«El bibliófilo recopila libros para tener una biblioteca. Parece obvio, pero la biblioteca no es una suma de libros, es un organismo vivo con una vida autónoma. Una biblioteca de casa no es solo un lugar donde se recogen libros: es también el lugar que los lee por nuestra cuenta. Me explico. Creo que todos los que tienen en casa un número bastante elevado de libros han convivido por años con el remordimiento de no haber leído algunos, que nos han mirado durante años desde las estanterías para recordarnos nuestro pecado de omisión. Con mayor razón sucede con una biblioteca de libros raros, que a veces están escritos en lenguas desconocidas (recuerdo que hay bibliófilos que coleccionan encuadernaciones, y a fin de tener una bella encuadernación pueden adquirir un libro en copto). Además, un hermoso libro antiguo puede ser también aburridísimo. Creo que todo aficionado quisiera tener los cuatros volúmenes del Oedipus Aegyptiacus de Kircher, cuyas ilustraciones son fascinantes, pero no conseguiría leer el texto, desgarradoramente complejo.
Claro que, de vez en cuando, sucede que un día tomamos uno de esos libros descuidados, empezamos a hojearlo y nos damos cuenta de que sabíamos ya todo lo que decía. Ese fenómeno singular, que muchos pueden atestiguar, tiene solo tres explicaciones razonables. La primera es que, habiendo tocado varias veces ese libro en el curso de los años para cambiarlo de sitio, quitarle el polvo, incluso solo para apartarlo con la finalidad de tomar otro libro, algo de su sabiduría se le ha transmitido al cerebro a través de la yema de nuestros dedos y nosotros lo hemos leído táctilmente, como si estuviera escrito en alfabeto Braille. Yo soy un seguidor de CICAP, el Comité Italiano para la Investigación de Afirmaciones Pseudocientíficas, y no creo en los fenómenos paranormales, pero en este caso sí, entre otras cosas porque no considero que el fenómeno sea paranormal, está certificado por la experiencia cotidiana.
La segunda explicación es que no es cierto que no hayamos leído ese libro: cada vez que lo cambiábamos de sitio o le quitábamos el polvo, le echábamos una ojeada, se abría alguna página al azar, algo en el diseño gráfico, en la textura del papel, en los colores, hablaba de una época, de un ambiente. Y de este modo, poco a poco, ha ido absorbiéndose gran parte de ese libro.
La tercera explicación es que, mientras los años pasaban, leíamos otros libros en los que se hablaba también de ese, de modo que sin darnos cuenta hemos aprehendido lo que decía (ya se tratara de un libro célebre, del que todos hablaban; ya se tratara de un libro trivial, con ideas tan corrientes que las encontrábamos continuamente por doquier).
La verdad es que creo que son verdaderas las tres explicaciones. Todos esos elementos juntos «cuajan» de forma milagrosa y concurren todos ellos a hacernos familiares esas páginas que, desde un punto de vista puramente legal, nunca hemos leído.
Naturalmente, el bibliofilo, también y sobre todo el que colecciona libros contemporáneos, está expuesto a la insidia del imbécil que te entra en casa, ve todas esas estanterías y exclama: «¡Cuántos libros! ¿Los ha leído todos?». La experiencia cotidiana nos dice que esta pregunta la hacen también personas con un cociente intelectual más que satisfactorio. Ante este ultraje existen, según mi entendimiento, tres respuestas estándar. La primera corta al visitante e interrumpe toda relación, y es: «No he leído ninguno, si no ¿para qué los tendría aquí?». Esta respuesta gratifica, sin embargo, al importuno cosquilleando su sensación de superioridad y no veo por qué hemos de hacerle semejante favor.
La segunda respuesta sume al importuno en un estado de inferioridad, y suena así: «¡Muchos más, señor, muchísimos más!».
La tercera es una variación de la segunda y la uso cuando quiero que el visitante caiga presa de un doloroso estupor. «No —le digo—, los que ya leído los tengo en la universidad, estos son los que he de leer para la semana que viene.» Dado que mi biblioteca milanesa cuenta con treinta mil volúmenes, a partir de ese momento el infeliz intenta solo anticipar su despedida, alegando repentinos compromisos.»
Umberto Eco (semiólogo y escritor italiano, 1932-2016), libro recopilatorio de ensayos breves sobre bibliofilia La memoria vegetal, Penguin, 2021, en concreto La biblioteca.

Pongo un enlace al texto completo del Oedipus Aegyptiacus, de Kircher, por si alguien se anima a leer los tres volúmenes. Quién sabe, a lo mejor no hace falta ser un Umberto Eco para leer el libro entero, y 29.999 libros más, antes del fin de semana...
Ah, por cierto: la obra Oedipus Aegyptiacus, de Kircher, libro del siglo XVII escrito por el jesuita alemán Athanasius Kircher, en latín, y que, al parecer, va sobre egiptología, jeroglíficos y hermetismo, está ahora gratis en la web. No hace falta tener ahora el libro el papel para poder ver texto e imágenes; no hace falta tener una inmensa biblioteca como la de Umberto Eco para tener la posibilidad de leer el texto y disfritar de las imágenes, ni gastarse un solo euro. La biblioteca universal, a nuestro alcance. No todo es malo en Internet.

Una hojeada permite confirmar que en efecto tiene unas imágenes muy curiosas. Hay muchísimas gratis por la web.
Verónica del Carpio Fiestas
