y demás detalles clásicos para jugarse la vida de forma ritualizada en defensa del honor, incluyendo el «uno, dos y tres» antes de los disparos, el mismo «uno, dos y tres» que hay ahora en carreras deportivas.
- Se insinúa la irregularidad de que sea testigo en el duelo un viejo criado de la familia de la chica, antiguo cantante de ópera. Por su posición subordinada habría sido rechazado, se insinúa; se presenta pues como artista, figura social dudosa, pero más admisible.
- Al duelo sobreviven ambos duelistas, sin heridas, y el médico, que ni se plantea impedir que se maten dos personas a sangre fría ni pregunta por qué, cobra sus honorarios por este trabajo, una de sus fuentes de ingresos. Ha ido provisto de los medios para curar heridas de bala: agua en un jarro de barro -de gran utilidad para prevenir infecciones, seguramente- y un maletín con instrumentos quirúrgicos.
- La joven, para que no se la reconozca, aparece en una escena con un velo negro que tapa su cara. La otra, la mala, también lleva velo en otra escena, echado para atrás. Porque se usaba velo.
- La joven, como su novio no arriesgó la vida como debía ante tan gran ofensa, decide no casarse con él, ante la desesperación de la avergonzada madre, que teme la miseria y la insta a cumplir con su obligación familiar.
- Cuando acto seguido la chica y el ruso se comprometen para casarse tras cancelarse el compromiso anterior, han transcurrido unos días desde que se conocen. Son decentes y honrados; gustarse tras conocerse es amar y amar es casarse y casarse es para siempre. En su noviazgo no se dan ni un beso.
- Se hace mención a la dificultad de que ella sea católica y él ortodoxo; se alude a normas o criterios contra matrimonios mixtos. Por amor, ella está dispuesta a renunciar a su religión.
- La madre se horroriza de pensar que si se casan, la pareja se irá a Rusia, lo que podría significar no ver a su hija nunca más. Fotos, tampoco había.
- Hay conversaciones prácticas sobre ingresos de él para poder casarse; se menciona que el ruso es dueño de una finca en Rusia, con tal número de almas. Las almas son los siervos, o sea, aproximadamente, esclavos. La propiedad de la tierra incluía en Rusia la de los campesinos sometidos a servidumbre. Habrá que vender la finca. «¿Venderá usted también los colonos?». ¿»Cuánto pide usted por alma?».
- Que el joven acceda a casarse con mujer sin dote lo considera un personaje un síntoma de amor violentísimo.
- Con el sistema clásico de o virgen o p…, «la otra» es una mujer rica, casada, y que por suerte no esa cosa insufrible que es una sabihonda, pese a que tuvo una educacion tan extraña que sabe leer latín, y de la misma edad que él, 22 años. Esta perversa, que insiste en que quiere ser libre, seduce al joven con constantes provocaciones -el cabello de la mujer, fuera del sombrero en vez de decentemente recogido, es mencionado repetidas veces- y él abandona a la otra. La malvada casada, tras un adulterio descrito con elegantes elipsis, y que a él lo degrada, lo abandona. Ni una, ni otra. Después de eso él es infeliz toda la vida.
- 30 años después, el ya no joven averigua cuántos que vivieron esa situación aún sobreviven, y como es lógico son pocos. Han muerto la mala mujer, el exnovio, el criado, el hermano y la madre, por motivos de edad, enfermedad, guerra o ignorados; hubo mucha suerte y la madre conoció a sus nietos antes de morir (la chica al final se casó con otro). Solo sobreviven el protagonista, la chica y el joven militar con el que se batió. De ocho, casi todos menores de 25 años en 1840, sobreviven tres en 1870; esa expectativa de vida era tan normal que no merecía comentario al novelista.
Como cualquiera puede comprobar en la literatura del siglo XIX, la situación descrita es bastante parecida, sociológica y legalmente, a otros casos de la época, también en otros países.
Cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿O no?
O, si no, que parece que no, lo dejamos en que cualquier tiempo pasado fue anterior.
Verónica del Carpio Fiestas
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