Dos planteamientos muy distintos sobre el pasado que ya pasó y el futuro que no ha llegado: Omar Jayyam y Quevedo

«Ni te acuerdes de este triste mundo

No seas nimio y no sufras en vano

El pasado ya ha sido y el futuro aún no es

No te aflijas por ello y disfruta tu vida»

Omar Jayyam (Persia, 1048-1131), Rubaiyyat, Poema 106, Colección Visor de Poesía, 2015.

«“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde
.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
»

Francisco de Quevedo (España, 1580-1645). Poema “¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?

Verónica del Carpio Fiestas

Levas

«Desde el final de la guerra con las colonias norteamericanas, la armada no había tenido excesivas necesidades de tripulantes; y los fondos que el gobierno destinaba a ese propósito disminuían con cada año de paz. En 1793 esos fondos llegaron a su mínimo en muchos años. En 1793, los sucesos ocurridos en Francia habían puesto a Europa en pie de guerra, y los ingleses vivían un frenético sentimiento antifrancés, que la Corona y sus ministros procuraban, por todos los medios, convertir en algo más eficaz que palabras. Teníamos barcos, pero ¿dónde estaban nuestros hombres? El Almirantazgo, no obstante, tenía un fácil remedio a su disposición, cuyo uso contaba con abundante precedentes y una ley consuetudinaria (si no escrita) que sancionaba su aplicación. Publicaban ‘órdenes de reclutamiento’ en las que apelaban a los poderes civiles de todo el país para que apoyaran a sus oficiales en el cumplimiento de su deber. La costa se dividía en distritos, cada uno bajo la responsabilidad de un capitán de navío, que, a su vez delegaba subdistritos a sus tenientes; y de este modo se vigilaba y aguardaba la llegada de todos los barcos que regresaban a casa, y todos los puertos estaban sometidos a inspección; y en un día, si hacía falta, una enorme cantidas de hombres pasaba a formar parte de las fuerzas navales de Su Majestad. Pero si el Almirantazgo apremiaba en sus exigencias, también estaban dispuestos a dejar de lado todo escrúpulo. Los hombres de tierra, si el físico les acompaña, no tardan en convertirse en buenos marineros con el adiestramiento adecuado; y una vez en la bodega de la gabarra, que siempre aguardaba el éxito de las operaciones de la patrulla de leva, a esos prisioneros les resultaba difícil demostrar cuál había sido su ocupación anterior, sobre todo cuando nadie tenía tiempo para escuchar sus razones, ni estaba dispuesto a creerlas si las escuchaba, ni haría nada para librerar al cautivo en caso de que las escuchara y las creyera. Los hombres eran secuestrados, literalmente desaparecían, y jamás volvía a saberse de ellos. Las calles de una concurrida ciudad no estaban a salvo de la actuación de esas patrullas, como podría haber relatado Lord Thurlow, después de un paseo que dio en esas fechas por Tower Hill, cuando él, el fiscal general de Inglaterra, sufrió en sus propias carnes la peculiar manera que tenía el Almirantazgo de librarse de todas esas fastidiosas personas que hacían ruegos y peticiones. Tampoco los habitantes de tierra adentro vivían más seguros; muchos habitantes de los pueblos se iban a la contrata de peones y jamás volvían a casa a contar cómo les había ido; muchos campesinos robustos y jóvenes desaparecían del hogar paterno, y ni madre ni enamorada volvían a saber de ellos; tan grande era la necesidad de hombres que sirvieran en la armada durante los primeros años de la guerra con Francia, y después de cada gran victoria naval en esa guerra.

Los funcionarios del Almirantazgo iban a acecho de buques mercantes; hay muchos ejemplos de navíos que volvían a casa tras una larga ausencia, con una rica carga, y que fueron abordados a un día de distancia de tierra, y se llevaron a tantos hombres que el barco, con su cargamento, quedó ingobernable a causa de la pérdida de la tripulación, y fue a la deriva por el ancho y bravío océano, o quedó al mando incompetente de dos marineros enfermos e ignorantes; otras veces dichas naves simplemente desaparecían para siempre. Los hombres así reclutados eran arrancados de la proximidad de sus parientes o esposas, y a menudo privados de las arduas ganancias de años, que quedaban en poder de los capitanes de los buques mercantes en los que habían servido, al azar de la honestidad o la deshonestidad, la vida o la muerte. Ahora bien, toda esta tiranía (pues no puedo usar otra palabra) nos resulta inconcebible; no podemos imaginar cómo es posible que una nación se sometiera a ella durante tanto tiempo, ni siquiera bajo el entusiasmo bélico, o el pánico de una invasión, o cualquier leal sumisión a los poderes regentes. Cuando leemos que los militares solicitaban ayuda a los poderes civiles para que respaldaran a las patrullas de leva, que había pelotones de soldados vigilando las calles, y centinelas con bayonetas caladas en todas las puertas mientras las patrullas de leva entraban y registraban todos los agujeros y rincones de una casa; cuando nos cuentan que las tropas rodeaban las iglesias durante el servicio, mientras las patrullas se quedaban en la puerta para apresar a los hombres que salían del tempo, y los tomamos como ejemplos de lo que ocurría constantemente bajo distintas formas, no hemos de extrañarnos de que los alcaldes, y otras autoridades cívicas de las grandes ciudades, se quejaran de que había que poner fin a todo ello a causa del peligro que corrían los comerciantes y sus criados cada vez que se adentraban en las calles, infestadas de patrullas de leva.«

Este texto es de la escritora británica Elizabeth Gaskell, una de las grandes novelistas británicas del siglo XIX, realista, y pertenece a la novela «Los amores de Sylvia», publicada en 1863. Siendo una novelista realista, es de suponer que la descripción de la leva será fidedigna.

A la vista de este texto, me pregunto sobre la batalla de Trafalgar en 1805.

«Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber«,  la frase mítica de Lord Nelson, ¿se dirigió quizá a hombres secuestrados de sus casas, a marineros que lo eran a la fuerza y arrancados de sus pueblos a las puertas de las iglesias al salir del servicio religioso y que se habían visto forzados a dejar a su familia en la miseria a su pesar, con lo que los propios ingleses consideraban una tiranía inaceptable? Y, si es así, que sería interesante saberlo, ¿esos hombres aun así cumplían con su deber, incluso con heroísmo, y ganaban batallas?

¿Y es posible releer «Trafalgar«, de Benito Pérez Galdós, con los mismos ojos tras leer este texto? Pues releamos, porque ahí también hay levas:

«– Glorioso, sí- contestó Malespina Pero ¿quién asegura que sea afortunado? Los marinos se forjan ilusiones, y, quizá por estar demasiado cerca, no conocen la inferioridad de nuestro armamento frente al de los ingleses. Éstos, además de una soberbia artillería, tienen todo lo necesario para reponer prontamente sus averías. No digamos nada en cuanto al personal: el de nuestros enemigos es inmejorable, compuesto todo de viejos y muy expertos marinos, mientras que muchos de los navíos españoles están tripulados en gran parte por gente de leva, siempre holgazana y que apenas sabe el oficio; el Cuerpo de infantería tampoco es un modelo, pues las plazas vacantes se han llenado con tropa de tierra, muy valerosa, sin duda, pero que se marea.«

Vaya.

Verónica del Carpio Fiestas

Colección de no asesinos

«-Mr. Treherne, su actitud [como sospechoso del crimen] me parece singularmente interesante, se lo aseguro… Por ello me gustaría poder incluirle en mi colección de asesinos, para qué se lo voy a negar… Le aseguro que es una colección de lo más variada, con ejemplares únicos…

-¿Nunca se le ha ocurrido pensar -intervino Paynter- que acaso la de los hombres que jamás han cometido un crimen sea la colección más variada e interesante que pueda hallarse? Quizá en esos hombres radiquen el verdadero misterio, el secreto de los pecados no cometidos.

-Puede ser -admitió Ashe-. Sería precioso parar al primer hombre que encuentre en la calle y preguntarle por los crímenes que no ha cometido, y por qué no los ha cometido… Pero ocurre que estoy muy atareado, así que le ruego me excuse por no hacerlo.»

De «Los árboles del orgullo», cuento del escritor británico G.K. Chesterton.

Y por la selección y transcripción,

Verónica del Carpio Fiestas

¿Un juicio de Dios en la Inglaterra de finales del siglo XVIII?

La escena, hacia finales del siglo XVIII en una pequeña ciudad inglesa. A Silas, joven tejedor, se le acusa en falso de un robo en horribles circunstancias: el de un dinero de su iglesia, aprovechando además el momento de la muerte del diácono. Todo es un infame complot, con pruebas falsas, de William, amigo desleal, el cual quiere forzar la expulsión de aquel de la comunidad religiosa a la que ambos pertenecen -una estricta secta protestante-, y, por tanto, de todo su entorno social, como maquiavélica vía para acabar con el compromiso matrimonial del acusado y casarse con la novia de este; así lo comprende el acusado, anonadado ante tan grave e inesperada traición, y decide callar. La comunidad religiosa recurre al sistema del juicio de Dios: echar a suertes si es culpable o inocente. ¿Puede Dios dar testimonio contra un inocente?

«-He recibido un golpe muy duro; no puedo decir nada. Dios probará mi inocencia.

Al regresar todos a la sacristía prosiguieron las deliberaciones. Recurrir a medidas legales para descubrir al culpable era contrario a los principios de Lantern Yard, según los cuales las denuncias ante los tribunales estaban prohibidas a los cristianos, incluso aunque se tratara de casos menos escandalosos que aquel. Pero los hermanos tenían la obligación de tomar otras medidas para averiguar la verdad, y optaron por la oración y por echar a suertes. Tal decisión solo podría ser motivo de sorpresa para quienes no estén familiarizados con la oscura vida religiosa que ha florecido en las callejuelas de nuestros pueblos. Silas se arrodilló con sus hermanos de religión, convencido de que su inocencia quedaría confirmada por la inmediata intervención divina, aunque sentía que lo que le esperaba, incluso entonces, serían dolor y lamentaciones, y que su confianza en los seres humanos había quedado cruelmente maltrecha. El resultado de echar suertes fue que se declaró culpable a Silas Marner. Se le excluyó solemnemente de la iglesia y se le conmina para que devolviera el dinero robado: solo si confesaba, lo que se consideraría señal de arrepentimiento, se le podría aceptar una vez más en el seno de la comunidad. Marner escuchó en silencio. Finalmente, cuando todos se levantaron para marcharse, se acercó a William Dane y dijo, con voz temblorosa por la agitación:

-La última vez que utilicé la navaja fue cuando la saqué para cortarte una correa. No recuerdo que me la volviera a meter en el bolsillo. Tú robaste el dinero y has tejido un complot para acusarme de ese pecado. Pero, de todos modos, es muy probable que prosperes, porque no existe un Dios justo que gobierne la tierra con rectitud; solo existe un Dios de mentiras, que da testimonio contra el inocente.

Aquella blasfemia provocó un estremecimiento generalizado.

William replicó con gran mansedumbre:

-Dejo a nuestros hermanos la tarea de juzgar si lo que acabamos de oír es o no la voz de Satanás. No está en mi mano hacer otra cosa que rezar por ti, Silas.

El pobre Marner salió de allí con la desesperación en el alma: destruida la confianza en Dios y en los hombres.»

Este juicio de Dios cuyo resultado es la expulsión de la comunidad y una vida destrozada está ambientado, no en la Edad Media, sino a finales del siglo XVIII, y puede encontrarse en el capítulo I de la novela «Silas Marner» de la insigne escritora británica del siglo XIX Mary Ann Evans, conocida bajo el seudónimo  (masculino) de George Eliot, la misma autora de la maravillosa «Middlemarch». Una autora que en modo alguno puede considerarse como escritora fantasiosa, sino más bien, por decir algo ligeramente  descriptivo, como realista. ¿O sea, que una escritora británica del siglo XIX consideraba posible y verosímil que en la misma época de la Revolución Francesa, y tras años de Ilustración, en Inglaterra aún se funcionara, siquiera en comunidades religiosas muy minoritarias, pero con miembros no analfabetos, con el mecanismo mental y social, aunque ya no jurídico, del juicio de Dios? Pues eso parece, nada menos.

Verónica del Carpio Fiestas

 

 

Barullo burocrático

«La situación lo ponía de los nervios; así debían de sentirse los capitanes de velero de antaño cuando había calma chicha y la nave se detenía. Recordó una antigua  orden de la marina borbónica que se daba cuando, después de días de bonanza, había que poner en movimiento a la tripulación para que no se sumiera en el tedio: ‘A la orden de armen barullo/ los que están en la popa pasan a proa/ los que están en cubierta van abajo/ los que están abajo suben a cubierta.’ Una actividad tan frenética como inútil, que solo servía para moverse sin ninguna finalidad. En el fondo, esa antigua orden borbónica era una metáfora de la burocracia.»

De «La danza de la gaviota», de Andrea Camilleri, libro de la serie de Montalbano.

Por la transcripción,

Verónica del Carpio Fiestas

La danza de la espada del caballero andante chino

«Y mandó que trajeran té, tomando en eso la palabra Zhang Brazo de Hierro:

-Vuestro menor es ducho en artes militares, pues conoce las dieciocho de a caballo y las dieciocho de a pie, y no tiene malas manos en el látigo, la maza, el hacha, el martillo, la espada, la lanza, el sable y la alabarda; pero, para su desgracia, arrastra un temperamento que lo lleva a desenvainar la espada para vengar a la víctima apenas topa una injusticia. Gusto batirme con los más fuertes del Imperio, y el dinero, cuando lo tengo, lo doy los pobres. Y así he terminado sin casa, trayéndome mi errar al honorable distrito de v.mds.

-De tal madera son los héroes -exclamó Lu el Cuarto.

-El amigo Zhang ha mencionado las artes militares, y habría de apostillar que no tiene par en la danza de la espada -dijo Quan Wuyong-. ¿Por qué no le piden que haga una demostración?

Muy complacidos, los hermanos ordenaron a los criados traer una espada a Brazo de Hierro, quién la escrutó a la luz del candil, viendo que era de vieja factura y que despedía gran brillo; con que se quitó la almilla, ciñó bien la faja, blandió el arma y salió al patio seguido de los otros. Los hermanos me dijeron de aguardar hasta que estuviesen encendidas las luces, lo que ordenaron a una docena de criados mozos, quienes trajeron cada cual un candelero, prendiendo velas de ambos lados del patio.

Y ya giraba como torbellino la espada de Zhang, de arriba abajo y de un costado a otro, y se movía más veloz con cada nueva postura, hasta fundirse hombre y acero en un solo destello, del que nacían serpientes de plata y donde no se veía figura humana. Y mientras un viento helado ponía a los concurrentes los cabellos de punta, Quang Wuyong- cogió de un anaquel un cacillo de cobre y pidió a un criado lo colmase de agua y salpicara con la mano a Brazo de Hierro; y el criado tal hizo, pero ni una gota llegó a penetrar en el torbellino. De súbito se oyó un grito y el destello se desvaneció, apareciendo en su lugar el volteador, espada en mano, bien erguido y sin señal de sofoco. Grandes fueron los elogios que se granjeó, y con ello siguieron bebiendo hasta el punto del alba, quedando los convidados alojados en la biblioteca».

Esta hermosa y cinematográfica escena de la espada que, en la vacilante iluminación nocturna, gira a toda velocidad en manos de un caballero andante, con tal destellos que ya no se ve siquiera al espadachín y en tal torbellino que genera un viento helado y que no deja pasar el agua, merece que algún director de cine la incluya en alguna película. ¿Podría ser incluso la descripción de una escena de película de acción como «Trigre y dragón» de Ang Lee o «La casa de las dagas voladoras» de Zhang Yimou?

Pero se trata de un fragmento de una extensa novela china del siglo XVIII, considerada una de las grandes obras literarias clásicas de la literatura china y universal. Y puesto que el tono de la novela es realista y satírico, y nada fantasioso, y dedica amplio espacio incluso a la burocracia china, con sus dificilísimos exámenes de acceso para funcionarios y su jerarquía y la ambición de medrar, no podemos por menos de pensar que en efecto en ese siglo que abarca una obra que abarca tantos personajes puede ser realista la escena del espadachín desfacedor de entuertos que es capaz de parar el agua con el giro de su espada. Porque las demás escenas del libro son exóticas a ojos europeos del siglo XXI, por lejanía cultural y temporal, pero, salvo alguna excepción, no irreales ni mágicas.

Me estoy refiriendo a «Los mandarines. Historia del Bosque de los Letrados», de Wu Jingzi, libro de hacia 1750. Está publicado en castellano por Seix Barral en 1991-2007,  en la traducción de Laureano Ramírez Bellerín.

Y visto que probablemente se trata de una escena realista la transcrita, y en ella se ve que es posible parar la lluvia con la espada, ¿será posible también pelear saltando de copa en copa de los árboles y rebotando de paredes a tejados, como en esas películas? ¿O eso ya no?

Verónica del Carpio Fiestas

Canción del bufón

Come away, come away, death,
And in sad cypress let me be laid.
Fly away, fly away, breath;
I am slain by a fair cruel maid.
My shroud of white, stuck all with yew-
O, prepare it!
My part of death, no one so true
Did share it.

Not a flower, not a flower sweet
On my black coffin let there be strown.
Not a friend, not a friend greet
My poor corpse, where my bones shall be thrown.

A thousand thousand sighs to save,
Lay me, O, where
Sad true lover never find my grave
To weep there!

De «Noche de reyes» o «Como gustéis» o «La duodécima noche» (Twelfth Night o What you will, de William Shakespeare), escena IV del acto II. Canta Feste, el bufón.

Traducción (relativamente libre) del Instituto Shakespeare, Ed. Cátedra, 1981:

¡Oh, ven! Ven, muerte, ven…
Que yo te recibo en este cajón de ciprés.

A volar, a volar, dulce aliento…
Que por cruel doncella me lamento…
Mi blanco sudario, cubridlo de mirto, cubridlo de hojas…
Que he de representar yo mismo, mejor que nadie,
El papel de mi propia muerte.

¡No pongáis flores, ni aun de las más tiernas,
Sobre mi ataúd negro!
No venga nadie -ni aun el más amigo-
A despedir mi cuerpo o a enterrar mis huesos.

Que quiero evitar tantos miles de suspiros,
Que quiero esconderme
Para que amante no pueda
Nunca llorar por mí…

Por la selección y transcripción,

Verónica del Carpio Fiestas

Una huelga en la Inglaterra de 1855 descrita en 1855 por una escritora inglesa

Lo malo (¿?) de las grandes novelas es que obligan a escoger en qué hemos de centrarnos para resaltar su interés y animar a su lectura y recomendar al autor como un gran escritor. O autora y escritora. Porque Elizabeth Gaskell es una extraordinaria escritora británica que me resulta incomprensible (o no) que se encasille en novela romántica -en el peor sentido del término-, novela femenina -ídem- o novela social -ídem de nuevo-, y que da para mucho hablar. En «Norte y Sur» encontramos muchas cosas de gran Literatura, con mayúsculas, y una cosa sobre las que, con mis limitados conocimientos, no me consta que muchos de alto nivel literario hubieran descrito hasta entonces desde un punto de vista literario, novelando: una huelga.

Aquí, enlace al texto en inglés; está publicado en castellano por la editorial Alba.

En un ficticio Milton de hacia 1855, Manchester o cualquier otra ciudad fabril en expansión de la Revolución Industrial en Gran Bretaña -leo por ahí que se dice que podría ser Preston, donde hubo una huelga de tejedores en 1853-, Elizabeth Gaskell, envuelto todo en un argumento de choque ideológico entre un idílico campo y una dura ciudad industrial que acaban descubriéndose y medio aceptándose recíprocamente, a traves de los ojos de la protagonista, una inteligente joven de clase media que pasa por graves problemas familiares, y con el lógico hilo argumental de amor y matrimonio que no podía soslayarse en un mundo en el que la única expectativa vital de una mujer era el matrimonio, describe extraordinariamente una huelga.

Una huelga en la Revolución industrial inglesa, descrita en un libro de 1855 por una extraordinaria escritora británica.

«Germinal» de Zola, que describe una huelga ambientada hacia 1860, se publicó en 1885. En 1885 Elizabeth Gaskell llevaba ya muerta veinte años  y «Norte y Sur» llevaba treinta años publicada. Treinta años antes de que se publicara «Germinal», una escritora inglesa que había vivido en el Manchester de la Revolución Industrial y sin duda conocía muy bien los conflictos humanos y laborales de una ciudad fabril en plena Revolución Industrial, describió una huelga, con sus líderes sindicales y sus patronos, con su violencia y sus esquiroles, con la miseria, la explotación y las enfermedades profesionales -una joven obrera con los pulmones destrozados por el polvillo de los tejidos- y con personas detrás de los papeles que la vida da a cada cual.

Y me pregunto si hay mucha gente que sabrá que una gran escritora en una novela de 1855 describe todo eso, incluyendo una descripción de una huega, y planteado como reflejo de la realidad contemporánea de primera mano, treinta años antes de publicarse «Germinal». Yo no he podido saberlo hasta que no he leído el libro. No se menciona lo de la huelga ni en el resumen de Wikipedia.

Veónica del Carpio Fiestas

Lapalissiano

Hélas, Monsieur de La Palice

il é mort devant Pavie

Hélas, s’il n’était pas mort

il serait encore en vie

Esa es la versión de Wikipedia. En la versión que puede encontrarse en el capítulo XXXIX de la novela «Hijas y esposas» de Elizabeth Gaskell (1865) y que transcribo literalmente de la edición de Alba, de 2008, y que puede encontrarse en inglés, por ejemplo, aquí, es así:

Monsieur de la Palisse est mort

en pendant sa vie;

un quart d’heure avant sa mort

il était en vie

gaskell

Escribir una leyenda

No sé qué versión de gusta más, si la de que que el tal Monsieur de la Palisse estaría vivo de no haberse muerto o la de que estaba vivo un cuarto de hora antes de morirse.

Verónica del Carpio Fiestas

La mejor clasificación

«Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan a las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula «Emporio celestial de conocimientos benévolos». En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.»

Es un texto de «El idioma analítico de John Wilkins», por Jorge Luis Borges Y me queda siempre la duda de si esa enciclopedia china existiría. Ya, ya sé que se dice que es ficticia, y quienes sepan ya nos lo explicarán sesudamente los motivos. Aunque cómo no va a quedar la duda, si Wikipedia nos enseña que el tal Franz Kuhn no es ficticio, sí existió, y cada vez que he comprobado datos al leer a Borges no he dado con más casos que este en que textos ficticios fueran atribuidos por Borges a personajes reales. Sería genial que la cita fuera de verdad y en efecto existiera una enciclopedia así, con un autor con esa forma de entender el mundo ¿no?

Y meramente por la selección del texto y la intención al seleccionarlo, que quizá tenga que ver con política española, o quizá no, quién sabe, o desde luego por mí no lo va a saber,

Verónica del Carpio Fiestas

Escritos a máquina para el juzgado

gaceta-2

REAL ORDEN.

Ilmo Sr.: Vistas las instancias elevadas á este Ministerio en solicitud de que sean admitidos en los Tribunales y Juzgados del Reino los escritos y sus copias hechos con máquina de escribir;

S.M. el REY (Q.D.G.) se ha servido disponer se acceda á lo solicitado por los recurrentes; debiendo hacerse dichos escritos á un tercio de margen en todas las caras del papel, y conteniendo la primera el encabezamiento y 22 líneas más, y en las sucesivas 30 líneas por debajo del sello, cualquiera que sea el tipo de letra de la máquina que se emplee entre las corrientes.

Cada línea contendrá, como máximum, 43 letras, y el espacio entre renglón y renglón será de seis milímetros, como mínimum.

De Real orden lo digo a V.I. para su conocimiento, el de los recurrentes y demás efectos. Dios guarde á V.I. muchos años. Madrid 28 de mayo de 1904.

SÁNCHEZ DE TOCA

Sr. Subsecretario de este Ministerio.

Los párrafos anteriores son transcripción literal de una real orden de 28 de mayo de 1904 publicada en la Gaceta de Madrid -precedente del Boletín Oficial del Estado- de 29 de mayo de 1904, y que se encuentra accesible en la web oficial del BOE en este enlace.

gaceta-1

He obtenido la inspiración para este post de mera transcripción de una norma pintoresca desde tantos puntos de vista, incluso el lingüístico, de un artículo de CONFILEGAL que hace referencia al dato.

Y ahora vamos a transcribir la real orden a razón del máximo de 43 letras por línea, como disponía la propia orden que era el máximo admisible de letras por línea.

REAL ORDEN.

Ilmo Sr.: Vistas las instancias elevadas á este Mini

sterio en solicitud de que sean admitidos en los Tri

bunales y Juzgados del Reino los escritos y sus copi

ias hechos con máquina de escribir;

S.M. el REY (Q.D.G.) se ha servido disponer se acced

a á lo solicitado por los recurrentes; debiendo hac

erse dichos escritos á un tercio de margen en todas l

as caras del papel, y conteniendo la primera el enca

bezamiento y 22 líneas más, y en las sucesivas 30 lín

eas por debajo del sello, cualquiera que sea el tipo

de letra de la máquina que se emplee entre las corrientes.

Cada línea contendrá, como máximum, 43 letras, y el

espacio entre renglón y renglón será de seis milíme

tros, como mínimum.

De Real orden lo digo a V.I. para su conocimiento, el

de los recurrentes y demás efectos. Dios guarde á V.I.

muchos años. Madrid 28 de mayo de 1904.

SÁNCHEZ DE TOCA

Sr. Subsecretario de este Ministerio

Pasamos de un texto de 13 líneas a un texto de 20 líneas.

Pues sí que ocupaban espacio los escritos judiciales en 1904. Vaya.

Verónica del Carpio Fiestas

Suñer y Capdevila: un ateo en las Cortes Constituyentes de 1869

En el Episodio Nacional de Pérez Galdós «España trágica», enlace aquí, aparece, tangencialmente, una figura muy curiosa: el primer ateo en las Cortes, que me conste. Se trata de un político republicano, federalista y anticlerical llamado Francisco Suñer y Capdevila, diputado por Gerona; Galdós lo llama «angelical ateo». No hay que confundirlo con su hermano del mismo nombre y apellidos y ambos médicos y políticos: aquí enlace  biografías de ambos. Empleo la grafía castellana y el nombre de Francisco en castellano no solo por ser así como lo llamaba Galdós sino por ser como figura en las actas parlamentarias de 1869:

«Faltaban por aquellos días los elementos (ya era costumbre llamar así a los grupos de cada matiz) más levantiscos y más desmandados de palabra. Suñer y Capdevila, Joarizti, Guillén, Paúl y Angulo, Estévanez, Carrafa, Bertomeu, Santamaría y otros habían salido en el otoño del 69 a levantar en armas el partido federal. Vencida por Prim la formidable insurrección, los propulsores de ella andaban desperdigados por esos mundos; los unos presos, como Estévanez, que purgaba su ardiente radicalismo en cárceles de Salamanca; los otros refugiados en Francia, como Antonio Orense y el angelical ateo Suñer; dispersos los restantes en Gibraltar, Madera, Londres o Lisboa.«

[Inciso: Para quienes tengan la memoria histórica corta y crean que solo en en siglo XX hubo guerra civil en España y para quienes olvidan, viendo a los refugiados de ahora, que los españoles no una, sino muchas veces, hemos tenido que huir y ser refugiados politicos, no está de más recordar que en 1869, y durante todo el siglo XIX, hubo muchos españoles que tuvieron que refugiarse en el extranjero y sufrimos muchas guerras civiles. Lean a Galdós, que recoge esa triste realidad en muchos de sus Episodios Nacionales]

Y he dicho que Francisco Suñer y Capdevila es «diputado por Gerona», y no por Girona, porque él mismo se denomina así, de su puño  letra, en el original de la Constitución de 1869 que, firmada por todos los diputados, puede consultarse en este enlace

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Francisco Suñer y Capdevila defendió en abril de 1869 una enmienda al proyecto de Constitución para sostener lo que hoy consideramos básico y que entonces, y aún mucho después, no lo ha sido: la libertad de cultos que engloba no solo la de escoger y profesar una religión sino también la de no tener religión alguna:

«El Sr. SUÑER Y CAPDEVILA: ya he indicado a V.S. Sr. Presidente, que mi enmienda tiene dos partes: la primera, que todos los españoles tengan libertad de profesar cualquier religión, y la segunda, que estén en libertad de no tener ninguna.

He indicado también que sería una ventaja para lo españoles el no tener ninguna religión, y por consiguiente, necesito probar en que se funda mi creencia, con objeto de hacer partidarios de esa magnífica doctrina.

Jesús tuvo hermanos…

El Sr. PRESIDENTE: Vuelvo a suplicar a S.S. que se circunscriba a la forma política que tiene la cuestión que se discute y no permitiré que entre en otro terreno«.

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Y defendió su enmienda extendiéndose con lo que hoy llamaríamos, probablemente, argumentos antropólogicos, y que entonces se consideraron horribles blasfemias y sacrilegios y espantosos ataques a la religión católica. Parece increíble que en 1869 en España se atreviera alguien a disertar extensamente en las Cortes sobre la historia de las religiones, a discutir dogmas católicos, a reflexionar sobre el budismo y a hacer proselitismo del ateísmo ante una asamblea donde no solo la inmensa mayoría era católica y resultaba ofensiva para muchos hasta la separación de Iglesia y Estado y que no se mencionara a la Iglesia católica en la Constitución, sino que había presente incluso obispos, y, por cierto, como decía el presidente de las Cortes, sin ser estrictamente imprescindibles todos esos argumentos del diputado para defender su enmienda. Pero así puede comprobarse en el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de abril de 1869.

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«Pedimos a las Cortes Constituyentes se sirvan declarar que los artículos 20 y 21 del proyecto de Constitución sean sustituidos por el siguiente:

Art. 20. Todo español y todo extranjero residente en territorio español están en el derecho y en la libertad de profesar cualquier religión o de no profesar ninguna«

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Así consta en las actas parlamentarias recogen su discurso de 26 de abril de 1869,

suñer 3 en el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, Volumen 3, páginas 1357 y siguientes, accesible en este enlace. Merece la pena leer esas actas. Que fue terriblemente escandaloso no solo se deduce de las actas parlamentarias que recogen lo que sucedió sino del dato de que en la web es fácil localizar libros que se hacen eco de cómo se le contestó no solo dentro sino también fuera de las Cortes. Por ejemplo, en este enlace, con un análisis de la enconada cuestión religiosa en los debates parlamentarios de la Constitución de 1869 y, específicamente, de la que se montó ante lo que dijo Suñer y Capdevila.

En la Constitución de 1869, cuyo texto completo está disponible en este enlace, el apartado correspondiente a la libertad de cultos  quedó finalmente redactado en los términos siguientes:

«Art 21. La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica. El ejercicio público o privado de cualquiera otro culto queda garantizado a todos los extranjeros residentes en España, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho. Si algunos españoles profesaren otra religión que la católica, es aplicable a los mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior«.

suñer 4

Compárase con la redacción que pretendía Suñer y Capdevila.

Por cierto, si alguien quiere saber la redacción actual de la vigente Constitución de 1978 sobre libertad de cultos, y comparar, no tiene más que mirar el texto aquí.

Verónica del Carpio Fiestas

Menstruación y antropología en «La rama dorada», de Frazer

«La rama dorada. Un estudio sobre magia y religión«, «The Golden Bough: A Study in Magic and Religion», de James George Frazer, es un libro esencial de Antropología, de absoluta referencia, publicado, en sus dististas versiones, entre 1890 y 1922. Por mucho que sea discutido, no puede discutirse que es un clásico; y, por cierto, aparte del valor científico que pueda tener, de alto valor literario, teniendo siempre en cuenta la terminología y mentalidad al uso en esa época. De la edición resumida («resumida» significa unas 550-800 páginas) de 1922, en su traducción al castellano, voy a transcribir un interesantísimo fragmento del capítulo LX «Entre el cielo y la tierra«, en concreto los puntos 3 y 4, sobre la menstruación. Se trata de una extensa, y abrumadora, enumeración de datos con supersticiones en todo el mundo, con breve posible explicación antropológica desde el punto de vista de magia. Un pequeño comentario del libro y al texto completo en castellano, en este enlace.

Yo misma he oído, en la España de finales del siglo XX, y en entorno de clase media, que las mujeres menstruantes no deben hacer mayonesa porque se corta -no es broma-,  ni regar plantas porque se secan -tampoco es broma-, ni lavarse porque es malísimo, y emplear todo tipo de eufemismos para denominar la menstruación, y para ocultar sus efectos, incluyendo el dolor, del que no se podía hablar con hombres o en el trabajo; y todo eso lo he oído, no como creencia y planteamiento antiguos, sino contemporáneos, de ese momento, o hasta hacía poco. Resulta pues muy ilustrativo ver los orígenes y la generalidad del tabú, tan terriblemente discriminatorio contra las mujeres. El texto es largo; lo transcribo íntegro porque no lo he visto escogido en ningún sitio de la web, y creo que es importante que se sepa dónde estamos y de dónde venimos, y que quede la información al alcance de cualquiera para consulta, teniendo en cuenta, además, que este tabú de la impureza ritual femenina, incluso en grado grave, sigue vigente en muchos sitios del mundo; solo tiene que buscar «menstruación» y «tabú»en Google. Así que si a usted, que lee esto, le chirría o molesta ver la palabra «menstruación» en un post, este post le puede venir bien para saber que probablemente su incomodidad es heredada y proviene del pensamiento mágico transmitido durante generaciones.

«3. RECLUSIÓN DE LAS JÓVENES PUBESCENTES

Es muy interesante que las dos reglas anteriores, no tocar el suelo y no ver el sol, sean observadas, separada o conjuntamente, por las muchachas púberes en muchas partes del mundo.

Así, entre los negros de Lonngo las muchachas en su pubescer son confinadas en chozas apartadas y no pueden tocar el suelo con ninguna parte de su cuerpo que esté desnuda. Entre los zulúes y tribus afines del África del Sur, cuando se muestran los primeros signos de pubertad, «la muchacha que camina, recoge leña o trabaja en el campo, correrá al río para ocultarse entre las cañas durante el día a fin de no ser vista por los hombres. Cubrirá su cabeza cuidadosamente con su manta para que no la dé el sol y se convierta en un marchito esqueleto, como resultaría de exponerse a sus rayos. Después de obscurecer, retornará a casa y se recluirá en una choza por algún tiempo». En la tribu Awa-nkonde, del término septentrional del lago Nyassa, es regla que después de la primera menstruación una muchacha debe quedar apartada con algunas de sus compañeras en una casa cerrada y obscura. El suelo se cubre de hojas de plátano secas y ningún fuego podrá alumbrar la casa, a la que llaman «la casa de las Awasungu» o sea «de las doncellas que no tienen corazón». En Nueva Irlanda, las muchachas son confinadas durante cuatro o cinco años en pequeñas jaulas que tienen en la obscuridad y no las permiten poner los pies en el suelo. La costumbre ha sidondescrita así por un testigo presencial: «Oí de un maestro acerca de la costumbre extraña relacionada con algunas de las jóvenes de aquí, así que he pedido al jefe que me llevase a la casa donde están. La casa era de unos ocho metros de larga y situada dentro de un cercado de cañas y bambúes, teniendo atravesado en la entrada y colgando un haz de yerba para indicar que era absolutamente tabú. Dentro de la casa había tres estructuras cónicas de dos metros y medio de altas y de unos cuatro de diámetro en el suelo, y a poco más de un metro de altura iban disminuyendo progresivamente. Estas jaulas estaban hechas de las anchas hojas del árbol pándanos, cosidas tan juntas que nada de luz y poco o ningún aire podía entrar. En uno de los lados de estas jaulas había una abertura ocluida por una doble puerta de hojas trenzadas de cocotero y de pándanos. A cerca de un metro de tierra tenían una plataforma de bambúes que formaba el suelo de la jaula. En cada una de estas estructuras me dijeron que estaba confinada una jovencita, y que había de permanecer allí por lo menos cuatro o cinco años sin permitírsela salir fuera de la casa. Difícilmente podía creer el cuento cuando lo oí; la cosa en conjunto me pareció demasiado horrible para ser verdad. Hablé al jefe diciéndole que deseaba ver el interior de las jaulas y ver también a las muchachas para poder regalarlas algunos abalorios. Me contestó que era tabú, prohibido para cualquier hombre, salvo para sus propias familias, el verlas. Yo supuse que la promesa de los abalorios actuó como un aliciente y él se marchó a buscar a una anciana, que era la encargada y la única que tenía permiso para abrir las puertas. Mientras esperábamos, pudimos oír a las muchachas hablando al jefe en tono quejumbroso,como si objetasen algo o expresasen su temor. Llegó al fin la vieja y desde luego que no me pareció un guardián o carcelero demasiado amable ni pareció gustarle la petición del jefe para permitirnos ver a las jóvenes, pues nos miró con cierto recelo. Sin embargo, abrió las puertas cuando el jefe la ordenó que lo hiciera; entonces las muchachas nos atisbaron y cuando les dije que lo hicieran, sacaron sus manos para tomar los abalorios. A propósito me senté un poco distante y sólo tendí las cuentecillas porque deseaba atraerlas fuera para poder inspeccionar el interior de las gayolas. Este deseo mío dio origen a otra dificultad, pues a aquellas jóvenes no las era permitido poner los pies en el suelo mientras estuvieran encerradas en aquel lugar. Sin embargo como ellas deseaban coger las cuentecillas, la anciana salió a reunir algunas piezas de madera y bambú, las colocó en el suelo, y después fue hacia una de las muchachas y la ayudó a bajar, llevándole de la mano cuando ella andaba de un trozo de madera al otro, hasta llegar lo bastante cerca para coger los abalorios que tenía para ella. Entonces fui a mirar el interior de la gayola de donde había salido, pero apenas si pude meter dentro la cabeza, pues la atmósfera era muy cálida y sofocante. Estaba limpia y no contenía más que unos pocos entrenudos de bambú cortados, para contener agua. Sólo había espacio para que la muchacha estuviera sentada o echada en posición encogida sobre la plataforma de bambúes, y cuando las puertas estuvieran cerradas debía estar muy cerca de la completa obscuridad. A las muchachas no se les permite salir más que una vez al día para bañarse en un barreño o tazón grande colocado cerca de cada jaula. Dicen que sudan profusamente. Están metidas en aquellas gayolas asfixiantes desde muy jóvenes y allí tienen que permanecer hasta que sean púberes, sacándolas entonces y dando una gran fiesta matrimonial para ellas. Una de las jovencitas tenía catorce o quince años y el jefe me dijo que llevaba allí cinco años, pero que pronto sería sacada. Las otras dos eran de ocho o diez años de edad y tenían que quedar allí varios años más».

En Kabadi, distrito de Nueva Guinea, «las hijas de los jefes, cuando están próximas a cumplir los doce o trece años de edad, son guardadas puertas adentro durante dos o tres años, no permitiéndolas bajo ningún pretexto descender de la casa y ésta está tan cerrada que el sol no puede penetrar». Entre los yabin y bukaua, dos tribus vecinas y emparentadas de la costa norte de Nueva Guinea, una muchacha en su pubertad es recluida por cinco o seis semanas en un sitio interior de la casa; como no puede sentarse en el suelo por temor de que su impureza lo maculase, coloca un tronco de madera sobre el que se acuclilla. Tampoco puede tocar el suelo con los pies y, por eso, se los envuelve en esterillas si tiene que dejar la casa por unos momentos, y anda sobre dos medias cáscaras de coco que sujeta a los pies por medio de bejucos, como si fueran zuecos. Entre los danom de Borneo, las niñas de ocho a diez años son subidas a un cuartito o celda de la casa, quedando aisladas de toda relación con el mundo por un largo tiempo. La celda, como el resto de la casa, está elevada sobre el suelo por unos pilotes e iluminada por un solo ventanuco abierto hacia un sitio solitario, y de tal modo que la niña esté casi totalmente a obscuras. No puede dejar el cuartito con ningún pretexto ni aún para las necesidades más apremiantes. Nadie de su familia puede verla mientras permanece en su cubículo y sólo una esclava está destinada a su servicio. Durante su confinamiento solitario, que con frecuencia dura siete años, la muchacha se ocupa en tejer esterillas o en cualquier otro trabajo manual. Su cuerpo, por la prolongada falta de ejercicio, se desarrolla poco y cuando llega a la pubertad y sale del confinamiento su tez es pálida como la cera. Ahora la muestran el sol, la tierra, el río, las flores y los árboles como si acabara de nacer. Entonces se hace una gran fiesta, matan un esclavo y la muchacha se embadurna con la sangre. En Ceram, las muchachas púberes se aislaban en una choza oscura. En Yap, una de las islas Carolinas, si una muchacha se ve sorprendida por su primera menstruación en un camino público, no puede sentarse en el suelo, sino que debe pedir una cáscara de coco para ponérsela debajo. Durante varios días la habilitan, para vivir aislada de la casa de sus padres, una pequeña choza y después está obligada durante cien días a dormir en una de las casas especiales que se destinan al uso de las mujeres menstruantes.

En la isla de Mabuiag, en el Estrecho de Torres, cuando en una niña aparecen los signos de la pubertad, hacen en un rincón de la casa un círculo de ramaje. Allí, adornada con tahalíes, brazaletes y aros bajo las rodillas y tobilleras, llevando una corona en la cabeza y ornamentos de conchas en las orejas, en el pecho y en la espalda, se acuclilla en el centro del círculo de ramaje, que está apilado tan alto que sólo se la ve la cabeza. En este estado de reclusión debe quedar durante tres meses. En todo ese tiempo no le debe dar el sol y sólo por la noche la permiten deslizarse fuera de la choza, mientras renuevan el seto. No puede comer por sí misma ni tocar alimento alguno, dándole de comer una o dos ancianas, sus tías maternas, que están especialmente encargadas de su vigilancia. Una de estas mujeres cocina los alimentos para ella en un fuego especial en la selva. La muchacha tiene prohibido comer tortuga o huevos de tortuga durante la estación en que las tortugas están criando, pero no así alimentos vegetales. Ningún hombre, ni aun su propio padre, puede entrar en la choza mientras dura su reclusión, pues si la llega a ver en esta temporada, es seguro que tendrá mala suerte en la pesca y probablemente se le romperá la canoa la primera vez que salga con ella. Cumplidos los tres meses, sus acompañantes la bajan a un arroyo cercano, sosteniéndose sobre los hombros de ellos de modo que no toque con los pies el suelo, mientras las demás mujeres de la tribu, formando un círculo a su alrededor, la escoltan hasta la orilla del agua. Llegadas a la orilla, la despojan de todos sus ornamentos y los porteadores se meten con ella dentro del agua, donde la inmergen, y todas las demás mujeres se reúnen palmeteando el agua para salpicar a la muchacha y a sus porteadores. Cuando salen del agua, una de las asistentes hace un haz con yerba para que la muchacha se acuclille encima. La otra se va corriendo al arrecife, coge un cangrejo pequeño, le arranca las dos pinzas o bocas y vuelve presurosa con ellas al arroyo. Aquí han encendido mientras una fogata, en la que asan las patas del cangrejo, que las asistentes dan de comer a la joven; después la adornan nuevamente y todas las mujeres juntas vuelven a la aldea en fila india llevando a la joven en el centro de la fila agarradas las muñecas por sus dos asistentas. Los maridos de las tías las reciben y conducen a la casa de uno de ellos, donde todos comen, y permiten ya comer a la muchacha del modo usual. Sigue a la comida un baile en que ella tiene la parte principal, bailando entre los dos maridos de sus tías, que estuvieron encargadas de ella durante su encierro.

Entre los yaraikama, tribu de la península de Cabo York, en Queensland del Norte, se dice que una joven púber tiene que vivir sola un mes o seis semanas; ningún hombre puede verla, pero sí una mujer. Se guarece en una choza o refugio especialmente hecho para ella y sobre cuyo suelo permanece tendida de espaldas. No debe ver el sol y a su puesta cerrará los ojos hasta que se haya ocultado; en otro caso se piensa que su nariz enfermaría. Durante su confinamiento no podrá comer nada que viva en agua salada, o una serpiente la matará. Una anciana la sirve y la provee de raíces, ñames y agua. En algunas tribus australianas suelen enterrar a las jóvenes en esos períodos más o menos profundamente en el suelo, quizá con objeto de ocultarlas a la luz solar.

Entre los indios de California, de una muchacha en su primera menstruación «se pensaba que estaba poseída de un grado particular de poder sobrenatural y éste no se consideraba siempre como enteramente corruptor o malévolo. Con frecuencia, sin embargo, había un fuerte sentimiento de poderío maligno inherente a su condición. Uno de los preceptos más rigurosos que debía observar era el de que no podía mirar a su alrededor; tenía que llevar la cabeza agachada y le estaba prohibido ver el mundo y el sol. En algunas tribus las cubrían con una manta. Muchas de las costumbres relacionadas con esto recuerdan muy vigorosamente las de la costa norte del Pacífico, tales como la prohibición a la muchacha de rascarse y tocarse la cabeza con las manos, proveyéndola de un instrumento especial para ello. Algunas veces, comían si otra persona las alimentaba y si no, tenían que ayunar».

Entre los indios chinuk, que habitaban en la costa del Estado de Washington, cuando la hija de un jefe alcanzaba su pubertad, la ocultaban de la vista de las gentes por cinco días; no podía mirar a nadie, ni al ciclo, ni coger bayas. Se creía que si llegaba a mirar al cielo, el tiempo sería malo, que si cogía bayas llovería y que cuando colgase su paño de corteza de cedro sobre un abeto, el árbol se secaría en seguida. Tenía que salir de casa por una puerta especial y bañarse en un arrovo lejos de la aldea. Ayunaba muchos días y en otros muchos no podía comer alimentos frescos. Entre los indios aht o nutka de la isla de Vancouver, cuando las muchachas llegan a la pubertad son colocadas en una especie de galería de la casa «y rodeadas completamente con esterillas de modo que no puedan ver el sol ni fuego alguno. Allí permanecen varios días, y les dan agua, pero no alimento. Cuanto más tiempo permanece una joven en este retiro, más grande es el honor para sus padres; pero es desgraciada toda su vida si llega a saberse que ha visto fuego o el sol durante su ordalía de iniciación». Sobre las pantallas tras de las que se oculta, pintan representaciones del mítico Pájaro del Trueno. Durante su reclusión no puede moverse ni tumbarse; tiene que permanecer en cuclillas. No se tocará el pelo con las manos, pero se le permite rascarse la cabeza con un peine o pieza de hueso a propósito para ello. También le está prohibido rascarse el cuerpo y se cree que cada rascadura la dejaría una cicatriz. Hasta ocho meses después de alcanzar su madurez no podría comer ningún alimento fresco, particularmente salmón; además tiene que comer a solas y usar taza y plato especiales.

En la tribu Tsetsaut de la Columbia Británica, la joven que llega a la pubertad lleva un sombrero grande de piel que le cubre la cara y la oculta del sol. Se cree que si expusiera la cara al sol o hacia el cielo, llovería. El sombrero la protege también del fuego, que ao debe reflejarse en su piel; se protegerá las manos con mitones. En la boca llevará el diente de algún animal para evitar las caries de sus propios dientes. Durante todo un año, no puede ver sangre sin tener la cara ennegrecida, pues en otro caso quedará ciega. Por un período de dos años llevará el sombrero y vivirá en una choza a solas aunque se le permite ver a la gente. Al cabo de los dos años, un hombre la despojará del sombrero y lo tirará lejos. En la tribu Bilqula o Bella Cola de la Columbia Británica, cuando alcanza su pubertad una muchacha, debe permanecer en el sotechado que la sirve de dormitorio y donde tendrá un fogón individual. No se la permitirá descender a la parte principal de la casa ni sentarse ante el hogar con la familia. Por cuatro días está obligada a permanecer inmóvil en posición sedente. Ayunará durante el día pero la permiten un poco de alimento y bebida a la madrugada. Después de este retiro de cuatro días, puede salir de su cuarto, pero sólo pasando por una abertura hecha en el suelo, pues la casa está sobre estacas, y todavía no puede entrar en el cuarto principal. Cuando sale de la casa lleva un sombrero grande que protege su cara de los rayosdel sol. Se cree que si el sol tocase su cara, enfermaría de los ojos. Puede recolectar bayas campestres en las lomas, pero no acercarse al río o al mar durante un año. Si comiera salmón fresco perdería el sentido o su boca se convertiría en un pico largo.

Entre los indios tlingit (thlinkeet) o indios kolosh de Alaska, cuando una joven mostraba signos de mujer se la confinaba en una choza pequeña o jaula completamente cerrada, salvo un pequeño agujero para el aire. En esta obscura e inmunda morada tenía que permanecer un año, sin fuego, ejercicio ni compañía. Sólo su madre y una pequeña esclava la proveían su manutención. La comida se la ponían en el ventanillo y tenía que beber sorbiendo por medio del hueso de un ala de águila de cabeza blanca. El tiempo de reclusión fue después reducido en algunos sitios a seis meses, tres y aun menos. Tenía que llevar una especie de capota con alas muy grandes para que su mirada no pudiera contaminar el cielo; se la creía indigna de tomar el sol e imaginaban que su mirada destruiría la suerte de un cazador, pescador o jugador, convirtiendo las cosas en piedras y otras maldades. Al final de su confinamiento, quemaban sus ropas usadas, le ponían otras nuevas y daban una fiesta, en la que por debajo de su labio inferior y paralelamente a la boca, le hacían un corte e insertaban un trozo de madera o concha para mantener la herida abierta. Entre los koniags, pueblo esquimal de Alaska, una muchacha en pubertad era colocada en una cabaña pequeña en la que tenía que permanecer en posición cuadrúpeda seis meses; después alargaban un poco la choza para permitirle desencorvar la espalda pero en esta postura tenía que permanecer seis meses más. Durante todo ese tiempo era considerada como un ser impuro con el que nadie podía tener relación.

Cuando los síntomas del primer catamenio aparecían en una muchacha de la tribu, los indios guaraníes del sur del Brasil, en las fronteras paraguayas, cosían su hamaca con ella dentro, de modo que sólo quedase una pequeña abertura para respirar. En esta condición, envuelta y amortajada como un cadáver, la tenían por dos o tres días, tanto tiempo como durasen los síntomas, durante el cual tenía que observar el ayuno más completo. Terminado esto, la entregaban a una matrona, que le cortaba el pelo y le ordenaba abstenerse de comer carne de ninguna clase hasta que su cabello hubiera crecido lo bastante para ocultar sus orejas. En circunstancias similares, los chiriguanos del sudeste de Bolivia alzaban hasta el techo a la jovencita dentro de su hamaca y allí la tenían un mes; en el segundo mes era bajada a medio camino del techo y en el tercero, unas viejas armadas de palos entraban en la choza y corrían pegando estacazos sobre todo lo que encontraban, diciendo que estaban cazando a la serpiente que había mordido a la jovencita.

Para los matacos o mataguayos, tribu india del Gran Chaco, la niña pubescente tiene que permanecer en reclusión por algún tiempo. Se tiende en un rincón de la cabaña, cubierta de ramaje u otras cosas, sin mirar ni hablar con nadie, y durante ese tiempo no puede comer carne ni pescado.

Mientras tanto, un hombre toca un tambor frente a la casa. Entre los yuracares, tribu india de Bolivia oriental, cuando una joven percibe los signos de la pubertad su padre construye una choza pequeña de hojas de palma cerca de la casa. En esta choza encierra a su hija de modo que no pueda ver la luz y allí permanece cuatro días en ayuno riguroso.

Entre los macusis de la Guayana Británica, cuando una joven muestra los primeros signos de pubertad es colgada dentro de una hamaca en el sitio más alto de la cabaña. Los primeros días no abandonará la hamaca de día; pero puede bajar de noche, encender una lumbre y pasar la noche junto al fuego, pues de no hacerlo podría llenársele de granos la garganta, el cuello y otras partes delcuerpo. Mientras los síntomas se hallen en su punto álgido, ayunará rigurosamente. Cuando han disminuido, bajará de su hamaca y tomará como habitación un pequeño compartimento hecho para ello en el ángulo más obscuro de la cabaña. Por la mañana cocinará su comida pero deberá hacerlo en una lumbre separada y en una vajilla personal. Después de unos diez días llega el hechicero y desvirtúa el hechizo farfullando conjuros y balitando sobre ella y sobre todos los objetos valiosos que con ella han estado en contacto; los cacharros y vasijas que usó para beber y comer los rompe y entierra los fragmentos. Después de su primer baño, la muchacha debe dejarse apalear por su madre con varas sin emitir un grito. Al final del segundo período menstrual la apalea su madre por segunda y última vez. Ahora está «pura» y puede mezclarse con la gente. Otros pueblos de Guayana, después de tener a la joven en su hamaca en lo alto de la choza durante un mes, la someten a las mordeduras, muy dolorosas, de unas hormigas grandes. En ocasiones, además de ser mordida por las hormigas, la sufriente tiene que ayunar día y noche mientras permanezca izada dentro de la hamaca, así que cuando por fin la bajan está hecha un esqueleto.

Cuando una doncella hindú alcanza la madurez sexual, queda encerrada cuatro días en una habitación obscura y tiene prohibido ver el sol. Se la considera impura y nadie puede tocarla. Su dieta está restringida a arroz cocido, leche, azúcar, requesón y tamarindo sin sal. En la mañana del quinto día va a un estanque vecino acompañada por cinco mujeres casadas «cuyos maridos vivan». Untada de agua de cúrcuma, se bañan todas después y vuelven a casa, tirando la esterilla del lecho y otras cosas que hubiere en el cuarto. Los brahmanes rarhi de Bengala obligan a la muchacha en pubertad a vivir sola y no la permiten ver la cara de ningún hombre. Permanece tres días encerrada en un cuarto obscuro y sujeta a ciertas penitencias. Se le prohibe comer carne, pescado y golosinas; debe sustentarse de arroz y mantequilla fundida. Entre los tiyanos de Malabar hay la creencia de que una joven es impura durante cuatro días desde el comienzo de su primer menstruo; este tiempo tendrá que pasarlo en la parte norte de la casa, donde duerme sobre una esterilla de yerbas de una clase especial, en un cuarto adornado con guirnaldas de hojas tiernas de cocotero. Otra joven estará en su compañía y dormirá con ella, pero no puede tocar a ninguna otra persona, árbol o planta. Además, no debe ver el cielo y ¡ay de ella si llega a ver un cuervo o un gato! Su dieta debe ser estrictamente vegetariana, sin sal, tamarindos o chiles. Estará armada contra los malos espíritus con un cuchillo que colocan sobre el petate o sobre su persona.

En Camboya, una joven al llegar su pubertad debe quedar en la cama y bajo un mosquitero donde estará por cien días. Usualmente, sin embargo, se consideran bastantes cuatro, cinco, diez o veinte días y aun así, en un clima caluroso y bajo las mallas tupidas de las cortinas, es bastante penoso. Según otro relato, de una doncella camboyana en pubertad se dice que «entra en la sombra». Durante su retiro, el que según el rango y posición de la familia puede durar desde unos pocos días a varios años, tiene que cumplir con un gran número de preceptos tales como no ser vista por un hombre extraño, no comer carne o pescado y otros parecidos. No debe salir ni a la pagoda. Pero este estado de reclusión es suspendido durante los eclipses; en esos momentos sale fuera y hace sus oraciones al monstruo que se supone causa los eclipses cogiendo los cuerpos celestes entre sus dientes. Este permiso para romper su regla de confinamiento y salir durante un eclipse muestra cuán literalmente se interpreta el entredicho que prohíbe a las doncellas mirar al sol cuando llegan a la madurez sexual.

Hay que suponer que una superstición tan extensamente difundida como ésta, ha dejado huellas en las leyendas y cuentos populares. Y así ha sucedido. La antigua leyenda griega de Danae, que fue encerrada por su padre en una cámara subterránea o en una torre de bronce, pero que fue embarazada por Zeus, que llegó a ella en forma de lluvia de oro, quizá pertenece a esta clase de cuentos. Tiene su contrafigura en la leyenda que los kirguicios de Siberia cuentan de sus antepasados. Un kan tenía una hermosa hija encerrada en una casa obscura de hierro para que ningún hombre pudiera verla. Una anciana la cuidaba y cuando la niña llegó a ser mujer preguntó a la anciana: «¿Dónde vas con tanta frecuencia?» «Niña mía, dijo la vieja dama, allá fuera hay un mundo brillante y en ese mundo brillante viven tu padre y tu madre y también toda clase de gentes. Allí es donde voy». La doncella la dijo: «Madre buena, yo no lo diré a nadie, pero enséñame ese mundo brillante». De este modo, la mujer anciana sacó a la muchacha de la casa de hierro y cuando ella vio el mundo brillante se tambaleó y perdió el conocimiento; el ojo de Dios cayó sobre ella, dejándola embarazada. Su padre, encolerizado, la puso en un arcón de oro y la envió flotando sobre la anchura del mar (el oro encantado puede flotar en el país de las hadas). La lluvia de oro de la fábula griega y el ojo de Dios de la leyenda kirguicia probablemente representan los rayos del sol y el sol mismo. La idea de que las mujeres pueden ser fecundadas por el sol no es infrecuente en las leyendas y hay huellas de esta idea en las costumbres nupciales.

4. CAUSAS DE LA RECLUSIÓN DE LAS JÓVENES PUBESCENTES

El motivo de las restricciones con tanta frecuencia impuestas a las jóvenes al llegar a la pubertad es el temor profundamente inculcado que por la sangre menstrual abrigan casi todos los pueblos primitivos. La temen en todo tiempo, pero especialmente en su primera aparición; por eso las restricciones que oprimen a las mujeres en su primera menstruación suelen ser más rígidas que las que han de cumplir en cualquier subsecuente recurrencia de ese manar misterioso. Se han citado algunos ejemplos del miedo y de las costumbres en él basadas en la primera parte de esta obra, pero como el terror, pues no es nada menos, que el fenómeno periódicamente produce en la mente del salvaje ha influido tan profundamente en su vida y en sus instituciones, conviene ilustrar esta cuestión con algunos ejemplos más.

Así, en la tribu australiana de la Bahía de la Reunión hay o había una «superstición que obliga a la mujer a separarse del campamento durante el tiempo de su indisposición mensual, y siempre que una joven o un muchacho se aproxime deberá advertírsele y éste hará inmediatamente un rodeo para evitarla. Si es negligente en esto, se expone a ser regañada y a veces apaleada fuertemente por su marido o pariente más cercano, pues a los muchachos se les ha dicho desde su infancia que si ven la sangre pronto se quedarán canosos y su vigor decaerá prematuramente». Los dieri de la Australia central creen que si una mujer en esas épocas comiera pescado o se bañara en el río, todos los peces morirían y el río quedaría seco. Los arunta de la misma región prohíben a las mujeres menstruantes recolectar los bulbos del irriakura, que constituye un artículo importante para la dieta de los hombres y aun de las mujeres. Creen que si alguna mujer desobedece este precepto, la provisión de bulbos decaerá.

En algunas tribus australianas la reclusión de las mujeres menstruantes era aún más rígida y estaba sancionada con penalidades más severas que una regañina o una paliza. Así «hay una regulación respecto a los acampados en la tribu Wakelbura que prohíbe a las mujeres entrar en los campamentos por el mismo sendero que los hombres. Cualquier violación de esta ley en un campamento grande se castigaría con la muerte. La razón de esta prohibición es el miedo que tienen al período menstrual de las mujeres. Durante ese periodo la mujer es alejada del campamento medio kilómetro o más. Una mujer en ese estado se ata alrededor de la cintura ramaje del árbol de su tótem y está constantemente vigilada y guardada, pues se piensa que si algún nombre fuera tan desgraciado que viera a una mujer así moriría. Si la mujer se dejase ver de un hombre, es probable que fuera condenada a muerte. Cuando la mujer ya se ha repuesto, se pinta de rojo y blanco, cubre su cabeza con plumas y vuelve al campamento».

En Muralug, una de las islas del Estrecho de Torres, la mujer menstruante no comerá nada de lo que vive en el mar, pues los nativos creen que fracasarían sus pescas. En Cálela, al oeste de Nueva Guinea, las mujeres en sus períodos menstruantes no pueden entrar en una vega de tabaco, pues las plantas del tabaco serían atacadas de enfermedades. Los minangkabauer de Sumatra están convencidos de que una mujer en estado impuro que pase cerca de un arrozal echará a perder la cosecha.

Los bosquimanos de África del Sur piensan que si los mira una joven cuando debiera estar en estricto aislamiento, los hombres quedarían paralizados en la posición en que estaban, con lo que tuvieran en las manos, y serían transformados en árboles que hablan. Las tribus ganaderas del África del Sur sostienen que sus rebaños morirían si bebieran la leche de una mujer menstruante ytemen el mismo desastre si cayera al suelo una gota de sangre y los bueyes pasaran por encima. Para prevenir tamaña calamidad, las mujeres en general, no sólo las menstruantes, tienen prohibido entrar en los cercados del ganado y más aún, no pueden usar los senderos ordinarios de entrada al pueblo o los que van de una choza a otra. Están obligadas a practicar senderos a espaldas de las chozas para evitar el terreno del centro de la aldea, donde está el ganado estacionado o descansando.
Estos senderos de mujeres pueden verse en todos los pueblos de cafres. Entre los baganda, de modo semejante, no podía beber leche ninguna mujer menstruante ni estar en contacto con ninguna vasija que la contuviera; no debía tocar nada de lo perteneciente a su marido, ni sentarse en su esterilla, ni arreglarle la comida. Tocar alguna cosa de éstas durante el período, se consideraba equivalente a desearle la muerte o a realizar maniobras de brujería para su destrucción. Si manejase alguna cosa suya, seguramente caería enfermo; si tocase sus armas, seguramente moriría en el primer combate que tuviera. Además, los bagandas no consentían que una mujer menstruante se acercara a un pozo;temían que si alguna lo hiciera el pozo se secaría e incluso que ella misma enfermaría y moriría a menos de confesar su falta y de que el curandero hiciera una expiación por ella. Entre los akikuyosdel África Oriental Británica, si se construye una cabaña y la esposa tiene el período el mismo día que se enciende por primera vez el hogar, hay que destruir la cabaña al día siguiente; de ningún modo dormirá la segunda noche en la cabaña, pues la maldición caería sobre la mujer y la cabaña.
Según el Talmud, si alguna mujer al principio de su período pasa entre dos hombres, uno de ellos morirá. Los campesinos del Líbano creen que las mujeres menstruantes son la causa de muchas desgracias, que su sombra marchita las flores, seca los árboles y hasta paraliza el movimiento de las serpientes; si alguna de ellas montase a caballo, el animal podría morir o almenos quedaría inservible por largo tiempo.
Los guaykiríes del Orinoco creen que cuando una mujer está con sus reglas, morirá todo lo que pise y si un hombre pisa sus huellas se le hincharán las piernas instantáneamente. Entre los indios bribi de Costa Rica, una mujer casada sólo usa hojas de plátanos como platos durante la regla y los tira en un sitio apartado al terminar de usarlos, pues si una vaca las encontrara y comiera, el animal se extenuaría y moriría. También bebe exclusivamente de una vasija especial, porque cualquier persona que beba después en la misma vasija infaliblemente se debilitará hasta perecer.

En la mayoría de las tribus de indios norteamericanos había la costumbre de que las mujeres menstruantes se retiraran del campamento o pueblo para pasar el periodo de su impureza en chozas o abrigos para su uso. Allí vivían apartadas, comiendo y durmiendo solas, calentándose en hogueras propias y absteniéndose estrictamente de toda comunicación con los nombres, que a su vez las eludían como si estuvieran apestadas.

Así, por ejemplo, los indios créele y las tribus afines de Estados Unidos obligaban a las mujeres menstruantes a vivir en chozas especiales bastante alejadas del poblado, donde tenían que quedar aisladas a riesgo de una sorpresa del enemigo. Se consideraba «impureza horrenda y peligrosa» acercarse a las mujeres en ese estado y ese peligro alcanzaba hasta a sus enemigos, que si mataban a estas mujeres tenían que purificarse con ciertas yerbas y raíces sagradas. Los indios stseelis de la Columbia Británica creían que si una mujer menstruante pasaba por encima de un haz de flechas, las inutilizaría y aun podrían ocasionar la muerte de su dueño y, también, que si pasaba por delante de un cazador armado de fusil, la bala se desviaría siempre. Entre los chipewas y otros indios del territorio de la Bahía de Hudson, las mujeres menstruantes son excluidas del campamento y tienen que vivir en chozas de ramaje; llevan caperuzas grandes que les ocultan por completo cabeza y pecho, No pueden tocar los enseres ni ningún objeto de uso masculino, pues «suponen que su contacto los macula y su posterior uso acarrearía desgracia o calamidad», como enfermedades o muerte. Han de beber con un hueso de cisne. Tampoco pueden andar por los senderos ni cruzar rastros de animales. «No se las permite caminar sobre el hielo de los ríos y lagos ni acercarse adonde los hombres estén cazando castores ni donde haya tendida una red para pescar, por miedo de alejar la pesca. En este período no pueden comer la cabeza de ningún animal ni pisar o cruzar huellas recientes de pisadas o de un trinco que transporte una cabeza de ciervo, alce, castor y otros muchos animales. Se considera muy grave el incumplimiento de esta costumbre, pues creen firmemente que ocasionarían fracasos posteriores al cazador». También los lapones prohíben a las mujeres menstruantes pisar la parte de la playa donde los pescadores suelen depositar su pesca, y los esquimales del Estrecho de Bering creen que los cazadores que se acerquen a una mujer menstruante no cazarán nada. Por igual razón, los indios carrier no permiten que ninguna mujer menstruante pise cruzando huellas de animales; si es necesario, se la pasan en brazos. Creen que si vadea un arroyo o un lago, morirán los peces.

En las naciones civilizadas de Europa, las supersticiones que se acumulan alrededor de este aspecto misterioso de la naturaleza femenina no son menos extravagantes que las existentes entre los salvajes. En la enciclopedia más antigua que poseemos ―la Historia natural, de Plinio―, la lista de los peligros que pueden provenir de la menstruación es más larga que la de los propios bárbaros. Según Plinio, el tacto de una mujer menstruante convertía el vino en vinagre, atizonaba los granos, mataba los semilleros, plagaba las huertas de parásitos, hacía caer prematuramente los frutos de los árboles, nublaba los espejos, embotaba las navajas, oxidaba el hierro y el latón (especialmente en luna menguante), mataba las abejas o al menos las alejaba de sus colmenares, hacía abortar las yeguas, y así sucesivamente. De modo análogo, en varios sitios de Europa todavía se cree que si una mujer con su regla entra en una bodega, la cerveza se acedará; si toca cerveza, vino, vinagre o leche, se estropearán; si hace conservas, se pudrirán; si monta en yegua, ésta abortará; si toca capullos de flores, se secarán; si trepa por un cerezo, se secará. En Brunswick la gente cree que si una mujer menstruante asiste a la matanza de un cerdo, la carne se pudrirá. En la isla griega de Calymnos, una mujer durante el período no puede ir al pozo a sacar agua, ni cruzar una corriente de agua, ni entrar en el mar. Su presencia en una lancha dicen que levanta una tormenta.

Así, vemos que el objeto de recluir a las mujeres durante la menstruación es neutralizar las influencias peligrosas que se supone emanan de ellas en esos momentos. Que el peligro que se cree sea especialmente grande en la primera menstruación se deduce de las precauciones extraordinarias tomadas en el aislamiento de las jóvenes en esta crisis. Dos de estas precauciones han sido ya relatadas, las prohibiciones de tocar el suelo y de ver el sol. El efecto general de estas leyes es mantenerlas en suspensión, por decirlo así, entre el ciclo y la tierra. Ya sea envueltas en su hamaca y suspendidas lo más cerca posible del techo, como en Sudamérica, o elevadas sobre el suelo en una jaula obscura y estrecha como en Nueva Irlanda, puede considerárselas como apartadas del mediode hacer daño, puesto que, hallándose apartadas de la tierra y del sol, no pueden emponzoñar ninguna de esas grandes fuentes de vida con su mortífero contagio. En dos palabras: quedan convertidas en inocuas por estar «aisladas», hablando en términos de electricidad. Mas todas estas precauciones para aislar a las muchachas se toman tanto en consideración a su propia seguridad como por la seguridad de los demás, pues se piensa que ellas mismas sufrirían si fuesen negligentes con el régimen prescrito. Así, hemos visto cómo las jovencitas zulúes creen que se consumirían hasta convertirse en esqueletos si el sol brillase sobre ellas en su pubescencia, y los macusis imaginan que si alguna jovencita transgrediera las órdenes sufriría de erupciones en varias partes del cuerpo. Resumiendo, a la joven se la considera como si estuviese cargada de una poderosa energía que, de no sujetarse, puede destruirla a ella y destruir todo lo que se ponga en contacto con ella. Represar esta energía dentro de los limites necesarios a la seguridad de todos aquellos a quienes atañe es el fin que se proponen estos tabús.

La misma explicación es aplicable a la observancia de las mismas leyes por parte de reyes divinos y sacerdotes. La impureza, como la llaman, de las púberes y la santidad de los hombres sagrados no difieren materialmente una de otra en la mente primitiva. No son sino diferentes manifestaciones de la misma energía misteriosa que, como la energía general, no es en sí buena ni mala, sino que se hace benéfica o maléfica según su aplicación. En conformidad con esto, si tanto las púberes como los personajes divinos no pueden tocar el suelo ni ver el sol, la razón es, por un lado, el temor de perder su divinidad al contacto con tierra o ciclo, descargándose con violencia mortal en uno u otro, y por todo lado, la aprensión de que el ser divino así vaciado de su virtud etérea, pudiera por esto quedar incapacitado para la futura ejecución de sus funciones mágicas, de cuya apropiada descarga se cree que depende la seguridad de las gentes y aun del mundo. Así, las leyes en cuestión entran en la denominación de los tabús que ya examinamos al principio de este libro; su objeto es conservar la vida de la persona divina y, con ella, la de sus súbditos y adoradores. En ninguna parte se piensa que pueda estar su preciosa y aun más peligrosa vida tan segura y ser tan inocua como cuando no se halla ni en el ciclo ni en la tierra, sino suspendida entre los dos.»

Por la selección del texto y la intención al seleccionarlo, firma este post

Verónica del Carpio Fiestas

Cualquier parecido con la realidad era ya pura coincidencia en el siglo XVIII

«Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia» y esas otras larguísimas frases explicativas al principio o al final de libros y películas para evitar pleitos por difamación y esas cosillas no con cosas de hoy.  En una novela picaresca escrita en frances (sí, en francés) en el siglo XVIII por, según parece, un francés (si, por un francés) y ambientada en España (sí, en España), en una novela picaresca tan extraña como todo eso, figura una declaración del autor que sería el equivalente en el siglo XVIII a la frase ritual.

La extraña novela picaresca «Historia de Gil Blas de Santillana«, o «Gil Blas», a secas, enlace aquí, gil-blas-1escrita, al parecer, por  Alain-René Lesage entre 1715 y 1735, contiene una curiosa «declaración» al principio, en la que, si entiendo bien, poco menos que llama tontos a quienes se quejen:

«DECLARACIÓN DE LESAGE
Como hay personas que no saben leer un libro sin aplicar los caracteres viciosos o ridículos que en él se censuran a personas determinadas, declaro a estos maliciosos lectores que harán mal y se engañarán mucho en hacer la aplicación a ningún individuo en particular de los retratos que encontrarán en esta obra. Protesto al público que solamente me he propuesto representar la vida del común de los hombres tal cual es; y no permita Dios que jamás sea mi ánimo señalar a ninguno con el dedo. Si hubiere alguno que crea se ha dicho por él lo que puede convenir a tantos otros, le aconsejo que calle y no se queje, porque de otra manera él mismo se dará a conocer fuera de tiempo.«gil-blas-2

Claro que no solo por eso merece la pena leer esta obra.

Verónica del Carpio Fiestas

Un hombre completamente afeitado

Sería interesante saber a partir de qué momento en las descripciones literarias el pelo en la cara dejó de considerarse un elemento tan indispensable en las caras masculinas cono la nariz y por tanto las descripciones solo incluían la barba, el bigote la mosca o las patillas cuando había, y empezaron a prescindir de la expresión «un hombre completamente afeitado» cuando no había ni barba ni bigote ni mosca ni patillas.

Tenga este detalle en cuenta cuando lea alguna descripción física hasta, por ejemplo, los años 20 o 30 del siglo XX y contraste con las descripciones posteriores o incluso con las que usted haría ahora mismo. En la primera descripción general de cualquier varon, en la misma primera frase descriptiva, y en contexto ni policial ni judicial, en la misma frase en la que se mencionan el color de cabello, la altura, la edad y si es o no gordo, ¿usted añadiría que va completamente afeitado? O mejor vayamos al ejemplo concreto. Supongamos que tiene usted que describir a un compañero de oficina. Si lleva barba, usted dirá que es un cuarentón bajo, gordo, moreno y con barba; y si la barba es especialmente larga incluso usted describirá a ese señor como un barbudo cuarentón, moreno, gordo y bajo. Pero de no tener ni barba ni bigote, ¿usted diría de ese señor que «es un cuarentón completamente afeitado, bajo, gordo y moreno»?

Con esta idea, relea la literatura desde el siglo XIX hasta, aproximadamente, los años 20-30 del siglo XX; especialmente la británica. Se sorprenderá de la cantidad de veces que ya en la primera frase descriptiva aparece «un hombre completamente afeitado».

Verónica del Carpio Fiestas

Fouché, por Zweig: retrato del político reptiliano por antonomasia y del valor de la información

Usted puede pensar que el político por antonomasia que, como la salamandra mítica en el fuego, sobrevive a todos los cambios, por muy violenta que sea la llamarada, y  consigue perpetuarse sin merma de su poder mediante métodos no del todo éticos, queda retratado en «El príncipe«, de Maquiavelo. Es usted muy libre de pensar eso, naturalmente. Ahora bien, por mucho que «El príncipe» pueda estar inspirado en políticos reales, como Fernando el Católico o en los Borgia, o en quien sea, lo cierto es que, aparte de no ser la historia de una abyección, se trata de una abstracción, porque es ensayo, no retrato. Por mi parte, el mejor retrato de un político real, no en abstracto, en el sentido indicado de abyecta salamandra, lo he visto en la extraordinaria biografía de Joseph Fouché escrita por Stefan Zweig, publicada en 1929. En este enlace tiene el texto traducido al castellano. Son poco más de cien páginas; merece mucho la pena leerlas como biografía, como Historia y como Literatura; si no supiéramos que Fouché es un personaje real y Zweig un biógrafo serio, pensaríamos que se trata de una obra de ficción, por lo asombroso del personaje histórico biografiado y por la altura literaria, ajena a la aridez y al prosaísmo habitual de las biografías.

La verdad, no sé si decir algo sobre quiénes son Fouché y Zweig, porque habría que explicar mucho. No haber oído hablar del tenebroso y genial, genio del mal, Fouché significa haberse perdido mucho de la Revolución Francesa y de política francesa de las décadas posteriores a la Revolución, y sería largo explicarlo o incluso poner referencias. No saber quién es Zweig significa haberse perdido bastante de  Literatura, con mayúsculas, europea, y hasta de cine, porque «Carta de una desconocida» no es solo un libro de Zweig, sino también, por ejemplo, una película de Max Ophüls, basada en la novela. Quiza baste con remitir a Wikipedia. Y para quien prefiera otro enfoque, a la novela de Balzac «Un asunto tenebroso«, enlace al texto aquí, donde -aunque no es precisamente una de sus mejores novelas, diría yo-, el policía inspirado en Fouché puede dar una idea de cómo quedó en el imaginario colectivo francés el siniestro y repugnante personaje real convertido en siniestro y repugnante personaje de ficción. Y, desde un tercer enfoque, «La carta robada«, de Edgar Allan Poe, una de los primeros cuentos de misterio, enlace al texto aquí; el inteligente cortesano ministro de Policía que ha robado al carta a una mujer de la familia real, y la guarda para chantaje, es personaje inspirado, evidentemente, en Fouché.

En cualquier caso, quien lea «Fouché, el genio tenebroso«, la biografía del reptiliano Fouché escrita por Zweig, puede comprender y disfrutar fácilmente el texto y entender el contexto aunque lo desconozca todo sobre política francesa desde la Revolución Francesa. Y es que en realidad de lo que trata, aparte de sobre Napoleón y Robespierre y muchos personajes históricos fascinantes, es sobre el Poder y cómo conseguir no solo sobrevivir a él, sino cómo seguir siempre mandando siempre sea cual sea el Poder, incluso el más terrible, y ser siempre temido, y siempre desde la sombra. Fouché consigue adaptarse a todos los sucesivos Poderes, desde la más feroz Revolución del Terror de guillotina cotidiana hasta la Monarquía más intransigente. Y en todos ellos conserva el Poder con unos métodos y una desfachatez que asombran, y traicionando a todos sin que las sucesivas traiciones -traiciones que significan hasta matar, la muerte fisica, no solo la traición moral- le pasaran factura y siempre siendo temido por todos. Verdaderamente hay que leerlo para creerlo; es inaudito. La amoralidad más absoluta en una persona que, por otra parte, y ello resulta aún más inquietante, era un cariñoso esposo y padre de familia.

Por intentar explicarlo con una comparación históricamente más próxima, imaginemos un político, asesino reconocido de tirios y troyanos, en la República de Weimar muy poderoso,  y que consigue sin merma de poder, haciéndose imprescindible y siempre con aumento de patrimonio personal, seguir mandando en la sombra -porque es lo que le interesa, el Poder en la sombra como verdadero Poder-, en el sucesivo régimen nazi, en el sucesivo régimen comunista y en la democracia tras la caída del régimen comunista, y así durante décadas, salvo pequeños paréntesis.

Dos son los puntos en los que sobresalía Fouché: en el lenguaje y en la información, y en el manejo de los tiempos para el manejo del lenguaje y de la información.

Verdaderamente son antológicos sus discursos y sus gestos, medidos al milímetro. Y también sus silencios. Qué capacidad de manipulación.

Y como ministro de Policía de sucesivos regímenes, quien hasta por Wikipedia es considerado fundador del espionaje moderno y de lo que hoy se llamaría Ministerio del Interior, era extraordinariamente consciente del valor de la información. La información era obtenida mediante redes de espías, que incluía, según parece, desde  hasta a la propia Josefina, esposa de Napoleón:

«Magníficamente está montada esta máquina complicada, este aparato de vigilancia de todo un país. Mil noticias llegan todos los días a la casa del Quai Voltaire. Al cabo de un par de meses ha llenado el país de espías, agentes secretos y moscardones. Pero no hay que figurarse sus espías como detectives burgueses, corrientes y vulgares, que atisban el chismorreo del día, con los porteros, en las tabernas, en los burdeles y en las iglesias. Los agentes de Fouché llevan galones de oro, levita de diplomático y sutiles galones de encaje; charlan en los salones de Fauburg Saint-Germain y, por otra parte, se introducen, disfrazados de patriotas, en las sesiones secretas de los jacobinos. En la lista de sus mercenarios se encuentran marqueses y duquesas con los nombres más ilustres de Francia. Y hasta puede alardear (caso fantástico) de tener a su servicio a la mujer más preeminente del país, a Josefina Bonaparte, la futura Emperatriz. En el despacho de su señor y futuro Emperador está, vendido a Fouché, el secretario; en Hartwell ha sobornado al cocinero del rey Luis XVIII. No hay charla que no tenga referencia, no hay carta que no se abra.
En el Ejército, entre los comerciantes, entre los diputados en las tabernas y en las asambleas, a todas partes llega el oído vigilante del ministro de Policía, invisible, y todas esas noticias van diariamente a parar a su mesa de burócrata. Allí se examinan las denuncias, en parte auténticas y de trascendencia, en parte insignificantes, y se estudian y comparan hasta que surge, entre mil claves, la noticia clara.
La información lo es todo, en la guerra como en la paz, en la política como en la economía. El Poder no se funda en la Francia de 1799, en el terror, sino en la información. La información en torno de estos tristes termidoristas, para saber cuánto dinero acepta cada uno, por quién es sobornado, por cuánto se le compra. Así se le puede tener a raya, en una situación de dependencia respecto del superior; la información sobre conspiraciones, en parte para batirlas y en parte para acelerarlas, permite llevar la maniobra política del lado más favorable. El saber por adelantado las noticias del teatro de la guerra y de las negociaciones de la paz, permite operar en la Bolsa con financieros complacientes y, finalmente, hacerse un capital. Así, esta máquina de noticias en manos de Fouché produce constantemente dinero, y el dinero, a su vez, sirve de engrase para mantenerla rodando silenciosamente. De las casas de juego, de los burdeles, de las casas de banca, fluyen contribuciones discretas que ascienden a millones, que van a parar a su mano, para transformarse allí en soborno; el soborno, a su vez, trae nuevas informaciones… Así no se para ni falla jamás esta maquinaria enorme y refinada de la Policía, que un solo hombre creó de la nada en pocos meses, gracias a su inmensa energía y a su genio psicológico.
Pero lo más genial de esta maquinaria incomparable de Fouché es que solo funciona regida de su mano. En algún sitio tiene un tornillo secreto que si se saca hace detenerse súbitamente la rotación vertiginosa. Fouché lo previene todo desde el primer momento, por si algún día cayera en desgracia. Sabe que si le despiden basta una simple manipulación para paralizar enseguida la máquina por él construida. Pues no ha creado el servicio para el Estado ni para el Directorio, ni para Napoleón. Este déspota crea su óbra únicamente para su propia utilidad. No piensa dar cuenta, según es su deber, del resultado de todas las informaciones que sedimenta quimicamente en su retorta policíaca; solo comunica lo que quiere comunicar, con egoísmo, sin miramientos. ¿Para que hacer más listos a los imbéciles en el Directorio y dejarles ver sus cartas? Deja salir de su laboratorio lo que le es útil, lo que le es imprescindiblemene necesario para su propia ventaja; los dardos y los venenos eficaces los guarda cudadosamente en su arsenal particular, para sus asesinatos políticos.»

Así que esa esa información universal la utilizaba Fouché o no la utilizaba, según sus propios y exclusivos intereses personales, no los del Estado que le confería oficialmente ese Poder. Su poder procedía pues de esa información, pero no solo de ella; también de la capacidad para manejarla, o sea de difundirla como considerara oportuno, o de ocultarla, y de cómo y cuándo hacerlo. Así que se hizo imprescindible a regímenes sucesivos no solo muy distintos sino brutalmente enfrentados, no solo por cómo podía manejar la información contra los enemigos del momento sino por cómo podía manejarla contra sus propios amigos del momento, de quienes era también temido. Y así fue en sucesivos regímenes; incluso para la posterior Monarquía pese a que Fouché había votado la guillotina del anterior rey.

Desde este punto de vista resulta risible, por quedarse muy corto, el brutal sistema de policía secreta de Fernando VII, el rey bribón, sistema tan bien descrito por Pérez Galdós en la novela «La Fontana de Oro» y en varios Episodios Nacionales, y solo sería posible encontrar comparación quizá en la Stasi.

Pero tras leer la biografía de Fouché queda una profunda inquitud: la que eso no es una simple historia, agua pasada.

Es sencillamente imposible dejar de pensar en Internet.

Un político que consigue nadar entre dos aguas en tiempos de guillotina, que ejecutó nada menos que a cañonazos a opositores políticos, que participó en la orden de destruir como represalia y escarmiento una ciudad entera de su propio país, que había votado que se matara, no solo a su rey sino hasta a sus propios amigos y que había conseguido no solo sobrevivir a todo eso incluso en la posterior Monarquía, sino incluso medrar después de esas barbaridades y muchas otras, consigue todo ello, sobre todo, por el manejo de la información.

Y eso, doscientos años antes de Internet.

¿Qué no podría hacer, no ya el Estado, sino un genio del mal, o genio tenebroso, con Internet hoy?

O, por decirlo de otra forma, ¿qué estarán haciendo ahora mismo, en este mismo momento y desde hace quince años, y que harán en el futuro los genios tenebrosos con la información lícita o ilícitamente accesible por Internet, que es incomparablemente más que la que podía conseguir un Fouché a finales de siglo XVIII y en las primeros décadas del siglo XIX?

Uf.

Verónica del Carpio Fiestas

No hay por qué convertir las violetas en ponzoña

“A mí me parece que son todos los hombres como yo, flacos, fáciles, con pasiones naturales y aun estrañas. Que con mal sería, si todos los costales fuesen tales. Mas como soy malo, nada juzgo por bueno: tal es mi desventura y de semejantes. Convierto las violetas en ponzoña, pongo en la nieve manchas, maltrato y sobajo con el pensamiento la fresca rosa.

Leo este párrafo de la novela picaresca “Guzmán de Alfarache”, 2ª parte, de Mateo Alemán, enlace aquí, y releo la exquisita frase

“Convierto las violetas en ponzoña, pongo en la nieve manchas, maltrato y sobajo con el pensamiento la fresca rosa.

Cómo me recuerda eso a las redes sociales y a tanta grosería generalizada que para tantos parece inseparable de la fácil irresponsabilidad del fácil anonimato y de la fácil difusión instantánea, por impulso y no meditada de lo que en cada momento pase por la ¿cabeza?forges-y-el-rebuzno

Contra el rebuzno tuitero deliberado o de impulso y con el deseo ferviente de un imposible, un Internet que solo contenga violetas no venenosas, nieve blanca y rosas frescas, y donde las violetas ponzoñosas, la nieve mancillada y las rosas destrozadas solo se encuentren en las novelas picarescas clásicas disponibles gratis en Internet, firma este post,

Verónica del Carpio Fiestas

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Las amapolas de los campos de batalla

Del siglo XVII al siglo XX.

  • «En el verano siguiente a la batalla de Landen [Pueblo de Bélgica, junto a Lieja, Guerra de los Treinta Años], que fue la más sangrienta del siglo XVII en Europa, la tierra, empapada con la sangre de 20.000 muertos, se cubrió de millones de amapolas y el viajero que viajaba sobre aquel inmenso sudario escarlata podría imaginar que en verdad la tierra devolvía la vida a sus muertos».

«La rama dorada. Magia y religión», («The Golden Bough. A Study in Magic and Religion») capítulo XXXII, «El ritual de Adonis«. Autor: James George Frazer. Se trata de una obra antropológica de absoluta referencia publicada en 1890.

Where have all the flowers gone?
Long time passing
Where have all the flowers gone?
Long time ago
Where have all the flowers gone?
Girls have picked them every one
When will they ever learn?
When will they ever learn?

Where have all the young girls gone?
Long time passing
Where have all the young girls gone?
Long time ago
Where have all the young girls gone?
Taken husbands every one
When will they ever learn?
When will they ever learn?

Where have all the young men gone?
Long time passing
Where have all the young men gone?
Long time ago
Where have all the young men gone?
Gone for soldiers every one
When will they ever learn?
When will they ever learn?

Where have all the soldiers gone?
Long time passing
Where have all the soldiers gone?
Long time ago
Where have all the soldiers gone?
Gone to graveyards every one
When will they ever learn?
When will they ever learn?

Where have all the graveyards gone?
Long time passing
Where have all the graveyards gone?
Long time ago
Where have all the graveyards gone?
Covered with flowers every one
When will we ever learn?
When will we ever learn?

Traducciones hay muchas en Internet. Sugiero, por ejemplo, la del enlace aquí, y que acaba así:

¿Dónde han ido los soldados? Hace tanto tiempo ya…
¿Dónde han ido los soldados? A la tumba han ido todos.
Oh, ¿cuándo aprenderán? Oh, ¿cuándo aprenderán?
¿Qué ha sido de los cementerios? Tanto tiempo ha pasado…
¿Qué ha sido de los cementerios? Hace tanto tiempo ya…
¿Qué ha sido de los cementerios? Están todos cubiertos de flores.
¿Cuándo APRENDEREMOS? ¿Cuándo APRENDEREMOS?

Del siglo XVII al siglo XX no aprendimos de las amapolas de los campos de batalla. ¿Aprenderemos por fin en el siglo XXI?

Verónica del Carpio Fiestas

El sistema que inventó el protagonista de este cuento para evitar la muerte entre torturas

El cuento de Jack London titulado «El burlado» comienza así:

«Estaba sentado en la nieve con los brazos atados a la espalda, esperando la tortura».

Y acaba con un párrafo que contiene la siguiente frase:

«De pronto se levantó una oleada de risotadas.»

¿Qué habrá pasado entre medias? ¿Y como acaba? ¿No siente curiosidad? No se le voy a contar pero sí le digo cuatro cosas: que le va a sorprender, que el protagonista se salva de una muerte entre torturas, que las risotadas responden a algo en efecto cómico para los personajes en ese contexto más que anómalo y que ciertamente el cuento dista de ser cómico…Porque Jack London con frecuencia consigue escribir cuentos bastante desagradables…

Verónica del Carpio Fiestas

Narración desde el punto de vista de un narrador que no se entera de nada

Pensemos en una obra en la que un narrador describiera lo que sucede y el lector pudiera percibir que ese narrador que se cree de buena fe que está describiendo fielmente lo sucedido resulta que no se entera de nada. 

No me estoy refiriendo a que el personaje principal, sea o no narrador, vaya descubriendo paulatinamente una versión de los hechos distinta a la que creía al inicio del libro, como es el caso de «El buen soldado» del novelista inglés Ford Madox Ford, publicada en 1915. Tampoco me refiero a otros casos de narradores no fiables simplemente por ser niños o por padecer problemas mentales. Un ejemplo de un niño, «El Pequeño Nicolás» del francés René Goscinny, quien escribió los cuentos de esa serie en los años 50 del siglo XX; en estos cuentos los hechos son fiables pero la interpretación no. Un ejemplo de narrador con problemas mentales -el «idiota» del Macbeth de Shakespeare-, el Benji de «El ruido y la furia» del estadounidense William Faulkner (1929); ahí ni los hechos son fiables. Ni tampoco a un narrador con voluntad de engañar; un ejemplo clásico, «El asesinato de Roger Acroyd», de Agatha Christie, novela de misterio «escrita por el asesino» (siento destriparle el final), en la que un asesino-narrador describe con toda fidelidad lo sucedido y para desvirtuar la realidad se limita a omitir los cinco minutos del asesinato y poco más. De las técnicas de Henry James ya hablamos otro día. Y de ejemplos de alucinaciones y sueños no pongo ninguno; para qué, si hay tantos. 

Así que no. Me refiero a otra técnica diferente, o si se quiere, a una variante concreta o un matiz de la técnica del narrador no fiable: que un narrador o un personaje adulto y en su sano juicio cuenta o describe o comenta lo que sea en serio y sin intentar engañar, y quienes leemos esa obra captamos que la realidad es muy otra pero sin que el narrador o el personaje sea consciente de su error.

Como mera aficionada a la lectura solo puedo citar tres casos, todos muy distintos, interesantísimos, y de primeros espadas de la Literatura; supongo que los expertos podrán citar muchísimos más. Por orden cronológico va mi lista, que no es una selección personal, sino los tres únicos casos que recuerdo.

  • «El conde de Abraños», de Jose Maria Eça de Queiroz, escritor portugués fallecido en 1900; la novela se publicó póstumamente en 1925. El secretario de un político fallecido escribe unos apuntes biográficos de sobre la vida y obras de su jefe, desde la admiración más rendida. Los datos y las interpretaciones de datos que el biógrafo cree calumnias son a todas luces ciertos y cada detalle de comportamiento presentado como admirable revela al biografiado como un miserable mezquino, hipócrita, trepa y repugnante, tanto que ha dejado morir en la miseria a su propio padre y ha traicionado no solo a su propio partido sino también a sus amigos. La sátira política es dura, pero da mucha risa. Ah, no es descartable que el narrador NO fuera un rendido admirador de su jefe; puede tratarse de un falso ingenuo.
  • «Pálido fuego», de Vladimir Nabokov, escritor ruso que escribió esta novela, o lo que sea, en inglés; se publicó la obra en 1962. La forma, simplificando: un poema con notas y comentarios de un «editor». Y o bien el editor no se entera de nada del poema, puesto que los comentarios no tienen nada que ver con el texto comentado, o bien el editor aprovecha para escribir sobre lo que le interesa. En esta compleja obra de compleja interpretación nada resulta seguro; ni siquiera la locura del «editor». Por cierto, esta obra también, puede ser humorística a ratos.
  • Y, naturalmente, «Las noches de Goliadkin» y todos los demás cuentos de H. Bustos Domecq, o sea de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en los que aparece Gervasio Montenegro, ese actor imbécil y ególatra que se cree irresistible para las mujeres, gran jugador de cartas y profundo intelectual, cuando es un botarate. Aquí el lector comprende parte de la realidad a través de la historia que cuenta Montenegro, pero no toda, pues es el detective quien, al final de cada cuento explica la realidad completa; es decir, que cada cuento presenta tres planos de «realidad», el que Montenegro percibe y cuenta y otros dos complementarios, el que el lector ve a través de las palabras de Montenegro y el de la realidad del misterio explicada por el detective. Si no ha leído a H. Bustos Domecq, estos concretos divertidos e inteligentísimos cuentos policiales («Seis problemas para don Isidro Parodi», de 1942, y las demás obras del bifronte Bustos Domecq, no sabe lo que se ha perdido.

Se me ocurre un cuarto ejemplo: los «Diarios mínimos» de Umberto Eco, en dos o tres de sus apuntes o capítulos. Por ejemplo, ese ensayo breve ficticio de tipo académico en el que un concienzudo filólogo-arqueólogo del futuro intenta reconstruir la Literatura italiana con las pocas obras conservadas tras una catástrofe y, naturalmente, no da una; muy divertido, dentro de que es muuuuy pedante. Pero no se trata exactamente del mismo caso de los tres ejemplos anteriores, de ceguera voluntaria o por carácter, sino de desconocimiento por el narrador de datos básicos que sí conoce el lector.

Releyendo el post, veo que los cuatro ejemplos elegidos podrían clasificarse como «divertidos». No ha sido deliberado, pero me parece estupendo.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Análisis jurídico de «La dama de blanco»

    Wilkie Collins es un escritor británico del siglo XIX, contemporáneo y amigo de Dickens, con quien coescribió alguna obra. La novela más conocida de Willie Collins es la maravillosa «La piedra lunar», extraordinaria novela de misterio, de las precursoras del género, y que además está estructurada de forma interesantísima mediante el sistema de sucesivas narraciones en primera persona de distintos intervinientes en la trama, quienes cuentan lo que han vivido desde su punto de vista en sucesivos fragmentos que abarcan diversos aspectos de la historia y a la vez, inconscientemente, se describen a sí mismos y describen la sociedad de la época. «La dama de blanco» sigue un sistema parecido, con la particularidad de que la mayoría de los que refieren la historia en sucesivas narraciones no saben la solución del misterio cuando narran lo vivido, y además se mezcla una historia tipo folletín con sus malvados y sus espías y sus traidores. En «La dama de blanco» uno de los narradores es el malo, uno de los malos, el malo malísimo maquiavélico y megalómano experto en conspiraciones y venenos, pero con su corazoncito; en «La piedra lunar» no hay ninguna narración del malo por la sencilla razón de que no hay malo, y con esto que le acabo de decir le he destripado el final.

    Todo el mundo parece citar a Borges y su admiración por estas dos novelas. Puesto que citas de segunda mano me parecen lamentables, solo puedo decir que Borges admiraba «La piedra lunar», y ahí está el prólogo a su edición de la novela; y que no dudo que tengan razón quienes dicen que consideraba admirable «La dama de blanco», pero que no encuentro la cita.

    Bien. Ahora hablemos de Derecho. En pocas novelas del XIX de misterio, y de no misterio, el  elemento jurídico está tan presente y es tan relevante. Dos de los personajes secundarios son abogados y aportan sus opiniones jurídicas; uno de ellos, narrador, efectúa una exposición muy clara de la situación jurídica de una compleja herencia. Muy clara es un decir, porque en las traducciones que he manejado se usa el término «usufructo» para lo que en Derecho español sería más bien un fideicomiso; o sea, que estamos ante el problema  de siempre de imposible resolución de cómo traducir términos que definen instituciones jurídicas que no existen en otros Derechos o que son solo remotamente parecidas

    Lista de temas para un análisis jurídico de «La dama de blanco», con especial referencia a cómo habría variado el argumento de haberse aplicado el Derecho español actual:

    • Los fideicomisos.
    • Los mayorazgos, como Derecho histórico.
    • La mayoría de edad.
    • La emancipación por matrimonio. Particularidades en caso de la mujer casada.
    • La tutela de parientes menores de edad. Designación del tutor por los progenitores y los límites a la capacidad de decisión del tutor.
    • Intervención del tutor en las capitulaciones matrimoniales de su tutelado.
    • La responsabilidad del tutor por el ejercicio de la tutela.
    • Deontología del abogado. En caso de tutela, si en la redacción de importantes documentos que afectan a la vida y patrimonio del tutelado debe seguir el abogado las instrucciones de un tutor que a todas luces no actúa responsablemente en beneficio del tutelado.
    • Las capitulaciones matrimoniales. Olvídese, por cierto, de traducciones que emplean la expresión «contrato matrimonial»; en España el contrato matrimonial es otra cosa.
    • El caso concreto de los límites a la libertad de testar convenidos en capitulaciones matrimoniales.
    • La dote, esa antigualla jurídica y sociológica que tanta lata dio a juristas durante siglos, tanto condicionó la vida de tantas personas y tantos argumentos proporcionó a novelistas. Por cierto, la dote sigue existiendo en muchos países; donde la desigualdad entre hombres y mujeres sigue considerándose jurídicamente admisible.
    • Los contratos entre cónyuges y, en concreto, los préstamos. Especial referencia histórica a la contratación en situación de desigualdad jurídica por no existir el principio de igualdad hombre-mujer ni igualdad entre cónyuges.
    • La obligación jurídica de un cónyuge de responder de las deudas del otro.
    • La firma de documentos sin leerlos. Qué debe aconsejar un abogado si se le consulta sobre la conveniencia de firmar documentos sin haber tenido posibilidad de leerlos.
    • La posibilidad de extinción del régimen económico matrimonial de gananciales por abusos en la gestión del patrimonio y por falta de información.
    • La firma como testigos en documentos de personas que no han leído esos documentos y la validez de ese testimonio para acreditar fecha y contenido del documento.
    • Las letras de cambio.
    • La violencia de género de tipo verbal.
    • La detención ilegal del cónyuge.
    • Las injurias y los malos tratos de palabra a parientes políticos.
    • Responsabilidad civil del médico por mala praxis.
    • Intrusismo profesional en la medicina.
    • La separación y el divorcio.
    • La nulidad matrimonial por haberse contraído el matrimonio con engaño sobre circunstancias esenciales del contrayente. Análisis de dos ejemplos: la falsa condición de aristócrata, de hijo legítimo y de rico del contrayente y el matrimonio de mujer embarazada de varón distinto de su marido.
    • El internamiento psiquiátrico involuntario.
    • La relación laboral de los empleados domésticos y las causas de despido. El preaviso.
    • La falsificación documental de certificados de defunción.
    • Responsabilidad civil y penal del médico por emisión de certificados médicos falsos para internamiento psiquiátrico involuntario.
    • El suministro deliberado sustancias tóxicas y psicotrópicas.
    • La falsificación de inscripciones en registros parroquiales equivalentes a registros civiles. El caso concreto del cómplice que desconoce la importancia jurídica y la pena impuesta por este delito.
    • La destrucción voluntaria de registros parroquiales equivalentes a registros civiles.
    • Eficacia probatoria de copias privadas de inscripciones en registros parroquiales equivalentes a registros civiles, con y sin destrucción de los originales.
    • Situación jurídica de hijos extramatrimoniales a efectos de heredar  títulos nobiliarios, y el patrimonio ajeno al título.
    • Ídem respecto de la posibilidad de hipotecar bienes inmuebles.
    • Posibilidad de divorcio de mujer casada víctima de violencia de género y abandonada por cónyuge del que no se tiene más noticias. Situación juridica del hijo concebido por mujer casada en esa situación con otro varón.soltero.
    • Análisis jurídico completo desde el punto de vista penal del cúmulo de delitos conexos por los cuales el cadáver de una persona es hecho pasar por el de otra persona con simulación de la muerte de esta, inhumación bajo nombre falso, intercambio de las personalidades respectivas e internamiento psiquiátrico involuntario de la segunda persona.
    • Medios de prueba para anular certificados falsos de defunción.
    • Las sociedades secretas.
    • El derecho de asilo, el permiso de residencia y el permiso de trabajo de extranjeros.
    • El espionaje.
    • El asesinato.

    Bueno, pues le acabo de contar el argumento…

    Verónica del Carpio Fiestas

    Morimos y siguen cantando los pájaros

    Dos citas muy distintas y muy iguales. España, poesía, siglo XX. Japón, año 1000, novela que incluye poemas. El autor es premio Nobel. La segunda autora a quienes nos hemos educado en nuestro canon occidental nos puede resultar desconocida, y, para que entendamos su importancia y la veamos en su justa perspectiva por el sistema de relacionarla con un nivel que nos resulte familiar, se la suele comparar con Cervantes, Shakespeare, Proust y Balzac, y su novela, con «En busca del tiempo perdido», ahí es nada.

    «… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
    cantando;
    y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
    y con su pozo blanco.
    Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
    y tocarán, como esta tarde están tocando,
    las campanas del campanario.
    Se morirán aquellos que me amaron;
    y el pueblo se hará nuevo cada año;
    y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
    mi espíritu errará nostáljico…
    Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
    verde, sin pozo blanco,
    sin cielo azul y plácido…
    Y se quedarán los pájaros cantando.»

    De «Corazón en el viento», en «Poemas agrestes», 1910-1911. El autor, Juan Ramón Jiménez.

    «Al escuchar el canto de un ruiseñor desde lo alto del ciruelo que fuera el favorito de Murasaki, Genji salió a la galería y recitó:
    -Aquí donde la reina de las flores
    admiraba las del ciruelo,
    sigue cantando el ruiseñor,
    ignorante de todo»

    De «La novela de Genji», volumen II, «Catástrofe», capítulo 41, después de la muerte de una las esposas de Gengi, Murasaki. La autora, Murasaki Shikibu.

    Verónica del Carpio Fiestas

    ¿Ha leído «Mansfield Park», de Jane Austen?

    1. ¿No la ha leído? Pues es una lástima. No pierda un minuto más y corra a leerla. Es una obra extraordinaria que además no presenta dificultades en su lectura y que encontrará gratis en Internet. Y cuando la haya leído, y solo entonces, lea el punto 2 de este post.

    Y ahora viene el punto 2 de este post, que solo puede leerse si antes se ha leído «Mansfield Park». Para que no lea inadvertidamente el punto 2 sin haber leído antes la obra, trazo una raya que marque un espacio y así solo leerá el punto 2 deliberadamente.

    Trazada la raya que impedirá que usted lea sin querer el punto 2, porque es fundamental que lea la obra sin prejuicios ni sugerencias de interpretación, pasamos al punto 2.

    2. Relea «Mansfield Park», o, al menos, recuerde y reinterprete retrospectivamente lo que ha leído, a la luz del párrafo del capítulo 21 que voy a transcribir, que quizá se le haya escapado.

    Contexto del párrafo. En Inglaterra hacia 1810, la ¿protagonista? Fanny, tímida, recta, callada, modesta e ingenua jovencita que vive en situación de involuntaria dependencia de la familia de sus acaudalados tíos, dueños de la mansión Mansfield Park, habla con su querido primo Edmund. Edmund es el hijo segundón de la familia, se caracteriza por su criterio moral estricto hasta la ridiculez  (cuando se enamora, no tan estricto)  y está previsto que en breve se ordene sacerdote. El diálogo tiene lugar tras la vuelta inesperada de sir Thomas, el tío de Fanny y padre de Edmund, también de criterio moral muy estricto, el cual ha tenido que pasar uno o dos años en sus posesiones de la isla Antigua, colonia británica en las Indias Occidentales, porque allí habían surgido problemas que exigían su presencia para solucionarlos.

    Transcribo la frase de Fanny, la cual intenta justificar que ya no es tan callada y tímida como antes de que el tío emprendiera el viaje, y la contestación de Edmund:

    «-Pero si hablo con él [con el tío] más que antes. Estoy segura. ¿No me oíste preguntarle anoche sobre el mercado de esclavos?

    -Sí, te oí… y esperé que a esa pregunta siguieran otras. A tu tío le habría gustado que le hubieses hecho más preguntas.«

    Y ya está. A la luz del dato de que sir Thomas y su familia obtienen los ingresos que les permiten vivir en la opulencia y sin trabajar de la explotación, tortura y trata de esclavos en un territorio colonial, relea o reinterprete la novela, que va sobre personajes británicos de clase social ociosa, incluyendo algunos que son presentados como de elevados criterios morales, incluso uno que en breve va a ser sacerdote y que defiende con calor el papel de los sacerdotes en la sociedad como modelos e inspiradores de conducta.

    A la luz de ese párrafo, reinterprete las repetidas referencias a la isla Antigua, a los problemas allí surgidos, a por qué debía ser necesaria la presencia de sir Thomas para solucionarlos e imagine cómo los solucionaría quien es considerado por su propia familia como persona seca, severa y poco afectuosa. Imagine por qué sería necesario prolongar  su estancia más allá de lo inicialmente previsto y qué haría allí con las esclavas quien había dejado en Inglaterra a su esposa. Imagine también cómo sería la estancia en Antigua del hijo mayor, que viajó con el padre para aprender el manejo de los negocios, e imagine qué aprendería allí y por qué se volvió a Inglaterra antes que el padre. Valore también qué rectitud moral tienen el padre y el hijo segundo, modelos de rectitud, cuando todos viven de la esclavitud, y el hijo segundo además vivirá como sacerdote del dinero procedente de la esclavitud, pues su beneficio eclesiástico se financiará con los ingresos derivados de la trata y explotación de esclavos. E imagine qué sociedad perversa es esa en la que las jóvenes casaderas no podían ni actuar en una representación teatral casera, y no digamos ya si intervenían como actores personas que no fueran del más íntimo círculo familiar y si la obra se refería a relaciones amorosas, por considerarse indecoroso por algunos, pero no era indecoroso vivir de la esclavitud, y valore el dato de que el mismo paterfamilias que muy enfadado y ofendido anula de inmediato el plan de una comedia casera, por indecoroso, es quien ha pasado un par de años manejando esclavos y quién sabe si violando esclavas, y que antes y después del viaje vive de la esclavitud.

    Un tema, por cierto, el de la esclavitud tan carente de interés para la familia que ni se menciona más que de pasada en la novela y que suscita tan nula curiosidad que nadie de la familia, salvo Fanny y por pura educación, se molesta en preguntar al padre por ello.

    Ni saben ni quieren saber; como las familias de los mafiosos. Y los que saben, lo aceptan como normal. Discuten si el padre se pasa de  estricto prohibiendo una inofensiva representación teatral casera pero ni se les ocurre dedicar ni un segundo de pensamiento ni de conversación a cómo habrá solucionado sir Thomas los problemas en las plantaciones.

    Y ahora, dígame si Jane Austen escribía lo que para denigrar se llama «Literatura femenina».

    Verónica del Carpio Fiestas

    ¿El asesino es o no el mayordomo?

    Tras haber leído concienzudamente a los clásicos y/o precursores Edgar Allan Poe, Conan Doyle, Gaston Leroux y Wilkie Collins, y a los también clásicos británicos Chesterton, Michael Innes, Agatha Christie y Dorothy Sayers, y los tambien clásicos Carter Dickson, Ross Macdonald, Dashiel Hammet, Chandler, S.S. Van Dime, Ellery Queen o Israel Zangwill y hasta H. Bustos Domecq, creo poder afirmar sin excesivo temor a equivocarme mucho que solo en una novela de la lista de autores hay un asesino que sea el mayordomo; y encima, resulta que era un señor disfrazado de mayordomo, no un mayordomo de verdad, y no digo quién para no destripar el final a quien no lo haya leído. Se trata, naturalmente, de una novela de Agatha Christie, «Tragedia en tres actos». Es verdad que en uno de los cuentos de Sherlock Holmes, «El ritual de Musgrave«, el mayordomo es desleal, pero ni llega a la categoría de delincuente en sentido estricto y encima es él el asesinado; de ahí no puede venir el típico tópico.

    Y si ni en las más antiguas/clásicas novelas de misterio, al menos en las más conocidas e incluso remontándonos hasta las de los precursores , el asesino es el mayordomo, de dónde sale entonces el tópico típico? Habrá que buscar más datos.

    Así que se impone una búsqueda por internet. Y buscando, buscando, encuentro esto, nada menos que en The Guardian.

    «Why do we think the butler did it?

    The concept of «the butler did it» is commonly attributed to Mary Roberts Rinehart. Her otherwise forgettable 1930 novel, The Door, is notable for (spoiler alert) the ending, in which the butler actually is the villain. (The actual phrase «the butler did it,» however, never appears in the text.)

    While suspicion had fallen on butlers with some regularity in earlier mystery fiction, only one previous author placed the knife (or in this case the pistol) directly in the butler’s hand: «The Strange Case of Mr Challoner» by Herbert Jenkins, published as part of the collection Malcolm Sage: Detective in 1921. It was The Door, however, that locked the cliché into the imagination of the reading public.»

    Y más información en

    Why Do We Say «The Butler Did It»?

    Two of the earliest examples of felonious butlers I can find are Sir Arthur Conan Doyle’s “The Musgrave Ritual” from 1893 and Herbert Jenkins’ “The Strange Case of Mr. Challoner” from 1921. Conan Doyle’s butler isn’t the primary villain of the story, but does attempt to rob his employers and winds up dead for it. Jenkins made his butler the main bad guy and the murderer in the story. As far as I can tell, he was the first to do so, but it was another author, Mary Roberts Rinehart, who made it a detective story trope.

    Rinehart was a successful and prolific author and playwright, sometimes regarded as the “American Agatha Christie.” One of her plays, The Bat, focused on a group of people being murdered one by one by the titular costumed killer, a character that helped inspired Bob Kane’s Batman.

    <In Rinehart’s 1930 novel The Door, the butler is the murderer, and while the novel is sometimes cited as the first appearance of the phrase “the butler did it,” it doesn’t appear in that book or any of her other works. While The Door was a hit for Rinehart and her sons, who released it through a publishing house they’d just started up, her pinning the crime on the butler has gone down in history as a serious misstep. Just two years earlier, critic and detective novelist SS Van Dine laid down a set of rules for crime and mystery writers in an essay fittingly titled “Twenty Rules for Writing Detective Stories.” Among his advice was, “A servant must not be chosen by the author as the culprit. This is begging a noble question. It is a too easy solution. The culprit must be a decidedly worth-while person—one that wouldn’t ordinarily come under suspicion.”

    That The Door was a commercial success while flaunting a hallmark of what some considered lousy mystery writing made it an easy target for jokes. Stories and books like “What, No Butler?” and The Butler Did It soon turned murderous manservants into shorthand for a cheap ending.

    Ni Rinehart suena de nada (o, mejor dicho, perdone, personalmente no me suena de nada) ni se trata de autora británica que escriba en un contexto donde los mayordomos pudieran ser habituales; aunque, claro, ya lo sé, también hay mayordomos en Estados Unidos hasta en las novelas de misterio de Ellery Queen e incluso en las de humor de Wodehouse. Y el tal Jenkins tampoco sé quién es. Fantástico. Estupendo. Maravilloso.

    Hala, adiós, que me voy corriendo a intentar hacerme con esas novelas. Ahí es nada encontrar de repente dos nuevos novelistas de misterio por lo visto clásicos…

    Verónica del Carpio Fiestas

    Prisión preventiva en 1836

    «La sociedad se ve forzada a defenderse, ni más ni menos que el individuo, cuando se ve acometida; en esta verdad se funda la definición del delito y del crimen; en ella también el derecho que se adjudica la sociedad de declararlos tales y de aplicarles una pena. Pero la sociedad, al reconocer en una acción el delito o el crimen, y al sentirse por ella ofendida, no trata de vengarse, sino de prevenirse; no es tanto su objeto castigar simplemente como  escarmentar; no se propone por fin destruir al criminal, sino el crimen; hacer desaparecer al agresor , sino hacer desaparecer la posibilidad de nuevas agresiones; su objeto no es diezmar la sociedad, dino mejorarla. Y al ejecutar su defensa, ¿qué derecho usa?   El derecho del más fuerte. Apoderada del sospechado, le es fuerza, antes de aplicarle la pena, verificar su agresión, convencerse a sí misma y convencerle a él. Para esto comienza por atentar a la libertad del sospechado, mal grave, pero inevitable; la detención previa es una contribución corporal que todo ciudadano  debe pagar cuando por su desgracia le toque; la sociedad, en cambio, tiene la obligación de aligerarla, de reducirla a los términos de indispensabilidad, porque pasados estos comienza la detención a ser un castigo y, lo que es peor, un castigo injusto y arbitrario, supuesto que no es resultado de un juicio y de una condenación; en el.intervalo que transcurre desde la acusación o sospecha hasta la aseveración del delito, la sociedad tiene, no derecho, pero necesidad de detener al acusado; y supuesto que impone esta contribución corporal por su bien, ella es la que  está obligada a hacer de modo que la cárcel no sea una pena ya para el acusado, inocente o culpable; la cárcel no debe acarrear sufrimiento alguno, ni privación que no sea indispensable, ni mucho menos influir moralmente en la opinión del derenido.»

    Esto lo escribió Larra en 1836 (artículo «Los barateros o el desafío y la pena de muerte»), con ocasion de la pena de muerte aplicada a un preso preventivo que había matado a otro en un enfrentamiento en un centro de detención; un centro de detención en condiciones calamitosas consentidas, si no propiciadas, por el Poder. Esa España de 1836 da risa siquiera imaginarla como democrática o como un Estado de Derecho. En 2016, fecha de este post, la prisión preventiva en España que en teoría ha de ser de la minima duración, y así se repite como mantra a ver si repitiéndolo nos lo creemos, puede llegar, y de hecho llega, a dos años, prorrogables por otros dos, o sea hasta a cuatro años. En la época de las telecomunicaciones y los medios tecnológicos, la «contribución corporal» que el Estado nos impone a todos puede llegar a cuatro años de nuestra vida, si por nuestra desgracia nos toca. Y de decir que una prolongada prisión preventiva siendo inocentes no influya moralmente en la opinión que del detenido se tenga, mejor ni hablamos. En 2016, por cierto, hay democracia y Estado de Derecho en España.

    Verónica del Carpio Fiestas

    De los inconvenientes de no tener destructora de documentos

    Saca el narrador a cuento estos caracteres secundarios por un suceso acaecido en la casa de Prim, avanzado ya el mes de Agosto, y que tuvo relación subterránea con la Historia pública. De tiempo atrás, los emigrados que comunicaban a Prim las obscuras tramas revolucionarias, venían notando que algunas noticias transmitidas al Jefe con exquisitas precauciones, eran conocidas en Madrid y en la Secretaría privada de Gobernación. Sagasta y Martínez desde París, Zorrilla desde Bruselas, manifestaron al de Reus la sospecha de que en la casa de Paddington había un geniecillo maléfico que sustraía las cartas… Prim lo negó terminantemente. «Toda carta que recibo -les dijo-, la leo dos veces para enterarme bien y contestarla, y en seguida la rompo». En la segunda quincena de Agosto, las sospechas de los amigos tomaron cuerpo, y una prueba evidente vino a darles plena confirmación. Había recibido Sagasta en París una carta del agente revolucionario en Marsella, señor Cuchet; otra de Arístegui, el agente en Sevilla, y ambas remitió a Prim, el cual, después de contestarlas, las rompió como de costumbre. Pues bien: a los pocos días, las dos cartas con la de Sagasta eran recibidas en nuestro Ministerio de la Gobernación.
    Don José Olózaga, que por soplos de un funcionario infiel (en todas partes salen Judas) tenía noticia de este caso inaudito, harto parecido a un lance de comedias de magia, trató de comprobarlo. Lanzándose por torcidos caminos, logró al fin su objeto, y ello fue por mediación de una señora, cuyo nombre se ha perdido en los intersticios de la vida histórica. Por fin, Olózaga tuvo en sus manos las cartas, y con ellas la clarísima prueba de la traición. Bien se veía que en Londres fueron rotas en pedazos, y estos estrujados. Luego una mano aleve había recogido del cesto los trozos de papel, los había estirado, juntándolos cuidadosamente y pegándolos en una hoja en blanco… Olózaga copió los párrafos más significativos, y formando con ellos una rica documentación testifical, la envió a Sagasta para que este hiciera comprender a Prim que tenía la serpiente en su casa. La comunicación de don José Olózaga fue llevada de París a Londres por don Juan Manuel Martínez… En presencia de la terrible verdad, Prim quedó mudo; la lividez verdosa de su rostro daba espanto. Con interjección rotunda, exclamó en voz queda y trágica: «¡El italiano…!».
    Seguros de que la labor criminal no tenía interrupción, concertaron el plan máscertero para sorprender al Judas. La hora más propicia estaba próxima. Por Denis supieron que todas las tardes, en cuanto el General salía de paseo, Antoni se encerraba en su cuarto del piso segundo. ¿Qué hacía en sus soledades? Nadie lo sabía… El General y su amigo dispusieron dar el golpe con las precauciones necesarias para un éxito seguro. Salió toda la familia a dar su paseo de costumbre por Hyde Park; acompañábala Juan Manuel. Al cuarto de hora, este y Prim entraron sigilosamente en la casa por el patio trasero… Allí quedó Martínez; el General avanzó hacia el interior, y subiendo la escalera despacio, con pie gatuno, preparose para la sorpresa, que había de ser decisiva y cortante.
    En los tiempos de su juventud militar y aventurera, hubo de adquirir Prim una costumbre que conservó hasta su muerte. Usaba un cinturón de cuero, y en la parte posterior de este llevaba bien sujeto y envainado un puñal. Escalones arriba, pisando quedo, sacó el arma… llegó a la puerta del cuarto en que Antoni se encerraba, y no se entretuvo en llamar, ni se cuidó de que la puerta estuviese cerrada con llave o sin ella.
    De un puntapié vigoroso, la puerta quedó de par en par abierta. Antoni fue sorprendido en la tarea de pegar los pedacitos de cartas sobre un papel blanco.

    Este post tiene una triple autoría.

    1. La Historia, porque parece verídica la anécdota.

    2. Galdós, en su Episodio Nacional titulado «La de los tristes destinos», y siendo notoria la fidelidad de Galdós a las fuentes históricas para anécdotas históricas, parece probable no solo que se usara el subterfugio de revisar papeleras y unir trocitos de papel de documentos destruidos para así espiar a respetabilísimos revolucionarios españoles refugiados políticos en Londres en el siglo XIX, sino que en el siglo XIX respetabilísimos revolucionarios españoles de una cualquiera de las numerosísimas oleadas de emigración política llevaban puñal como costumbre nada menos que en 1868, y estaban dispuestos a usarlo, y que además en Londres a refugiados políticos españoles les dejaban seguir esa costumbre de llevar puñal nada menos que en 1868.

    Ah, por cierto, le dejo con las ganas de saber cómo acabó la cosa. Le adelanto que esto es tan moderno que se usó para contraespionaje. Por cierto, no se comprende cómo no quemaba los trocitos; o de quemar cartas y documentos varios está a la orden del día en la Literatura del siglo XIX.

    Y 3. Verónica del Carpio Fiestas, por dos bobadas:

    • por el título del post, con su propaganda implícita de la normativa de protección de datos,
    • y por una duda: si a Galdós, que usa «documentación testifical» en vez de «prueba documental», o bien se le fue la pinza o escribía a ojo, o bien si cuando lo escribó existía esa expresión jurídica, algo que, la verdad, parece poco probable.

    Dos cuentos terribles de prostitutas viajeras

    De los dos cuentos a los que voy a hacer referencia no sé cuál de los dos es más terrible.

    • «Los desterrados de Poker Flat», de Francis Bret Harte (Estados Unidos, 1836-1902)
    • «Bola de sebo», de Guy de Maupaussant (Francia,1850-1893)

    En los dos cuentos hay víctimas de una moral hipócrita. En el primero la moral hipócrita es también asesina; los ciudadanos «virtuosos» que expulsan del pueblo a un grupo de personas «inmorales» en pleno invierno para «limpiar el pueblo» de personas «inmorales» porque toca «moralidad» no pueden desconocer que los destinan a la muerte probable, por mucho que hipócritamente decidan, respecto de uno, expulsarlo del pueblo en vez de ahorcarlo sin más ni más como han hecho con otros.

    En cada uno de los dos cuentos aparece un grupo de personas. En el primero, un grupo con mayoría de personas «inmorales» -dos prostitutas, un jugador, un borracho-; en el segundo solo una persona «inmoral». En los dos cuentos se sigue el sistema clásico de juntar personajes heterogéneos escogidos «al azar» y colocarlos  en ambiente cerrado y de viaje peligroso; ya sabe, ese mismo sistema de John Ford en «La diligencia».

    En cada uno de los dos cuentos el grupo heterogéneo y aleatorio en viaje peligroso se encuentra  aislado y en peligro por motivos diferentes. En el primer cuento, el grupo está físicamente aislado y sin posibilidad de ayuda en una cabaña rodeada de nieve y sin víveres ni combustible, en un viaje no voluntario -un destierro- en pleno Oeste estadounidense de 1850; el mismo Oeste de las películas de vaqueros, el mismo Oeste de «La diligencia». En el segundo cuento el grupo se aloja en un albergue casual, en mitad de un viaje, en mitad de una guerra, la franco-prusiana de 1870, rodeado de soldados, indefenso y en peligro, si bien quizá sin verdadero riesgo para la vida.

    En los dos cuentos hay un sacrificio y en los dos quien se sacrifica es una mujer, una prostituta. En el primer cuento una prostituta de cierta edad, o quizá alcahueta, descrita en un par de pinceladas como degradada, se deja morir de hambre, voluntariamente y a iniciativa propia e incluso sin que nadie dé cuenta, para, con la comida así ahorrada, intentar salvar la vida a una adolescente «inocente» que se unió al grupo «inmoral» por coincidencia y está corriendo la misma horrible suerte. En el segundo, una prostituta más o menos joven y hermosa, de cuando ser muy gruesa resultaba un atractivo, mantiene a su pesar una relación sexual con un militar que tiene en su mano decidir que ella y los demás viajeros -burgueses «decentes»- sigan adelante su viaje, y lo hace, digo, a su pesar, alentada, y poco menos que obligada, por los propios viajeros burgueses «decentes» que la ponen en el compromiso moral de sacrificarse en beneficio del resto; los mismos burgueses «decentes» que vuelven a despreciarla cuando gracias a ese sacrificio han conseguido lo que buscaban.

    En el primer cuento mueren todos; en el segundo cuento nadie. En el primer cuento la moral hipócrita aparece al principio y al final y es la causa de la muerte; los «ciudadanos honrados» descubren los cadáveres e hipócritamente deciden enterrar juntas a la otra prostituta y a la adolescente «inocente», que han muerto abrazadas. En el segundo, la moral hipócrita impregna el cuento entero y son los «virtuosos» quienes fuerzan a la mujer a una relación sexual indeseada, y quién sabe si violenta, que exige un militar que abusa de su posición de poder; y esos mismos «ciudadanos virtuosos» la desprecian después como la despreciaban antes de utilizarla para sus propios fines.

    En el primer cuento el sacrificio heroico de la mujer es inútil, porque al final mueren todos. En el segundo cuento el sacrificio de la mujer es útil en el sentido de que gracias al sacrificio se consigue lo que se buscaba, reanudar el viaje, pero inútil e incluso perjudicial en el sentido de que no solo no «redime»socialmente a la mujer sacrificada sino que deja a los impulsores y beneficiarios de su sacrificio con la conciencia burguesa bien limpia de no deberle nada a la víctima, despreciable aún más por el propio sacrificio, y de ser ellos los buenos antes, durante y después del sacrificio.

    Es interesante comprobar cómo han tratado un tema análogo dos escritores del siglo XIX de países tan distintos -entonces- y que además, aunque fueron aproximadamente contemporáneos, no tenían entre sí más en común personal y literariamente que la elástica etiqueta de «escritor realista». Porque pese a su diferente enfoque y al tratamiento literario tan alejado sí coinciden estos dos cuentos en un punto: la enorme fuerza del resultado. Ninguno de los dos cuentos es posible leerlo con indiferencia, ni olvidarlo.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Los «Diarios mínimos» de Umberto Eco, libros para pedantes al cuadrado 

    Habría que hacer una lista con los autores de ensayo falso humorístico pedante. Se me ocurren cinco autores: 

    1. H. Bustos Domecq
    2. Carlo Cipolla
    3. Woody Allen
    4. Umberto Eco.

    Si usted cree que me he equivocado al decir que son cinco porque solo nombro a cuatro, le aclaro que no; mire estos nombres en Wikipedia y sabrá a qué me refiero.

    Vayamos con Umberto Eco.

    Ha leído usted el «Ulises» de Joyce? ¿Libros de Antropología? ¿El «Lolita» de Nabokov? ¿El clásico de literatura italiana «Los novios» de Manzoni? ¿El clásico de literatura italiana infantil «Corazón»? Pues si ha leído todo eso y alguna cosilla más, está usted de enhorabuena y vaya corriendo a hacerse con los dos volúmenes de «Diario mínimo» de Umberto Eco. De Umberto Eco olvídese de sus novelas, bestsellers en el peor sentido de la palabra con la habilidad por el autor  de hacer creer al lector que está leyendo algo parecido a Literatura; olvídese de «Apocalípticos e integrados». Coja los «Diarios mínimos» y empiece a reír. Son pequeños falsos ensayos de unas pocas páginas cada uno, y que ocupan en total dos volúmenes en la recopilación publicada en España. Y cada miniensayo es totalmente independiente; o sea que no hay problema en leer por separado y en desorden lo que apetezca.

    No le voy a engañar; algunos son pocos comprensibles por exigir un conocimiento de la literatura y la política italianas que no resulta fácil tener, y hay algunos más dificilillos, pero da igual, sálteselos. Y el resto, si está usted en un nivel de pedantería media, le va a encantar. Umberto Eco se ríe de todo, incluyendo de sí mismo, y por supuesto de los envarados y pedantes textos académicos, y además se inventa pastiches de obras clásicas .Y cuando un sabio poco menos que omnisciente -descubro el Mediterráneo si digo que Eco era un sabio- decide reírse de todo sin duda merece la pena leerlo.

    Los «Diarios mínimos» los he leído y releído varias veces y nunca me arrepiento de dedicar tiempo a ello. Quién puede arrepentirse de leer el humor más extraordinariamente pedante, aun siendo consciente de que seguro que se pierde parte de la gracia, porque el nivel intelectual y de conocimiento de Eco sobre los temas que parodia evidentemente sería mas que presuntuoso pensar que puedo tenerlo ni de años luz de lejos.

    Pero aun así, de verdad que merece la pena. La descripción del baile en el episodio antropológico es sencillamente fabulosa -me sale la sonrisa solo de acordarme- y la interpretación de «Los novios» siguiendo los criterios interpretativos habituales de Joyce, una parodia inteligentísima. Y genial cómo un arqueólogo del futuro reconstruye la Literatura italiana con unos pocos restos conservados y el pobre no da una: un poema sobre el trabajo le parece un manual de seguridad e higiene, una canción fascista un poema de muy distinto enfoque, un poema de un solo verso la primera parte de una extensa obra que vaya pena que se haya perdido… Y su versión paródica del «Lolita» de Nabokov en la que el violador de mujeres preadolescentes es sustituido por uno que busca sexo con ancianas provectas es sencillamente increíble. Pero para la antología, me quedo con la descripción de la escena del baile en el episodio antropológico…

    Cómo echo de menos que alguien escriba un ensayo paródico sobre algún tema de Derecho. Verdad es que algunas cosas que se leen por ahí parecen parodias, pero, claro, cuando no es aposta no es lo mismo…

    Verónica del Carpio Fiestas

    Custodia compartida en 1897

    Si usted cree que lo de la custodia compartida es un invento de ayer, un dato: en 1897 el escritor estadounidense Henry James publicó una novela ambientada en la Inglaterra aristocrática contemporánea (contemporánea suya, claro) sobre una custodia compartida: «Lo que Maisie sabía». En un época en la que un divorcio era el más repugnante pero simultáneamente sabroso escándalo social, como recogen muchos los autores contemporáneos (contemporáneos de Henry James, claro), un matrimonio joven, guapo, más o menos rico y desde luego con ganas de seguir siéndolo, snob, egoísta e irresponsable se divorcia entre el consabido escándalo. Tienen una niña de seis años. Y cuando finalmente llegan a un convenio, un convenio además posterior a la inicial atribución de la tutela a uno de ellos –adivine a cuál-, el convenio consiste en seis meses consecutivos cada uno, en sus respectivos domicilios, y sin régimen de visitas.

    Y la aplicación del convenio se describe en dos palabras: un desastre. La niña es al principio una simple pelota de tenis del odio de los excónyuges y al final pasa a ser una pelota vieja que se desecha. Primero sirve para fastidiar al ex mediante el sistema de pelear por su custodia y manipularla para hacer daño al ex y luego para fastidiar al ex más aún insistiendo en que se la quede más allá del turno porque ninguno quiere tenerla. En ningún momento se la cuida emocionalmente -e incluso a veces, como no importa nada, hasta ni físicamente, que ahí la dejan con la institutriz en la casa sin comida-: ni se le proporciona la educación que sería de esperar en ese entorno social ni por supuesto se la trata con cariño más allá de aparatosas apariencias vacías cuando interesa. Incluso se la pone en situación de escoger entre uno y otro (con sus respectivos amantes hasta de pago) y se le hace responsable de la elección. Y la niña puede usarse hasta para, esporádicamente, quedar bien con terceros apareciendo como progenitor amantísimo, joven y atractivo -ya sabe, como esos que se dedican a pasear por el parque con niños propios o ajenos pensando que así podrán ligar más- y finalmente es abandonada del todo en manos de quien se quiera ocupar de ella porque ya hasta para ese paripé de progenitor amantísimo ha dejado de tener utilidad.

    Y esto, en Inglaterra en 1897 y con un autor que no dice ni una palabra más alta que otra. ¿Qué le parece?

    La novela puede considerarse desde muchos puntos de vista. Por ejemplo, como muestra de penetración psicólogica de personajes; a inventarse personajes que no existen y hacerles actuar de forma que aparezcan muchos detalles del inventado carácter se le llama habitualmente en Literatura «penetración psicólogica».  O como ejemplo de depravación de las clases altas blablabla. O también como ejemplo paradigmático del éxito de esa vía literaria indirecta de representar las cosas a través de un personaje infantil  inocente que con los ojos de la inocencia infantil no es capaz de captar la realidad pero de forma que el lector sí la capte. O como representación del mundo de la infancia o de la pérdida de la inocencia. Incluso se puede hacer un análisis sobre la situación de la mujer en esa época y, en concreto, de la salida profesional como institutriz como prácticamente única posibilidad digna para la supervivencia, en la podríamos llamar muy impropiamente clase media, como alternativa al matrimonio; y digo clase media porque en la clase baja estaba el servicio doméstico a secas, del que el cargo de institutriz era una variante, algo más que criada pero no mucho más. Esto puede ponerse en relación con Thackeray y «La feria de las vanidades» o con tres o cuatro novelistas británicas como Jane Austen, las hermanas Brönte et altri. La institutriz guapa puede casarse y/o encontrarse en una situación en la que su moral peligra. La institutriz de mediana edad o fea es esencialmente ridícula; y que no tenga más que un traje porque que está en la más dura miseria es motivo de desprecio y cachondeo.

    Más aún, incluso se podría hacer un análisis desde el interesante punto de vista que proporciona el propio título. Porque en realidad, ¿qué sabía la pobrecita Maisie? ¿Qué podría saber una niña de seis a ocho años en una Inglaterra en la que cualquier atisbo de educación sexual era impensable? ¿Qué podría entender esa niña no querida y en total abandono emocional, que veía los constantes cambios de pareja de su padre y su madre y luego hasta de su madrastra y su padrastro? La verdad, no puedo responder a esas preguntas.Y me gustaría, pero, claro, ya se sabe que Henry James, ese rey de la sutileza literaria y las miradas oblicuas, no es precisamente muy aficionado a dar una respuesta clara.

    Pero mi sugerencia de análisis va por otro lado, que al fin y al cabo soy jurista. Vamos a plantear el análisis como un caso práctico de Derecho de Familia. Supongamos que fuera un caso real y que todos los datos que incluye la novela estuvieran acreditados y que hubiera que aplicar la normativa de hoy, incluyendo el principio del interés superior del menor.

    ¿A quién atribuiría usted la custodia de esa niña? ¿Qué alcance le daría usted a la custodia, compartida en su caso, en esas concretas circunstancias? ¿Revisaría la custodia inicial a la vista de la circunstancia concreta e indiscutible de que la niña no le importa un pimiento a sus padres biológicos, que no están nunca y que cuando están no le hacen ni caso, y de la circunstancia de que no es ya solo cuestión de que contraigan ambos segundas nupcias, y de que sean adúlteros también en esas segundas nupcias, sino de que ambos tienen relaciones adúlteras por dinero, es decir, que la madre y el padre, aficionados a la vida de lujo y muy atractivos ambos, se dedican ya incluso a la prostitución encubierta de vivir con, y de, sucesivas personas ricas? Porque a efectos de custodia de una niña pequeña además emocionalmente desatendida quizá no es exactamente lo mismo que su progenitor viva su libertad sexual como considere oportuno, incluso si ello produce escándalo social, que una vida de sexo de pago encubierto con viajes y ausencias constantes para conseguir sin trabajar un nivel de lujo del que, además, la niña no resulta beneficiada, ¿o sí? ¿Quizá habría que plantearse una custodia excepcional de un tercero in loco parentis, como se insinúa en abstracto en las primeras páginas de la novela y ciertamente constituye la esencia del desarrollo argumental?

    Si yo impartiera docencia en la escuela judicial quizá plantearía esta novela de Henry James como un ejercicio de clase. Porque, la verdad, lo que en 1897 le pareció verosímil a Henry James, que aparte de sus cuentos de fantasmas era más bien un escritor realista en los temas, quizá lo sigue siendo hoy. Y quizá sea bueno que futuros jueces  y juezas de Familia empiecen  haciéndose una idea  de lo que vale un peine.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Greguería

    Sin duda sabe usted qué es una greguería, en el sentido de Ramón Gómez de la Serna. Si no lo sabe, y no ha leído ningún ejemplo, ya está tardando en buscar en la web para saber qué es y leer unos ejemplos. Como son frases cortas, no se va a aburrir.

    Y como la vida imita al arte -ya le digo, para que no se moleste en buscar, que esto de «la vida imita al arte» es una cita de Oscar Wilde, de «La decadencia de la mentira»-, héteme aquí que la vida ofrece greguerías que hasta recogen, sin saber que son greguerías, los periódicos. Como en esta noticia de 2012 en la que se dice que un detenido por pinchar las ruedas de 70 coches ofreció esta explicación:

    pinchar ruedas

    Pinchar ruedas de coches porque hay poco aire en el mundo. Greguería poética.

    O no.

    Veronica del Carpio Fiestas

    Noticia completa aquí

    Lopadotemajoselajogaleokranioleipsanodrimipotrimmatosilfiokarabomelitokatakejimenokijlepikossifofatoperisteralektrionoptekefaliokinklopeleiolagoiosiraiobafetraganopterigón

    Esto es una palabra griega, de Aristófanes. Sale en «La asamblea de las mujeres» y, según wikipedia, es la palabra griega más larga conocida. Vaya usted a saber.

    En cualquier caso, el lado de

    Lopadotemajoselajogaleokranioleipsanodrimipotrimmatosilfiokarabomelitokatakejimenokijlepikossifofatoperisteralektrionoptekefaliokinklopeleiolagoiosiraiobafetraganopterigón

    la clásica desde otro punto de vista

    supercalifagilísticoespialidoso

    queda en nada.

    Dice la señora Wikipedia la Omnisciente que «La palabra completa ocupa 6 versos y medio (1169-1175). El término original griego consta de 171 caracteres, lo que casualmente corresponde con el número de caracteres de la transliteración española que se muestra aquí. Es conocida desde hace siglos como la palabra más larga de la literatura, y así lo reconoce el Libro Guinness de los Récords en su edición de 1990.»

    En letra griega En letra romana Traducción al español
    λοπαδοτεμαχοσελαχογαλεο- lopado-temajo-selajo-galeo- plato-de-rodajas-de-pescado-con-raya-restos-de-
    κρανιολειψανοδριμυποτριμματο- kranio-leipsano-drimÿ-potrimmato- cabeza-de-tiburón-pupurri-picante-con-
    σιλφιοκαραϐομελιτοκατακεχυμενο- silfio-karabo-melito-kata-kejÿmeno- silfio-cangrejo-de-mar-con-miel-derramada-
    κιχλεπικοσσυφοφαττοπεριστερα- kij-lepikos-sÿfofatto-peristera- tordo-sobre-mirlo-de-mar-torcaz-paloma-
    λεκτρυονοπτεκεφαλλιοκιγκλο- lektrÿonopte-kefalio-kinklo- cabeza-de-gallo-asada-zampullín-
    πελειολαγῳοσιραιοϐαφητραγανο- peleio-lagoio-sirai-obafe-tragano- pichón-liebre-cocida-en-sirah-y-crujientes-
    πτερυγών pterÿgón. alas

    Al lado de esto, las diez palabras más largas en castellano, si es que en efecto son las más largas, quedan en nada.

    Pensaré en una palabra más larga que esa «electroencefalografista» de 23 letras. Seguro que hay alguna en el vocabulario jurídico. Así, a botepronto, me sale «nudopropietario», con quince letras; pilla lejos. Así que este post tiene dos finalidades, y las dos acaban en «puesta»:

    • Una apuesta. ¿Cuál es la palabra jurídica más larga en castellano?  Espero sus doctos comentarios, que no nos vamos a quedar en las quince letras con la fama que tenemos los juristas de usar palabrejas enrevesadas, ¿no?
    • Una propuesta: que no deje usted de leer «La asamblea de las mujeres» de Aristófanes. Porque si cree que lo más interesante de esta excepcional obra es que contiene una palabra que figura en el libro Guiness de los records, tengo la alegría de decirle que no. No le doy pistas, que para qué, si ya se lo puede contar, seguramente, la señora Wikipedia y se evita usted leer la obra…

    Verónica del Carpio Fiestas

    Una recomendación heterodoxa para leer y ser feliz: el Pequeño Nicolás de Goscinny & Sempé

    Me va a permitir una recomendación heterodoxa incluso para alguien que en un blog se permite frecuentes opiniones heterodoxas sobre Literatura. Como esta vez voy a ser tan, tan, tan, heterodoxa no me quedará más remedio que parapetarme primero tras mis credenciales de lectora ortodoxa habitual, y con nivel de pedantería tirando a alto, de Cervantes, Borges, Shakespeare, Joyce, Faulkner, Proust, Mann, Kafka, Sterne, Stendhal, Aristófanes, Nabokov, Dostoyevski, Jane Austen, Voltaire et altri.

    Así que desde detrás de mi parapeto literario, y bien protegida por gigantes, le recomiendo que lea los maravillosos cuentecillos del «Pequeño Nicolás» de Goscinny & Sempé. La ternura, la alegría, la ingenuidad, el amor familiar, la ironía amable sobre el mundo adulto con sus rencillas y ridiculeces  a través de los ojos de un niño que no detecta que hay rencillas y ridiculeces, la sonrisa, la risa, la infancia como paraíso, la sutil comprensión del mundo infantil y del mundo adulto,  todo eso nos lo regalan Goscinny y Sempé. Cada cuentecillo ocupa unas pocas páginas; y como afortunadamente hay decenas de cuentecillos siempre encontrará alguno que le devuelva la confianza en la Literatura como fuente de placer. La Literatura además ilustrada, porque esto, ojo, no es solo un texto delicioso sino un texto delicioso con dibujos deliciosos inseparables, y naturalmente hay que leerlo con los dibujos. Qué genios Goscinny y Sempé.

    Según la frases hecha algunos de esos cuentos son «pequeñas obras maestras». Me hace mucha gracia. ¿»Pequeñas»?

    Por cierto, si quiere leer las aventuras del Pequeño Nicolás como reflejo sociológico caleidoscópico de las décadas 50-60, más o menos, del  siglo XX en Francia, con o sin comparativa con la situación actual en Francia y en otros países, también puede hacerlo; allá usted, que ya son ganas de complicarse la vida con análisis en vez de disfrutar a secas, pero posibilidades hay de sobra.

    Ah, y si es usted docente, sencillamente tiene que leer al Pequeño Nicolás; y ya me contará si se identifica con la sufrida maestra.

    Y, ya puestos, lea «Lo que Maisie sabía», de Henry James. Va también sobre la vida de los adultos vista con los ojos de la infancia. Lea y compare. Esta obra sí está en la lista de «grandes obras», y su autor, a quien, por cierto, he leído masivamente, figura en la primera fila de todas las listas de los grandes escritores del siglo XX. Qué quiere que le diga; me gusta mucho más cómo se refleja el mundo adulto a través de los ojos infantiles del Pequeño Nicolás que de Maisie. Hala, ya lo he dicho. Uf.

    Y una vez dicho esto, que ya no es heterodoxia sino franca herejía,  me protejo la cabeza con las tragedias completas de Esquilo y con el Gorgias de Platón, para que la rociada de bombazos literarios que me va a caer encima resulte siquiera un poco amortiguada.

    Verónica del Carpio Fiestas

    ¿Es usted incauto, inteligente, malvado o estúpido?

    La famosa Teoría de la Estupidez del historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla clasifica a los individuos en incautos, inteligentes, malvados y estúpidos, y formula sus leyes fundamentales de la estupidez humana. Aquí tiene el texto completo del famoso opúsculo del año 1988 titulado «Allegro ma non troppo»: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4934893.pdf

    Resumiendo. Estúpido es quien hace daño a otro sin beneficio propio, hay un porcentaje constante en cualquier grupo social, siempre se subestima su número y son el tipo más dañino de ser humano, más que los malvados, no solo porque con la actuación de los malvados hay al menos un beneficio social o económico para alguien equivalente al perjuicio -me robas limpiamente equis euros y se transfieren

    image

    a tu patrimonio, no desaparece ese bien- sino también porque son impredecibles e incomprensibles incluso para los inteligentes. Puesto que también hay estúpidos hasta entre los premios Nobel, es evidente que los hay entre los poderosos, políticos incluidos, con las devastadoras consecuencias de todos conocidas.

    En la gráfica, bajada de Wikipedia, con las explicaciones de actuación de los distintos tipos humanos y sus efectos; lo mismo figura en el opúsculo. Como puede usted comprobar, se trata de relacionar beneficio propio y ajeno.

    Le propongo tres ejercicios, para lo cual es indispensable dedicar diez o quince minutos antes, o cinco, según la personal velocidad de lectura, a leer el opúsculo:
    1. Clasifique usted a los más importantes políticos españoles en las categorías correspondientes.
    2. Clasifíquese usted mismo.

    Me dirá usted que van solo dos ejercicios. Efectivamente, falta el tercero, que es este:
    3. Clasifíqueme usted a mí.

    Verónica del Carpio Fiestas

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    La Universidad en la encrucijada

    O, más concretamente: «LA CIENCIA DEL DERECHO Y LA UNIVERSIDAD EN UNA ENCRUCIJADA VITAL»

    Este post consta de un único elemento: un archivo pdf. Este archivo: discurso Prof De la Oliva

    Se trata del texto completo del discurso pronunciado por el ilustre Profesor D. Andrés de la Oliva Santos, Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense de Madrid, en el acto de su investidura como Doctor honoris causa por la Facultad de Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos, el día 8 de mayo de 2015. Es un texto memorable y se incluye aquí para que quede memoria escrita, con la recomendación de que sea leído, analizado y divulgado, y tenido en cuenta. Tuve el honor de estar presente en ese acto de investidura; me impresionó y emocionó el discurso cuando lo oí y me sigue impresionando y emocionando cuando lo recuerdo y cuando lo leo un año después; y su contenido sigue siendo tan necesario como hace un año, e incluso diría que más.

    Una modesta profesora asociada a tiempo parcial de Derecho Civil como la que firma este post no es quién para opinar sobre cómo ha de ser la Universidad; el Prof. De la Oliva si es autoridad, para mí indiscutible. Pero como jurista, como ciudadana y como profesora universitaria lo que se trata en este discurso me afecta y nos afecta a todos porque afecta a la sociedad; cómo no va a interesar y afectar una reflexión sobre la idea de «las Universidades como instancia crítica de la sociedad», en la que se dicen cosas tales como que «el tópico de la mentalidad empresarial aplicada a la Universidad está haciendo un daño irreparable» .

    Transcribo dos párrafos:

    «La Universidad puede tener “patrocinadores”, pero no “clientes” de ésos que siempre tienen la razón; puede tener mecenas, pero no señores feudales; puede establecer conciertos y convenios, pero no venderse, alquilarse o condicionarse. La “privatización” no debe invadir los trabajosuniversitarios. Hay muchas cosas que pueden no interesar a las empresas, pero que nos interesan y nos afectan a todos. Y, además, hay cosas que interesan a empresas, pero que conviene a todos que también se lleven a cabo al margen de cualquier interés particular, incluso legítimo.»

    «A mi parecer, el actual estado de cosas se puede describir así: un sistema político, económico y social en acelerada autodestrucción, un sistema en principio muy dependiente paradójicamente de la educación, ha logrado, no sin múltiples y sostenidos pecados de acción y de omisión atribuibles a universitarios, deteriorar gravísimamente la educación y, en concreto, la educación superior, de suerte que ese deterioro (innegable y reconocido, pero muy erróneamente combatido), no sólo dificulta al máximo que la Universidad vuelva a actuar como la instancia crítica que la sociedad necesita, sino que realimenta la crisis autolítica del sistema. Hoy, la idea de la Universidad como instancia crítica, muy aceptada hace cuatro décadas, se ha convertido en herética. Es éste un síntoma decisivo de la decadencia que avanza en un círculo vicioso de elementos destructivos, un proceso que es apremiante detener.»

    Quién sabe si esto lo leerá algún político o aspirante a político con responsabilidades actuales o futuras en el ámbito de la Educación y la Investigación -mayúsculas deliberadas-, algún cargo académico, alguna persona interesada en el Saber. Los posts del más modesto blog son botellas lanzadas a un mar de botellas y es imposible predecir dónde pueden llegar; lanzada queda esta botella al mar.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Azorín y el parlamentarismo español

    «Parlamentarismo español». Así se titula un libro de bolsillo editado por Bruguera en 1968, con la siguiente nota en la portada: «Una obra reveladora, a la que las circunstancias han devuelto la máxima actualidad». Ojo, no en 1978, en la Transición, sino diez años antes, en plena dictadura franquista. ¿Qué circunstancias innominadas -es época de censura y de sobreentendidos-, pero sin duda muy concretas, pudieron convencer en 1968 a un editor de una editorial notoriamente comercial de que sería económicamente rentable publicar como libro de bolsillo las crónicas parlamentarias que Azorín escribió cincuenta o sesenta años antes, unas crónicas, además, que no reflejan un parlamento deseable sino ridículo?

    No recuerdo que fuera era esa la pregunta que yo me formulé cuando compré y leí ese libro ya antiguo de unos quince años, siendo estudiante universitaria. Y es una pena, porque se abre amplio campo de conjeturas. ¿Qué pasaba exactamente en España en el año 1968 para que mereciera la pena editar esto, aunque, eso sí, con un breve «estudio preliminar de un «catedrático» de una materia que no se específica, pero que San Google me sopla que es de Literatura, no de alguna rama jurídica? El dictador Franco estaba allá por 1968 con los tejemanejes que desembocaron en la designación digital – digital de «a dedo»- de Juan Carlos de Borbón como «sucesor a titulo de rey», en una decisión dictatorial que «aprobaron» las Cortes-pantomima franquista; en España no hubo mayo del 68 -o sí, ya lo discuten los historiadores-, aunque sí seguro movimientos varios. ¿Se publicó quizás el libro pensando en advertir a incautos de los riesgos del parlamentarismo? ¿Fue quizá simplemente una publicación «literaria» como pudiera inferirse del planteamiento «literario» del estudio preliminar, y la nota de la portada es un simple gancho, una ocurrencia? ¿O se disfrazó de literario lo que en realidad era algo político?

    Pues ni idea. Y sería interesante saberlo. Porque los libros publicados sin intención, los puramente literarios, no llevan notas normalmente de ese tipo en las portadas…

    Pero lo que me interesaba entonces, y me sigue interesando, es cómo Azorín describe el día a día de las ridículas Cortes de primero de siglo XX. ¿ Y qué ve? La mirada escéptica de Azorín no necesita una escritura crítica; ya es crítico, enormemente crítico, solo con describir suavemente lo que ve con su famosa atención al detalle. Y lo que ve, o lo que vemos, son unas Cortes ridículas y sin sentido, que reflejan un país sin pulso. Y, claro, sin mujeres en política; cuando Azorín dice «hombres» y » políticos» quien decir varones, y no se olvide esto cuando se oiga lo que dice tranquilamente tanta gente de que el masculino plural engloba a varones y a mujeres.

    Los discursos huecos, las discusiones tontas, los tiquismiquis, reflejan un parlamento como la cáscara vacía de un país caciquil en el que la forma sustituye al fondo, o lo encubre con apariencias de fórmulas democráticas. A Azorín tanto engolado largando discursos y tanto ingenuo que se cree que está haciendo cosas importantes, tantos afanándose en tareas laboriosas e inútiles, tanta gente que se cree que pasará a la Historia cuando muchos no son ni notas a pie de página, aunque sí calles de Madrid, termina incluso por darle pena. Leamos el epílogo. Es largo, y «embaimientos» hay que mirar en el diccionario qué significa, pero merece la pena. Incluso si no se buscan, voluntariamente o no, paralelismos con la España de la segunda década del siglo XXI…

    «¿Qué vamos a decir, en resumen, de los políticos españoles, del parlamentarismo español? Cuando hemos ido leyendo estas páginas al corregir las pruebas, hemos experimentado una sensación de lejanía y de ensueño. ¡Qué cercanos están todas estas escenas, hombres e incidentes, y, sin embargo, qué remotos parecen en lo pretérito! Romero Robledo, Silvela, Salmerón, Villaverde, Vega Armijo, Canalejas… ¿ Cuándo hemos conocido a estos hombres? ¿En qué siglo han vívido? ¿Cuáles han sido sus gestas y sus dichos? Al ir rememorando momentáneamente sus ademanes y devures, sentíamos, al par de la sensación de lejanía, un sentimiento de simpatía sincera. Horas nuestras, momentos de nuestra juventud, han transcurrido escuchando a estos hombres, atisbando sus tràfagos, ideas y venidas. Circunstancialmente, en lo pasado, una parte de nuestro espíritu está ligada a la imagen de sus figuras. No tenemos valor para repetir de los políticos españoles lo que tradicionalmente -y con injusticia- se repite de cuando en cuando en instantes de acritud e iracundia. ¿Dónde no habrá trapazas, embaimientos y embelecos? ¿Por qué habrá de ser privativo de España lo que es connatural a los políticos de todas !as naciones? Y decimos mal a los políticos. Decir debemos a toda suerte y linaje de hombres.

    Los políticos no son una clase aislada en un país. Una crítica fácil y amiga de zafarse de las responsabilidades echa sobre los políticos la culpa de todos los males y dolamas de un país. ¡Como si todo, en un país, no fuera coherente, solidario y correlativo en la causación del bien y del mal! ¡Como si pudiera darse en la mecánica social algo sin causa, espontáneo y primero! Los políticos no son ni mejor ni peor que las demás clases sociales. No son ni mejor ni peor que los médicos, los ingenieros, los industriales, los mercaderes. Pero los políticos de hallan en una elevada posición, a la vista de todos; sus menores actos y palabras son comentados menuda y aun circunstanciadamente; se escudriñan y husmean hasta sus intenciones; se llega a hocicar y escarbar aun en su vida íntima. ¿ De qué manera, con tal luz, con tal tesonancia no han de ser vistos y agrandados los hechos de un político?«.

    Continúa más el epílogo pero con los párrafos anteriores ya se hace usted una idea; y si no, qué se va a hacer. Del contenido de las crónicas no puede hacerse una idea casi seguro porque ni un fragmento he transcrito. Le transcribiría la crónica de 10 de noviembre de 1905 o la de 22 de febrero de 1906, que me parecen especialmente significativa. Se las transcribiría, digo, pero no se las voy a transcribir. Ya esto se está alargando demasiado y probablemente tiene usted que irse a ver el fútbol.

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    Verónica del Carpio Fiestas

    Jardiel Poncela y los títulos de unas posibles tesis

    Para explicar quién fue Enrique Jardiel Poncela ya están Wikipedia, El Rincón del Vago y los párrafos introductorios a los programas de teatro municipal de verano. Desde aquí me limitaré a proponer distintos títulos de tesis a investigadores que ya estén aburridos y de vuelta de todo, una vez que comprueben que estos temas no han sido investigados o no lo han sido suficientemente. En algunos casos serán artículos en vez de tesis; y si ello significa discrepancia con el título del post, qué se le va a hacer.

    – «Jardiel Poncela y la misoginia. Especial referencia a si se trata de una característica personal o de un reflejo de su época». Obras del autor recomendadas para el análisis: «La tournée de Dios», «Los ladrones somos gente honrada», «Usted tiene ojos de mujer fatal», «Espérame en Siberia, vida mía» y «Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?».  Principales líneas de investigación sugeridas: la mujer como reflejo del varón; la mujer sin capacidad de ideas propias ni de ideas a secas; la maternidad como estupidez; la falsedad del parto doloroso; la mujer manipuladora de la sensualidad; el físico de la mujer; la invisibilidad y la ridiculización física y psicológica de mujeres de más de 45 años; la figura de la criadita mona y la de la criadita tonta -no se olvide completar con otras obras del autor y analizar la influencia en el teatro burgués hasta la actualidad-; la equiparación de responsabilidad entre delincuencia individual de un varón y la condición de pariente de delincuentes en caso de ser mujer; el llamado «histerismo»; la inocencia en la mujer y el varón corrido formador; los métodos anticonceptivos, con especial referencia a los comprimidos Stucker y al mitin de Dios en ‘La tournée de Dios».

    – «Jardiel Poncela y el mcguffin». Obras del autor recomendadas para el análisis: «Eloísa esta debajo de un almendro» y «Los ladrones somos gente honrada». Impone el arduo trabajo previo de determinar qué es un mcguffin.

    – «El componente autobiográfico en la obra de Jardiel Poncela». Obras del autor recomendadas para el análisis: «La tournée de Dios» (línea de investigación recomendada: la relación como pareja de hecho entre Federico y Natalia) y ‘Los ladrones somos gente honrada» (línea de investigación recomendada: análisis exhaustivo sin prejuicios ideológicos del prólogo en lo que respecta a la detención arbitraria del autor en la guerra civil por el bando republicano).

    – «Jardiel Poncela, el Tristram Shandy, Apollinaire y Perec» Obras del autor recomendadas para el análisis: «La tournée de Dios», «Para leer mientras sube el ascensor» y «Espérame en Siberia, vida mía». Líneas de investigación recomendadas: el caligrama; cómo y por qué los autores de la llamada «otra Generación del 27» no son habitualmente comprendidos entre las vanguardias;  la influencia desconocida del Tristram Shandy en la literatura española.

    -«Jardiel Poncela y el actor Fernando Fernán Gómez». Este tema no da para una tesis pero sí para un artículo. Línea de investigación recomendada: el prólogo de «Los ladrones somos gente honrada».

    -«Jardiel Poncela y el antisemitismo». Línea de investigación recomendada: análisis de «La tournée de Dios». Este tema da para un artículo y no para una tesis salvo que se ponga en relación con el contexto temporal y social y se emplee el tema como indicio y explicación de lo que sucedió en Alemania poco después.

    -«Jardiel Poncela y la música». Obras del autor recomendadas para el análisis: «Angelina y el honor de un brigadier», «Los ladrones somos gente honrada» y «La tournée de Dios». En caso de querer centrar el análisis en el caso concreto de la mujer que canta y la misoginia son suficientes las dos primeras obras.

    -«La tartamudez en el teatro de humor español». En un libro completo dedicado al tema de los problemas físicos como fuente de humor literario sería recomendable un capítulo dedicado a Jardiel Poncela, con especial atención a «Los ladrones somos gente honrada».

    – «El criterio de elección de nombres en el teatro y la novela española del siglo XX, con especial atención a la llamada literatura de humor y a la comedia». Análisis de los casos de Silvias, Natalias,  Fernandos y Federico en contraposición con los Emilianos y las Adecilsas.

    -«Jardiel Poncela y la deconstrucción de las frases hechas». Punto de partida recomendado, este párrafo del prólogo de «Espérame en Siberia, vida mía»:
    «- Adiós… Y a ver si nos vemos, ¿eh?
    – ¡Ah, sí! Oye: ¡ ver si nos vamos!
    (lo que se dicen las personas que no van a hacer nada por volver a verse)»

    Y este es el momento en el que quien lee este post decide decir a la autora del post «A ver si nos vemos» porque ha decidido definitivamente no volver a aparecer por este blog.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Moscas literarias: del haiku al existencialismo

    Cuatro obras sobre moscas. Las voy a ordenar por orden de extensión que, casualmente, o no, coincide más o menos con el cronológico de autores. Bueno, como el haiku es corto, mejor pongo dos. O sea, cinco. Cinco obras sobre moscas, en repaso internacional.

    – El haiku, o los haikus. Poema en japonés, aquí en concreto de enfoque humorístico.

    «En el salón
    hay una persona
    y una mosca»

    Ese es el haiku primero. Y ahora el otro haiku.

    «La mosca en el porche
    se está frotando las manos
    y ¡zas!»

    Los dos haikus son de Issa (1763-1827). Japonés, por si alguien no ha caído. ¿A que están bien? Figuran publicados en «Haiku, Antología de poemas japoneses», DOJO Ediciones, 2012.

    – La fábula del moralista ilustrado pesado pero encantador.

    «Las moscas

    A un panal de rica miel
    dos mil moscas acudieron
    que por golosas murieron
    presas de patas en el ,
    otras dentro de un pastel
    enterró su golosina
    así, si bien se examina ,
    los humanos corazones
    parecen las prisiones
    del vicio que lo domina.»

    La fabula es de  Félix María Samaniego (1745-1801), fabulista español. Me encanta Samaniego. Claro que también me encanta la fábula de Esopo que es la precedente de esta, en un montón de siglos. Ah, las dos mil moscas son cien mil en otra versión. Vaya usted a saber.

    – El poema humorístico y/o infantil y/o evocador de la infancia del poeta serio y profundo español que esta vez se pone humorístico y/o infantil y/o evocador de la infancia.

    «Las moscas

    Vosotras, las familiares,
    inevitables golosas,
    vosotras, moscas vulgares,
    me evocáis todas las cosas.
    ¡Oh, viejas moscas voraces
    como abejas en abril,
    viejas moscas pertinaces
    sobre mi calva infantil!
    ¡Moscas del primer hastío
    en el salón familiar,
    las claras tardes de estío
    en que yo empecé a soñar!
    Y en la aborrecida escuela,
    raudas moscas divertidas,
    perseguidas
    por amor de lo que vuela,
    -que todo es volar-, sonoras
    rebotando en los cristales
    en los días otoñales…
    Moscas de todas las horas,
    de infancia y adolescencia,
    de mi juventud dorada;
    de esta segunda inocencia,
    que da en no creer en nada,
    de siempre… Moscas vulgares,
    que de puro familiares
    no tendréis digno cantor:
    yo sé que os habéis posado
    sobre el juguete encantado,
    sobre el librote cerrado,
    sobre la carta de amor,
    sobre los párpados yertos
    de los muertos.
    Inevitables golosas,
    que ni labráis como abejas,
    ni brilláis cual mariposas;
    pequeñitas, revoltosas,
    vosotras, amigas viejas,
    me evocáis todas las cosas.

    Antonio Machado, (casi) siempre tan serio, tristón y trascendente, se puso aquí humorístico y/o infantil y/o evocador de la infancia. ¿Hace falta decir que Antonio Machado es un importantísimo poeta español que nació en 1875 en Sevilla y murió en el exilio de la Guerra Civil, en 1939? ¿O ya lo busca usted en Wikipedia? Ya puestos, también puede buscar la canción de Joan Manuel Serrat, quien puso musica al poema hará como treinta o cuarenta años,  y por Youtube tiene que andar.

    – El que se pone profundo en una obra de teatro existencialista.

    El santón existencialista francés Jean Paul Sartre , que por cierto dista de ser santo de mi devoción, se puso profundo y según dicen hasta valiente con una obra de teatro titulada «Las moscas». Busque por la web para encontrar datos del autor y del texto, que no me apetece buscar enlaces sobre autor que me cae gordo y que se dedicaba a repartir credenciales democráticas y a ser muy crítico que la barbarie de un signo, y acrítico con la de otro signo,  por muy profunda y valiente que fuera esta obra. No tenía más remedio que citarlo en este post sobre moscas literarias, pero ya buscar enlaces no. Cómo no citar una obra de todo un Sartre que se titula así, y no digamos ya si, como la fábula de Samaniego, también se inspira en la Antigüedad clásica, y sobre todo si he decidido no mencionar -vaya, lo estoy mencionando, qué fallo- a «El señor de las moscas» de William Golding porque no lo he leído y en este blog no se habla de oídas.

    Vale, o sea, adiós. Otro día hablamos del maravilloso cuento «La mosca», de la escritora británica Katherine Mansfield. De este cuento, mire, sí le pongo enlace al texto. Aquí.

    Verónica del Carpio Fiestas

    De Larra y pseudolarras

    Cada aniversario de Larra toca otra vez leer eso de que «se mató porque le dolía España» y todas esas cosas parecidas que dicen, al parecer en serio, y desde hace más de cien años, muchos que olvidan

    1) cómo lo que entonces se llamaba melancolía o mal del siglo se ve avanzar artículo por artículo de los suyos para llegar a lo que difícilmente podría ser otra cosa que una depresión mayor

    2) que el tiro se lo pegó tras una bronca con su amante, que lo abandonó para irse a vivir definitivamente con el marido; porque, claro, encima hay quien reprocha a esa señora que quisiera dejar una relación amorosa, primero como si estuviera obligada a mantener esa relación si ya no le interesaba -la culpa por lo visto es de la mujer- y segundo como si ella tuviera que mantener una situación tormentosa en la que además un adulterio no solo era entonces muy reprochable social y religiosamente, sino un delito de la que ella era responsable penalmente, y como si además la ley no facultara a su marido a obligarla a vivir con ėl;

    3) y último, y no lo menos importante, como si alguien que no tuviera una grave depresión puede sostenerse en serio que se pegaría un tiro estando en su casa sus niños pequeños y le diera igual que descubrieran el cadáver de su padre suicida, como en efecto pasó.

    Pero todo esto es irrelevante; seguimos oyendo hablar de lo que decía tal autor de la generación del 98 y lo que decía la obra de teatro de Buero Vallejo; como si fuera razonable o verosímil que  una persona se suicidara «porque le dolía España» y eso de «murió matado por la sociedad de su tiempo», siendo una persona joven, en buena situación económica, famosa y físicamente sana, y lo hiciera además la noche en que rompió con su amante, y lo hiciera además estando sus hijos pequeños y queridos viviendo en la misma casa y pudiendo ser ellos quienes descubrieran el cadáver.

    Y esto, todos los años. Qué aburrimiento.

    De verdad que estoy deseando que se dejen de historias de romanticismo político. Cuánto mejor que en vez de leer esas cosas se lea a Larra; que merece mucho la pena leerlo.

    Embarazos mágicos

    ¿Ha constatado quizá usted el paralelismo entre ese cuento de E.T.A. Hoffmann sobre un embarazo mágico y el conocidísimo, o no, cuento «La marquesa de O» de Heinrich von Kleist? Porque no dudo que usted habrá leído los cuentos de Hoffmann, las 600 páginas o así de cuentos que escribió, incluyendo el famoso «El hombre de arena» y esos otros taaaan góticos, e incluyendo ese en el que sale la reina Isabel de Castilla en la toma de Granada, y esos de autómatas, alquimia y de espejos mágicos, y ese en el que sale el músico Gluck después de muerto, y ese de castillo en zona boscosa con el viento aullando,  y esos de»magnetismo» en el sentido edgarallanpoeniano, y esos tantos cuentos, en fin, que ni de lejos son cuentos pensados para niños y no tengo ni idea de por qué circulan, o circulaban, en ediciones infantiles, y donde las palabras «romántico» y «romanticismo» se mencionan y no precisamente en el sentido de melosidades de Hollywood.

    Y como los habrá leído sin duda sabrá que me refiero a «El voto». Y como alguna duda puede haber de que no los haya leído, pues le sugiero que lea siquiera alguno. Qué mala sombra -nunca mejor dicho, porque en uno de los cuentos un personaje pierde su sombra- que la manía de relacionar cosas me lleve a comentar «El voto» que es precisamente de los peores.

    Porque, concretemos en «El voto» y en «La marquesa de O» hay embarazos mágicos y violadores de mujeres indefensas que son bien vistos socialmente. Ah, y en ambos las mujeres y los violadores son de clase alta e intachable conducta; porque las historias de violaciones de mujeres que no fueran de clase alta e intachable conducta a quién podrían interesar allá por primeros del siglo XIX alemán, más o menos, en que ambos autores escribían.

    En «El voto», de Hoffmann, una mujer con el juicio gravemente trastornado se queda embarazada, se cree ella, de su marido, No hay tal marido y lo que sí hay es un señor que pasaba por allí, pariente del otro y físicamente parecido, que se aprovecha de la falta de juicio, mantiene con ella relaciones sexuales estando ella en pleno delirio bajo la creencia de que ha contraído un matrimonio mágico con el otro señor que está en otro sitio, y tras «casarse» mágicamente se queda mágicamente embarazada. Escándalo en la familia. La cosa acaba fatal. No se voy a destripar, no se preocupe.

    Y en «La marquesa de O» una mujer está a punto de ser violada por un grupo de soldados en una guerra- la mujer es botín cómo no- y un militar la salva, y ella y su familia le quedan agradecidísimos. Héteme aquí que meses después la mujer descubre que está embarazada sin haber tenido relaciones sexuales con nadie, para su natural asombro, y con el escándalo de rigor.

    Y si en el cuento de Hoffmann la violación fue aprovechando la locura, en este el violador es el militar salvador, un listo que aprovechó en su propio beneficio el desmayo de la mujer aterrorizada a la que había salvado de una violación colectiva, y que deja tranquilamente que fusilen a los soldados atacantes, quedando él, eso sí, avergonzado y enamoradísimo de la violada, a la que solo conoce de, en el fragor de una guerra, haberla salvado de una violación colectiva para violarla él acto seguido.

    Dos embarazos mágicos, uno de quien en su delirio cree haber tenido relaciones sexuales con un imaginario esposo, y se alegra de ese embarazo porque cree que es fruto del amor, y otro de quien ni siquiera es consciente de que la violación se consumó y, mujer absolutamente virtuosa al igual que la otra, no tiene en su memoria ocasión alguna de la que ese embarazo haya podido ser fruto, con la desesperación correspondiente.

    Porque, claro, en ambos casos un embarazo extramatrimonial es la muerte civil de la mujer y una mancha irreparable para la familia.

    Así que la solución al embarazo mágico, y tras tener simpatía al violador, agradecerle que quiera casarse para reparar la falta y la deshonra, y aquí paz y después gloria. En el cuento de Hoffmann los propios familiares y amigos de la violada, varones, comprenden al violador porque ¿qué hombre no habría hecho lo mismo en su lugar? ¿Cómo va a reprocharse a un hombre que aproveche la ocasión de un coito gratis y sin riesgo de responsabilidad con una mujer guapa y que le gustaba, que con el juicio perturbado se le ofrece sexualmente tomándolo por otro? Y en «La marquesa de O» la cosa es aún peor: la propia marquesa, tras un rechazo inicial a ese señor que la violó estando inconsciente y que además ha dejado que fusilen a otros por un delito no consumado que sí consuma él, se casa con él por voluntad propia y, tras algunos problemillas, son felices y comen perdices.

    Qué bien, ¿no?

    Bueno, lea a Hoffmann, que está gratis en la web, como «La marquesa de O»; todos los clásicos lo están.

    Y si lee mucho a Hoffman lo mismo da con ese cuento en el que se habla de cantar el Gaudeamus igitur como lo que era hasta que las universidades se pusieron estupendas y decidieron convertir una canción de juerga estudiantil masculina, para cantar borrachos copa en mano y hablando de mujeres sexualmente complacientes, en esa canción solemne  que cantamos ahora muy solemnes en los actos académicos solemnes. Pero, claro, ya lo sabe usted, lector o lectora fiel de este blog, porque ya se lo he explicado en otro post.

    Y si no, por lo menos vea la película Los cuentos de Hoffmann de Powell y Pressburger, de un fabuloso encanto naif,  o como eso no lo va a hacer, no nos engañemos, al menos escuche la maravillosa Barcarola de la ópera del mismo nombre. Le recomendaría la película «La marquesa de O» de Röhmer  si no se diera la circunstancia de que es de las películas de Röhmer que justo no he visto.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Cuatro novelas sobre morir de cáncer

    La muerte, personaje de tantas novelas, alguna vez se describe en los progresos concretos de la enfermedad y en cómo se muere. La tuberculosis, por ejemplo, es muy «literaria» desde el Romanticismo, pero no me voy a referir a ella.  Voy a citar cuatro novelas donde personajes mueren de cáncer: dos hombre y dos mujeres. Dos autores de fama universal, primeros espadas de la Literatura con mayúsculas, ambos de finales del siglo XIX y principios del XX, y un escritor sueco contemporáneo.

    Del alemán Thomas Mann, «Los Buddenbrock» y «La engañada». En ambas novelas muere de cáncer una mujer. En el primer caso, en una muerte entre dolores que médicos despiadados se niegan a mitigar por motivos éticos o religiosos (¿?); en el segundo, una muerte rápida que habría podido quizá evitarse de no haberse dado una confusión de la propia mujer menopaúsica entre síntomas ginecológicos evidentes y lo que erróneamente cree rejuvenecimiento físico y emocional por un amor tardío. La descripción de la muerte en «Los Buddenbrock» es difícil leerla sin espanto; de los dos extensos volúmenes de la impresionante obra, dedicados a la historia de una familia en varias generaciones, apenas ocupa una pequeña parte, pero inolvidable. En la otra novela, unos de los poquísimos casos en los que la menopausia es el tema principal, y, retratrada además por un gran escritor, reconforta el respeto con que se aborda lo que en tantos otros se ridiculiza o se trata con desprecio y sarcasmo como pérdida de la condición de mujer; el diagnóstico, el trato con los médicos y la muerte ocupa unas pocas páginas finales de una novela breve que, para ser de un escritor que está en cualquier lista de los diez grandes escritores del siglo XX resulta bastante desconocida. En estas dos obras maestras las enfermas son queridas y ciudadas, y la compasión familiar de otros personajes, parte del planteamiento.

    Del ruso Tolstoi, «La muerte de Ivan Illich», aquí con un diagnóstico no explícito pero con síntomas y muerte que poca duda ofrecen al más lego en Medicina, y más sabiendo que, según algunos, está inspirado en un caso real. Esta novela corta es sencillamente una obra maestra. Los primeros síntomas, el desconcierto inicial, la incomprensión de la familia, la degradación física, la percepción personal de su situación por el enfermo, la autodefensa moral de amigos y parientes que se cierran ante el misterio del sufrimiento y la muerte. Y la muerte.

    Del sueco Lars Gustafsson, «Muerte de un apicultor», con la decisión personal de muerte solitaria y sin tratamiento, pudiendo tenerlo, en un país occidental donde sí es posible recibir tratamiento. Aquí, como en la obra de Tolstoi, el enfermo está solo, física o psicológicamente, aunque por motivos muy distintos.

    Ya comprendo que estos no son temas para un blog; los blogs parecen propicios a temas ligeros. Pero creo que es bueno ser consciente de que la Literatura refleja una realidad: la de cómo al menos en Occidente se ha avanzado enormemente, y si hay quien no se da cuenta es porque no conoce el pasado. Ahora, al menos en Occidente, las cosas pueden ser, y en efecto, son totalmente distintas, incomparablemente mejores. Desde todos los puntos de vista. Y es enormemente consolador.

    Y ya comprendo también que se eche en falta alguna obra de literatura española. La hay, igual que habrá más casos en la Literatura Universal. Podría citar uno de los «Episodios Nacionales» de Pérez Galdós, que describe el suicidio de un militar, personaje secundario, que se pega un tiro, en época de guerra, en el siglo XIX, atenazado por el dolor; en ese contexto psicológico, religioso y social donde el suicidio se considera inadmisible resulta precisamente muy expresivo que la reacción sea el suicidio. Qué Episodio es, lamento no poder decir cuál. No es mi prioridad releer de nuevo uno por uno los Episodios Nacionales hasta dar con ello. Por una vez, hago un post fiada en la memoria en datos.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Tiene usted que leer «El sombrero de tres picos»

    Porque si lo lee, encontrará cosas como estas que aquí se mencionan o transcriben, escritas por Pedro Antonio de Alarcón en el tono de quien décadas más tarde describe lo «sucedido» en una innominada ciudad andaluza en fecha indeterminada entre 1804 y 1808 como si describiera un lugar y una época paradisíacas, con análogo tono de nostalgia por el Antiguo Régimen y añoranza por una sociedad de desigualdad absoluta (y absolutista) que se constata en otras obras suyas. Tiene usted que leer lo que un escritor culto e inteligente consideraba idílico de 1874, y quizá comprenderá mejor algunas cosas, como ejemplo por qué poco antes había fracasado estrepitosamente la Primera República.

    «Dichosísimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguía en quieta y pacífica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos! ¡Dichosísimo tiempo aquel en que había en la sociedad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡Dichosísimo tiempo, digo…, para los poetas especialmente, que encontraban un entremés, un sainete, una comedia, un drama, un auto sacramental o una epopeya detrás de cada esquina, en vez de esta prosaica uniformidad y desabrido realismo que nos legó al cabo la Revolución Francesa! ¡Dichosísimo tiempo, sí!…«

    Le adelanto. La cosa acaba con que no solo no hay ningún castigo para quien, en connivencia con otros dos empleados públicos, hace detener ilegalmente a un señor, el molinero, con el propósito de tener el campo libre esa noche e intentar acostarse con la mujer del detenido que se ha quedado sola en su casa, y quien, para intentar convencer a esta, prevarica nombrando para un cargo público a un sobrino de ella. No, en realidad no sólo no acaba con inexistencia de castigo. Acaba con un comentario elogioso de cómo ese delincuente se portó  bien cuando la invasión francesa.

    Ah, no. La cosa acaba con que a quien se reprocha lo sucedido es a la molinera  A la molinera, que como va vestida a la moda de otra zona -es navarra y conoce Madrid- y además es muy guapa -al estilo colosal en que es guapa una mujer de Rubens- es quien con su falta de recato ha dado lugar a esto. La falta de recato consiste en una ropa distinta, ser risueña e inteligente en presencia de su marido y en llevar las mangas remangadas.

    Ah, y el corregidor es un viejo sin dientes de 55 años. Porque a los 55 años se es viejo, explícitamente, y no se tienen dientes.

    Ah, y el testimonio de dos mujeres no vale ni para creerlo en una discusión conyugal entre una mujer y su amado esposo que había pensado matarla pero decidió mejor violar a otra.

    «La cosa hubiera sido interminable si la Corregidora, revistiéndose de dignidad, no dijese por último a don Eugenio:
    -Mira, cállate tú ahora! Nuestra cuestión particular la ventilaremos más adelante. Lo que urge en este momento es devolver la paz al corazón del tío Lucas, cosa fácil a mi juicio, pues allí distingo al señor Juan López y a Toñuelo, que están saltando por justificar a la señá Frasquita…
    -¡Yo no necesito que me justifiquen los hombres! -respondió esta-. Tengo dos testigos de mayor crédito a quienes no se dirá que he seducido ni sobornado…
    -Y ¿dónde están? -preguntó el Molinero.
    -Están abajo, en la puerta…
    -Pues diles que suban, con permiso de esta señora.
    -Las pobres no pueden subir…
    -¡Ah! ¡Son dos mujeres!… ¡Vaya un testimonio fidedigno!
    -Tampoco son dos mujeres. Solo son dos hembras…
    -¡Peor que peor! ¡Serán dos niñas!… Hazme el favor de decirme sus nombres.
    -La una se llama Piñona y la otra Liviana…
    -¡Nuestras dos burras! Frasquita: ¿te estás riendo de mí?»

    Y vale el testimonio de las burras, sí. Normal, cuando la molinera, -que por cierto  no se llama así por ser ella quien moliera, sino por ser la mujer de un molinero, igual que la corregidora no se llama así por ser ella la corregidora sino por estar casada con el corregidor- es descrita como «un hermoso animal«.

    Ah, y el molinero que se cree injuriado en su honor- las mujeres son depositarias del honor del marido, entre las piernas concretamente- se disfraza como corregidor para colarse en la casa de este y violar a la corregidora en venganza. Porque evidentemente no puede pensarse en una relación sexual consentida en que sólo con verlo la corregidora caerá rendida, cuando es descrito él como más feo que Picio, no se conocen ambos, pertenecen a clases sociales distintas y separadas -ella tiene apellido compuesto- entre las que sería impensable una relación de igualdad, y además ella, madre de familia con varios hijos, es descrita como muy piadosa y, por si fuera poco, era sabido que estaba  embarazada de su marido. Vamos, que el molinero se propone violar a una mujer en venganza por las relaciones sexuales consentidas que el marido de esa mujer tiene con la molinera. Y ahí está, como siempre, esa confusión entre sexo consentido y sexo forzado, del que en todo caso la responsabilidad y el daño son de y para la mujer.

    Qué tiempos aquellos, verdad, en que un corregidor y un molinero podían hablar, tranquilamente, de matar a sus respectivas mujeres por adúlteras.  Qué tiempos aquellos en los que el alcalde, cómplice del corregidor, le pega a su propia mujer la paliza cotidiana, y eso se dice en la enumeración divertida de cosas que ha hecho en el día, y luego se va a dormir con ella, y es normal.

    Qué tiempos, en definitiva, en que matar era gratis si se mataba a una mujer, pegar a una mujer era normal y divertido, en que era divertido violar a una mujer por venganza de lo hecho por terceros, en que prevaricar no tenía consecuencias, en que a quien hay que reprender es a la mujer y la verdadera autoridad es la religiosa:

    «Una vez reunida la tertulia, el señor Obispo tomó la palabra, y dijo: que, por lo mismo que habían pasado ciertas cosas en aquella casa, sus canónigos y él seguirían yendo a ella lo mismo que antes, para que ni los honrados Molineros ni las demás personas allí presentes participasen de la censura pública, solo merecida por aquel que había profanado con su torpe conducta una reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó paternalmente a la señá Frasquita para que en lo sucesivo fuese menos provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar más cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón; aconsejó al tío Lucas más desinterés, mayor circunspección y menos inmodestia en su trato con los superiores; y acabó dando la bendición a todos y diciendo: que como aquel día no ayunaba, se comería con mucho gusto un par de racimos de uvas.«

    Y qué época en que la dieta mediterránea, esa que jamàs ha existido en España, como sabe cualquiera que haya leído novelas del siglo XIX y literatura anterior, consistía en hincharse a chocolate dos veces diarias y comer huevos fritos cada día y la fruta, ni mencionarla, salvo como algo de lujo:

    «De cómo vivía entonces la gente.
    En Andalucía, por ejemplo (pues precisamente aconteció en una ciudad de Andalucía lo que vais a oír), las personas de suposición continuaban levantándose muy temprano; yendo a la Catedral a misa de prima, aunque no fuese día de precepto: almorzando, a las nueve, un huevo frito y una jícara de chocolate con picatostes; comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si había caza, y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer; paseando luego por el campo; yendo al rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando otro chocolate a la oración (este con bizcochos); asistiendo los muy encopetados a la tertulia del corregidor, del deán, o del título que residía en el pueblo; retirándose a casa a las ánimas; cerrando el portón antes del toque de la queda; cenando ensalada y guisado por antonomasia, si no habían entrado boquerones frescos, y acostándose incontinenti con su señora los que la tenían, no sin hacerse calentar primero la cama durante nueves meses del año…!«

    Ah, qué tiempos donde el tráfico de influencias era normal, y la prevaricacion a secas algo encantador:

    «Por varias y diversas razones, hacía ya algún tiempo que aquel molino era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la mencionada ciudad… Primeramente, conducía a él un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos contornos. En segundo lugar, delante del molino había una plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la alternada ida y venida de los pámpanos… En tercer lugar, el Molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenía lo que se llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que solían honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles… lo que daba el tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servía de dosel, ora rosetas de maíz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy frías, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que por Pascuas se solía añadir algún pestiño, algún mantecado, algún rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.
    -¿Tan rico era el Molinero, o tan imprudentes sus tertulianos? -exclamaréis interrumpiéndome.
    Ni lo uno ni lo otro. El Molinero solo tenía un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos tiempos en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquel en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y demás personas de campanillas. Así es que no faltaba quien dijese que el tío Lucas (tal era el nombre del Molinero) se ahorraba un dineral al año a fuerza de agasajar a todo el mundo.
    -«Vuestra Merced me va a dar una puertecilla vieja de la casa que ha derribado», decíale a uno. «Vuestra Señoría (decíale a otro) va a mandar que me rebajen el subsidio, o la alcabala o la contribución de frutos-civiles». «Vuestra Reverencia me va a dejar coger en la huerta del Convento una poca hoja para mis gusanos de seda». «Vuestra Ilustrísima me va a dar permiso para traer una poca leña del monte X». «Vuestra Paternidad me va a poner dos letras para que me permitan cortar una poca madera en el pinar H». «Es menester que me haga usarcé una escriturilla que no me cueste nada». «Este año no puedo pagar el censo». «Espero que el pleito se falle a mi favor». «Hoy le he dado de bofetadas a uno, y creo que debe ir a la cárcel por haberme provocado». «¿Tendría su merced tal cosa de sobra?». «¿Le sirve a usted de algo tal otra?». «¿Me puede prestar la mula?». «¿Tiene ocupado mañana el carro?». «¿Le parece que envíe por el burro?…».
    Y estas canciones se repetían a todas horas, obteniendo siempre por contestación un generoso y desinteresado… «Como se pide».
    Conque ya veis que el tío Lucas no estaba en camino de arruinarse.«

    Ah, y se trata de un hermoso ejemplo de amor conyugal basado inusualmente en la confianza recíproca, se lee por ahí. El molinero decide no matar a su mujer, y al corregidor, no porque crea que no se debe matar a unos adúlteros, o porque no se debe matar a una mujer y a un hombre sin certeza del adulterio, o porque no tenga derecho a hacerlo o porque le dé pena o reparo o porque sea inadmisible matar. No. No mata porque el corregidor es poderoso y teme que no se crean el adulterio y lo ahorquen. Y entonces decide vengarse violando a la esposa del corregidor. Qué gran amor conyugal de ambos, con la molinera, que tan contenta se queda con quien pensó matarla y violar a otra.

    Esa es la España idílica que describe en un cuento publicado en 1874 un escritor que al parecer en 1874 consideraba deseable todo eso. Qué bonitas las leyendas, porque, claro, esto además al parecer está inspirado en una leyenda tradicional.

    Ay, esos escritores costumbristas, qué bien escriben algunos y cómo se les ve el plumero Ancien Régime pero muy, pero que muy Ancien, para ser un cuento publicado en 1874.

    ¿O no es tan Ancien Régime? A ver si es que ni va ser tan Ancien.

    Verónica del Carpio Fiestas

    De dedicatorias

    Seguramente alguien habrá hecho ya una clasificación científica de las dedicatorias, que son en sí mismas un género literario al igual que las clasificaciones de lo que sea también pueden ser en si mismas un género literario. Esta es mi clasificación, nada científica, con algunos ejemplos.

    1. Las dedicatorias de protección y sumisión tipo la de Cervantes en el «Persiles y Sigismunda» (post de este blog aquí) en las que autor lanza su obra a la selva literaria de modo que esté menos inerme bajo la  protección de un poderoso. Son el equivalente literario de la oración y están pasadas de moda. Las protecciones literarias se buscan ahora por vías que sería interesante saber cuáles son; porque lo malo de la desaparición de estas dedicatorias públicas es que ahora desconocemos quiénes son los padrinos.

    2. Las dedicatorias tipo «A mis padres», «A mi cónyuge» o «A la memoria de mi querido amigo Fulanito», o las discretas y alfabėticas tipo «A F.». Son el equivalente literario del amor y la amistad o de los compromisos y vínculos  humanos que se asemejan a una u otra.  Al igual que los premios literarios, tienen gradaciones y pueden ir a menos; la primera obra de un autor se dedica a figuras personales importantes pero si en obras posteriores la cosa se complica, como en las sucesivas ediciones de un premio literario de los de reconocimiento a la labor de toda una vida: primero van las grandes figuras tipo la madre y Borges y luego se diluyen la dedicatoria y el premio en figuras de relleno, que ninguna vida personal, como ningún premio literario, puede encontrar nuevos destinatarios de la primerísima fila cada año una vez agotadas las listas de las figuras de primerísima fila en los primeros años. Probablemente a la vigésima obra de un mismo autor la dedicatoria será un equivalente emocional de un primo lejano; y en la vigėsima edición de un premio de los que premian toda una vida y obra literaria, también. Claro que con el tiempo siempre se podrá dedicar a los nietos, quien los tenga.

    3. Las dedicatorias ideológico-literarias. El ejemplo clásico, «A la minoría, siempre», de Juan Ramón Jiménez (y digo ejemplo clásico porque no hay forma de localizar la obra concreta y ya empiezo a pensar si no será un bulo literario) en contraposición por cierto con el «A la inmensa minoría» del mismo autor que si no es un bulo le falta el canto de un duro.

    4. Las dedicatorias de cachondeo. El mejor ejemplo que conozco lamento no poder indicarlo con más precisión porque en estos momentos se me escapa, y eso que la idea de este post surgió de ahí: el de uno de esos autores ingleses de los del humour del siglo XVIII, que dice poner en alquiler la dedicatoria a disposición del mejor postor.

    Y dentro de las humorísticas, voy a citar tres:

    * la dedicatoria a Dios porque le cae simpático, de Jardiel Poncela, en «La tournée de Dios».
    * y dos que responden al mismo concepto de dedicatoria modificada por circunstancias ajenas a la voluntad del autor, sea en serio o sea en broma:
    -la dedicatoria de «Palíndroma», de Juan José Arreola. «La dedicatoria se suprime a petición de parte».

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    – y otra conceptualmente relacionada, e involuntariamente cómica, sobre la sucesiva desaparición de los afectos, complicada con qué hacer cuando un libro se ha elaborado con la colaboración indispensable de alguien, y matizada, para que no se note tanto lo risible de la situación, con una emotiva referencia materna, de un gran escritor que no es la misma persona del mismo nombre que actúa como payaso mediático y que decidió romper con su pasado intelectual para hacer dinero, olvidando que era un gran escritor y que era capaz de escribir obras extraordinarias. Me refiero a Fernando Sánchez Dragó y esta es la dedicatoria doble en  «Gárgoris y Habidis», una obra absolutamente extraordinaria que no tuvo sucesor digno de ese nombre en el autor:

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    Verónica del Carpio Fiestas
    que dedica este post a X.,
    cuyo nombre no empieza por equis,
    o quizá sí,
    porque no pensará quien esto lea que aquí se van a dar pistas.

    Cuando el pudoroso Borges se permitió una bromilla escabrosa a cuenta de Cervantes

    Quienes leen a Jorge Luis Borges habrán observado que su obra no contiene alusiones obscenas o escatológicas, y no digamos ya descripciones. El cuento «Emma Zunz», sobre algo parecido a una prostitución ritual, no contiene nada  sobre el acto sexual en sí. En «El informe de Brodie», con técnica clásica del manuscrito encontrado -la misma técnica del Quijote-, en esa falsa traducción de un falso informe de un inventado misionero escocés presbiteriano sobre la vida de una  extraña tribu en un lugar que no se menciona, y que por el contexto podría ser o la selva de Brasil o el centro de África (¡!), llega al extremo de fingir que la parte de manuscrito sobre las prácticas sexuales fue escrita en latín en el original, y que omite esa parte en la traducción:

    «Traduciré fielmente el informe, compuesto en un inglés incoloro, sin permitirme otras omisiones que las de algún versículo de la Biblia y la de un curioso pasaje sobre las prácticas sexuales de los Yahoos que el buen presbiteriano confió pudorosamente al latín.«

    [Y llegados a este punto, se impone un inciso que quizá resultará incomprensible dentro de unos años; y si así sucede espero que lo sea porque el buscador Yahoo haya desaparecido y no por porque se haya perdido la memoria de Swift y de Borges. «Yahoos» no es plural de «Yahoo», el buscador de internet, sino un nombre usado por Jonathan Swift para un pueblo salvaje en unos  de los «Viajes de Gulliver». Borges emplea el mismo nombre.]

    Y volviendo al tema, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme (¿o sí?) que solo una vez el pudoroso y según algunos asexuado Borges se permitió en su obra una bromita de carácter sexual; un chistecillo verde intelectual. Una única vez. Porque lo de «pudorosamente» que emplea Borges para referirse a la forma de escribir de un personaje de un cuento suyo es aplicable a la propia forma de escribir de Borges.

    Naturalmente, esa bromita excepcional -en ambos sentidos- tuvo que ser en una obra conjunta, de las coescritas con Adolfo Bioy Casares, cuyo carácter era muy distinto del de Borges, y a quien se atribuye fama de donjuán apasionado por las mujeres, o ligón por decirlo en una palabra.

    Borges y Bioy Casares se divirtieron mucho escribiendo bajo el seudónimo conjunto de H. Bustos Domecq. Pocos casos más fructíferos de colaboración literaria. Son deliciosos y de un extraordinario sentido del humor intelectual sus cuentos policiales (maravillosos) y sus pedantes falsas reseñas de obras de falsos autores y falsos artistas (extraordinarias). Y el tono es bastante distinto a las obras de Borges solo. En primer lugar sí figura alguna referencia a temas, digamos, escabrosos, por ejemplo en el cuento «El signo», sobre un «pornografista»:

    «¡El anfitrión brillaba por su ausencia! Para no malgastar la caminata, opté por esperar un ratito, no fuera de repente a volver. Hacia la jabonera no demasiado lejos de la palangana y la jarra, había un alto de libros que me permití revisar. De nuevo le digo, eran de la Imprenta Oportet & Haereses y mejor no haberlo hecho. Bien dicen que cabeza en la que entra poco retiene el poco; hasta el día de hoy no puedo olvidarme de esos libros que hacía imprimir don Wenceslao. Las tapas eran con prójimas desnudas y de todos colores, y llevaban por título El  jardín perfumado, El espión chino, El hermafrodita de Antonio Panormitano, Kama-Sutra y/o Ananga-Ranga, Las capotas melancólicas, las obras de Elefantis y las del Arzobispo de Benevento. Qué azúcar y qué canela, yo no soy uno de esos puritanos exagerados y en tren de echar una cana al aire ni mosqueo con la adivinanza de color subido que sabe proponer el párroco de Turdera, pero, vea usted, hay extremos que pasan de castaño oscuro y resolví ganar la cucha. Salí marcando tiempo, le soy verídico.«

    Pero, a lo que iba, y esto ya sí es el chistecillo. Dentro del cuento «El testigo» figura una falsa nota a pie de página que a su vez tiene una nota aclaratoria. Un tal Bonfanti, personaje pedante a más no poder que aparece en otros cuentos de H. Bustos Domecq, y que en este es ya jesuita, tras haber sido antes escritor, escribe esta nota a pie de página, como comentario a un texto (y ya van dos veces que menciono el Quijote en un mismo post para hablar de Borges):

    «Valiente y oportuna sinécdoque, de donde se barrunta muy a las claras que el afortunado Sampaio no es de los afrancesados y gamilochos que ladronescamente alargan la mano al pequeño Larousse, sino que ha bebido de hinojos la leche de Cervantes, copiosa y varonil si las hay.«

    Y ello a su vez da lugar a otra nota, aclaratoria, de los propios editores o correctores, causada, según se dice por la intervención del mismo personaje Bonfanti, que se arrepiente de lo que ha escrito, y que exige la retirada de la nota, apoyado por el propio personaje del cuento:

    «Por un motivo que escapa a la perspicacia de esta Mesa de Correctores, el padre Mario Bonfanti, nerviosamente secundado por el señor Bernardo Sampaio, pretendió a última hora retirar la nota anterior, abrumándonos con telegramas colacionados, cartas certificadas, mensajeros ciclistas, súplicas y amenazas.«

    Res ipsa loquitur, que se dice.

    Verónica del Carpio Fiestas

     

    Tolstoi, el santón laico machista

    De entre las cosas curiosas de la Historia de la Literatura, una es cómo un egoísta, misógino e hipócrita como Tolstoi consiguió convertirse en un santón laico con aureola. Más aún, cómo su pobre esposa ha quedado para la posteridad literaria como una bruja y él como un mártir digno de hagiografía, a quien iban  a rendir pleitesía en vida no solo por sus valores literarios sino por su integridad moral. Lo llaman moralista, en el buen sentido. Solo se explica por la fascinación de las palabras -nadie duda que sea un gran escritor, de la primera fila- y por la misoginia general, por cómo su opinión de la mujer era un detalle insignificante, es decir, por la misoginia general, porque otro motivo no se me ocurre. Otro día con más tiempo desarrollaré esta idea. O no, mejor no, si total afortunadamente ya hay de un tiempo a esta parte quien dice cosas parecidas hasta en suplementos culturales, que pensaba yo que era solo cosa mía, desde que hace más de treinta años -uf- empecé a leer a, y de, Tolstoi, y menos mal que no soy yo sola. Y es muy aburrido ir espigando datos de un lado y otro para intentar convencer a quien tenga la ocurrencia de pasar por aquí. Porque Wikipedia, paradigma de la cultura oficial, lo sigue pintando como un santón. Qué aburrimiento.

    Así que hoy me voy a limitar a recomendar una lectura: su novela -corta, menos mal- «Sonata a Kreutzer».

    Si le explico que es la historia de un hombre que mata a su esposa, y que cree que las relaciones sexuales han de evitarse, y que con ese ideal de pureza -por supuesto tras haberse ido de putas desde los 15 años- más o menos reprocha a ella que él se siente sexualmente atraído por ella, y que este mismo concepto de la abstinencia sexual como valor dentro y fuera del matrimonio, incluyendo entre cónyuges, y el de lo repugnante de los métodos anticonceptivos, lo aplicó Tolstoi en su propio matrimonio, mediante el sistema de hacerle  doce o quince hijos a su esposa y reprochar a su esposa por un lado no ser capaz él de abstenerse de relaciones sexuales y por otro que no quisiera ella tener más hijos, tiene usted ahí una  figura encantadora; encantadora para divorciarse inmediatamente. La relación entre la «Sonata a Kreutzer» y su propia vida, la de Tolstoi, es bien notoria; consta incluso que así lo reconoció, dolida, la propia esposa.

    Lo único que justifica las relaciones sexuales es la procreación y lo demás es perversión y la culpa es de quienes hacen creer que es bueno para la salud -de los varones, claro- tener relaciones sexuales; y por supuesto culpa también es de las mujeres que, a la vez víctimas y verdugos, se degradan a sí mismas hasta el punto de venderse para subsistir como prostitutas o, peor aún, de ser como las mujeres honradas deseosas de relaciones sexuales con sus propios maridos y atrayendo a los hombres hacia esa degradación y al matrimonio con ayuda de afeites y vestidos y la complicidad de la familia. Y el mundo está dominado por las mujeres y no es una falta de derechos 1e la mujer no pueda votar  o no pueda ser juez etcétera etcétera, la mujer ata al hombre por la sensualidad  etcétera etcétera una pasión carnal es un terrible mal y además no es natural la relación sexual  etcétera etcétera  los hospitales están llenos de mujeres histéricas que han buscado el placer sexual incluso en el embarazo, una mujer es un monstruo si no amamanta a sus hijos etcétera etcétera 140 páginas.

    Y, peor aún, con algunas ediciones que incluyen un texto con un comentario del propio Tolstoi a su novela, que es de caerse los palos del sombrajo. Porque el personaje de la novela es un hombre raro, que él mismo dice que hay quien piensa que está loco, y que además es un repugnante asesino por celos -legalmente impune, claro, porque mató en defensa de su honor, o así lo consideraron los tribunales, y claro, si mata por celos ni se plantea que sea punible-, pero esa apariencia de asocialidad solo es fachada, aparte de que ni se plantea asocialidad, no ya comportamiento delictivo, por lo de matar a la esposa. En realidad de ese texto complementario se desprende que el personaje es la voz de autor.

    Y leo por ahí que se trata de «un radical ideal de pureza», en vez de una misoginia galopante. Anda que.

    Ah, y al personaje le parece estupendo que los campesinos trabajen dieciséis horas diarias a base de comer tres cosas simples, y poco, y esa es la buena vida; la horrible sensualidad procede también de comer más y variado, y trabajar menos. Cómo me acuerdo de haber leído por ahí, y siento no tener a mano la cita, que Tolstoi no quería que sus campesinos -era un señor rural- tuvieran asistencia médica, por no considerarlo necesario,.Ay, estos santones laicos.

    Por cierto, suele decirse que «Ana Karenina» de Tolstoi es la primera novela donde aparecen métodos anticonceptivos. En la «Sonata a Kreutzer», de publicación posterior, también salen. Y en ambos casos como cosas de mujeres, y además, esto es importante, y que se suele omitir en los análisis, descritos como realmente eficaces. «Los miserables médicos le prohibieron tener hijos» – cinco en ocho años llevaba la pobre mujer del personaje de la novela «Sonata a Kreutzer», que habla en primera persona, y la mujer tenía la salud resentida- «y le enseñaron el medio de evitarlos». ¿Cuál sería el «medio de evitar los hijos»? Estamos hablando de obras literarias del último tercio del siglo XIX, ¿De verdad había métodos anticonceptivos eficaces entonces? Eficaces, digo, porque intentos y métodos de evitar la concepción ha habido siempre, pero eficaces de verdad nunca hasta el siglo XX. Porque evidentemente es anticoncepción, por el contexto y la dicción literal de la novela, no aborto, y tampoco preservativo masculino. ¿Y ni sabemos cuáles son esos métodos? ¿ Y por qué en los análisis que veo por ahí de esta novela, y de «Ana Karenina»,  no leo comentarios sobre cuales serían esos métodos eficaces que no eran ningún tipo de preservativo masculino, puesto que se enseña a la mujer y esta lo aplica tranquilamente y hasta en contra de la opinión del marido, y sobre todo, atención, con verdadera eficacia, no como algo inseguro o azaroso, y ello cien u ochenta años antes de la invención de la píldora anticonceptiva, como si fuera normal en el siglo XIX esa seguridad?  ¿Es que no merece la pena comentar siquiera que se diga en una novela de un autor considerado realista que en el siglo XIX  había métodos anticonceptivos verdaderamente eficaces a disposición de las mujeres, aplicables sin contar con el varón y sin que este pudiera evitarlo, y quedarse tan ancho diciéndolo, como si fuera posible y cierto lo que solo fue posible y cierto cien años después?

    Una lástima el título de la obra. Pobre Beethoven.

    Verónica del Carpio Fiestas
    [a la que mucho no le gusta Tolstoi, salvo quízá, en «Historia de un caballo», en «Ana Karenina», en «Hadji Murat» y sobre todo en «La muerte de Ivan Illich; a la que » Guerra y paz» se le cayó de las manos y allí en el suelo sigue; y que, aburridísima, olvidó freudiana y oportunamente «Resurrección» en un tren.

    -Acabáramos, señora bloguera. Ya la he pillado. Menos lobos, Caperucita. Lo que pasa es que a usted no le gusta Tolstoi y está buscando excusas porque figura en el canon literario occidental como un imprescindible y no se  puede prescindir de él en un blog, y en una vida, en plan cultureta.
    -Pues a lo mejor es eso, qué quiere que le diga. No vamos a ponernos a discutir por ello.]

    ¿Asentar la cabeza de una manera española?

    Al fin, una pulmonía
    mató a Don Guido, y están
    las campanas todo el día
    doblando por él: ¡din, dan!
    murió don Guido, un señor
    de mozo muy jaranero,
    muy galán y algo torero;
    de viejo gran rezador.

    Dicen que tuvo un serrallo
    este señor de Sevilla;
    que era diestro
    en manejar el caballo,
    y un maestro
    en refrescar manzanilla.

    Cuando mermó su riqueza
    era su monomanía
    pensar que pensar debía
    en asentar la cabeza
    y asentóla
    de una manera española,
    que fue a casarse con una
    doncella de gran fortuna.

    Y repintar sus blasones
    hablar de las tradiciones
    de su casa,
    a escándalos y amoríos
    poner tasa,
    sordina a sus desvaríos.

    Gran pagano
    se hizo hermano
    de una santa cofradía;
    el Jueves Santo salía,
    llevando un cirio en la mano
    -¡aquel trueno!-
    vestido de nazareno.

    Hoy nos dice la campana
    que han de llevarse mañana
    al buen Don Guido muy serio
    camino del cementerio.
    ¿Tu amor a los alamares
    y a las sedas y a los oros
    y a la sangre de los toros
    y al humo de los altares?

    ¡Oh fin de una aristocracia!
    La barba canosa y lacia
    sobre el pecho;
    metido en tosco sayal
    las yertas manos en cruz,
    ¡tan formal!
    el caballero andaluz.

    Antonio Machado y la crítica social. Antonio Machado y la sátira social. Antonio Machado y la falsa religiosidad de las cofradías. Antonio Machado y la hipocresía.  Antonio Machado y la crítica feroz, como sevillano, a la Semana Santa sevillana (póngase en relación con otra crítica análoga, su poema «La saeta»). Antonio Machado y la crítica a una aristocracia que ya desde el siglo XVIII se divertía con diversiones populacheras, olvidando cualquier enfoque intelectual (póngase en relación con Fernando VII). Antonio Machado y la doble moral. Antonio Machado y el donjuanismo. Antonio Machado y la sátira o evolución de la literatura elegíaca (póngase en relación, sin falta, con las «Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique).

    De todo esto, y de mucho más, se ha escrito probablemente y se puede escribir en relación con este poema,  «Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de Don Guido».

    ¿Pero de «Antonio Machado y asentar la cabeza a la manera española» se ha escrito?

    Porque hay mucho que escribir. Que un aristócrata juerguista venido a menos se case con una mujer rica, deseosa ella, o su familia -en este caso concreto es una «doncella», sin voluntad jurídica relevante, luego sería su familia-, de conseguir un título nobiliario para subir en la escala social, en una transacción bastante comercial en el que uno aporte el título, y las relaciones sociales y el «prestigio» correspondientes, y  la otra la pasta, en modo alguno es una «manera española de asentar la cabeza». La literatura europea del siglo XIX y primeros del XX está llena de casos de matrimonios concertados análogos, como negocios más o menos equitativos. Por ejemplo, las historias de cómo «ricas herederas» estadounidenses se casan con nobles británicos es casi un subgénero.

    Así que por qué es «una manera española» hacer lo que en la misma época se hacía en tantos países, no lo comprendo.

    El «braguetazo» y el intercambio de blasones por dinero no son solo españoles.

    Y, por otra parte, el braguetazo, como la muerte por pulmonía, eso ha desaparecido, hace mucho, por estos lares. ¿O es ahora mismo la regla? Si era típico, ha dejado de serlo.

    Lo que sí sigue es la Semana Santa pagana disfrazada. Y la sangre de los toros.

    Y el señorito andaluz.

    Vaya.

    Verónica del Carpio Fiestas

    When I am dead y Rossetti

    When I am dead, my dearest,
    Sing no sad songs for me;
    Plant thou no roses at my head,
    Nor shady cypress tree:
    Be the green grass above me
    With showers and dewdrops wet;
    And if thou wilt, remember,
    And if thou wilt, forget.
    I shall not see the shadows,
    I shall not feel the rain;
    I shall not hear the nightingale
    Sing on, as if in pain:
    And dreaming through the twilight
    That doth not rise nor set,
    Haply I may remember,
    And haply may forget.

    Este es un poema de la poeta, o poetisa, como habría sido llamada en su época, la época victoriana, Christina Rossetti. Británica, pese al nombre. Y como le tocó a la pobre la época en la que las mujeres eran personas secundarias y por referencia, habrá que decir, cómo no, que era hermana de Dante Gabriel Rossetti, el pintor y poeta.

    Y si no le suena ninguno de los dos, ni los prerrafaelitas, pues eche un vistazo por la web. Las pinturas prerrafaelitas son hermosísimas.

    Y así quizá descubra cosas parecidas a lo que he descubierto yo: que un poema que en su día me dijeron que era de Dante Gabriel, y que llevo décadas asociando visualmente a las pinturas e ilustraciones de Dante Gabriel, y dando por sentado que lo escribió un hombre  dedicándolo o dirigiéndolo a una mujer, resulta que es de Christina y lo escribió una mujer dedicándolo o dirigiéndolo a un hombre. Precisamente el poema que he transcrito.

    Vaya.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Mujeres amaestradas y de Plastisex: Juan José Arreola

    Si no ha leído al escritor mexicano Juan José Arreola solo puedo decir que sus cuentos fantásticos los recomendaba nada menos que el mismísimo Jorge Luis Borges. En «Confabulario» literalmente fabulosos el cuento sobre el guardagujas, de tan kafkiana resonancia, y el de la migala, que me recuerda el de la lotería en Babilonia del propio Borges, con el destino incognoscible y la muerte acechante en la parábola de una lotería y de una araña.

    Pero sobre todo no de deje de leer dos extraños y desasosegantes cuentos: el de «Una mujer amaestrada» y el de las mujeres de plástico en sustitución de mujeres reales, «Anuncio«.

    «Ahora nos dirigimos a usted, dichoso o desafortunado en el amor. Le proponemos la mujer que ha soñado toda la vida: se maneja por medio de controles automáticos y está hecha de materiales sintéticos que reproducen a voluntad las características más superficiales o recónditas de la belleza femenina. Alta y delgada, menuda y redonda, rubia o morena, pelirroja o platinada: todas están en el mercado. Ponemos a su disposición un ejército de artistas plásticos, expertos en la cultura y el diseño, la pintura y el dibujo; hábiles artesanos del moldeado y el vaciado; técnicos en cibernética y electrónica, pueden desatar para usted una momia de la decimoctava dinastía o sacarle de la tina a la más rutilante estrella de cine, salpicada todavía por el agua y las sales del baño matinal.»
    «Lejos de representar una amenaza para la sociedad, la venus Plastisex© resulta una aliada poderosa en la lucha por la restauración de los valores humanos. En vez de disminuirla engrandece y dignifica a la mujer, arrebatándole su papel de instrumento placentero, de sexófora, para emplear un término clásico. En lugar de mercancía deprimente, costosa o insalubre, nuestras prójimas se convertirán en seres capaces de desarrollar sus posibilidades creadoras hasta un alto grado de perfección.
    Al popularizarse el uso de la Plastisex©, asistiremos a la eclosión del genio femenino, tan largamente esperada. Y las mujeres, libres ya de sus obligaciones tradicionalmente eróticas, instalarán para siempre en su belleza transitoria el puro reino del espíritu.»

    Del de la mujer amaestrada, mejor ni lo transcribo. Porque si con ojos actuales con ingenuidad puede leerse como una dura crítica al machismo, pues sencillamente parece inconcebible que pueda ser otra cosa en pleno siglo XX, cuando se escribió, este cuento y otros, resulta que  quienes lo han estudiado a fondo lo interpretan como ejemplos de la misiginia del autor.  Y así se explican mejor  los muchos detalles chirriantes o francamente incómodos que en sus obras se ¿aprecian? por aquí y por allí.

    Uf.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Necia conjura para venderle gato de literatura por liebre

    Si cae en sus manos «La conjura de los necios«, «A Confederacy of Dunces«,  de John Kennedy Toole, casi mejor que deje que se le caiga del todo. Cada año la industria cultural estadounidense descubre la gran novela americana (americana no es de América, el continente, sino de un país que se cree, al parecer en serio, que se llama»América»). Y cada año le venden a usted  libros que hacen historia, y en efecto, la hacen: la historia de cómo lo pequeño lo venden como grande. Si usted lee el prólogo en la edición de Anagrama verá que el editor estadounidense compara al estrambótico protagonista, Ignatius  J. Reilly, con Don Quijote. Mucho me temo que el editor estadounidense no ha leído muy a fondo el Quijote, ni tampoco quienes en Wikipedia describen al personaje  como «un moderno Don Quijote»

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    Porque si alguien se cree que un quijote, o Quijote, es cualquier persona culta con un grave problema mental, que se enfrenta con muchos, me atrevo a conjeturar que no ha leído el Quijote. Don Quijote lo describe Cervantes, por sus palabras y por sus obras, como cultísimo,  austero, casto, esforzado, educadísimo y desprendidísímo, muy amable y muy considerado, un caballero en toda la extensión de la palabra. Ignatius J. Reilly es culto, grosero, glotón, vago, aficionado al sexo consigo mismo (solo consigo mismo), insultante hasta con su propia madre y un patán, y con su carácter y su forma de hablar y de actuar, con sus eructos, groserías y ataques indiscriminados, tiene tanto parecido con Don Quijote como su respectivo físico, o sea, ninguno.

    Cuando leí  el libro hace años me pareció insignificante, un bluff; releída, rectifico, y ya no me lo parece tanto. Por estructura, caracteres, lenguaje y planteamiento es bastante más que un bestseller. Y ciertamente aparece un personaje interesantísimo: Nueva Orleáns, una Nueva Orleáns que me pregunto si fue real cuando escribió sobre ella John Kennedy Toole en los  primeros años 60 de siglo XX, y, en caso afirmativo, si habrá quedado algo de esa ciudad peculiar tras la devastación por el huracán Katrina en 2005.

    Pero leo en la contraportada las comparaciones con Rabelais, con Dickens,  con Cervantes, con Fielding, y me pregunto de nuevo cómo es posible que la industria editorial tenga tan poco sentido de la realidad o tanto desconocimiento de lo que vende, o tanto afán por vender, como para usar comparaciones de ese tipo, o, si en efecto fuera cierto que estudios serios ponen en relación «La conjura de los necios» con todos esos autores, que lo ignoro, cómo puede ser que yo no me haya enterado de nada y el problema grave entonces es mío. Con Rabelais y Cervantes sí veo que coincide en un punto: la escatología. Con Dickens, por más que lo pienso, no se me ocurre en qué puede coincidir. Con Fielding, tampoco.

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    Y no quiero dejar de mencionar que hay que dato del libro que sí merece la pena: la descripción de la vida de homosexuales en los primeros años 60 en una ciudad donde se suponía que eran más libres, dice un personaje, que en otras zonas de Estados Unidos, y probablemente lo serían; da tristeza visto desde ahora, porque en realidad están descritos como un sector  marginal, vilipendiado y ridiculizado, cuando no perseguido por la policía. Está bien volver la vista atrás y no olvidar el camino andado, para ser conscientes de que no debe desandarse.

    Y ya acabo con un comentario no sé si heterodoxo: que en la industria cultural y editorial que un autor sea un suicida añade prestigio a sus obras y rodea de un aura de genio a su autor, con cierta frecuencia. Hay que ver que daño hicieron Goethe y los románticos con sus genios y sus suicidas. Me pregunto si esta obra habría tenido tanto éxito de no haberse suicidado su autor años antes de publicarse. En fin.

    Verónica del Carpio Fiestas

    Los dos son muy desagradables

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    «¡Lo que me parece es que los dos son muy desagradables!»

    Verónica del Carpio Fiestas

    quien en realidad se limita a escoger un fragmento de «Alicia a través del espejo» de Lewis Carroll, de una traducción disponible aquí,

    pero a escoger el fragmento, no al azar, sino en función de una intencionalidad oculta que quien esto lea tendrá que suponer no sea que tenga que ver con la actualidad política de cuando se lea esto, es decir, en fecha indeterminada, porque esto se difunde un día y se puede leer en cualquier momento,

    y si no lo supone quien esto lea realmente da igual, porque en primer lugar es posible que no haya intencionalidad oculta alguna, y, en segundo lugar, el fragmento es un clásico, y el poema completo al que pertenece también, y como todos los clásicos, son susceptibles de cita en el contexto que interese, ad libitum, y la obra entera no digamos,

    y si cree quien esto lea que Alicia es una obra para niños,

    hace bien,

    porque esa esa la idea de Lewis Carroll,

    aunque quizá sería más preciso decir que era una obra pensada para niñas, y si no sabe a que me refiero mire Google,

    pero, en fin, en cualquier caso,  ya ve que se le puede usted sacar punta política si interesa en el contexto concreto que usted mismo desee,

    porque los clásicos es lo que tienen.

     

    Una de romanos y griegos: no lea a Terencio y sí lea a Luciano de Samósata

    Este post tiene un título desafortunado. Con ese título, quizá interprete quien esto lea que se trata de una  ironía y que en realidad quiero decir que sí hay que leer a Terencio y no leer a Luciano de Samósata, o Samosata como escriben otros. Peor aún; como el sentido de la contradicción es el sexto sentido para mucha gente, quién sabe si con ese título consigo lo contrario de que busco.

    Terencio era romano, del siglo II a.C. Luciano de Samosata del siglo II d.C. de Samosata, entonces Imperio Romano, hoy Turquía, y que escribía en griego. Ahí tiene usted a Google para que le proporcione más datos. Lo que no encontrará por Google son valoraciones ¿subjetivas? como las que aquí  se hacen, y que resumo en una frase: si se anima usted a leer a autores romanos o griegos, cosa que le recomiendo, pero dispone usted de tiempo limitado -es decir, es usted una persona normal-, no haga caso de quienes le digan que Terencio escribía comedias, porque si eso son comedias, maldita la gracia, y lea a Luciano de Samósata, del que no tiene usted que perderse su descharrante viaje a la luna.

    Le resumo el argumento de una «comedia» de Terencio titulada «El eunuco». Un individuo de 16 años se enamora instantáneamente de una chica de su misma edad esclava a la que ve por casualidad por la calle un momento, y se las arregla para introducirse en la casa de la chica; una casa algo intermedio entre prostíbulo y casa decente, vivienda de una cortesana con varios amantes, uno de ellos hermano del joven. El chico se hace pasar por el esclavo eunuco que iban a regalar a la cortesana, y nada más entrar en la casa, aprovecha que la chica, con la que no ha cambiado palabra, está sola, para violarla. Ninguna duda existe de que se trata de una violación, y lo aclaro porque en muchas obras no siempre muy antiguas se denomina»violación» a cualquier sexo extramatrimonial, incluso si es consentido; la chica, que era virgen, se queda llorando, no puede ni contar lo ocurrido de la angustia y tiene las ropas destrozadas; por cierto que el destrozo de la ropa preocupa a  algún personaje casi lo mismo que la violación. La trama se complica con varios personajes, incluyendo el padre del violador y un miles gloriosus que, a diferencia de otros miles gloriosus no tiene gracia alguna, y que se jacta de que va a pegar a la chica cuando se la lleve, animado a ello por un gorrón, parásito o adulador, personaje también clásico, y aquí también sin gracia. Mientras tanto, a un esclavo  lo golpean para que mienta. Y así todo. La obra, que se lee con irritación, acaba con que se accede a la boda de la violada con el violador, una vez que se descubre que la chica no era en realidad esclava, sino libre; porque, claro, no es lo mismo violar a una esclava que se compra y se vende que a una ciudadana, y en cualquier caso lo que pueda opinar ella es irrelevante. Y a todo esto, el violador es presentado como un personajes resuelto y positivo, muy distinto de su hermano, débil de caracter. Y, no se lo pierda, así es también descrito ese violador, como un carácter positivo, en la introducción de la muy seria edición que tengo en las manos, y que no digo cuál es.

    Esa es una comedia. Usted verá si quiere perder tiempo con ello.

    Y lea ahora esto, de la «Historia verdadera» o «Relatos verídicos» de Luciano, a quen se suele citar como el padre remotísimo de la ciencia ficción:

    «Mi personal vanidad me impulsó a dejar algo a la posteridad, a fin de no ser el único privado de licencia para narrar historias; y como nada verídico podía referir por no haber vivido nada digno de mencionarse, me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y, así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo por tanto sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello mis lectores no deberán prestarles fe alguna«.

    Y a partir de ahí, los «relatos verídicos», muy breves, que son una tontería tras otra. Una ristra de episodios a cual más descabellado, desde guerreros montados en buitres hasta vida en una ballena, desde murallas de diamante hasta vides que dan doce cosechas al año, desde trajes que son tejidos de araña hasta un viaje a la luna y peripecias con selenitas. De esos marineros que son a la vez embarcaciones, y qué parte de su cuerpo concretamente usan de mastil, mejor no digo nada, por autocensura.

    Usted verá a quién prefiere leer,  a Terencio o a Luciano

    Y si no quiere leer a ninguno, como es su derecho, permítame una recomendación heterodoxa, impropia de un post serio: que busque y vea una película musical muy divertida,  de encanto kitsch, de los años 60, titulada «Golfus de Roma», también obra de teatro. Ahí sí que hay un miles gloriosus divertidísimo, que canta. El argumento le sonará a «El eunuco», la inspiración es evidente, pero con una diferencia absolutamente esencial: el sexo es siempre consentido.

    Golfus_de_Roma-192188230-large

    Y si no sabe qué es un miles gloriosus, pues qué quiere que le diga; tanto detalle ya no le voy a contar.

    Verónica del Carpio Fiestas

     

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