Sobre un libro no leído de Umberto Eco

O, mejor dicho, Sobre un libro no leído, de Umberto Eco, capítulo dentro de su libro póstumo De la estupidez humana a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera», Lumen, 2016. Por cierto, el título en castellano del libro no traduce fielmente el original italiano; se trata de una recopilación de artículos cuyo título original es Pape Satàn aleppe. Cronache di una società liquida. «Pape Satàn aleppe», expresión de la que no tenía hasta ahora ni idea, me explica San Internet que es un verso especialmente poco comprensible de la Divina Comedia de Dante.

«Recuerdo (pero, como veremos, también podría ser que no recuerde bien), un artículo buenísimo de Giorgio Manganelli en el que explicaba cómo el lector agudo puede saber que un libro no se debe leer incluso antes de abrirlo. No hablaba de esas virtud que se requiere del lector de profesión (o del aficionado con buen gusto) de poder decidir si un libro merece ser leído o no a partir de un incipit, de dos páginas abiertas al azar, del índice, a menudo de la bibliografía. Esto, diría, es solo oficio. No, Manganelli hablaba de una especie de iluminación, cuyo don se arrogaba evidente y paradójicamente.

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard (psicoanalista y profesor universitario de literatura), no trata de cómo se puede saber si leer o no un libro, sino de cómo se puede hablar con toda tranquilidad de un libro que no se ha leído, también de profesor a estudiante, e incluso si se trata de un libro de extraordinaria importancia. Su cálculo es científico: las buenas bibliotecas recogen algunos millares de volúmenes, aun leyendo uno al día leeríamos tan solo 365 al año, 3.600 en diez años, y entre los diez y los ochenta años habríamos leído tan solo 25.200 libros. Una nimiedad. […].

El encuadramiento crítico es el punto crucial para Bayard. Este afirma sin avergonzarse que nunca ha leído el Ulises de Joyce, pero que puede hablar de él aludiendo al hecho de que retoma la Odisea (que, por lo demás, admite no haber leído nunca entera), que se basa en el monólogo interior, que se desarrolla en Dublín en una sola jornada, etcétera. De modo que escribe: «Durante mis clases me refiero con frecuencia a Joyce sin pestañear». Conocer la relación de un libro con los demás libros a menudo significa saber más del mismo que habiéndolo leído.

Bayard muestra cómo, cuando nos ponemos a leer determinados libros abandonados desde hace tiempo, nos damos cuenta perfectamente de su contenido, porque mientars tanto hemos leído otros libros que hablaban de ellos, los citaban o se movían en el mismo orden de ideas. Y (así como lleva a cabo unos análisis muy divertidos de algunos textos literarios de libros jamás leídos, de Musil a Graham Greene, de Valéry a Anatole France y a David Lodge) me hace el honor de dedicarle todo un capítulo a El nombre de la rosa, en el que Guillermo de Baskerville demuestra que conoce perfectamente el contenido del segundo libro de la Poética de Aristóteles, aun tomándolo entre sus manos pro primera vez justo en ese momento, sencillamente porque lo deduce de otras páginas aristotélicas. Veamos al final de esta columna que no cito este fragmento por mera vanidad.

La parte más intrigante de este libro, menos paradójico de lo que parece, es qu etambién olvidamos un porcentaje altísimo de los libros que hemos leído de verdad; es más, nos componemos de ellos una especie de imagen virtual hecha no tanto de lo que decían, sino de lo que nos hacían imaginar. Por lo tanto, si alguien que no ha leído cierto libro nos cita algunso fragmentos o situaciones inexistentes, estamos muy dispuestos a creer que aparecían en el libro.

Lo que pasa (y aquí se pone de manifiesto más el psicoanalista que el profesor) a Bayard no le interesa tanto que la lectura (o no lectura, o lectura imperfecta) debe tener una dimensión creativa, y que (con palabras más sencillas) en un libro el lector debe poner ante todo algo de su parte. Puesto que hablar de libros no leídos es una forma de conocerse a sí mismos, Bayard llega a desear una escuela donde lso estudiantes «inventen» los libros que no deberán leer.

Pues bien, para demostrar que cuando se habla de un libro no leído tampoco quienes lo han leído se dan cuenta de las citas equivocadas, hacia el final de su discurso Bayard confiesa haber introducido tres noticias falsas en el resumen de El nombre de la rosa, El tercer hombre de Greene e Intercambios de Lodge. Lo divertido es que yo, al leer, me di cuenta del error sobre Greene, tuve mis dudas con respecto a Lodge, pero no me di cuenta del error relativo a mi libro. Lo cual significa que probablemente leí mal el libro de Bayard ( y tanto él como mis lectores estarían autorizados a sospecharlo), que apenas lo hojeé. Claro que denunciando sus tres (deliberados) errores, asume de manera implícita que hay una lectura de los libros más correcta que otras para sostener su tesis de la no lectura. La contradicción es tan evidente que da pie a la duda de que Bayard no haya leído nunca el libro que ha escrito.»

Wikipedia me dice que el tal Pierre Bayard efectivamente existe y que efectivamente escribió un libro titulado «Cómo hablar de los libros que no se han leído» y no se trata de una broma de Umberto Eco. Casi diría que es una pena, porque entre quedarme con la idea de que Eco había escrito otro de sus brillantísimos ensayos falsos o quedarme con el comecome de si me merece la pena buscar el libro de Bayard, leerlo e intentar detectar las noticias falsas de El nombre de la rosa de Umberto Eco, El tercer hombre de Greene e Intercambios de Lodge, libros que sí he leído, casi prefiero la primera posibilidad, porque con la segunda seguro que Bayard me las da con queso. Bueno, quizá no con Intercambios, que releí hace poco o con El tercer hombre, que al fin y al cabo es difícil que no persista en la memoria de cualquiera que haya visto la maravillosa película dirigida por Carol Reed, con nada menos que con Orson Welles haciendo de malo.

Por cierto, y esto lo digo el voz baja, este libro póstumo de Eco no lo he leído entero; y, que quede entre nosotros, tampoco he leído la Poética de Aristóteles (ni ganas; entra en mi lista de libros que, como Manganelli, intuyo que no me compensa leer) ni nada de Valéry. No sé si me haré perdonar que tampoco he conseguido leer La Divina Comedia, aunque podría habalr de ella en el sentido que dice Bayard, si digo que he leído de Robert Musil el supertocho que no releería El hombre sin atributos y el mucho menos tocho Las tribulaciones del estudiante Törless (que sí he releído y que recuerdo cada vez que se habla del acoso en la escuela como reciente y propio de nuestra época), bastante de David Lodge (que me ha hecho reír mucho), varios de Graham Greene (autor no suele hacer reír precisamente, pero con Nuestro hombre en La Habana sí), y varios de Eco (maravillosos y divertidísimos sus Diarios mínimos) y hasta uno de Anatole France, que no me ha dejado poso alguno, y uno de Manganelli, del que algo recuerdo vagamente. Bien mirado, no está tan mal.

Verónica del Carpio Fiestas

El turismo como religión mundial y opio del pueblo según una novela de David Lodge

«-¿Trabaja en el ramo de los viajes?

-En cierto modo. Soy antropólogo y mi campo es el turismo. Enseño en el Politécnico de Londres Sudoeste. […]

-¿Qué me dice? -exclamó Bernard-. No tenía ni idea de que el turismo entrase en la antropología.

-Ya lo creo, y es un tema en pleno crecimiento. Tenemos muchos estudiantes de pago procedentes de ultramar, cosas que nos hacen quedar bien ante los muchachos de la administración. Y hay montones de dinero disponible para la investigación. Estudios de impacto… Estudios de atractividad… Los antropólogos tradicionales nos miran arrugando la nariz, claro, pero eso solo es envidia. Cuando yo empezaba mi doctorado, mi tutor quería que estudiara una oscura tribu africana llamada los Oof. Al parecer, en su lenguaje no existe el futuro y solo se lavan en los solsticios de verano y de invierno.

-Eso es muy interesante -comentó Bernard.

-Sí, pero nadie va a darle a usted una beca decente para que estudie los Oof. Y, además, ¿quién puede querer pasarse dos años en una choza de barro, rodeado de un puñado de salvajes malolientes que ni siquiera tienen una palabra para expresar «mañana»? En mi línea de investigación he de instalarme en hoteles de tres estrellas, al menos tres estrellas… A propósito, me llamo Sheldrake, Roger Sheldrake. Es posible que conozca un libro mío titulado Cómo visitar lugares de interés, Surrey University Press.

-No, mucho me temo que no.

-Ah. Es que he supuesto que usted también tiene una formación académica. No puede evitar oír a su padre -¿lo es, verdad?- en el avión…- […]-Dijo que es usted teólogo.

-Bueno, enseño en un colegio teológico.

-¿No es usted creyente?

-No.

-Ideal -dijo Sheldrake-. A mí también me interesa la religión, oblicuamente -añadió-. La tesis de mi libro es la de que la visita de lugares de interés sustituye al ideal religioso. La gira turística como peregrinación seglar. Acumulación de gracia al visitar los santuarios de la alta cultura. Los souvenirs como reliquias. Guías turísticas como devocionarios. Ya ve usted el cuadro.

-Muy interesante, dijo Bernard-. ¿o sea que esto es como unas vacaciones pero sin dejar de trabajar? […]-y señaló la etiqueta Travelwise en el maletín de acero inoxidable de Sheldrake.

-¡Dios santo, no! -exclamó Sheldrake com una sonrisa dolorosa-. Yo nunca estoy de vacaciones. Por eso adopté esta especialidad con preferencia a cualquier otra. Ya de niño odiaba las vacaciones. Tanto tiempo perdido, sentado en la playa y haciendo castillos de arena, cuando podía estar en casa dedicado a alguna ocupación interesante. Después, cuando tuve novia -estudiábamos los dos en aquella época- ella insistió en arrastrarme hasta Europa para visitar los lugares de interés: París, Venecia, Florencia, los lugares de costumbre. Yo me aburría mortalmente, hasta que un día, sentado en un peñasco cerca del Partenón y contemplando a los turistas que pululaban por allí, disparando sus cámaras y hablándose entre sí en incontables idiomas diferentes, de repente se me ocurrió la idea: el turismo era la nueva religión mundial. Católicos, protestantes, hindúes, musulmanes, budistas, ateos… lo único que tienen en común es que todos ellos creen en la importancia de ver el Partenón. O la Capilla Sixtina. O la Torre Eiffel. Decidí hacer de esto mi tesis doctoral, y ya no me volví nunca atrás. No, el paquete Travelwise es una beca de estudio en especie. La British Association of Travel Agents paga por él. Creen que es propio de unas buenas relaciones públicas subvencionar de vez en cuando un poquitín de investigación académica. ¡Poco saben lo que ocurre!

Y de nuevo sonrió sarcásticamente.

-¿Qué quiere decir?

-Le estoy haciendo al turismo lo que Marx le hizo al capitalismo, lo que Freud le hizo a la vida de familia. Lo estoy deconstruyendo. Verá, yo no creo que en realidad la gente quiera ir de vacaciones, más de lo que realmente quieren ir a la iglesia. Les ha sido lavado el cerebro para pensar que les harán un bien o les darán la felicidad. De hecho, las encuestas demuestran que las vacaciones causan cantidades increíbles de estrés.

-Pues estos parecen estar bien satisfechos -observó Bernard, indicando con un gesto los pasajeros que esperaban el vuelo para Honolulú. […]

-Es una satisfacción artificial -dijo Sheldrake-. No me sorprendería que en muchos casos fomentada por martinis dobles. Ellos saben cómo se supone que ha de comportarse la gente que sale de vacaciones. Han aprendido cómo hacerlo. Pero míreles fijamente a los ojos y verán en ellos la ansiedad y el temor.

«Mire fijamente a los ojos de cualquiera y esto es lo que verá. Mire los míos», pensó Bernard, pero en realidad dijo:

-¿O sea que usted va a estudiar la visita a estos lugares, en Hawai?

-No, no, es un tipo diferente de turismo. La visita a lugares de interés no es el auténtico punto focal de unas vacaciones playeras a larga distancia: Mauricio, las Seychelles, el Caribe o Hawai, Fíjese en esto… -sacó de su maletín un prospecto turístico y lo sustuvo delante de Barnard, ocultando con la mano la leyenda impresa en la portada. Había una foto en colores de una playa tropical, con mar y cielo de un azul brillante y una arena cegadoramente blanca, con un par de apáticas figuras humanas a media distancia y reclinadas a la sombra de una verde palmera-. ¿Qué le dice esta imagen?

-Su pasaporte para el paraíso -respondió Bernard.

Sheldrake pareció desconcertado.

-¡Usted ya lo había visto antes! -dijo acusadoramente, apartando la mano para revelar estas mismas palabras.

-Sí. Es el catálogo de Travelwise -indicó Bernard.

-¿Sí? -Sheldrake examinó el folleto con mayor detención-. Veo que sí lo es. Es igual, porque todos estos folletos son lo mismo. Tengo aquí un buen fajo de ellos, más o menos con la misma foto y el mismo texto en todos ellos. El paraíso… No tienen ninguna semejanza con la realidad, desde luego.

-¿No?

-Seis millones de personas visitaron Hawai el año pasado. Yo no creo que muchos de ellos encontraran una playa desierta como esta, ¿no le parece? Es un mito. Y sobre esto tratará mi próximo libro, el turismo y el mito del paraíso, Por esto le estoy contando a usted todos estos detalles. He pensado que tal vez pueda darme alguna idea.

-¿Yo?

-Bueno, vuelve a tratarse de religión, ¿no es así?

-Supongo que sí… ¿y qué espera usted conseguir, exactamente, con su investigación?

-Salvar el mundo -explicó solemnemente Sheldrake.

-¿Cómo ha dicho?

-El turismo está desgastando el planeta -Sheldrake rebuscó de nuevo en su plateado maletín y extrajo de él un fajo de recortes de periódico marcados con ritulador fluorescente amarillo. Los hojeó rápidamente-. Los senderos en el Lake District se han convertido en zanjas. Los frescos de la Capilla Sixtina se están estropeando a causa del aliento y el olor corporal de los espectadores. Cada minuto entran en Notre Dame ciento ocho personas, sus pies erosionan el suelo y los autocares que las traen corroen la piedra de la fachada con los gases de sus tubos de escape. La contaminación de los coches que hacen cola para llegar a las estaciones de esquí de los Alpes está matando a los árboles y causando aludes y deslizamientos de tierras. El Mediterráneo es como una taza de water sin cadena; si nada en sus aguas tiene una probabilidad contra seis de pillar una infección. En 1987 tuvieron que cerrar Venecia un día porque estaba llena. En 1963, cuarenta y cuatro personas bajaron por el río Colorado en una balsa; actualmente hay un millar de viajes al día. En 1939, un millón de personas viajaron al extranjero; el año pasado esta cifra fue de cuatrocientos millones. En el año 2000 podría haber seiscientos cincuenta millones de viajeros internacionales, con un número cinco veces mayor de personas viajando en sus propios países. El mero consumo de energía que esto supone ya es portentoso.

-Díos mío -murmuró Bernard.

-La única manera de parar esto, legislación aparte, consiste en demostrar a la gente que en realidad no disfrutan cuando salen de vacaciones, sino que se entregan a un ritual supersticioso. No es una coincidencia que el turismo ascienda precisamente al declinar la religión. Es el nuevo opio del pueblo, y como tal debe ser denunciado.

-¿Y no se quedará usted sin empleo si tiene éxito en su empresa? -inquirió Bernard.

-No creo que haya un riesgo inmediato al respecto -repuso Sheldrake, comtemplando el atestado vestíbulo.»

Fragmento de «Noticias del paraíso» («Paradise news»), novela del escritor David Lodge (Gran Bretaña, 1935) publicada en 1991; la escena tiene lugar entre dos conocidos casuales, en un aeropuerto. Edición española: Anagrama, 1996, traducción de Esteban Riambau.

«En 2019 se registraron 1.500 millones de llegadas de turistas internacionales en el mundo.» (texto fechado a 20-1-2020, web de la Organización Mundial del Turismo sobre el Barómetro OMT del Turismo Mundial).

Verónica del Carpio Fiestas

El juego de salón de los títulos de obras literarias

Un joven e ingenuo irlandés, modesto profesor universitario  de literatura inglesa, va a parar a un karaoke en Japón, a finales de los años 70 o primeros 80 del siglo XX, y allí  encuentra al traductor japonés de un escritor británico conocido del irlandés, y todo ello por motivos muy largos de contar. Tan largos e intrincados que la escena que voy a transcribir figura en la página 367 de la edición española en Anagrama Compactos de «El mundo es un pañuelo», en inglés «Small world», del escritor británico David Lodge, publicada en 1984. Esta novela  pertenece al subgénero de novela universitaria, en concreto al sub-subgénero de novela universitaria de humor, en el que la, digamos, alta cultura o, incluso la pedantería más ininteligible, se mezclan con el humor de forma indisociable.lodge

Transcribo:

«Akira presenta a Persse su círculo de amigos, explicando que todos ello son traductores y que se reúnen una vez al mes en ese bar «para cotillear y contarse sus cuitas». El japonés sonríe con orgullo al lucir estas expresiones ante Persse. Todos los traductores dan sus tarjetas a este, excepto uno, que está dormido o borracho perdido en un rincón. En su mayoría son traductores técnicos o comerciales, pero, al saber que Persse es profesor de literatura inglesa, inician cortésmente una conversación de tema literario. El hombre sentado a la izquierda de Persse, que traduce manuales de mantenimiento para moticicletas Honda, ofrece la información de que vio recientemente una obra de Shakespeare representada por una compañía japonesa y titulado «El extraño caso de la carne y la pechuga».

-No creo conocer esa obra -dice Persse educadamente.

-Quiere decir El Mercader de Venecia -explica Akira.

-¿Así lo llaman en Japón? -pregunta Persse, maravillado.

-Algunas de las traducciones más antiguas de Shakespeare en nuestro país eran bastante libres -se excusa Akira.

-¿Conoce otras buenas?

-¿Buenas? -Akira parece perplejo.

-Curiosas.

-¿Ah! -Akira sonríe de oreja a oreja. Al parecer no se le había ocurrido pensar que «El extraño caso de la carne y la pechuga» resulta divertido. Medita- Hay «Lujuria y sueño del mundo transitorio» -dice-. Se trata de…

-No, no me lo diga, déjeme adivinarlo -le ruega Persse- ¿Antonio y Cleopatra?

Romeo y Julieta -dice Akira. Y Espadas de libertad

-¿Julio César?

-Exacto.

-Sepa -le dice Persse- que hay aquí los ingredientes de un buen juego de salón. Uno podría componer títulos, como «El misterio del pañuelo desaparecido» para Otelo o «Un triste caso de jubilación anticipada» para Lear.»

Pues, nada, ahí queda esa idea de juego de salón, para quien quiera probarlo, que será, seguramente, gente muy aficionada a la lectura.

¿Muy aficionada a la lectura?

¿Mucho?

¿De lectura obsesiva, quizá?

Hmm.

Volvamos atrás en el libro.

Voy a transcribir otro fragmento del mismo libro, puesto en la boca de otro personaje, un profesor de literatura inglesa de altísimo nivel, figura internacional, que está impartiendo en contexto académico. y ante un público de colegas profesores universitarios. una sesuda conferencia en la que compara el análisis literario con el striptease en un garito. El fragmento figura en la página 48.

«El intento de atisbar el mismísimo núcleo de un  texto, de poseer su significado de una vez por todas, es vano; allí solo  nos encontramos a nosotros, no la obra en sí. Dijo Freud que la lectura obsesiva (y yo supongo que, en esta sala, la mayoría debemos ser  contemplados como lectores compulsivos), que la lectura obsesiva, repito, es la expresión desplazada de un deseo de ver los órganos genitales de la madre -en este punto un joven del público se desmayó y fue retirado-«.

Y ahí queda eso también…

Verónica del Carpio Fiestas