Multiplicado por espejos

En la película «La dama de Shangay», de 1947, y que con toda propiedad se puede decir que es «de Orson Welles» porque fue director, productor, guionista y protagonista, lo mejor -y casi único que cualquiera recuerda, aparte de lo hermosísima que era y aparecía Rita Hayworth- es la escena final. Literalmente entre espejos que multiplican a los actores hombre y mujer que se hablan y matan repetidos en imágenes de pesadilla, como desde dentro de un mundo de espejos. Esta es la escena, clásica en la historia del cine, ambientada en una galería de espejos en un parque de atracciones abandonado:

¿Se le ocurrió a Orson Welles eso de los actores dentro de una habitación de espejos y que aparecen repetidos en cada uno de ellos en multiplicación genial y desasosegante? ¿Y además  en ambiente personal y arquitectónico decadente con una única mujer y varios hombres rivales? No lo sé, pero me pregunto si el estadounidense Orson Welles había leído al británico G. K. Chesterton, quien tres décadas antes escribió sobre espejos multiplicadores desasosegantes y en ambiente personal y arquitectónicamente decadente y con una mujer y varios hombres rivales y con muerte de una mujer y de su asesino. Voy a transcribir unos fragmentos del cuento «El hombre en el pasaje«, «The man in the passage«, de la serie del Padre Brown, perteneciente al libro de relatos «La sabiduría del Padre Brown«, de 1914. La escena tan onírica está ambientada en el lujoso camerino de una famosa actriz que está representando nada menos que la también onírica «El sueño de una noche de verano» de Shakespeare, y, al igual que «La dama de Shangay«, es un caso de rivalidades y asesinato.

«La habitación estaba cubierta de espejos en todos los ángulos posibles de refracción, de modo que parecían las cien facetas de un diamante gigantesco, si es que uno pudiera introducirse dentro de un diamante. Los otros signos de lujo, unas cuantas flores, unos pocos almohadones de colores, unos trajes de teatro, se multiplicaban en todos los espejos con la locura de Las mil y una noches y danzaban y cambiaban perpetuamente de lugar cuando el sirviente, arrastrando los pies, acercaba un espejo o lo empujaba contra la pared.«

Brown 1

«El sirviente dio la vuelta a la habitación, tirando de los espejos y volviendo a empujarlos de nuevo con su ajado traje negro que parecía aún mas lamentable dado que aún llevaba la adornada y fantástica lanza del rey Oberon. Cada vez que tiraba del marco aparecía una nueva figura negra del padre Brown, cabeza abajo en el aire como los ángeles, dando saltos mortales como los acróbatas, volviendo la espalda a todo el mundo como personas muy maleducadas«.

Brown 2

Enlace a «El hombre en el pasaje» en inglés aquí.

Verónica del Carpio Fiestas

anfisbena5 para firma

Matar del susto

Hay una extraña técnica de asesinato literario que he detectado en tres escritores clásicos: Conan Doyle, Simenon y Vázquez Montalbán: matar de un susto. Y con la cuestión conexa:¿es punible matar de un susto? Porque, en los casos de Simenon y Vázquez Montalbán, parece que no, y no hay responsabilidades; en cuanto al caso de Conan Doyle, el asesino muere, muy oportunamente, a manos del propio instrumento del crimen y cuando intentaba cometer otro. Con el mismo móvil, el dinero, tenemos la misma técnica en la Inglaterra de finales del siglo XIX, en un pueblecito francés en los año 30 del siglo XX donde no hay luz eléctrica ni agua corriente y en la Barcelona de 1981, del mismo año 1981 en cuyo día 23 de febrero fracasó un golpe de estado el llamado 23-F.

En el cuento «La banda de lunares» («The Adventure of the Speckled Band») el asesino introduce una serpiente en una habitación, y la joven ocupante muere de terror; la obra, de la serie de Sherlock Holmes, publicada en 1892, y ambientada en la época, no puede dejar de mencionarse, que es de las clásicas de enigma de cuarto cerrado, que se soluciona con truquillo de una pequeña abertura para la serpiente. En la novela «El caso Saint-Fiacre» («L’affaire Saint-Fiacre«) de la serie del comisario Maigret, año 1932, una condesa, viuda y enferma del corazón, muere de ataque cardíaco, en plena misa, al abrir su misal y encontrarse un recorte de prensa con la noticia, falsa, de que su único hijo se había suicidado avergonzado por la inadmisible conducta licenciosa de su madre; y es que la madre, repetidamente calificada de «vieja», con sesenta años y considerada como tal desde mucho antes, tenía un amante de la misma edad del hijo, algo social y moralmente intolerable. En el cuento «Aquel 23 de febrero«, de la serie del detective Calvalho,en el libro «Historias de política ficción«, año 1987, se investiga el asesinato, o lo que sea, de un anciano -y que también tiene una amante, pero eso da casi igual- que, habiendo pertenecido al bando republicano en la guerra civil, había sufrido grave persecución durante el franquismo, y  a quien, con grabaciones falsas que no puede dejar de escuchar desde la pequeña habitación donde se le ha ocultado para «protegerlo», se le hace creer que ha triunfado el golpe de estado y que los militares lo vienen a detener.

La técnica es la misma: matar de un susto, de una impresión, provocar un ataque cardíaco. El arma del crimen, distinta: una serpiente de verdad, un recorte de periódico falso y unas grabaciones falsas con voces militares. Y en los tres casos, el asesino es del entorno personal de la víctima: el padrastro, el hijo del administrador de la condesa asesinada y los propios hijos de la víctima, respectivamente. Y por mucho que lo intente, que a lo mejor no lo intenta, porque aunque el ambiente se describe como desordenado y de decadencia moral, en realidad el fondo de la novela es nostálgico y descriptivo -el protagonista Maigret, vuelve al pueblo donde nació y ello nos permite conocer cómo eran él, su familia, su casa y su pueblo, y eso es lo que cuenta-, Simenon no llega ni de lejos a describir una  atmósfera moral tan asfixiante como la que consigue Vázquez Montalbán en muchas menos páginas y con evidente trasfondo político. Ni una muerte tan dolorosa; la condesa muere en el acto, pero el republicano sufre horas de terrible tortura moral, encerrado esperando que ya lo vayan a detener, hasta que muere de ataque cardíaco. Conan Doyle, claro, describe poco; ciertamente no resulta agradable ni correcto que a una la intente asesinar su padrastro, cuando antes ha conseguido ya asesinar a la hermana, pero, vaya, siendo púdicos victorianos tampoco hay que insistir mucho en ello.

No lo dude: la más grata de leer es, como casi siempre, la obra de Conan Doyle.

Pero eso es lo de menos. Lo que sigo sin entender es si de verdad no es punible matar de un susto.

 Verónica del Carpio Fiestas

Plantar un bosque para ocultar una hoja: la técnica de asesinar a muchas personas para ocultar el asesinato de una sola

«Where does a wise man hide a leaf?»

And the other answered: «In the forest

¿Dónde escondería un sabio una hoja de árbol? En un bosque.

Y si no hay bosque a mano, ¿qué haría el sabio? El sabio se las arreglaría para plantar un bosque.

Ese es el argumento del fascinante cuento de G.K. Chesterton «La muestra de la espada rota«, dentro del libro «La inocencia del padre Brown«; y las palabras transcritas figuran en el cuento. Si quien esto ve no ha leído ese cuento, no conoce a Chesterton o no conoce los cuentos del padre Brown, no sé como encarecerle que de verdad merece todo ello la pena, salvo recordarle -o decirle- que nada menos que Borges tenía en evidente gran estima a Chesterton, y que el cuento de la espada rota no es ni muchísmo menos el peor de Chesterton. Por decirlo claramente: es una absoluta maravilla; como muchos otros de Chesterton, porque la lista es larga.

Con una fascinante literatura, gran literatura -porque, sí, Chesterton es gran literatura, así, tal cual-, se trata en definitiva un argumento brillantísimo que no recuerdo haber leído antes, pero si que sí he visto después: cómo ocultar un crimen individual mediante el sistema de crear artificialmente una masa de crímenes donde lo individual se confunda con lo colectivo y se difumine y pierda en lo colectivo.

El militar de alta graduación corrupto y malvado que en época y zona de guerra asesina a un subordinado por motivos personales -para evitar que lo denuncie por traición-, y que a continuación provoca artificialmente una batalla en un lugar donde sabe que sus propios hombres, muchos hombres, van a morir, dando lugar no solo a muchas muertes, sino a muertes deliberadamente inútiles y a una derrota espantosa, con cadáveres públicos que oculten su cadáver privado, es un caso de cómo ocultar una hoja plantando un bosque cuando no hay bosque donde ocultar la hoja. Mata a uno sin tener posibilidad de ocultar el crimen porque ha sido todo repentino, y en una inspiración de maldad genial oculta el cadáver provocando una terrible batalla que sabe perdida precisamente donde está el cadáver. Especialmente maligno e impresionante es que el militar sabe muy bien que la elección de ese lugar como campo de batalla resulta de todo punto inadecuada para consegur una victoria, que causará la derrota y la muerte de muchos, de los suyos, de sus propios soldados, que lucharán heroicamente en situación de absoluta inferioridad, y para nada; pero necesita precisamente ese sitio, no otro, para conseguir una gran masa de cadáveres que tape un concreto cadáver. Un asesinato colectivo, además, efectuado por  mano de otros, de los enemigos, pero no por ello menos asesinato. Uf.

Y ese mismo argumento, con interesantes matices, y sin esa especial malignidad -y también sin esa altura literaria-, lo he visto también, en dos novelas de misterio de autores clásicos de novelas de misterio: Agatha Christie y Georges Simenon.

En la novela de Agatha Christie «El misterio de la guía de ferrocarriles» («The A.B.C. murders«) se desarrolla el siguiente argumento: el asesino quiere asesinar a una persona concreta cuyo apellido empieza por C, y para ello crea artificialmente un asesino inexistente, un asesino que va matando por orden alfabético a una persona cuyo apellido empieza por la misma inicial de la ciudad donde el asesinato se comete, y que deja siempre, como firma, un ejemplar de una guía alfabética de ferrocarriles. Asesina, por orden, a un Álvarez en Alicante, a un Blanc en Barcelona, a un Cano en Cuenca, a un Díaz en Daroca, a un Estévez en Escalona. A quien de verdad le interesa matar es a uno concreto, pero mata antes y después a otras personas, para encubrir el interés individual en un falso asesino, con un culpable falso ya preparado anticipadamente, con un culpable tan atrevido o loco que hasta avisa del siguiente golpe y con una motivación falsa: una obsesión por una guía alfabética de ferrocarriles. Incluso cuando ya la policía ha «detectado» el «método del asesino», es fácil seguir matando: basta con escoger una ciudad populosa, o que lo es circunstancialmente. ¿Quién podría vigilar a la multitud, o a la multitud de personas con apellidos que empiezan por la letra pe, incluso sabiendo que se va a cometer un asesinato en Pamplona si se escoge que el asesinato sea en plenos Sanfermines? En el Reino Unido de 1935 así lo hace el asesino, con el equivalente de ciudades y circunstancias. ¿Quién va a buscar motivaciones individuales de cada asesinato, cuando es todo obra de un loco con una obsesión y un método? Y muy interesante -muy inteligente- es uno de los asesinatos: se mata al azar en un cine, a cualquiera, sabiendo que en cualquier local lleno de gente siempre habrá alguien con un apellido con la inicial que interesa, y que se pensará que ha sido un simple error…

Hércules Poirot descubre la verdad, y también el padre Brown, este en más dificiles circunstancias, porque se trata de una reconstrucción casi histórica.

También averigua la verdad el comisario Jules Maigret en el cuento «Maigret tiene miedo«, en un ambiente, como casi todos los de Maigret y Simenon, sórdido incluso cuando es un ambiente acomodado; y miedo de verdad da leer las reacciones colectivas de la multitud, de la población en su conjunto ante lo que se cree un asesino en serie –avant la lettre-, porque ese miedo colectivo, y las reacciones de sospecha e intención de linchamiento no se dan solo en las novelas. Muchas obra de Simenon son tristísimas; esta es una más triste que la media, y no solo por eso… Inolvidable esa mujer maltratada que ama a su maltratador -con un maltrato que no solo no es denuncado por los vecinos, sino que incluso alegra a los vecinos-, una mujer a quien incluso se acusa de prostituta -con riesgo incluso de ser condenada por ello- simplemente porque su amante la mantiene; que además esa relación maltratada-maltratador se considere amor profundo recíproco, hasta el punto de que emociona a los duros policías de la novela, dice mucho.

Con Georges Simenon, el argumento es una mezcla de los dos anteriores novelas. En «Maigret tiene miedo«, el asesino asesina impremeditadamente a golpes con un instrumento contundente, y luego mata a dos personas más, escogidas al azar por ser fácilmente asesinables al estar indefensas -una anciana y un mendigo-, con el mismo método, para que aparezca como parte de lo mismo, los asesinatos de un loco, de lo que entonces no se llamaba asesino en serie, y no se busquen motivaciones individuales…

Observese que aquí, a diferencia de en el caso de Agatha Christie, en el que las muertes colectivas están previstas desde el principio por el asesino -el muerto que verdad interesa no es el que tiene el apellido que empieza por A-, en la novela de Simenon el asesino no premedita la serie para encubrir el asesinato; a semejanza del caso de Chesterton, inventa el plan sobre la marcha.

Pero en los tres casos, prescindiendo de las variantes, la esencia es la misma: matar a muchos para encubrir el único asesinato que interesa. El cuento de Chesterton figura en un libro publicado en 1911. El de Agatha Christie, en 1936 (según otras fuentes, 1935). El de Simenon,  en 1953. Es posible que la elección del mismo argumento sea una mera casualidad, que dos famosos escritores de obras de misterio hayan llegado separadamente, cada cual por su cuenta, a inventar el mismo argumento, incluso Simenon, pese a que el argumento tenía ya dos precedentes.

Lo dudo.

Verónica del Carpio Fiestas