Ya, pero, ¿de qué tamaño era exactamente el escarabajo, o quizá cucaracha, Gregor Samsa?

Gregor Samsa, viajante de comercio de una fábrica cercana a su casa, se despierta una buena mañana en el dormitorio de su casa convertido en un monstruoso insecto que bien pudiera ser un escarabajo o quizá una cucaracha, ya que no se especifica. Su tamaño es tal que no puede confundirse con ningún escarabajo o con ninguna cucaracha; y su mera vista horroriza a la familia y a la criada y hasta hace huir horrorizado al encargado de la fábrica, hombre duro, que había ido a la casa para reprocharle su retraso de ese día en ir al trabajo; retraso comprensible en cuanto sabemos que Gregor Samsa se ha convertido en una cucaracha, o quizá en un escarabajo, y no sabe por qué (ni nosotros, los lectores, tampoco; y al terminar el cuento seguimos sin saberlo). Pero ¿de qué tamaño exactamente era el escarabajo, o la cucaracha, en que se convirtió? ¿Del tamaño de un hombre? ¿Y siempre tenía el mismo tamaño? Sabemos que el padre de Gregor Samsa le lanzó una manzana, a modo de proyectil; y que a Gregor Samsa se le quedó incrustada en el lomo; eso permite inferir que, en efecto, la cucaracha, o el escarabajo, era más bien grande. Sabemos también que Gregor Samsa, ya siendo escarabajo, o cucaracha, se escondía debajo del diván de su cuarto para que no lo vieran, pero aún así asomaba un poco de su cuerpo, y que se tapaba con una sábana que, con esfuerzo, consiguió transportar sobre su lomo, para colocarlo sobre el canapé y que tapara lo que sobresalía cuando se colocaba bajo el diván; o sea, que cabía debajo de un diván, podía llevar una sábana sobre el lomo, aunque con mucho esfuerzo, y el tamaño del escarabajo, o de la cucaracha, era tal que podía era posible que tapar con una sábana lo que sobresalía cuando se ocultaba bajo un diván. Y sabemos también, y esto es más complicado, que se pegó a un cuadro de una pared para evitar que lo retiraran del cuarto y que el cuadro era un recorte de periódico de la imagen de una mujer elegantemente vestida y el marco lo había fabricado él, aficionado a la marquetería, Ningún recorte de periódico, por muy grande que sea, puede ser más grande que, digamos, un tamaño folio; y para un aficionado a la marquetería meticuloso en su afición el marco no podía tener, tirando por alto, más de medio metro de alto y de ancho. Gregor Samsa se pone encima del cuadro tapándolo totalmente, y el cristal le alivió el ardor que sufría en su vientre. Tapando el cuadro es Gregor una gigantesca mancha sobre la pared, ya, pero ¿de qué tamaño? El cristal lo alivia y lo sujeta. Quizá el cuerpo, patas aparte, es solo del tamaño del cuadro. Quizá en total no es más que un escarabajo, o una cucaracha, de menos de un metro. Pues si es así, tampoco es para tanto,¿no? ¿O sí?

Ustedes sabrán, que yo no. A lo mejor Kafka sí lo sabía; y a lo mejor otro de los misterios de la transformación, o metamorfosis o como se quiera traducir, es que Gregor Samsa no solo se convirtió de repente en un escarabajo, o quizá en una cucaracha, sino que tampoco tenía siempre el mismo tamaño a lo largo del cuento, el cual, por cierto, se llama «La metamorfosis» o «La transformación», según se quiera traducir. Desde luego, al final de su vida estaba ya el pobre Gregor Samsa tan consumido de no querer ni comer que la señora de la limpieza se pudo deshacer del cadáver; quizá simplemente barriéndolo y tirándolo a la basura. O no.

Enlace al cuento, en castellano, aquí.

Verónica del Carpio Fiestas

El silencio y el canto de las sirenas

El canto de las sirenas es peligroso ya se sabe. Pero ¿y su silencio? De T.S. Elliot a Franz Kafka.

Empecemos por T. S. Elliot (1898-1965):

«I have heard the mermaids singing, each to each.
I do not think that they will sing to me

He oído cantar a las sirenas, pero no creo que canten para mí» (traducción libre)]

Son dos versos del impresionante poema de T.S. Elliot «The Love Song of J. Alfred Prufrock«, texto completo en el original inglés aquí y una traducción al castellano aquí.

Y vayamos a Kafka (1888-1924), al cuento póstumo «El silencio de las sirenas«, del que se transcribe a continuación un párrafo (texto completo en castellano del cuento, en este enlace):

«Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio«.

Verónica del Carpio Fiestas

Estudiante que no duerme

«-¿Cómo? -dijo Karl-, ¿es usted vendedor durante el día y de noche estudia?
-Sí -dijo el estudiante-; de otro modo nada podría hacer. Ya lo he probado todo y esta manera de vivir es, no obstante, la mejor de todas. Hace años era yo solamente estudiante, tanto durante el día como durante la noche, ¿sabe usted?; pero procediendo así casi me he muerto de hambre, Dormía en una vieja y sucia cueva y no me atrevía a acercarme a las
aulas con el traje que llevaba entonces. Pero eso ya ha pasado.
-Y ¿cuándo duerme usted? -preguntó Karl, y miró admirado al estudiante.
¡Ah, sí, dormir! -dijo el estudiante-. Ya dormiré cuando concluya mis estudios. Mientras tanto tomo café, café muy cargado.«
FRANZ KAFKA, «América» (Amerika),1911-1912
«En la habitación que da al patio vive un estudiante,Oscar Fachin, que se gana la vida copiando música y que tiene aspecto de no comer todos los días. de cuando en cuando mademoiselle Clément le sube una taza de té. Parece que siempre empieza negándose a aceptarla, porque es muy orgulloso. […]
-¿Están todos en casa? -preguntó el comisario.
-Todos. Excepto monsieur Fachin, el estudiante, que ha ido a trabajar a casa de un amigo. Se reúnen varios para comprar los libros. Cada cual acude a una clase y luego se reúnen para estudiar. Esto les da tiempo para ganarse la vida. Tuve uno que era guardián nocturno en un banco y que solo dormía tres o cuatro horas durante el día.«
GEORGES SIMENON, Novelas de Maigret, «La ventana de enfrente» (La fenêtre ouverte), 1936.
Prefiero no buscar citas de obras literarias más recientes. Que se pueda pensar que solo a principios del siglo XX pasaban esas cosas de estudiantes que no comen y no duermen para intentar conseguir una educación.
Verónica del Carpio Fiestas

Kafka y otros

De las tres obras de que trata este post, casi estoy por decir que no lea usted ninguna, en primer lugar porque no son agradables, y en segundo lugar porque si las dos primeras son breves y se leen sin dificultad, la tercera requiere cierto esfuerzo de lectura. De las tres obras, la primera es prácticamente desconocida, la segunda bastante conocida y la última, conocidísima.

«El albarán» es el título de un cuento del escritor español José Jiménez Lozano, publicado en 1988 dentro del libro de cuentos «El grano de maíz rojo». Está ambientado en 1323, en Carcasona, Francia, y en un par de páginas desarrolla el siguiente argumento: un proveedor de la Inquisición presenta al inquisidor secretario su cuenta detallada por maderos, sarmientos y otros materiales para quemar a herejes en hogueras de la Inquisición, y como cualquier contratista de cualquier época, encarece sus propios méritos por prestar el mejor servicio y se queja de que no le resulta rentable, y pide más dinero. Por ejemplo, explica el contratista, son grandes sus esfuerzos para aportar los materiales óptimos que permitan que la hoguera suelte el humo exacto que permita ver las contorsiones del reo sin que se ahogue éste demasiado pronto por el humo y el castigo no sea suficientemente ejemplar. Hace incluso pruebas previas con embutidos para conseguir la carbonización óptima.

La segunda obra es el cuento largo de Franz Kafka «En la colonia penitenciaria», escrito en 1914 y ambientado no se sabe dónde. No es una de sus obras más populares; mucha gente conoce, siquiera de oídas, «El proceso», «El castillo»o «La metamorfosis», o incluso «América», y sin embargo de este cuento se oye hablar poco, curiosamente, pese a que es difícil encontrar una obra de Kakfa más kafkiana en el sentido actual del término. En el caso de esta obra sucede algo parecido en esencia a lo del cuento de Jiménez Lozano, y como lectora me ha resultado imposible no poner en relación ambas obras, algo que desconozco si ya ha efectuado alguien. En resumen: una persona que pertenece a estamentos oficiales considera un instrumento de tortura y ejecución, una máquina de matar legalmente, y de matar con dolor, como algo puramente burocrático, neutro. «El oficial» explica a un tercero ajeno a su entorno el funcionamiento de la máquina, cómo se perfeccionó, su añoranza por los tiempos en los que se utilizaba más, mejor y ante más público, y, como encargado del mantenimiento, se queja, por ejemplo, de problemas para conseguir piezas de repuesto y teme que se pierda la tradición de utilizarla. La máquina es fundamental en el sistema judicial y el condenado del caso concreto que se usa por el ¿protagonista? para explicar al visitante cómo funciona la máquina ni tuvo oportunidad de defenderse por el ¿delito? del que se le acusa de haberse dormido -es un criado-, y hasta da incluso vergüenza que se pueda pensar que hubiera tenido esa oportunidad que habría sido simple oportunidad de mentir; más kafkiano, imposible. No se preocupe; no le voy a describir en qué consiste el sistema de ejecución, más que nada porque incluso al releerlo para comentarlo aún me da espanto.

Y me resulta imposible no relacionar también ambas obras con una tercera, esta vez de no ficción, y quizá una de las obras cumbres de la Filosofía Política del siglo XX: la compleja «Eichmann en Jerusalén», de Hanna Arendt, publicada en 1963, y subtitulada «Un informe sobre la banalidad del mal». Analizar con la profundidad que se merece el famoso concepto, tan malentendido, de la «banalidad del mal», excede en mucho de la capacidad de una simple jurista de a pie. No obstante, hay algo que sí quizá es posible percibir, incluso desde la lectura no especializada: cómo se veía Eichmann a sí mismo. Eichmann, el repugnante nazi colaborador directo en asesinatos masivos de judíos, era, a su propio entender, un simple probo funcionario, que se limitaba a cumplir con un trabajo. Él se veía a sí mismo así, y por tanto no se consideraba responsable.

Igual que el contratista de la Inquisición que se esfuerza por cumplir bien con su contrata. Igual que el oficial que necesita repuestos para su máquina de matar y los pide por el conducto reglamentario. Personas normales, que hacen un trabajo. Cosas administrativas, puramente.

Si ha llegado hasta aquí, recuerde que las dos primeras son obras de ficción, relativamente, y la tercera, no. Relativamente, la primera y la segunda, porque cada vez que alguien tortura y mata, alguien ha fabricado esas armas de tortura y muerte, y lo hace desentendiéndose del resultado, cumpliendo incluso un contrato. Y, quién sabe, quizá en efecto hubo contratistas oficiales de materiales para hogueras durante siglos; eso lo sabrán los historiadores. Pero ciertamente hubo hogueras y cámaras de gas, y necesitaron colaboradores y fabricantes, y siguen fabricándose armas para matar al diferente, al que piensa distinto o sencillamente porque sí, por gente que no se considera responsable.  Uf.

Verónica del Carpio Fiestas