Proceso por la sombra de un burro

«Demóstenes el orador, en una ocasión en que los atenienses le quitaron el uso de la palabra en la asamblea, alegó que solo quería decirles dos palabras y, cuando guardaron silencio, dijo: «Un joven alquiló en verano un burro para ir desde la ciudad hasta Megara. El el centro del día, cuando el sol calentaba con más fuerza, tanto el alquilador como el propietario del burro quisieron ponerse a su sombra. Cada uno intentó entonces impedírselo al otro, sosteniendo el propietario que había alquilado el burro, no su sombra, y manteniendo el alquilador que tenía plenos poderes sobre el animal». Dicho esto, se retiró, y cuando los atenienses lo retuvieron, instándolo a que contara el resto de la historia, les dijo: «De modo que queréis oírme hablar de la sombra de un burro y, en cambio, cuando hablo de asuntos importantes, no queréis escucharme.» [«Cuentos de sombras», seleccionados por José María Parreño, Siruela, Madrid 1989]

Demóstenes se equivocaba: la sombra del burro sí es importante. Más aún, la regula la normativa española vigente. Estamos hablando del inciso final del artículo 1.258 del Código Civil, precepto de uso muy frecuente en los tribunales españoles:

«Artículo 1258

Los contratos se perfeccionan por el mero consentimiento, y desde entonces obligan, no sólo al cumplimiento de lo expresamente pactado, sino también a todas las consecuencias que, según su naturaleza, sean conformes a la buena fe, al uso y a la ley.»

Ah, y si se quieren saber las posibles consecuencias de un pleito sobre la sombra de un burro, nada mejor que la obra «Proceso por la sombra de un burro», del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) , sobre el catastrófico pleito de enormes consecuencias e implicaciones políticas, filosóficas, religiosas y de todo tipo entre un dentista que ha alquilado un burro y el propietario del burro, por la sombra del burro y/o por la Justicia. Es una comedia (¿o quizá una farsa o una sátira?), ambientada en la Grecia clásica. De entre las múltiples versiones teatrales grabadas que figuran en Internet, voy a insertar una que solo conserva las voces y no las imágenes de un grupo de teatro más que clásico en el teatro español: la versión de la obra por el «Teatro Experimental Independiente», T.E.I., en 1966. He escogido esta versión por una razón: que, según parece, en su origen la obra de Dürrenmatt fue escrita como pieza radiofónica.

Y si alguien estuviera interesado en analizar una obra aún más clásica en la que hay que tener en cuenta el artículo 1.258 del Código Civil, no tiene más que leer, o releer, «El Mercader de Venecia» de Shakespeare y ver las consecuencias que tiene pactar la entrega de un corazón humano pero sin derramar ni una gota de sangre. Hay alumnos de Derecho Civil que ya lo han hecho…

Verónica del Carpio Fiestas

Un pensamiento conocidísimo de Pascal sobre Ley y Justicia

«[…] nada hay justo o injusto que no cambie de cualidad cambiando de clima. Tres grados de elevación hacia el polo echan por tierra toda la jurisprudencia; un meridiano decide de la verdad; a los pocos años de ser poseídas, las leyes fundamentales se cambian; el derecho tiene sus épocas; la entrada de Saturno en Leo nos indica el origen de tal crimen. ¡Valiente justicia la que está limitada por un río! Verdad aquende el Pirineo, error allende.«

Blas Pascal, «Pensamientos«, sección IV, 294 (Colección Austral, Espasa Calpe, traducción de X. Zubiri, 1940.)

Aunque, claro, quizá Pascal habría escogido otro ejemplo que el de unos Pirineos separadores de Francia de España de haber vivido en la época de la Unión Europea, del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y de las directivas comunitarias en vez de en el siglo XVII…

 

Verónica del Carpio Fiestas

El reino de los beodos o insuficiencia de las leyes, según Campoamor

Del olvidado y en su día celebérrimo poeta Ramón de Campoamor (1817-1901) es la fábula que a continuación se transcribe. Está en consonancia, por cierto, con aquello de «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira», que es lo único, prácticamente, que se recuerda de él. Y hablando de recordar, esta fábula me recuerda a esas innumerables leyes que se aprueban sin presupuesto para llevarlas a efecto y esas otras leyes que establecen derechos y obligaciones pero no consecuencias de los incumplimientos, las flatus vocis normativas; porque si la ley es red con alguna malla descompuesta, hay leyes que se aprueban sabiendo el legislador que tienen todas las mallas descompuestas, simplemente para decir que hay una red.

«Insuficiencia de las leyes

El reino de los beodos

   Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
      «- Ninguno, cate el vino.»-
      Con júbilo el más, loco
aplaudiose la ley, por costar poco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
      y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.
Extrañando que el pueblo no la entienda,
el Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: «Ninguno cate el vino»,
añadió «blanco», al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.
      Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado
      «- Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto
», -les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.
   Tercera vez burlado,
«- No es eso, no señor», dijo el ‘Senado;
«o el pueblo es muy zoquete, o muy ladino:
se prohibe mezclar vino con vino».-
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de este modo al cesar dio un manifiesto:
«La ley es red, en la que siempre se halla
      descompuesta una malla,
por donde el ruin que en su razón no fía,
se evade suspicaz…
»¡Qué bien decía!
      Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
     «Jamás la ley enfrena
al que a su infamia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.
»»

Verónica del Carpio Fiestas

Homo ludens: juego, Derecho y proceso judicial

Se va a transcribir un fragmento de una obra clásica escrita en 1938, «Homo ludens», del ilustre historiador holandés Johan Huizinga (1872-1945). Más allá del «homo sapiens» y del «homo faber», el hombre como animal que es capaz de pensar y de fabricar, Huizinga, que considera insuficientes esas descripciones convencionales, añade el «homo ludens», el hombre que es capaz de jugar y que hace del juego la base de la cultura. Uno de los capítulos está dedicado al juego y el Derecho; a ese capítulo corresponde el fragmento. La traducción es de la edición de Alianza, 2004.

«A primera vista la esfera del derecho, de la ley y de la Administración de Justicia parece estar muy apartada de la esfera lúdica. Una santa seriedad y el interés vital del individuo y de la comunidad dominan todo lo que se refiere al derecho y a la justicia. La base etimológica de las palabras que expresan los conceptos de derecho, de lo justo y de la ley se halla sobre todo, en el dominio de establecer, constatar, indicar, reunir mantener, ordenar, acoger, escoger, repartir, ser igual, vincular, estar acostumbrado, estar firme. Conceptos todos bastante opuestos a la esfera semántica en que aparecen las palabras para designar el juego. Pero ya hemos observado, a menudo, que la santidad y la seriedad de una acción en modo alguno excluyen su cualidad lúdica.

Pronto se nos manifiesta la posibilidad de una afinidad entre el derecho y el juego en cuanto observamos que el ejercicio efectivo del derecho, en otras palabras, el proceso jurídico, cualesquiera que sean las bases ideales del derecho, posee en alto grado el carácter de una porfía. La conexión entre competición y la formulación del derecho asomó ya en la descripción del potlatch que Davy trató desde el aspecto histórico-jurídico como el origen de un sistema primitivo de convenio y obligación. La contienda judicial vale entre los griegos como «agón», como una pugna sometida reglas fijas y que se celebra con formas sagradas y en el cual las dos partes contendientes apelan a la decisión de un árbitro. Está concepción del proceso judicial como contienda no debe ser considerada como un desarrollo posterior, como una transposición conceptual, y mucho menos como una degeneración cual parece hacerlo Ehrenberg. Por el contrario, todo el desarrollo parte de la naturaleza agonal de la contienda jurídica, y este carácter de porfía lo conserva vivo hasta nuestros días.

Quién dice porfía dice también juego. Ya vimos antes que no existe motivo suficiente para sustraer a ninguna competición su carácter lúdico. Lo lúdico y lo agonal, ambos exaltados a la esfera de lo sagrado, que toda comunidad reclama para su administración de justicia, se trasluce todavía hoy en diversas formas de la vida jurídica. La administración de Justicia tiene lugar en una corte. Esa corte es todavía en el pleno sentido de la palabra […] «el círculo sagrado» en que vemos todavía sentados a los jueces en el escudo escudo de Aquiles. Todo lugar en que se pronuncia justicia es un auténtico «temenos», un lugar sagrado, que ha sido recortado y destacado del mundo habitual. El lugar es cuidado y exorcizado. El tribunal es un auténtico círculo mágico un campo de juego en que se cancela temporalmente la diferencia de rango habitual entre los hombres. En él se es temporalmente inviolable. […] La Cámara de los Lores inglesa es todavía en el fondo una corte de justicia, lo que explica que el «saco de lana» dónde se sientan el lord canciller, que nada tiene que hacer allí, se considere como «technically outside the precints of the house», «técnicamente fuera del recinto».

Los jueces se salen de la vida habitual antes de pronunciar sentencia. Se revisten con la toga o se colocan una peluca. ¿Es que se ha estudiado la significación etnológica de todo este aparato de los jueces y los abogados ingleses? A mí me parece que su relación con la moda de pelucas de los siglos XVII y XVIII es secundaria. Propiamente es una supervivencia del viejo distintivo de los juristas inglés, el «coif», que fue, al principio, un bonete blanco muy ceñido, representado todavía por un pequeño ribete blanco debajo de la peluca. Pero la peluca del juez es algo más que una supervivencia de un viejo uniforme. En su función hay que considerarla como bastante cercana a las danzas de máscaras de los pueblos primitivos. Convierte a quien lo lleva en «otro ser». El pueblo inglés, en su veneración por la tradición, que le es tan característica, ha conservado en su vida jurídica otros rasgos muy antiguos. El elemento deportivo y de humor que lucen los procedimientos judiciales con tanta fuerza pertenece a los rasgos fundamentales de la vida jurídica en general. Es cierto que tampoco está ausente por completo este rasgo en la conciencia popular de otros países. «Be a good sport», solía decir el contrabandista de alcohol en los días en que la prohibición norteamericana el funcionario de aduanas que quería levantar un acta del caso.

Un antiguo juez me escribía en una ocasión: «El estilo y el contenido de nuestros protocolos revelan con qué entusiasmo deportivo nuestros abogados se disparan recíprocamente con argumentos y réplicas y con mucha sofistería. Su estado de espíritu me ha hecho recordar, a veces, el portavoz de un proceso «Adat» javanés que, a cada nuevo argumento, hunde un palito en la tierra y procura ganar la contienda por el mayor número de palos.»

Aparte de lo interesante y valioso del fragmento, del capítulo y del libro, obra clásica como he dicho, se me ocurre una pregunta que quizá sería impensable en países donde la Administración de Justicia sea muy distinta a la de España. Me pregunto qué argumentación antropológica e histórica habría desarrollado Huizinga y a qué conclusiones habría llegado si hubiera tenido oportunidad de ver los juzgados españoles, de cutre concepción arquitectónica y en permanente estado de lamentable conservación, y en las que no es ya que el carácter escogido de las instalaciones brille por su ausencia, sino que lo que de verdad brilla es la crónica falta de atención y el desprecio por parte del Estado a una función que Huizinga considera lúdica y sagrada; no sé qué habría dicho Huizinga si hubiera visto juzgados en edificios del nivel de ínfima oficina municipal, con goteras y hasta en barracones, donde el elemento humorístico y deportivo solo existe si es en relación con saltar charcos de goteras en el suelo. Solo de pensarlo no sé ni reír si reír o llorar.

Verónica del Carpio Fiestas

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Único testigo o cómo ya Sócrates no creía en lo de «unus testis, nullus testis»

«SÓCRATES.- Eres admirable pretendiendo refutarme con argumentos de retórica como los que creen hacer lo mismo ante los tribunales.
Allí, en efecto, se imagina un abogado haber refutado a otro cuando ha presentado un gran número de testigos distinguidos que responden de la veracidad de lo que dice mientras su adversario sólo puede presentar uno o ninguno. Pero esta clase de refutación no sirve de nada para descubrir la verdad, porque algunas veces puede ser condenado un acusado en falso por la declaración de un gran número de testigos que parecen ser de algún peso.«

Fragmento de «Gorgias o de la retórica», diálogo de Platón.  Biblioteca Virtual Universal, traducción de Luis Roig de Lluis.

«APRECIACIÓN DE LA PRUEBA
9. La prueba por testigos puede decantar la suerte de los pleitos, especialmente ante el déficit de la documental. Los testigos son los ojos y oídos de la justicia. Además, está superado el axioma de la tradición judeo-cristiana (Dt. 19,15; Mt. 18,16 y Jn. 8,17-8); postclásica «en manera ninguna se oiga la respuesta de un  solo testigo» (Cod. Iust. 4.20.9.1)  o «el testimonio de uno solo no debe ser creído» (Dig. 48.18.20) y canónica (testis unus testis nullus o testimonium unius non valere DAMASUS, Burchardíca, r. 43). EI sistema de libertad de valoración de la prueba rechaza el viejo aforismo de testis unus testis nullus» (…«el testimonio de un testigo susceptible de ser tachado»). La regla clásica de invalidez del testimonio único« no rige en nuestro proceso» (STS 1 207/2013,8.4).«

Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, Sección 11, de 06/06/2018, Id Cendoj 28079370112018100211, que he escogido, entre innumerables análogas sobre el problema probatorio del testigo único.

Y he escogido esta sentencia, no solo porque es reciente y porque me ha gustado su bonita cita clásica sino porque tiene su encanto encontrarse en una sentencia con que al parecer Sócrates no encajaría mucho en la tradición judeocristiana…

Verónica del Carpio Fiestasanfisbena5 para firma

 

 

 

 

 

Párvulos muertos

El Registro Civil se implantó con carácter general en España por una ley de 1870; antes había libros parroquiales. En esta fotografía, tomada por mí,

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de un libro parroquial de un pueblo de Palencia, Frómista, Iglesia de San Martín de Tours, constan las inscripciones de defunción, o, más bien, de entierro, de un mes y veinte días, febrero y marzo del año 1790. Constan cinco muertos,»párvulos», o sea, niños y niñas de corta edad. Cinco niños de corta edad muertos en mes y veinte días en un solo pueblo, con sus nombres (Paula, Santiago, Vicente, Catalina).

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Según Wikipedia, Frómista tenía, cuarenta años antes de 1790, 227 vecinos, y cuarenta años después de 1790, 44 hogares y 1.482 vecinos; si los datos son fidedignos, no parece probable que en 1790 hubiera más habitantes que los de esas cifras. Imaginemos la espantosa mortalidad infantil de un país en el que con ese número de habitantes en un pueblo mueren cinco niños en un mes y veinte días, y cómo sería la vida de quienes tenían hijos sabiendo que morirían en esos porcentajes. Solo de pensarlo se ponen los de pelos de punta.

En esta otras imágenes de los mismo libros parroquiales y diversas fechas, al azar, también hay párvulos, o «parbulos», muertos. Y en la inscripción referente a algunos, ni siquiera consta el nombre.

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Parecido, por cierto, a como siguió siendo en España hasta el año 2011, como residuo sorprendentemente prolongado en el tiempo de unas épocas nada lejanas, en medida historica, de unas terriblemente altas tasas de mortalidad infantil que en el siglo XIX persistían. El artículo 30 del Código Civil, aprobado en 1889 y vigente hasta la Ley 20/2011 del Registro Civil, de 21 de julio, decía lo siguiente: “Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana y viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno”. Prescindo de lo de «figura humana», que nos llevaría muy lejos recorriendo los caminos de la superstición y la misoginia; el inciso «viviere veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno» significa, por ejemplo, y entre otras consecuencias, tales como que no computara a efectos de herencias, que a un bebé daba igual que los padres le pusiera nombre al nacer, porque si moría antes de las veinticuatro horas ni siquiera se le inscribía donde las personas, sino en el llamado «legajo de abortos».

Uf.

Verónica del Carpio Fiestas

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Violar a una niña de trece años y casarse con ella, en España, 1844

Voy a transcribir literalmente una noticia publicada en la Gaceta de Madrid, antecedente del Boletín Oficial del Estado, de 8 de octubre de 1844. En aquella época la Gaceta era aun  una mezcla de periódico oficial para publicación de normas y partes oficiales, de periódico privado con noticias nacionales e internacionales, anuncios y reseñas y de revista variada, incluyendo sueltos de corresponsales.

Noticias nacionales

Arenys del Mar 28 de Setiembre-
El dia 22 se cometió en Calella un acto escandaloso. Un jo­ven de 18 años estupró á una niña de 13; fue preso inmediata­mente que se supo la perpetración de tan feo delito.
Empezábanse ya las primeras diligencias, cuando por inter­vención de personas bondadosas pudo componerse el negocio, ofreciéndose, el estuprador á casarse con su víctima, la cual se avino gustosa con este acomodamiento.
Solo falta que los novios reúnan el dinero necesario para cos­tear las gastos de la ceremonia, con lo cual el cura los casará desde luego, aunque atendido el caso hubiese sido mejor que se les hubiese casado sin mas retardo.
Aqui y en toda la costa no hay novedad. Todo sigue tran­quilo, y la gente tan contenta con las ganancias que les propor­ciona el gran número de barceloneses que tenemos por aqui, que han venido, según costumbre de todos los años, á tomar los ba­ños termales de Caldetas, y á respirar los puros y saludables aires de este delicioso pais.
(Corresp. de la Verdad.)
Enlace a la página completa de la Gaceta de Madrid de ese día, y que incluye la noticia, en la web oficial del Boletín Oficial del Estado, aquí.
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Cuando en adelante lea por ahí que hay países con matrimonio infantil o donde se obliga a mujeres a casarse con sus violadores, y le parezca terrible, porque lo es, quizá recuerde esta noticia de España en 1844, es decir, de anteayer en términos históricos. Y que era todo ello tan «normal», tan «lógico» y tan «deseable» que «personas bondadosas» presionan al violador para que se case, la pobre niña «acepta gustosa ese acomodamiento» y se considera que cualquier demora en casarse en perjudicial, y que acto seguido de contar esto, sin solución de continuidad, el corresponsal habla de cómo hacen sus agosto los comerciantes con los veraneantes y lo agradable y tranquila que es la costa.
Verónica del Carpio Fiestas
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¿Lejos de nosotros la funesta manía de pensar?

Quizá le suene la famosa frase «lejos de nosotros la funesta manía de pensar». Quizá incluso le suene que fue dirigida por una genuflexa Universidad de Cervera a Fernando VII, allá por la llamada «Década Ominosa», o sea, en una durísima epoca de absolutismo. Con frecuencia se usa como ejemplo de sometimiento vil y ciego al poderoso, de cómo el absolutismo tenía apoyos, de lo que nunca debería ser la Universidad, de cómo no debe ser la Ciencia, de la renuncia voluntaria a la inteligencia, o, en general, de cómo el más cerril acomodo al pensamiento impuesto llega a primar sobre el razonamiento por cuenta propia y la libertad de pensamiento, o como ejemplo de unas cuantas cosas más, ad libitum.

Pues si le suena la frase, mejor que deje de sonarle. No hubo tal frase, sino esta otra:

«lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir«.

Y se publicó en un periódico oficial: la Gaceta de Madrid, el precedente del actual Boletín Oficial del Estado. La Gaceta de Madrid no era como el BOE de ahora, sino un batiburrillo que lo mismo contenía normas que «avisos» o anuncios de productos comerciales por particulares que datos de la salud de la Familia Real (esto duró hasta el siglo XX, nada menos; ver post de este blog), que difundía partes de guerra o noticias del extranjero; o sea, mezcla de BOE de enfoque legislativo, de diario de noticias férreamente censuradas, de la revista Hola y de periódico comercial para anuncios, en enumeración no exhaustiva.

Y en esa Gaceta-batiburrillo publicada en la Imprenta Real se publicó una «exposición», un memorial de agradecimiento, loa y puesta a disposición dirigido por unos anónimos «individuos de esta universidad de Cervera» (sic) al rey Fernando VII, ese paradigma de rey malvado y de persona infame con enorme poder.

Ese memorial, fechado a 11 de abril de 1827, se publicó en la Gaceta de 3 de mayo de 1827. En este enlace puede acceder a las páginas de la Gaceta del día 3 de mayo de 1827, hoja por hoja, en el buscador de la web del Boletín Oficial del Estado. La primera hoja y de cabecera era esta:

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que empezaba con una orden oficial sobre tema militar y seguía con noticias «extrangeras» (sic), de Inglaterra, unas noticias de palpitante actualidad, concretamente de tres semanas antes:

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Aquí enlace a las dos primera páginas de la Gaceta de ese día, que incluyen, aparte de noticias extranjeras, un listado de precios de tabaco, azúcar y otros productos en Cuba y hasta la noticia de una operación quirúrgica que permitió a «una señora ciega desde su nacimiento»  recobrar la vista; se describen de forma fascinante las sensaciones de esa señora, cómo la señora iba paulatinamente identificando colores y formas.  lejos15

 Y aquí enlace a las siguientes páginas, que incluyen, además de la «exposición» de marras, un anuncio de las acreditadas aguas minerales de Panticosa,

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otros la venta por suscripción de obras musicales de Rossini,

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la vacante de una plaza de médico en un pueblo para la cual se precisa «justificación de conducta moral y política»,

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el anuncio de un método para enseñar a escribir

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y otros temas que resultarían entrañables y pintorescas muestras de un mundo ingenuo, laborioso, tranquilo  y feliz, si no supiéramos que todo ello encubre una época señalada por la Historia por la arbitriedad y la represión. Y si una lectura atenta no permitira detectar detallitos como la «justificación de conducta moral y política» para presentarse a un puesto de trabajo.

Aquí enlace a la concreta hoja de la Gaceta de 3 de mayo de 1827 que nos interesa: enlace. 

Y aquí la imagen completa de esa página:

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Aquí la concreta parte de la reproducción de la «Exposicion dirigida á S.M.» (sic) lejos13

por sus autodenominados «vasallos»:

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Y aquí, resaltada la frase famosa:

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Bueno. «Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir».

O lejos de nosotros la funesta manía de citar de oídas y de segunda mano.

lejos10Nota para juristas. Los juristas encontrarán en estas hojas de una Gaceta de 1827 ejemplos de una terminología jurídica que aún hoy se usa: que si no comparecen a tal cosa los convocados, les parará el perjuicio que haya lugar, lo de «poder bastante» y otras expresiones que, casi doscientos años después, seguimos usando. Vaya.

Verónica del Carpio Fiestas

Huckelberry Finn como literatura juvenil, o algo

Con Huckleberry Finn sería posible un análisis de diversas instituciones jurídicas. Sería interesante proponer un trabajo de esos de subir nota, o de mero goce jurídico, sobre los puntos jurídicos de Derecho Civil que contiene la novela, y que son muchos, incluyendo por ejemplo, la venta de bienes de menores o la tutela. Aunque, claro, el verdadero punto jurídico que plantea el libro es nada menos que uno referente a venta de esclavos; pero no porque el autor, Mark Twain, ponga en duda la legitimidad de la propiedad sobre seres humanos y su posibilidad de enajenación, sino porque el objeto de controversia es quién sería exactamente el propietario en tales y cuales circunstancias de una venta de esclavos por quien no es propietario, una venta cuya licitud se discute. Pff.

Partiendo de que da exactamente igual que haya o no literatura juvenil, y que literatura juvenil es el Quijote o la Eneida o Chesterton, ¿cómo ha podido crearse el malentendido de que «Las aventuras de Huckleberry Finn», de Mark Twain, es literatura juvenil en el sentido que a esta expresión suele darse, algo digerible, aventuras? Sería interesante saberlo y seguramente ya hay quien lo sepa. No hace falta haber leído el  «Psicoanálisis de los cuentos de hadas » de Bruno Bettelheim (¿o quizá sí?) para detectar la violencia implícita en los cuentos de hadas, en los cuentos infantiles clásicos. Pero la violencia de «Las aventuras de Huckleberry Finn» es de otro estilo.

Es, para empezar, una violencia que se podría llamar estructural, social. La novela del río, se dice; la novela de la amistad entre un adolescente desvalido y maltratado y un esclavo, entre la infancia sin infancia y el adulto a quien se quiere privar de su condición humana, entre dos personas de la humanidad doliente que se apoyan recíprocamente, en un mundo hostil. Sí, claro, hay «aventuras», y hay río y hay amistad. Pero es precisamente el mundo hostil y espantosamente violento el que difícilmente puede considerarse lo más idóneo para lo que de forma convencional se considera literatura infantil o juvenil. Vemos el catálogo no exhaustivo de barbaridades:

  • Un chaval analfabeto, Huck, de ¿once, doce, trece años de edad?, sin madre, con un padre que es un repugnante borracho, desecho humano, que lo maltrata, huye de la familia de acogida. Hasta aquí, podría ser hasta un cuento de hadas clásico, o tipo dickensiano, en plan políticamente incorrecto.
  • La huida sin destino claro en compañía de otro paria, Jim, esclavo fugitivo, y encontrándose con diversos monstruos. También hasta aquí otro cuento de hadas clásico.
  • Pero los monstruos con los que se encuentran son la sociedad de la época y las personas normales. Las personas NORMALES.
  • Sí, se unen a unos  delincuentes (inevitable mencionar aquí la novela picaresca,  incluso el Lazarillo), que lo mismo venden crecepelo que quieren robar a unas huérfanas y que traicionan a sus propios compañeros desvalidos. Pero esos delincuentes son los MENOS violentos de los numerosos personajes que salen en la novela. Los más violentos, los más monstruosos, son las personas normales y respetables. Veamos unos ejemplos, en enumeración no exhaustiva:
    • Una respetable y religiosa señora de mediana edad no solo tiene esclavos como lo más normal del mundo sino que se propone vender a uno en zona alejada, y así separarlo para siempre de su familia.
    • Dos grupos familiares -con sus esclavos, claro- están enfrentados en una guerra a muerte, literalmente a muerte, por motivos ya olvidados y que dan igual, y en esa guerra estúpida en la que ni se plantea que intervenga una autoridad, porque si hay no aparece, hasta niños matan y mueren.
    • La pobreza es terrible. Hambre, literalmente. Y da igual.
    • A los esclavos, porque los hay, como lo más normal del mundo, se les tortura y se les carga de cadenas.
    • A los delincuentes no se les juzga; o se le lincha o se le empluma, o sea, se les tortura, porque emplumar, eso que suena tan divertido, es torturar, y por la web se encuentran análisis de cuántos podían morir o sufrir lesiones permanentes por ello.
    • Cuando se menciona un accidente en un barco  como consecuencia del cual fallece, se dice, un hombre, comenta una respetable señora -hay muuuuchas señoras respetables  en el libro- que menos mal, que solo es un negro, que a ver si tienen más cuidado porque si hay más accidentes cualquier día puede morir una persona -naturalmente los negros no son personas-.

Pero todo eso podría ser simplemente dickensiano, forzando mucho el término, muchísimo, si no fuera que hay más. Dos ejemplos:

  • Un niño -el famoso Tom Sawyer, amigo de Huck- organiza la aparatosa fuga de un negro esclavo, y lo hace por una única razón: porque sabe que ya está liberado, que no es ya esclavo, y por tanto él, el chaval, se puede permitir jugar a la liberación de esclavos, porque sería impensable que ayudara DE VERDAD a robar la propiedad de nadie, porque eso y no otra cosa es liberar un esclavo: robar. Y no solo juega a liberarlo, cuando puede ponerlo en libertad solo con contar la verdad que solo él conoce de que ya está liberado, y mientras sigue prisionero el pobre señor, sino que además lía una estrategia para COMPLICAR la fuga, para que no sea fácil. Es decir, que hace sufrir doblemente al cautivo, primero porque pudiendo conseguir la libertad inmediata prefiere jugar a liberarlo, y segundo porque además deliberadamente complica una fuga innecesaria no solo posponiéndola sino haciéndola arriesgada y física y psicológicamente dolorosa. Y en esas circunstancias, cuando el que ya no era esclavo se entera de que todo ha sido un juego, no solo no le reprocha que deliberadamente le haya ocultado que ya era libre y lo haya mantenido en esclavitud, una esclavitud con cadenas y separado de su familia, cuando sabía que ya no era esclavo, y que le haya obligado a sufrir una dura fuga innecesaria y que la haya prolongado como un juego y con riesgo de muerte, no solo no se enfada con el chaval, sino que LE AGRADECE la propineja que le da por haber participado en el juego.

Y Tom Sawyer, ese niño malvado o estúpido, o monstruoso, o todo ello a la vez, que hace sufrir por diversión a una persona desvalida, es presentado como un héroe, como un travieso, como un divertido, ingenioso y valiente preadolescente, y así parece haber quedado en la memoria colectiva. Hay que fastidiarse.

  • Y quizá se lleva la palma, en dura pugna con el ejemplo anterior, este impresionante discurso, todo dignidad, de alguien contra el cual va la turba, alguien a quien una turba malvada, estúpida y manipulable quiere linchar:

«–¡Mira que venir vosotros a linchar a nadie! Me da risa. ¡Mira que pensar vosotros que teníais el coraje de linchar a un hombre! Como sois tan valientes que os atrevéis a ponerles alquitrán y plumas a las pobres mujeres abandonadas y sin amigos que llegan aquí, os habéis creído que teníais redaños para poner las manos encima a un hombre. ¡Pero si un hombre está perfectamente a salvo en manos de diez mil de vuestra clase…! Siempre que sea de día y que no estéis detrás de él. ¿Que si os conozco? Os conozco perfectamente. He nacido y me he criado en el Sur, y he vivido en el Norte; así que sé perfectamente cómo sois todos. Por término medio, unos cobardes. En el Norte dejáis que os pisotee el que quiera, pero luego volvéis a casa, a buscar un espíritu humilde que lo aguante. En el Sur un hombre, él solito, ha parado a una diligencia llena de hombres a la luz del día y les ha robado a todos.

Vuestros periódicos os dicen que sois muy valientes, y de tanto oírlo creéis que sois más valientes que todos los demás… cuando sois igual de valientes y nada más. ¿Por qué vuestros jurados no mandan ahorcar a los asesinos? Porque tienen miedo de que los amigos del acusado les peguen un tiro por la espalda en la oscuridad… que es exactamente lo que harían. Así que siempre absuelven, y después un hombre va de noche con cien cobardes enmascarados a sus espaldas y lincha al sinvergüenza. Os equivocáis en no haber traído con vosotros a un hombre; ése es vuestro error, y el otro es que no habéis venido de noche y con caretas puestas. Os habéis traído a parte de un hombre: ese Buck Harkness, y si no hubierais contado con él para empezar, se os habría ido la fuerza por la boca. No queríais venir. A los tipejos como vosotros no os gustan los problemas ni los peligros. A vosotros no os gustan los problemas ni los peligros. Pero basta con que medio hombre, como ahí, Buck Harkness, grite ¡A lincharlo, a lincharlo! y os da miedo echaros hacia atrás, os da miedo que se vea lo que sois: unos cobardes, y por eso os ponéis a gritar y os colgáis de los faldones de ese medio hombre y venís aquí gritando, jurando las enormidades que vais a hacer. Lo más lamentable que hay en el mundo es una turba de gente; eso es lo que es un ejército: una turba de gente; no combate con valor propio, sino con el valor que les da el pertenecer a una turba y que le dan sus oficiales. Pero una turba sin un hombre a la cabeza da menos que lástima. Ahora lo que tenéis que hacer es meter el rabo entre las piernas e iros a casa a meteros en un agujero. Si de verdad vais a linchar a alguien lo haréis de noche, al estilo del Sur, y cuando vengáis, lo haréis con las caretas y os traeréis a un hombre. Ahora, largo y llevaos a vuestro medio hombre.

Al decir esto último se echó la escopeta al brazo izquierdo y la amartilló.

El grupo retrocedió de golpe y después se separó, y cada uno se fue a toda prisa por su cuenta«.

Gran discurso, gran dignidad, de quien hace frente, solo, a la turba, ¿no? Un verdadero valiente, una gran persona, la personificación de la dignidad, ¿no?

Pues no. Quien suelta ese dignísimo discurso es un respetable coronel -qué de gente respetable, ¿verdad?- que acaba de asesinar en público, a sangre fría, de un disparo, a un pobre viejo borracho indefenso que le molestaba ligeramente, como molestaba a tantos, y lo ha hecho además delante de la propia hija del asesinado.

El paradigma de la dignidad, el precedente literario del abogado de «Matar a un ruiseñor», que se defiende de la turba  y se enfrenta a ella, y que reprocha a la turba su cobardía y a la Justicia su inaplicación, resulta que aparte de, por supuesto, estar a favor de la pena de muerte, es un repugnante asesino a sangre fría.

Vaya. Y el humor lo reserva Twain para otros casos «divertidos», como las complicaciones del juego del «valiente y divertido» Tom Sawyer para «liberar» al esclavo. Qué divertido cuando no consiguen hacer un túnel para la fuga usando instrumentos tipo cucharillas.

Un clásico de la literatura infantil. Mirada dickensiana. Ajá. Ya. Ni con Bettlelheim en la mano.

Verónica del Carpio Fiestas

El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo, de Balzac

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Si en el post anterior ya se ha hecho mención a «Sobre la decadencia del arte de mentir», de Mark Twain, y a la obra de Thomas De Quincey «El asesinato considerado como una de las bellas artes«, urge referirse a otra obra sobre otras  artes: «El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (en diez lecciones)«, de Honoré de Balzac.

Se trata de una obra publicada en 1827, es decir, el mismo año de la obra de De Quincey. Curiosa coincidencia. ¿Sería quizás una broma habitual de la época, esa de usar irónicamente eso de «arte» para referirse a algo penalmente perseguido? Porque en una época en la que no pagar deudas podria ocasionar cárcel en diversos sitios de Europa, Francia incluida como se desprende del propio libro- la prisión por deudas está, por ejemplo  en la maravillosa novela «Los papeles póstumos del club Pickwick» y por supuesto en «La pequena Dorrit«, por Dickens-, no era ninguna tontería plantear lo de no pagar las deudas como un arte.

Vaya filón para juristas es «El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo». Especialmente interesante, la «primera lección», titulada «De las deudas», con su análisis y clasificación, y  la «segunda lección», titulada «Sobre la amortización de las deudas». Ninguna tontería sería tampoco recomendar este libro a estudiantes de Derecho para una lectura crítica y no solo histórica. Me he reído leyéndolo, en la medida en que es posible reírse sabiendo las tragedias que el impago de deudas causaba y causa, y el problema añadido clásico del gorrón o sablista, o moroso profesional. Menos mal que nuestros sabios legisladores son capaces de encontrar un equilibro lógico entre la seguridad del tráfico jurídico y a humanidad y la piedad, ¿no? ¿NO?

Verónica del Carpio Fiestas

Diario de un fiscal rural, de Tawfiq Al-Haqkim

diario de un fiscal ruralEste libro, publicado en 1937 por el egipcio Tawfiq Al-Haqkim, al parecer destacado escritor, y que se puede comprar traducido al castellano, refleja de forma cómica y en primera persona sus propias experiencias como fiscal de pueblo en el Egipto de la época, y ejerciendo, además de las funciones de acusación, las equivalentes a las que en España serían las de un juez de instrucción. Entre maizales y miseria, se desarrolla la burocracia del castigo de los delitos y de las infracciones administrativas -el deslinde es difícil-, en una extraña realidad oficial paralela que los pobres campesinos egipcios no pueden comprender pero que se les impone como algo imprevisible e inevitable, y todo con un tono costumbrista y con el, digamos, macguffin de la investigación de un concreto crimen.

Matar y robar y pegar a la mujer, eso está mal. Pero, estando desnudo, coger unas ropas caídas en un río tras una accidente de un furgoneta que llevaba un cargamento de ropa, ¿por qué está mal, si es un regalo del río? Y tras haber sido sancionado con la confiscación de la cosecha por incumplir algo, ¿por qué va estar mal y ser un delito, comerse el trigo confiscado que uno mismo ha sembrado y cultivado y que es suyo, y teniendo hambre? ¿Y cómo puede un campesino ignorante que ha sido condenado en rebeldía, o sea, sin ser oído, saber que solo puede apelar en tres dias contra la sentencia que lo condenó, y que la sentencia sea inapelable y quede firme por no saberlo?

«-¡Cállate! Tu apelación, buen hombre, está fuera de plazo.

-¿Y qué?

-El Código, buen hombre, fija tres días.

-Yo, señor mío el cadí [juez], soy un pobre hombre que no sabe ni leer ni escribir. ¿Quién ha de explicarme el Código y aclararme los plazos?

-Me parece que ya te he dedicado más tiempo que el necesario. Tú, bestia, estás obligado a conocer el Código. ¡Soldado, detenlo!

Y lo pusieron entre los detenidos, mientras él miraba a derecha a izquierda, a cuantos tenía alrededor, por ver si era el único que no entendía. Y yo me puse a contemplar con compasivos ojos a esta criatura a la que imponían el conocimiento del Código de Napoleón».

Los comentarios que se ven por ahí de este libro, al menos en castellano, parecen ser de tipo estilístico, referentes a la traducción o incluso sociológicos. Se echa quizá en falta un análisis jurídico. Porque no es solo que podría merecer una reflexión desde el punto de vista del artículo 6.1 del Código Civil español o equivalente en otros ordenamientos jurídicos:

Artículo 6

1. La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento.

También desde el punto de vista de los juicios de faltas, cuyo desarrollo es, o de partirse de risa, o de echarse a llorar, según se mire. O del concepto jurídico de arbitrariedad:

«Formular contra el sayi ‘Usfur una acusación por vagabundeo era un pensamiento luminoso que solo podía haber pasado por la mente acalorada del delegado gubernativo. Efectivamente el tal sayi  era ni más ni menos que un vagabundo, y desde este punto de vista caía de lleno como presa en los textos del Código que tenía delante. Pero resultaba peregrino que  durante todos los pasados años la delegación hubiese estado callada y solo en este momento se hubiese dado cuenta de que carecía de oficio. Tal expediente no me asombraba sobremanera; pero no satisfacía mi conciencia judicial, porque los textos del Código no han de ser en nuestras manos armas con que golpear a quienes queramos y en el momento que elijamos nosotros. Detener hoy al sayi ‘Usfur  era, sin ningún género de duda, una simple venganza.«

Vaya mina. A ver si alguien se anima a escribir un sesudo estudio de Derecho Comparado o de Teoría del Derecho.

La otra posibilidad es coger el libro, leer sus 150 páginas de lectura fácil y disfrutar tal cual, aunque cruzando los dedos, siendo jurista, para que el sistema judicial donde nos toque trabajar tenga un parecido lo más remoto posible a uno en el que los atestados se valoran al peso, los jueces celebran 50 juicios de faltas en tres horas para poder coger el tren de vuelta, los acusados se las arreglan para saltarse el principio del juez predeterminado por la ley sabiendo que hay jueces más duros que otros, se sanciona el hurto famélico y los abogados hacen el más espantoso ridículo.

Ah, y donde, aparte de no existir ni una mujer entre quienes mandan, juzgan o ejercen la acusación, los sumarios, como la novela, acaban así, con paripés jurídicos:

««Archívese el sumario por desconocimiento del criminal y comuníquese a la delegación que prosiga la búsqueda y las averiguaciones»; fórmula a la que contesta la delegación con esa otra expresión consabida y estereotipada, que con un movimiento mecánico escribe el secretario de la oficina mientras mosdisquea un manojo de zanahorias: «Prosiguen la búsqueda y las averiguaciones», que, esas sí, son las palabras de despedida con que sumario queda definitivamente enterrado».

Verónica del Carpio Fiestas

Fascinante documento histórico sobre el cambio de hora en España

BOE 7-3-1940La búsqueda de información legislativa sobre el rito antropológico de cambio de estación -llamémoslo así, piadosamente- del cambio de hora dos veces al año al que nos someten con vagos argumentos científicos, que se repiten de forma acrítica año tras año, lleva a resultados sorprendentes. Por ejemplo, a encontrar la Orden Ministerial de 7 de marzo de 1940, que implantó el horario de verano en España. En la imagen, el BOE del día 8 de marzo de 1940, con esa orden ministerial y más normas publicadas ese día, enlace a BOE aquí.

Si quien esto lea no conoce la historia de España quizá no sepa que el Boletín Oficial del Estado, BOE, es el diario oficial donde se publican las normas. Si no sabe eso, quizá tampoco sepa que entre 1936 y 1939 hubo en España una feroz guerra civil, la enésima de nuestra Historia, que acabó con un bando perdedor y otro ganador, y perdiendo España y la ciudadanía la democracia y muchos cientos de miles de vidas por muerte violenta, hambre, enfermedades evitables o exilio. El bando ganador se alineó moralmente, y en parte militarmente, con el llamado Eje, sin llegar a entrar formalmente en la Segunda Guerra Mundial que empezó poco después de la Guerra Civil, y la posguerra fue durísima y larga, en la que continuaron las muertes violentas -ya de forma unilateral-, el hambre, las enfermedades evitables y el exilio. Y en la inmediata posguerra el bando vencedor se dedicó a purgar y depurar, palabras de la época, aparte de a ejecutar en juicios sumarios, a quienes le parecían contrarios, sospechosos o neutros.

Y en la inmediata posguerra se dictó esa norma sobre cambio de hora, que según dicen algunos, buscaba también alinear desde el punto de vista horario a España con Berlín, en vez de con Greenwich. Sea verdad o no, el BOE de ese día no tiene desperdicio.

Empecemos por el texto de la Orden de 7 de marzo de 1940.

«Orden de 7 de marzo de 1940 sobre adelanto de la hora legal en 60 minutos a partir del 16 de los corrientes.

Excmos. Sres.:

Considerando la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos, y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal trae consigo,

Dispongo:

Artículo 1º.- El sábado 16 de marzo, a las ventitrés horas, será adelantada la hora legal en sesenta minutos.

Artículo 2º.- El servicio de ferrocarriles se ajustará, en lo relacionado con el adelanto de la hora, a las reglas establecidas en la Real Orden de 5 de abril de 1918.

Artículo 3º.- En la Administración de Justicia se tendrá presente lo dispuesto en la Real Orden de 5 de abril de 1918, para evitar que el tránsito de uno a otro horario pueda ocasionar perturbaciones en dicho servicio.

Artículo 4º.- La aplicación a la industria y al trabajo del nuevo horario oficial no ha de dar lugar al menor aumento en la duración total de la jornada legal.

Artículo 5º.- Oportunamente se señalará la fecha en la que haya de restablecerse la hora normal.

Dios guarde a VV.EE. muchos años.

Madrid, 7 de marzo de 1940.- P.D. El Subsecretario, Valentín Galarza

Excmos. Sres. Ministros de todos los Ministerios«

La palabra «nacional» aplicada al horario no es, naturalmente, casual. Por si quien lea esto no lo sabe, «nacional» se denominaba a sí mismo el bando ganador, llamado «fascista» por el otro bando; y se utilizó extensamente en la época, aplicada hasta a la ensaladilla, que pasó a llamarse «nacional» en vez de «rusa».

En cuanto a los argumentos para adoptar la medida, no pueden ser menos explícitos. O, desde otro punto de vista, más explícitos de que quien manda, manda.

Y rodeando este documento, en el que se aprecia tal interés y respeto por los derechos de los trabajadores y por el buen funcionamiento de la Administración de Justicia, va, en las mismas páginas, lo siguiente, con un par de cosas más análogas:

  • A un funcionario, portero, que trabajaba en el «extinguido Tribunal de Garantías Constitucionales», tras la correspondiente «depuración» política se lo readmite como portero del Cuerpo de Porteros Civiles, de forma provisional. Firma el mismo subsecretario que ordena el cambio de hora.
  • A otro funcionario, portero, que tambien trabajaba en el mismo «extinguido» Tribunal, se lo readmite tras pasar el mismo trámite tambien de forma provisional, con la misma firma
  • A otro funcionario, auxiliar, del «extinguido Congreso de los Diputados», que resultó, según informaciones, que había pertenecido a la Masonería en 1932, pese a haberlo negado en declaración jurada, se le priva de la condición de funcionario, y huelgan más diligencias de averiguación. Firma el mismo subsecretario.
  • Un maestro es destinado (¿voluntariamente? Quién sabe) a Fernando Poo, Guinea, por el Director General de Marruecos y Colonias.
  • Como consecuencia de una sentencia de un juzgado militar -no de la jurisdicción ordinaria- se priva de la condición de funcionario a un señor «peatón». «Peatón» sería algo oficial a la sazón; según el diccionario de la Real Academia Española, una especie de cartero.

Cualquier tiempo pasado fue anterior.

Y las normas, mejor  leerlas en su contexto.

Verónica del Carpio Fiestas

Kafka y otros

De las tres obras de que trata este post, casi estoy por decir que no lea usted ninguna, en primer lugar porque no son agradables, y en segundo lugar porque si las dos primeras son breves y se leen sin dificultad, la tercera requiere cierto esfuerzo de lectura. De las tres obras, la primera es prácticamente desconocida, la segunda bastante conocida y la última, conocidísima.

«El albarán» es el título de un cuento del escritor español José Jiménez Lozano, publicado en 1988 dentro del libro de cuentos «El grano de maíz rojo». Está ambientado en 1323, en Carcasona, Francia, y en un par de páginas desarrolla el siguiente argumento: un proveedor de la Inquisición presenta al inquisidor secretario su cuenta detallada por maderos, sarmientos y otros materiales para quemar a herejes en hogueras de la Inquisición, y como cualquier contratista de cualquier época, encarece sus propios méritos por prestar el mejor servicio y se queja de que no le resulta rentable, y pide más dinero. Por ejemplo, explica el contratista, son grandes sus esfuerzos para aportar los materiales óptimos que permitan que la hoguera suelte el humo exacto que permita ver las contorsiones del reo sin que se ahogue éste demasiado pronto por el humo y el castigo no sea suficientemente ejemplar. Hace incluso pruebas previas con embutidos para conseguir la carbonización óptima.

La segunda obra es el cuento largo de Franz Kafka «En la colonia penitenciaria», escrito en 1914 y ambientado no se sabe dónde. No es una de sus obras más populares; mucha gente conoce, siquiera de oídas, «El proceso», «El castillo»o «La metamorfosis», o incluso «América», y sin embargo de este cuento se oye hablar poco, curiosamente, pese a que es difícil encontrar una obra de Kakfa más kafkiana en el sentido actual del término. En el caso de esta obra sucede algo parecido en esencia a lo del cuento de Jiménez Lozano, y como lectora me ha resultado imposible no poner en relación ambas obras, algo que desconozco si ya ha efectuado alguien. En resumen: una persona que pertenece a estamentos oficiales considera un instrumento de tortura y ejecución, una máquina de matar legalmente, y de matar con dolor, como algo puramente burocrático, neutro. «El oficial» explica a un tercero ajeno a su entorno el funcionamiento de la máquina, cómo se perfeccionó, su añoranza por los tiempos en los que se utilizaba más, mejor y ante más público, y, como encargado del mantenimiento, se queja, por ejemplo, de problemas para conseguir piezas de repuesto y teme que se pierda la tradición de utilizarla. La máquina es fundamental en el sistema judicial y el condenado del caso concreto que se usa por el ¿protagonista? para explicar al visitante cómo funciona la máquina ni tuvo oportunidad de defenderse por el ¿delito? del que se le acusa de haberse dormido -es un criado-, y hasta da incluso vergüenza que se pueda pensar que hubiera tenido esa oportunidad que habría sido simple oportunidad de mentir; más kafkiano, imposible. No se preocupe; no le voy a describir en qué consiste el sistema de ejecución, más que nada porque incluso al releerlo para comentarlo aún me da espanto.

Y me resulta imposible no relacionar también ambas obras con una tercera, esta vez de no ficción, y quizá una de las obras cumbres de la Filosofía Política del siglo XX: la compleja «Eichmann en Jerusalén», de Hanna Arendt, publicada en 1963, y subtitulada «Un informe sobre la banalidad del mal». Analizar con la profundidad que se merece el famoso concepto, tan malentendido, de la «banalidad del mal», excede en mucho de la capacidad de una simple jurista de a pie. No obstante, hay algo que sí quizá es posible percibir, incluso desde la lectura no especializada: cómo se veía Eichmann a sí mismo. Eichmann, el repugnante nazi colaborador directo en asesinatos masivos de judíos, era, a su propio entender, un simple probo funcionario, que se limitaba a cumplir con un trabajo. Él se veía a sí mismo así, y por tanto no se consideraba responsable.

Igual que el contratista de la Inquisición que se esfuerza por cumplir bien con su contrata. Igual que el oficial que necesita repuestos para su máquina de matar y los pide por el conducto reglamentario. Personas normales, que hacen un trabajo. Cosas administrativas, puramente.

Si ha llegado hasta aquí, recuerde que las dos primeras son obras de ficción, relativamente, y la tercera, no. Relativamente, la primera y la segunda, porque cada vez que alguien tortura y mata, alguien ha fabricado esas armas de tortura y muerte, y lo hace desentendiéndose del resultado, cumpliendo incluso un contrato. Y, quién sabe, quizá en efecto hubo contratistas oficiales de materiales para hogueras durante siglos; eso lo sabrán los historiadores. Pero ciertamente hubo hogueras y cámaras de gas, y necesitaron colaboradores y fabricantes, y siguen fabricándose armas para matar al diferente, al que piensa distinto o sencillamente porque sí, por gente que no se considera responsable.  Uf.

Verónica del Carpio Fiestas

Tintín y El cetro de Ottokar

portada Ottokar

Es difícil señalar cuál es el mejor álbum de Tintín, pero, puestos a escoger, escojo este. Hasta qué punto es una obra maestra El cetro de Ottokar lo demuestra que no aparecen aún los personajes del capitán Haddock y Silvestre Tornasol, y no se les echa de menos.

En Syldavia  pequeño país imaginario ubicado en una zona balcánica, se desarrolla una trepidante aventura, en la que hay desde la caída de avión, resultando incólume Tintín (y también Milú), hasta lanzarse cuesta abajo en un monte, resultando, oh sorpresa, incólume Tintin (y también Milú). Lo de las Syldavias y Ruritanias y análogos países más o menos balcánicos de opereta inventados es consabido recurso técnico literario y cinematográfico muy habitual en esa época y anteriores, incluyendo a Agatha Christie -Herzoslovakia, en la poco conocida novela de misterio, y deliciosa, El secreto de Chimneys– y los Hermanos Marx -Freedonia, en la maravillosa, inolvidable, Sopa de Ganso-, y aquí se emplea en el ámbito del cómic.

En un trasfondo de intrigas palaciegas, luchas de poder y ascenso de los totalitarismos de los años 30 del siglo XX, con un guion en el que ni sobra ni falta nada y lleno de sentido del humor y con unas ilustraciones de antología de las llamadas «de línea clara» -verdaderamente imprescindible y fascinante el folleto turístico de Syldavia, que lee Tintín, y en el que Hervé se inventa un país completo, incluyendo Geografía, Historia e iconografía-, Tintín ha de localizar y a toda prisa el cetro robado, con los inefables Hernández y Fernández por allí haciendo el tonto, y la Castafiore en su primera y gloriosa aparición.

Y de todo lo que allí sucede, y de lo que sucede en el prólogo situado, probablemente en Bruselas cuando Tintín conoce al sabio experto en sigilografía profesor Halambique, del que se hace secretario, hay unos cuanto detalles que llaman la atención.

Primer detalle. Los hermanos gemelos.

Hay dos hermanos gemelos, los dos hermanos Halambique, uno bueno y otro malo; el bueno es raptado y lo sustituye el malo, que forma parte de la conspiración para robar el cetro, símbolo del poder del rey.Halambique

He aquí uno foto del final del álbum, cuando se descubre que hay dos gemelos, uno bueno y uno malo.

Dos gemelos físicamente idénticos, salvo en el ceño y las gafas. Uno fuma, y mucho. El otro nunca fuma.

Y el que fuma es el bueno.

En películas actuales de cualquier tema, el que fuma es EL MALO, como es bien sabido.

El cambio de mentalidad desde 1939 cuando se publicó el álbum es notable.

Por cierto que lo de los hermanos gemelos es un clásico que los tintinólogos sabrán si es creación original de Hervé, o se inspiró en otros. Que se ha usado profusamente después, es obvio. A la cabeza viene la película El premio, protagonizada por Paul Newman décadas más tarde, en 1963, y con Edward G. Robinson interpretando a los dos hermanos, uno bueno, científico premio Nóbel, y otro malo.

Segundo detalle. Los policías asesinos.

La conjura para robar el cetro y provocar la abdicación del rey, y dar un pretexto para una invasión por el dictatorial país vecino, Borduria, se extiende a todos los sectores, incluyendo la policía. Hay un episodio muy significativo, pero no de que un alto cargo policial syldavo esté conjurado, y dispuesto a matar, sino de que policías syldavos no conjurados, policías honrados, policías normales y corrientes que CREEN que lo que le propone el jefe es en beneficio del rey y del Estado, estén TAMBIÉN dispuestos a matar, como la cosa más natural del mundo y  sin discutirlo.

Veamos el diálogo.

-«Vais a conducir al muchacho a Klow. ¡Pero mucho cuidado! Es un tipo peligroso que ha logrado enterarse de secretos de Estado. Los superiores me han insinuado que sería mejor que no llegara a la capital… Vais a hacer lo siguiente. Tú, conductor, simularás un accidente. Los otros se apearán para ayudarle, mientras finges examinar el motor… En ese instante, el chico tratará de escapar y… ¿Habéis comprendido?

-¡Bien, mi comandante! Pero, ¿y si el muchacho no quiere huir?

-Pierde cuidado. Estoy seguro de que lo intentará.»

El comandante dice a los policías que asesinen disimuladamente, porque así viene las órdenes «de arriba», y ellos no pone objeción ni se extrañan. La única pega es la práctica: cómo conseguir que Tintín intente huir y matarlo en aplicación de la clásica ley de fugas. Aquí la obediencia debida abarca al asesinato, y es pura anécdota que resultara que el jefe engañara a sus subordinados y en realidad NO defendiera al rey y al Estado syldavo, sino que pretendiera derrocarlo y ayudar a la invasión por el país vecino.

Estos policías asesinos son los policías BUENOS del país BUENO. Porque si el comandante está corrupto y vendido, los policías son buenos servidores públicos, personajes sin mayor importancia que se limitan a cumplir órdenes de asesinar, en defensa del Estado y de su rey.

Eso puede parecer de cómic, pero la experiencia jurídica demuestra que estas cosas suceden, y no hace falta señalar casos concretos.

Y, claro, esto nos lleva al punto tercero. Detalle tercero. Syldavia no es un Estado de Derecho, ni de lejos.

Syldavia es el país BUENO, no el MALO de esta historia y las demás en las que aparece. El malo es Burduria, que en posteriores albumes se amplía en su descripción como un país totalitario, con un jefe con bigotes curiosos -obvia referencia al nazismo- y aspecto general de país de la órbita de la Unión Soviética, estilo de la llamada Alemania Democrática, que de democrática tenía el nombre como burla sangrante.

Así que Syldavia es el país BUENO. Pero un país bueno donde los policías ven normal que la obediencia debida incluya asesinar a quien creen enemigo del Estado, porque así se lo diga el jefe, y donde, en posteriores álbumes, por ejemplo, se secuestra a un pacífico ciudadano, en pugna con el país MALO que pretende lo mismo, para obligarle a entregar la fórmula de destructoras armas militares. En la idílica y pintoresca Syldavia del primer álbum ya se insinúa esto que es desarrollado posteriormente, con la mentalidad de los años 30 en vez de con la de  la Guerra Fría de álbumes posteriores.

Y es que Syldavia TAMPOCO es una democracia. Es una monarquía no constitucional, en la que el rey Muskar XII ostenta el poder efectivo, y manda, además de reinar, y no la auctoritas de un monarca constitucional moderno. En los años 30 cuando se escribió el álbum, y en la que está ambientado, ya había países con monarquías constitucionales y democracias donde los policías no asesinaban sin más a sospechosos de ir en contra del Poder. En esas circunstancias, es curiosa la buena prensa que parece tener Syldavia.

Y una vez hechas las observaciones jurídicas que son de temer en el blog de una jurista, un par de observaciones.

Una, en general. ¿Por qué Silvestre Tornasol se llama a veces Silvestre Mariposa en los álbumes de Tintín? Misterio insondable de la traducción al castellano. Reconcome la curiosidad.

Otra, en concreto, respecto de El cetro de Ottokar: el evidente parecido entre el rey Muskar XII y el rey español Alfonso XIII, detalle que, al igual que el punto anterior quién sabe si han detectado y aclarado los tintinólogos, pero que no figura en los libros de tintinología que he manejado. Es notorio de Hervé se documentaba exhaustivamente y reproducía, en dibujos, fotos originales en sus álbumes, a veces con fidelidad total, otras inspirándose. Obsérvese el parecido con el cuadro de Alfonso XIII pintado por Philip de László.Muskar_XIIAlfonso XIIIClaro que difícil sería que dos reyes de la misma época, ambos vestidos con uniforme más o menos de húsar, no se parecieran, ¿no?

Pero olvídese de estas observaciones insignificantes y corra a leer el álbum.

Verónica del Carpio Fiestas

La Cartuja de Parma y el Estado de Derecho

cartuja

Los clásicos tienen tantas interpretaciones y utilidades como épocas y lectores. Hay quien de esta novela alude a una escena de los primeros capítulos, la batalla de Waterloo, vivida y luchada por el protagonista sin ser consciente de ello en su momento  y sin estar nunca del todo seguro de haberla vivido y haber participado en ella después; lo de vivir y participar en un Waterloo sin enterarse da para mucha broma cultural aplicada a cualquier materia, por  quienes dan la impresión a veces de no haber pasado de esos primeros capítulos, si es que no han extraído el dato de uno de tantos anecdotarios de anécdotas para toda ocasión.

Explicar el argumento de esta obra es ocioso. Pasan muchas cosas en las 500 páginas, más o menos. ambientadas en el norte de Italia, en las primeras décadas del siglo XIX. Se puede leer y disfrutar como una novela de aventuras, de más o menos verosimilitud, en la que figuran una gran batalla, un bandido generoso, una lucha a espada, la espectacular fuga de una cárcel, envenenamientos, un motín y episodios por el estilo, entremezclados con líneas argumentales de amor que incluyen hasta un hijo de los que entonces se llamaban sacrílegos, y conato de relaciones tía-sobrino y relaciones que no quedan en conato entre un eclesiástico y una casada. Se puede tambien leer como un reflejo de la política en las cortes de la época, con intrigas mezquinas y traiciones, y hay quien considera que el personaje del conde Mosca es un hallazgo paralelo al Príncipe de Maquiavelo, o que todo está inspirado en políticos reales de la época. Se puede también disfrutar de la extensísima lista de personajes principales y secundarios, desde criadas hasta arzobispos, desde carceleros hasta marqueses, definidos con maravillosa profundidad psicológica muchos de ellos. Se puede también mencionar la corrupción institucionalizada y consentida salvo cuando por intereses espurios interesa que no lo esté, que va desde los empleados de más baja categoría hasta la favorita del príncipe. Se puede también mencionar la curiosa situación de la Italia que refleja, con sus tiranuelos omnipotentes sobre ciudades de 40.000 habitantes, con su corte y sus cortesanos, y que se creen importantisimos y que en efecto lo son para sus súbditos porque hacen su real gana, y con pasaportes -fácilmente falsificables- para trasladarse al pueblo de al lado. Se puede también analizar el papel de la Iglesia, como controladora de conciencias, soporte del poder constituido y que se apoya en él, y hasta como espectáculo, puesto que la gente asiste a predicaciones públicas como entretenimiento. Se puede constatar cómo la vida de un hombre no vale nada ni merece sanción que la pierda si es la de un actor y quien lo mata es un aristocrata, salvo que por motivos políticos -o sea, la voluntad del príncipe- interese lo contrario. Se puede descubrir cómo es posible que el mero dato de pertenecer a una familia aristocrática permita suponer con fundamento al que a ella pertenece que tiene derecho a todo, y que, en efecto, lo tenga, incluyendo no solo a los más altos cargos sino a la sumisión perfecta, voluntaria y hasta el heroísmo de sus dependientes y criados. Se puede intentar comparar la semiimaginaria Parma que se describe con la situación real del norte de Italia de la época y averiguar hasta qué punto se corresponde con experiencias personales del autor. Se puede comprobar el papel de la mujer, mercancía cuando interesa y objeto de violencia y considerada posesión salvo que se sea de la aristocracia, y ni aun así, puesto que la mujer casada aristócrata pierde su patrimonio y pasa a gestionarlo el marido; además de matrimonios forzados, en dos contextos distintos dos hombres se plantean matar a sus parejas, por celos.

Personalmente, y puesto que es imposible perder la perspectiva de jurista, este libro, obra maestra en los primeros números de todas las listas de las más grandes novelas, me parece uno de los más fuertes alegatos en favor del Estado de Derecho, de la separación de poderes y de la independencia judicial con un sistema procesal justo. Involuntario alegato, porque plantear todo esto parece ser ajeno a la intención del autor, quien al fin y al cabo escribió el libro hacia 1838. Vayamos a la esencia del asunto.

Un gran número de páginas, y las mejores, transcurren en la corte de Parma. El príncipe reinante absoluto -mejor dicho, los dos, sucesivos, padre e hijo- hace y deshace a su antojo. Los cortesanos escrutan cada matiz de sus palabras, de su conducta, para, cual arúspices, adivinar sus deseos y anticiparse a ellos para mejor cumplirlos, o para manipularlos; la inseguridad jurídica es completa. El príncipe, por sí o por sus dependientes directos, legisla, nombra jueces y los cambia, dicta sentencias, las ejecuta, investiga delitos, ejecuta las penas y aplica su gracia, todo a la vez. Las sentencias se dictan en función de sus deseos, o, más aun, de sus pasiones; y las condenas incluyen muertes atroces o privación de libertad indefinida y en condiciones espantosas. Las sentencias se dictan, pero no se notifican, para poder cambiarlas si interesa, o se modifican sentencias con subterfugios. Los testigos de los juicios se manipulan, amenazan, sobornan o hacen desaparecer. Los legajos con las investigaciones policiales o judiciales pueden quemarse en la chimenea del príncipe, si no interesan. Los jueces es poco decir que son sumisos. Al fiscal  se le llama indistintamente juez; y sería interesante comprobar la versión original, por si fuera un problema de traducción, pero si non è vero è ben trovato porque recoge exactamente la realidad de la mezcla de funciones. El control del Poder es inexistente, y el Poder es único. Por tanto, sucede lo del famoso Dictum de Lord Acton: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. La corte es terrible y corrupta, y curiosamente muchos no se dan cuenta de ello, empezando por los propios príncipes.

Y empieza el libro así y acaba en la misma situación. Lo más que sucede es que, suavizado el carácter del príncipe, del que sea, las condiciones prácticas de lo que teóricamente sigue igual también se suavizan, con un príncipe absoluto bueno en vez de perverso o dejado llevar de sus pasiones. Y punto.

Como para desear vivir en esa época, en ese paradigma de despotismo. No es la corte con sus intrigas lo repugnante, pese a que sea eso lo que es habitual resaltar y de hecho resalta el propio Stendhal. Es la propia ausencia de control, esencial a una situacion sin separación de poderes y sin un sistema judicial mínimamente aceptable, la que propicia esas intrigas.

Se suele hablar del síndrome de Stendhal, enfermedad psicosomática consistente en desvanecimientos y otros síntomas que se desencadena ante la presencia de la abrumadora belleza artística, y que este autor describió en otra  obra, porque le había sucedido a él, cuando visito Florencia. De lo que no creo que sea tan frecuente hablar, o al menos no conozco quien hable de ello, es de otro síndrome que también menciona Stendhal, y en esta obra, en La Cartuja de Parma, y que resulta dificil no identificar con lo conocemos ahora como síndrome de Estocolmo:

cartuja2El Estado absoluto recluye en zulos. Y resulta que según Stendhal pasa esto.

Como para no considerar esta obra como un alegato fortísimo en favor del Estado de Derecho, ¿no?

Verónica del Carpio Fiestas

La balanza desequilibrada

balanza

En la capilla de Santa Ana de la catedral de Burgos, en el hermoso sepulcro del obispo Luis de Acuña, figura este relieve, de Diego de Siloé. Se trata, según parece, de una de las Virtudes, la Justicia. La Justicia sostiene en la mano una balanza desequilibrada, y el desequilibrio no parece mera cuestión de perspectiva. Puede que eso para el escultor tuviera un profundo significado simbólico, propio de la época, el siglo XVI, más allá del ornamental;  cuál sería exactamente, no lo sé. Cuál puede ser a día de hoy, sí.

Verónica del Carpio Fiestas