Sobre la venta de títulos nobiliarios en España (en la época de Carlos II y después)

Quien lea esto tendrá cumplida noticia del rey Carlos II de Gran Bretaña, pues los medios de comunicación han difundido información de forma exhaustiva. Este rey Carlos II no es el único rey Carlos II que ha habido en Europa, ni el que nos pilla más cerca a los españoles. Del rey Carlos II (1661-1700), el nuestro, mucho y muy jugoso se ha dicho, incluyendo sobre su apodo, «El Hechizado» y su vida sexual; que de los reyes, no solo los británicos tiene vidas sexuales de las que pueden alimentar morbos y titulares. De Carlos II, el nuestro, desgraciado fruto de repetidos enlaces consanguíneos y con —por decirlo de forma suave— salud y mente frágiles, suele decirse que personifica en su triste persona la triste decadencia de la España de la época, la misma España y la misma decadencia que reflejan dos cuadros: cualquier retrato de Carlos II

Carlos II, 1693, Óleo sobre lienzo. Luca Giordano. Museo del Prado

y el horripilante del Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid de 1680

Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid, 1683. Óleo sobre lienzo. Francisco Rizi. Museo del Prado

En esa España de Monarquía arruinada económica y moralmente, y en la que las ejecuciones de quienes pensaban distinto eran un espectáculo teatral perfectamente organizado, hasta los títulos nobiliarios, y lo que significaban en la época, se vendían a cambio de dinero; y hasta tal punto que los títulos nobiliarios se depreciaron y devaluaron y se dio el caso de que ya nadie los compraba. En otras épocas también han llovido, y hasta nevado, títulos nobiliarios a cambio de lo que fuera —favores, apoyo—, pero con Carlos II, según parece, llegaron a aprobarse hasta normas sobre la venta de títulos. Los títulos se sirvieron a la Monarquía hasta para cancelar deudas; e incluso se expidieron títulos en blanco para ceder a terceros y hubo un mercado secundario de títulos.

Veamos lo que al respecto dice el abstract/resumen del interesante trabajo de investigación «Recompensar servicios con honores: el crecimiento de la nobleza titulada en los reinados de Felipe IV y Carlos II», de María del Mar Felices de la Fuente, Universidad de Almería (Studia historica. Historia moderna, ISSN 0213-2079, Nº 35, 2013 [Ejemplar dedicado a: El negocio de la guerra: la movilización de recursos militares y la construcción de la monarquía española, XVII y XVIII), págs. 409-435]):

«En el transcurso del siglo XVII, la nobleza titulada dejó de ser un grupo selecto y restringido para ir abriéndose paulatinamente a nuevos miembros que, incluso sin contar con un origen noble, lograron alcanzar un título nobiliario a través de las múltiples vías que fueron estableciéndose para ello. A pesar de la escasez de trabajos monográficos relativos a la concesión de estos honores durante este siglo, todo apunta a que hasta el reinado de Felipe Iv recayeron fundamentalmente en primogénitos y segundones de las principales Casas nobiliarias. Sin embargo, desde entonces y sobre todo en tiempos de Carlos II, la política de creación de títulos nobiliarios varió de forma significativa no ya solo por el espectacular incremento que experimentaron, sino también porque en buena parte fueron otorgados a quienes acreditaban como principal mérito un desembolso económico. […]»

Lo que expone el texto del trabajo notiene desperdicio. Transcribo parcialmente y prescindiendo de las notas (texto completo aquí)

«[…] a partir de 1679, con motivo del casamiento real entre Carlos II y Mariana Luisa de Orleans, se produjo un notable giro en la política de concesión de títulos, iniciándose una verdadera inflación de honores –producto de la enajenación masiva de estas mercedes– que perduraría hasta finales del siglo
XVII. Ante la imposibilidad de la Real Hacienda de hacer frente a los fastos del enlace, afectada por un gran déficit fruto de los continuos gastos generados por la guerra, se acometió una enorme operación venal que incluyó la venta de al menos 35 títulos nobiliarios, algunos de los cuales fueron a parar a individuos de dudoso origen, cuyo único mérito esgrimido había sido el dinero. A tal efecto, la enajenaciónde estos honores se hizo a través de una Junta Particular de Medios creada
ex novo con el fin de recaudar dinero con que asistir al rey y pagar los gastos de la Corte. Esta operación tuvo su principal foco de clientes en Sevilla, donde fueron numerosos los individuos que, enriquecidos fundamentalmente con el comercio y otras actividades lucrativas, vieron en esta oportunidad una coyuntura idónea para acceder a la nobleza titulada a través de un simple desembolso pecuniario. […] el número de títulos nobiliarios enajenados en esta ciudad con motivo del casamiento real ascendió al menos a veintiuno, siendo los compradores tanto miembros de algunas de las principales familias sevillanas –es el caso de los Saavedra, nuevos marqueses de Moscoso, o de los Céspedes, marqueses de Carrión–, como individuos procedentes del mundo del comercio que se habían enriquecido con los negocios de la Carrera de Indias.
El enlace real no fue el único acontecimiento del reinado que requirió de medios de financiación extraordinarios, pues la monarquía también tuvo que hacer frente a otros muchos gastos. En los momentos de mayor necesidad económica la venta de este tipo de mercedes debió intensificarse, dando lugar así a períodos de venalidad más acusados.[…]
Más allá de que las ventas de títulos nobiliarios se incrementaran o disminuyeran en una coyuntura u otra, lo que está claro es que durante el reinado de Carlos II […], la enajenación de estos honores en los territorios de la Monarquía Hispánica fue descarada, llegando a adquirir proporciones sin precedentes que provocaron no solo la desvalorización social de estas mercedes, sino también su depreciación. El importe por el que llegaron a venderse los títulos nobiliarios fue tan bajo que incluso la propia Corona –máxima beneficiaria de aquella almoneda– se vio obligada a tomar medidas para frenar la fuerte caída que había experimentado la cotización de los títulos nobiliarios. Así, por Real Cédula de 30 de agosto de 1692 dispuso que todos aquellos títulos que desde el 1 de enero de 1680 se hubieran concedido por menos de 30.000 ducados se declarasen vitalicios, debiendo pagar sus poseedores la diferencia hasta la referida cantidad para que se considerasen perpetuos. Debido al gran malestar generado por aquella medida, la cantidad a entregar disminuyó hasta 22.000 ducados por un nuevo decreto dado en 16 de marzo de 1693. Estas disposiciones no debieron surtir mucho efecto, pues años más tarde, el 18 de abril de 1695, fue necesario emitir otra nueva orden recordando que quienes no aprontasen aquella cantidad en un mes se verían privados de la perpetuidad de sus títulos. Para llevar a cabo la medida impuesta por el rey fue preciso que la Cámara formara una serie de relaciones en las que debía indicar si había intervenido o no beneficio en la concesión de un título y si los titulares habían expedido los despachos de los mismos. Según Domínguez Ortiz, de aquellas relaciones resultó que al menos títulos nobiliarios –de todos los concedidos hasta 1692– habían sido adquiridos por dinero, cifra que con toda seguridad debió de ser bastante mayor. Del total de compradores hubo quien hizo perpetuo su título tras entregar los 22.000 ducados en que quedaron tasados estos honores, si bien, también existieron titulados que incapaces de aprontar la suma requerida, se resignaron a que sus títulos de condes o marqueses quedasen vitalicios y desaparecieran tras su muerte. […]
A lo largo del siglo XVII, junto a los méritos expuestos con anterioridad, los servicios pecuniarios o económicos también posibilitaron la obtención de un título nobiliario. Durante el reinado de Felipe IV, la venta de estos honores fue reducida, incluso es posible que fuera el primer monarca en vender títulos nobiliarios, pues no hay constancia de este tipo de enajenaciones en los reinados precedentes. Sin embargo, con Carlos II la venta de títulos nobiliarios aumentó de forma considerable, sobre todo en aquellas coyunturas en que las demandas económicas de la monarquía fueron mayores. La continua necesidad de liquidez por parte de la Corona y la gran demanda social de títulos nobiliarios, estimuló por tanto la diversificación de los sistemas de enajenación de estas mercedes, los cuales pervivieron, sin apenas cambios, a lo largo del siglo XVIII. De este modo, se adquirieron títulos mediante el desembolso directo de una cantidad monetaria determinada, o bien, a través de procedimientos de compra indirectos que implicaron igualmente la inversión o cesión de un monto de dinero a la Corona.
Buena parte de los títulos nobiliarios enajenados a lo largo del siglo XVII fueron vendidos a través de conventos, monasterios u otras instituciones religiosas a las que el monarca concedió títulos en blanco para que con el producto de su venta pudieran financiar la reparación o construcción de sus edificios o iglesias. Este sistema tuvo sus inicios, por lo que sabemos hasta ahora, hacia 1623, fecha en la que Felipe IV, por medio de un decreto, dio cuenta al conde de Monterrey de que había concedido al convento de Guadalupe un título de marqués en Italia para beneficiar y costear con su producto varias obras. No obstante, el mayor desarrollo de este sistema de enajenación tuvo lugar con Carlos II, período en el que se concedieron tantos títulos nobiliarios para beneficiar que las instituciones religiosas fueron incapaces de venderlos todos ante la gran oferta existente.[…]
Durante el siglo XVII, la adquisición de títulos nobiliarios mediante la cancelación de deudas mantenidas con la Real Hacienda también proporcionó a algunos individuos títulos nobiliarios, pues la Corona, incapaz de satisfacer sus pagos, vio en esta fórmula de compensación una manera eficaz de cancelar sus atrasos sin necesidad de tener que desembolsar cuantía alguna. Los particulares, por su parte, también se beneficiaban de este sistema de retribución, pues conscientes de la insolvencia económica de las arcas reales para hacer frente a sus pagos, vieron en este medio una forma eficaz de rentabilizar la pérdida de unos créditos que nunca cobrarían. El procedimiento consistía en conceder un título nobiliario a los acreedores, a cambio de que estos renunciaran a las cantidades que se les estaban debiendo. Era, por tanto, un sistema de resarcimiento que, a todas luces, suponía la compra directa del honor.[…]
A lo largo del siglo XVII, también se documentan ventas privadas de títulos nobiliarios entre particulares que, o bien acumularon más de un título y lograron la autorización regia para enajenar uno de ellos, o bien recibieron del rey un título en blanco para vender.[…]
Otro modo de hacerse con un título nobiliario fue a través de los virreyes de Indias, que fueron comisionados en algunas ocasiones para enajenar estos honores en América, territorios donde convergía una mayor disponibilidad de capital y una gran ambición social.[…]
Las numerosas ventas producidas a finales del siglo XVII beneficiaron a algunos pero también perjudicaron a otros, en este caso, a las Casas nobiliarias más antiguas y prestigiosas, quienes no tardaron en manifestar su descontento ante la llegada masiva de individuos que, carentes de más calidad o mérito que el dinero, lograban acceder sin ningún tipo de traba a lo que había sido un grupo distinguido e inaccesible. No obstante, los intereses de la Corona iban por otros derroteros, pues su objetivo, lejos de ser el de preservar la «pureza» sanguínea de este conjunto o el hermetismo en que había vivido hasta entonces, no fue otro que recaudar medios económicos con que financiar guerras y gastos cortesanos, así como integrar a estas nuevas «elites del dinero» en el sistema de la monarquía a través de su entrada en la nobleza titulada. De este modo, el monarca se atraía para sí el apoyo de grupos que no solo reforzarían a este estrato nobiliario, sino que también le serían muy útiles merced a su poder económico.

La dinámica implantada durante el reinado de Carlos II en cuanto a la creación de títulos nobiliarios, así como las distintas sendas de acceso –venales y no venales– a los mismos, si bien supusieron una evidente ruptura con los reinados precedentes, se mantendrían prácticamente inmutables a lo largo de la siguiente centuria.»

Me quedo con las ganas de saber qué pasó en la siguiente centuria.

Ah, y leyendo eso de que «el monarca se atraía para sí el apoyo de grupos que le serían muy útiles merced a su poder económico», también me quedo pensando en cómo, varios siglos después en ESpaña un pariente colateral de Carlos II, D. Juan Carlos I de Borbón, en el año 2007 concedió el Toisón de Oro al Rey Abdulá de Arabia Saudí, «la mayor distinción que Don Juan Carlos puede conceder a título personal y la de mayor prestigio en todo el mundo» [ABC, 16-6-2007], Real Decreto 786/2007, de 15 de junio, por el que se concede el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro a Su Majestad Abdullah Bin Abdulaziz Al-Saud, Custodio de las Dos Sagradas Mezquitas y Rey de Arabia Saudí (sic) [BOE 16-junio-2007]

Esta distinción no es un título nobiliario, claro, pero sí algo de tanta relevancia en los sectores en los que se da relevancia a estas cosas que no por casualidad el propio diario monárquico ABC califica como «la mayor distinción que Don Juan Carlos puede conceder a título personal y la de mayor prestigio en todo el mundo». Y fue otorgada por D. Juan Carlos al rey de un país con una monarquía absoluta y teocrática en el que los derechos humanos brillan por su ausencia, en curiosa coincidencia con los famosos pagos de cuantosísimas cantidades, por comisiones o por «regalo o lo que sea que al final se consiga averiguar a qué responden exactamente esos nebulosos pagos, si es que alguna vez se consigue averiguar, claro [El Confidencial, 5-3-2020, RTVE 12-5-2022].

Y nada que ver con la venalidad de venta de favores y pagos en dinero del siglo XVII, seguramente.

Verónica del Carpio Fiestas