El poder del grupo y el experimento de Asch

«El poder del grupo

Mucho mejor resultado que nuestro intento tuvieron los famosos experimentos del psicólogo Asch, en los que se mostraba a grupos de 7 a 9 estudiantes una serie de tablas, en juegos de dos en dos. En cada par, la tabla número 1 tenía siempre una sola línea vertical, mientras que en la tabla número 2 figuraban 3 líneas, también verticales, pero de distinta longitud (véase figura 5). Asch explicaba a los sujetos de la prueba que se trataba de un experimento de percepción visual y que su tarea consistía en identificar sobre la tabla número 2 la línea cuya longitud coincidía con la de la tabla número 1. He aquí el curso típico del experimento, según la descripción de Asch:

El experimento discurre en sus primeros pasos de una forma absolutamente normal. Los sujetos sometidos a la prueba van dando sus respuestas por orden, según el puesto que se les ha asignado. En la primera ronda todos señalan la misma línea. Se les presenta un segundo par de tablas y también esta vez las respuestas son unánimes. Los participantes parecen haberse hecho a la idea de enfrentarse con buen ánimo a una serie de aburridos experimentos. Pero en la tercera prueba surge un incidente molesto e inesperado. Uno de los estudiantes señala una línea que no coincide con la de sus compañeros. Parece sorprendido y casi no acierta a creer que se dé tal diferencia de opinión. En la siguiente ronda, vuelve a señalar una línea en desacuerdo con los restantes, que se mantienen unánimes en su elección. El disidente se muestra cada vez más preocupado e inseguro, porque la divergencia de opiniones prosigue también en las siguientes pruebas: vacila antes de dar su respuesta, habla en voz baja o esboza una forzada sonrisa.

Lo que no sabe es que, antes del experimento; Asch ha instruido cuidadosamente a los demás estudiantes para que, a partir de un momento determinado, todos ellos den una unánime y falsa respuesta. En realidad, la única persona sometida al experimento es el disidente, que se encuentra así inserto en una situación sumamente insólita y perturbadora. O bien debe contradecir la opinión despreocupada y unánime de los otros y aparecer, por consiguiente, ante ellos como defensor de una concepción de la realidad curiosamente distorsionada, o bien debe desconfiar del testimonio de sus propios sentido. Por increíble que parezca, un 36,8 % de los sujetos de la prueba eligieron esta segunda alternativa y se sometieron a la opinión del grupo, pese a que la consideraban patentemente falsa.

Asch introdujo después algunas modificaciones en el curso de la prueba y pudo comprobar que la magnitud de la oposición, es decir, el número de personas cuyas respuestas contradecían a las del sujeto del experimento, tiene una importancia determinante. Si sólo había un contradictor en el grupo, su efecto era casi nulo y los sujetos de la prueba apenas tenían dificultades en mantener su independencia de juicio. Cuando la oposición aumentaba a dos personas, la sumisión de los sujetos alcanzaba, bajo la presión de las respuestas falsas, al 13,6 %. Con tres oponentes, la curva de respuestas falsas aumentaba hasta el 31,8 %, luego se aplanaba y finalmente alcanzaba la antes citada cota máxima del 36,8 %.

A la inversa, la presencia de un compañero que defendía la mi ma (acertada) opinión, demostró ser una eficaz ayuda contra la presión de la opinión del grupo y a favor del mantenimiento de la propia capacidad de juicio. En estas condiciones, las respuestas erróneas de los sujetos del experimento descendieron a una cuarta parte de los valores antes mencionados.

[…] Acaso la conclusión más intranquilizadora que debe extraerse del citado experimento es la necesidad, a todas luces profundamete enraizada, de estar en armonía con el grupo, casi en el mismo sentido en que el inquisidor general describe este anhelo. La disposición a someterse, a renunciar a la libertad de opinión individual y la responsabilidad inherente a la misma, por el plato de lentejas de una colectividad que libera de conflictos, ésta es la debilidad humana que lleva al poder a los demagogos y dictadores».

Se trata de un fragmento del libro «¿Es real la realidad? Confusión, desinformación, comunicación«, publicado en 1976, el que es autor el psicólogo Paul Watzlawick (1921-2007); la edición manejada es de Editorial Herder, 1994. De este autor ya se ha comentado en este blog otro libro, este en tono aparentemente más ligero que no menos profundo, «El arte de amargarse la vida», en post «La historia del martillo». El prólogo de «¿Es real la realidad?» empieza con la siguiente lapidaria frase: «Este libro analiza el hecho de que lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación«.

Una pinceladas respecto del fragmento sobre el poder del grupo que he transcrito:

  • Evidentemente, la lectura o relectura de «1984» de George Orwell. Es un libro indispensable siempre para entender los tiempos que vivimos, y que aquí viene especialmente a cuento por los mecanismos dictatoriales de manipulación de la realidad.
  • Una reflexión que yo no voy a hacer, y que dejo a quienes saben más que yo, sobre las redes sociales, y en concreto las que, como Twitter, permiten comportamientos de gran presión colectiva sobre los integrantes de la propia red y/o de agresividad verbal masiva contra el disidente que tiene razón, y cuál es el comportamiento del disidente después de eso.
  • Me parece importante esta esperanzadora idea y la solución que plantea: «la presencia de un compañero que defendía la misma (acertada) opinión, demostró ser una eficaz ayuda contra la presión de la opinión del grupo y a favor del mantenimiento de la propia capacidad de juicio. En estas condiciones, las respuestas erróneas de los sujetos del experimento descendieron a una cuarta parte de los valores antes mencionados.» La soledad no es buena para transmitir y defender, no ya una opinión, sino la realidad en sí misma, ni siquiera desde el punto de vista de la previa capacidad de mantener las propias convicciones.

Verónica del Carpio Fiestas

 

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Con quiénes aconseja no debatir Schopenhauer, porque se perderá seguro la discusión

SOBRE LA CONTROVERSIA
(Parergia y Paralipomena, II, cap. II, §26)

«La controversia, la discusión sobre un asunto teórico, puede ser, sin lugar a dudas, algo muy fructifero para las dos partes implicadas en ella, ya que sirve para rectificar  o confirmar los pensamientos de ambas y también motiva el que surjan otros nuevos. Es un roce o colisión de dos cabezas que frecuentemente produce chispas, pero también se asemeja al choque de dos cuerpos en el que el más débil lleva la peor parte mientras que el mas fuerte sale ileso y lo anuncia con sones de victoria. Teniendo esto en cuenta, es necesario que ambos contrincantes, por lo menos en cierta medida, se aproximen tanto en conocimientos como en ingenio y habilidad, para que de este modo se hallen en igualdad de condiciones. Si a uno de los dos le faltan los primeros, no estará au niveau (a la debida altura), con lo que no podrá comprender los argumentos del otro: es como si en el combate estuviera fuera de la palestra. Si le falta lo segundo, la indignación que esto le provocará, le llevará paso a paso a servirse de toda clase de engaños, enredos e intrigas en la discusión y, si se lo demuestran, terminará por ponerse grosero. Por eso, en  principio, un docto debe abstenerse de discutir con quienes no lo sean, pues no puede utilizar contra ellos sus mejores argumentos, que carecerán de validez ante la falta de conocimientos de sus oponentes, ya que estos ni pueden comprenderlos ni ponderarlos.
Si, a pesar de todo, y no teniendo más remedio, intenta que los comprendan, casi siempre fracasará. Es más: con un contraargumento malo y ordinario acabarán por ser ellos quienes a los ojos del auditorio, compuesto a su vez por ignorantes, tengan razón.

Por eso dice Goethe:
«Nunca, incauto, te dejes arrastrar a discusiones:
que el sabio que discute con ignaros
expónese a perder también su norte»

Pero aún se tiene peor suerte si al adversario le faltan ingenio e inteligencia, a no ser que sustituya este defecto por un anhelo sincero de verdad e instrucción. No siendo
así, se sentirá enseguida herido en su parte más sensible y, quien dispute con él, notará enseguida que ya no lo hace contra su intelecto, sino contra Io radical del ser humano, es decir, que tiene que vérselas con la voluntad del adversario, que lo único que busca es quedarse con la victoria sea por fas o por nefas. De ahí que su mente ya no se ocupe entonces de otra cosa más que de astucias, ardides y toda clase de engaños hasta que, agotados éstos, recurra para terminar a la grosería, con el único fin de compensar de una o de otra manera sus sentimientos de inferioridad y, según el rango y las relaciones de los contrincantes, convertir la pugna de los espíritus en una lucha cuerpo a cuerpo, en
donde espera tener más posibilidades de éxito. Así, pues, la segunda regla es que no se  debe discutir con personas de inteligencia limitada. Como puede verse, pocos serán aquellos con los que se pueda entablar una controversia: en realidad, sólo debe hacerse con quienes constituyen una excepción. En cambio, la gente que constituye la regla, se  toma a mal ya el hecho mismo de que no se comparta su opinión: mas para eso tendrían que disponerla de tal manera que pudiera ser compartida. Aun sin que lleguen a recurrir a esa ultima ratio stultorum a la que más arriba nos referíamos, en controversia con ellos casi siempre se tendrá algún disgusto, porque no sólo habrá que vérselas con su incapacidad intelectual sino además con su maldad moral (…)».

Sobre trampas y ardides en controversias, complétese con «Manual para ganar discusiones sin tener razón en Twitter, tertulias televisivas y debates parlamentarios, escrito por Schopenhauer en el siglo XIX», enlace aquí , post de otro de mis blogs.

Teniendo en cuenta que es habitual es redes sociales opinar de todo aunque no se tenga ni idea del tema y también discutir por deporte con cualquiera, a lo mejor hay que hacer caso de Schopenhauer…

Verónica del Carpio Fiestas

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Hablar por no callar (post de autocrítica)

«Los sabios han dicho: «Calla, que es más seguro; evita hablar en balde o te arrepentirás». Se cuenta que cuatro sabios fueron convocados al consejo del rey y que este les dijo:
-Diga cada uno de vosotros una sentencia que encierre un principio para la instrucción.
Y el primero dijo:
-La mayor virtud del sabio es callar.
Y el segundo dijo:
-Lo que más aprovecha a la criatura racional es saber si su rango procede de su entendimiento.
Y el tercero dijo:
-Lo que más conviene al hombre es no hablar de lo que no le incumbe.
Y el cuarto dijo:
-Lo que más sosiega al hombre es aceptar el destino.
Y que una vez se reunieron los reyes del mundo, el de China, el de India, el de Persia, el de Roma y dijeron:
-Cada uno de nosotros debe decir una frase que perpetúe su nombre.
El rey de China dijo:
-Yo digo que no diré nada… Así nadie será más grande que yo refutando mi dicho.
El rey de India dijo:
-Me maravillo de que alguien hable, porque si es por él nada le vale y si es contra él puede destruirle.
El rey de Persia dijo:
-Si hablo la palabra es mi dueña pero si callo yo soy su dueño.
El rey de Roma dijo
-Nunca te arrepentirás de lo que no has dicho; siempre puedes arrepentirte de lo que has dicho.
Para los reyes el silencio es mucho mejor que la logorrea. De esta nada provechoso puede venirles. El ser humano suele perderse por la lengua.».

Calila y Dimna

Fragmento de «Calila y Dimna«, recopilación tradicional oriental. Traducción y edición de Marcelino Villegas de la versión de Abdalá Benalmocaffa (ca.720-ca 759), en Alianza Editorial.

 

«El buen sentido recomienda que no se hable en público más que cuando se tiene algo útil y nuevo que decir. Pero ¿y si no tenemos nada que decir? preguntan los charlatanes. Entonces guardad silencio, aconseja la razón

Voltaire cuarenta escudos«El hombre de los cuarenta escudos«, cuento de Voltaire, 1768.

«Opinión de mierda» canción del grupo español «Los Punsetes«, 2014.

Verónica del Carpio Fiestas

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No hay por qué convertir las violetas en ponzoña

“A mí me parece que son todos los hombres como yo, flacos, fáciles, con pasiones naturales y aun estrañas. Que con mal sería, si todos los costales fuesen tales. Mas como soy malo, nada juzgo por bueno: tal es mi desventura y de semejantes. Convierto las violetas en ponzoña, pongo en la nieve manchas, maltrato y sobajo con el pensamiento la fresca rosa.

Leo este párrafo de la novela picaresca “Guzmán de Alfarache”, 2ª parte, de Mateo Alemán, enlace aquí, y releo la exquisita frase

“Convierto las violetas en ponzoña, pongo en la nieve manchas, maltrato y sobajo con el pensamiento la fresca rosa.

Cómo me recuerda eso a las redes sociales y a tanta grosería generalizada que para tantos parece inseparable de la fácil irresponsabilidad del fácil anonimato y de la fácil difusión instantánea, por impulso y no meditada de lo que en cada momento pase por la ¿cabeza?forges-y-el-rebuzno

Contra el rebuzno tuitero deliberado o de impulso y con el deseo ferviente de un imposible, un Internet que solo contenga violetas no venenosas, nieve blanca y rosas frescas, y donde las violetas ponzoñosas, la nieve mancillada y las rosas destrozadas solo se encuentren en las novelas picarescas clásicas disponibles gratis en Internet, firma este post,

Verónica del Carpio Fiestas

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Consejos de Molière a una persona que estaba pensando en abrir un blog

«¿Qué necesidad tan apremiante tienes de escribir?  ¿Y quién diantre te obliga a publicar? Si se puede perdonar la salida de un mal blog, es solo a los desdichados que escriben para vivir. Hazme caso, resiste las tentaciones, oculta al público esos trabajos; y, por mucho que se te diga, no vayas a perder la opinión general de persona de bien de que gozas en tu entorno, para adquirir la de autor miserable y ridículo.«

Esto decía Molière a uno que le enseña su post para pedirle opinión en 1666.

Aunque para ser más exacta, no se trataba de un post sino de un poema, y no se trataba de publicar un blog sino de publicar libros. Y para ser aún más exacta, no es Molière quien habla, sino el personaje principal de su obra «El misántropo», que no por casualidad se titulaba así.

LeMisanthrope

Podríamos pues hacer caso o no a lo que dice un personaje malhumorado y tristón, que solo ve el lado malo de la vida.

Tambien podríamos tener en cuenta que entonces la difusión de escritos de personas normales y corrientes se limitaba territorialmente a su entorno próximo, y temporalmente acababa enseguida, y que en cualquier caso localizar la información de lo escrito, incluso cuando se conservaba, requería esfuerzo para los contemporáneos, por no hablar de por los contemporáneos nuestros.

Y que ahora cualquier cosa que se nos ocurra colgar en un blog es localizable inmediatamente, reproducible ilimitadamente, poco menos que de imposible eliminación definitiva y de conservación poco menos que perpetua, porque internet es así.

O sea, que los errores, cuando los hay, ahí quedan, in saecula saeculorum, y a la vista general, sin esfuerzo de localización.

Motivo por el cual sin duda hay que pensarse mucho lo de abrirse un blog, ¿no?

Verónica del Carpio Fiestas

que, por cierto, es este el tercer blog que abre.