Fracaso de dirigismo cultural y huelga inútil de actores en España a finales del siglo XVIII

«Cuando el genio dramático decayó en España, los rígidos preceptos del teatro que pasaban por incontrovertibles en Francia empezaron a ser acatados también al sur del Pirineo. la masa indocta seguía encariñada con los libres gustos del teatro antiguo, pero como ya no había genios poéticos que pudiesen apoyar con su talento las tradiciones de la estética nacional, los doctos sucumbieron al prestigio que las ideas de Francia ganaban en España, desde el advenimiento de la dinastía borbónica. Con esta se abrió en España el siglo XVIII, en el cual toda Europa pensaba, y casi hablaba, en francés.

La tragedia francesa obtenía sobre la comedia española una victoria completa; triunfaba con sus cinco actos en vez de los tres de la comedia; con sus tres unidades, que la comedia despreciaba; con su decoro; su regularidad y su rigurosa verosimilitud, bien en opisición a la mezcla de estilos y de egéneros habitual en la comedia. Pronto todas las personas que presumían de cultas alardeaban de menospreciar el teatro español de los siglos de oro, al que en públcio en general seguía fiel. Esta oposición entre slo gustos del público y el de los literatos se evidenció cuando la tragedia francesa quiso hacer sus ensayos sobre la escena española. Quiso dar la batalla en el terreno que le pareció más ventajoso, escogiendo sus asuntos entre los temas históricos y heroicos nacionales; pero cada tentativa venía a ser un desastre resonante; la Hormesinda de Nicolás Fernández de Moratín solo se sostuvo seis días en escena (1770); Sancho García, de Cadalso, solo obtuvo cinco representaciones, y esas con desdeñosa ausencia de espectadores (1771), mientars que el público hacía cola a la puerta de los teatros donde don Ramón de la Cruz, en un sainete que no duraba media hora, retrataba en vivo las escenas del Madrid de entonces.

Ante la ineficacia de estas tentativas, se pensó, siguiendo las ideas autoritarias de la época, en imponer el gusto francés mediante uan real orden que prohíbe las obras dramáticas del siglo XVII y las sustituyese por otras a la moda transpirenaica. En esta persecución desplegó gran celo Leandro Fernández de Moratín, uno de los más ilustres escritores afrancesados, quien aguijoneado por el recuerdo de la fracasada Hormesinda de su padre, y por el ardor de sus treinta y dos años, pretendió en 1792 que el gobiernod e Godoy le nombrase director de lso teatros de España, con facultades casi ilimitadas. Por fortuna su petición se juzgó excesiva, pero en 1799 se creó una Junta para la reforma del teatro, a la cual se daba autoridad absoluta tanto sobre las compañías de actores como sobre sus repertorios, y de la que formaba parte Moratín. En vano los cómicos trataron de resistir esta tiranía con una huelga. Contra ellos se fulminño cierta real orden en que se manifestaba el desagrado de Su Majestad respecto de varias actrices que se negaban a colaborar con los planes de la Junta, calificando este acto nada menos que de conspiración contra los planes del Estado. Al instante, todo se sometió a la despótica voluntad de los reformadores. Por otra Real Orden de 1800, la Junta trazó una lista de más de 600 comedias prohibidas en todos los teatros del reino, las cuales serían enviadas a la Biblioteca Nacional para que se custodiasen y no se representansen; entre sas obras prohibidas estaban La vida es sueño, El Mágico prodigioso, con gran parte de las comedias de Calderón; El convidado de piedra, La prudencia en la mujer, de Tirso, y otras obras maestras del arte antiguo, que resultaban abominables para la buena Junta. Esta declaró expresamente inaceptables, en masa, «las comedias llamdas heroicas», pues aunque «el gran Pedro Corneille adoptó las comedias heroicas y mutaciones estraordinarias, esto fue un contagio que se le pegó con el estudio y aprecio que hacía de los dramáticos españoles». Téngase en cuenta que Moratín, a pesar de su estancia en Londres, era incapaz de comprender a Shakespeare; ¿cómo habrían de pensar los demás individuos dela Junta, tan inferiores a él en todo? Con tal estrechez de criterio, la Junta se propuso en vano aficionar el público a los gustos franceses, pues el público rehuyó la iniciación que se le quería imponer. Esta, en dos años y dos meses de autoridad solo habñia conseguido dejar los teatros vacíos de espectadores, las compañías sin pagar y un déficit de muchos miles de duros.»

Fragmento de La epopeya castellana a través de la Literatura española, de Ramón Menéndez Pidal, Espasa-Calpe, Colección Austral, 1974, págs. 180-182. Edición original: año 1910.

Por la selección del fragmento, y por la intención al seleccionarlo,

Verónica del Carpio Fiestas