Con quiénes aconseja no debatir Schopenhauer, porque se perderá seguro la discusión

SOBRE LA CONTROVERSIA
(Parergia y Paralipomena, II, cap. II, §26)

«La controversia, la discusión sobre un asunto teórico, puede ser, sin lugar a dudas, algo muy fructifero para las dos partes implicadas en ella, ya que sirve para rectificar  o confirmar los pensamientos de ambas y también motiva el que surjan otros nuevos. Es un roce o colisión de dos cabezas que frecuentemente produce chispas, pero también se asemeja al choque de dos cuerpos en el que el más débil lleva la peor parte mientras que el mas fuerte sale ileso y lo anuncia con sones de victoria. Teniendo esto en cuenta, es necesario que ambos contrincantes, por lo menos en cierta medida, se aproximen tanto en conocimientos como en ingenio y habilidad, para que de este modo se hallen en igualdad de condiciones. Si a uno de los dos le faltan los primeros, no estará au niveau (a la debida altura), con lo que no podrá comprender los argumentos del otro: es como si en el combate estuviera fuera de la palestra. Si le falta lo segundo, la indignación que esto le provocará, le llevará paso a paso a servirse de toda clase de engaños, enredos e intrigas en la discusión y, si se lo demuestran, terminará por ponerse grosero. Por eso, en  principio, un docto debe abstenerse de discutir con quienes no lo sean, pues no puede utilizar contra ellos sus mejores argumentos, que carecerán de validez ante la falta de conocimientos de sus oponentes, ya que estos ni pueden comprenderlos ni ponderarlos.
Si, a pesar de todo, y no teniendo más remedio, intenta que los comprendan, casi siempre fracasará. Es más: con un contraargumento malo y ordinario acabarán por ser ellos quienes a los ojos del auditorio, compuesto a su vez por ignorantes, tengan razón.

Por eso dice Goethe:
«Nunca, incauto, te dejes arrastrar a discusiones:
que el sabio que discute con ignaros
expónese a perder también su norte»

Pero aún se tiene peor suerte si al adversario le faltan ingenio e inteligencia, a no ser que sustituya este defecto por un anhelo sincero de verdad e instrucción. No siendo
así, se sentirá enseguida herido en su parte más sensible y, quien dispute con él, notará enseguida que ya no lo hace contra su intelecto, sino contra Io radical del ser humano, es decir, que tiene que vérselas con la voluntad del adversario, que lo único que busca es quedarse con la victoria sea por fas o por nefas. De ahí que su mente ya no se ocupe entonces de otra cosa más que de astucias, ardides y toda clase de engaños hasta que, agotados éstos, recurra para terminar a la grosería, con el único fin de compensar de una o de otra manera sus sentimientos de inferioridad y, según el rango y las relaciones de los contrincantes, convertir la pugna de los espíritus en una lucha cuerpo a cuerpo, en
donde espera tener más posibilidades de éxito. Así, pues, la segunda regla es que no se  debe discutir con personas de inteligencia limitada. Como puede verse, pocos serán aquellos con los que se pueda entablar una controversia: en realidad, sólo debe hacerse con quienes constituyen una excepción. En cambio, la gente que constituye la regla, se  toma a mal ya el hecho mismo de que no se comparta su opinión: mas para eso tendrían que disponerla de tal manera que pudiera ser compartida. Aun sin que lleguen a recurrir a esa ultima ratio stultorum a la que más arriba nos referíamos, en controversia con ellos casi siempre se tendrá algún disgusto, porque no sólo habrá que vérselas con su incapacidad intelectual sino además con su maldad moral (…)».

Sobre trampas y ardides en controversias, complétese con «Manual para ganar discusiones sin tener razón en Twitter, tertulias televisivas y debates parlamentarios, escrito por Schopenhauer en el siglo XIX», enlace aquí , post de otro de mis blogs.

Teniendo en cuenta que es habitual es redes sociales opinar de todo aunque no se tenga ni idea del tema y también discutir por deporte con cualquiera, a lo mejor hay que hacer caso de Schopenhauer…

Verónica del Carpio Fiestas

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