De Larra y pseudolarras

Cada aniversario de Larra toca otra vez leer eso de que «se mató porque le dolía España» y todas esas cosas parecidas que dicen, al parecer en serio, y desde hace más de cien años, muchos que olvidan

1) cómo lo que entonces se llamaba melancolía o mal del siglo se ve avanzar artículo por artículo de los suyos para llegar a lo que difícilmente podría ser otra cosa que una depresión mayor

2) que el tiro se lo pegó tras una bronca con su amante, que lo abandonó para irse a vivir definitivamente con el marido; porque, claro, encima hay quien reprocha a esa señora que quisiera dejar una relación amorosa, primero como si estuviera obligada a mantener esa relación si ya no le interesaba -la culpa por lo visto es de la mujer- y segundo como si ella tuviera que mantener una situación tormentosa en la que además un adulterio no solo era entonces muy reprochable social y religiosamente, sino un delito de la que ella era responsable penalmente, y como si además la ley no facultara a su marido a obligarla a vivir con ėl;

3) y último, y no lo menos importante, como si alguien que no tuviera una grave depresión puede sostenerse en serio que se pegaría un tiro estando en su casa sus niños pequeños y le diera igual que descubrieran el cadáver de su padre suicida, como en efecto pasó.

Pero todo esto es irrelevante; seguimos oyendo hablar de lo que decía tal autor de la generación del 98 y lo que decía la obra de teatro de Buero Vallejo; como si fuera razonable o verosímil que  una persona se suicidara «porque le dolía España» y eso de «murió matado por la sociedad de su tiempo», siendo una persona joven, en buena situación económica, famosa y físicamente sana, y lo hiciera además la noche en que rompió con su amante, y lo hiciera además estando sus hijos pequeños y queridos viviendo en la misma casa y pudiendo ser ellos quienes descubrieran el cadáver.

Y esto, todos los años. Qué aburrimiento.

De verdad que estoy deseando que se dejen de historias de romanticismo político. Cuánto mejor que en vez de leer esas cosas se lea a Larra; que merece mucho la pena leerlo.

¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas? Brecht y la Historia

Añadir algo a lo que dice Bertolt Brecht en este poema sería casi una temeridad. Como no sé alemán y no puedo hacer traducción propia, voy a transcribir una traducción al castellano, más otra traducción al inglés y otra al francés para intentar comparar la fidelidad de la traducción, escogidas todas ellas al azar de Internet, y un enlace al original alemán.

Y como es casi temerario añadir algo a lo que dice Brecht, solamente me permito añadir una cosa: que me pregunto qué preguntas se haría una obrera que lee.

Preguntas de un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue ter-
minada la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?

Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?

Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?

Tantas historias.
Tantas preguntas.

Questions from A Worker Who Reads

Who built Thebes of the seven gates?
In the books you will find the name of kings.
Did the kings haul up the lumps of rock?
And Babylon, many times demolished.
Who raised it up so many times? In what houses
Of gold-glittering Lima did the builders live?
Where, the evening that the Wall of China was finished
Did the masons go? Great Rome
Is full of triumphal arches. Who erected them? Over whom
Did the Caesars triumph? Had Byzantium, much praised in song,
Only palaces for its inhabitants? Even in fabled Atlantis
The night the ocean engulfed it
The drowning still bawled for their slaves.

The young Alexander conquered India.
Was he alone?
Caesar beat the Gauls.
Did he not have even a cook with him?
Philip of Spain wept when his armada
Went down. Was he the only one to weep?
Frederick the Second won the Seven Years’ War. Who
Else won it?

Every page a victory.
Who cooked the feast for the victors?
Every ten years a great man.
Who paid the bill?

So many reports.
So many questions.

Questions que pose un ouvrier qui lit

Qui a construit Thèbes aux sept portes?
Dans les livres, on donne les noms des Rois.
Les Rois ont-ils traîné les blocs de pierre?
Babylone, plusieurs fois détruite,
Qui tant de fois l’a reconstruite? Dans quelles maisons
De Lima la dorée logèrent les ouvriers du bâtiment?
Quand la Muraille de Chine fut terminée,
Où allèrent, ce soir-là les maçons ? Rome la grande
Est pleine d’arcs de triomphe. Qui les érigea? De qui
Les Césars ont-ils triomphé ? Byzance la tant chantée.
N’avait-elle que des palais
Pour les habitants ? Même en la légendaire Atlantide
Hurlant dans cette nuit où la mer l’engloutit,
Ceux qui se noyaient voulaient leurs esclaves.
Le jeune Alexandre conquit les Indes.
Tout seul?
César vainquit les Gaulois.
N’avait-il pas à ses côtés au moins un cuisinier?
Quand sa flotte fut coulée, Philippe d’Espagne
Pleura. Personne d’autre ne pleurait?
Frédéric II gagna la Guerre de sept ans.
Qui, à part lui, était gagnant?
À chaque page une victoire.
Qui cuisinait les festins?
Tous les dix ans un grand homme.
Les frais, qui les payait?
Autant de récits,
Autant de questions.

Verónica del Carpio Fiestas

Dedico este post a esa persona que me dijo que no le interesaba la Historia porque eran solo vidas de reyes.

 

Embarazos mágicos

¿Ha constatado quizá usted el paralelismo entre ese cuento de E.T.A. Hoffmann sobre un embarazo mágico y el conocidísimo, o no, cuento «La marquesa de O» de Heinrich von Kleist? Porque no dudo que usted habrá leído los cuentos de Hoffmann, las 600 páginas o así de cuentos que escribió, incluyendo el famoso «El hombre de arena» y esos otros taaaan góticos, e incluyendo ese en el que sale la reina Isabel de Castilla en la toma de Granada, y esos de autómatas, alquimia y de espejos mágicos, y ese en el que sale el músico Gluck después de muerto, y ese de castillo en zona boscosa con el viento aullando,  y esos de»magnetismo» en el sentido edgarallanpoeniano, y esos tantos cuentos, en fin, que ni de lejos son cuentos pensados para niños y no tengo ni idea de por qué circulan, o circulaban, en ediciones infantiles, y donde las palabras «romántico» y «romanticismo» se mencionan y no precisamente en el sentido de melosidades de Hollywood.

Y como los habrá leído sin duda sabrá que me refiero a «El voto». Y como alguna duda puede haber de que no los haya leído, pues le sugiero que lea siquiera alguno. Qué mala sombra -nunca mejor dicho, porque en uno de los cuentos un personaje pierde su sombra- que la manía de relacionar cosas me lleve a comentar «El voto» que es precisamente de los peores.

Porque, concretemos en «El voto» y en «La marquesa de O» hay embarazos mágicos y violadores de mujeres indefensas que son bien vistos socialmente. Ah, y en ambos las mujeres y los violadores son de clase alta e intachable conducta; porque las historias de violaciones de mujeres que no fueran de clase alta e intachable conducta a quién podrían interesar allá por primeros del siglo XIX alemán, más o menos, en que ambos autores escribían.

En «El voto», de Hoffmann, una mujer con el juicio gravemente trastornado se queda embarazada, se cree ella, de su marido, No hay tal marido y lo que sí hay es un señor que pasaba por allí, pariente del otro y físicamente parecido, que se aprovecha de la falta de juicio, mantiene con ella relaciones sexuales estando ella en pleno delirio bajo la creencia de que ha contraído un matrimonio mágico con el otro señor que está en otro sitio, y tras «casarse» mágicamente se queda mágicamente embarazada. Escándalo en la familia. La cosa acaba fatal. No se voy a destripar, no se preocupe.

Y en «La marquesa de O» una mujer está a punto de ser violada por un grupo de soldados en una guerra- la mujer es botín cómo no- y un militar la salva, y ella y su familia le quedan agradecidísimos. Héteme aquí que meses después la mujer descubre que está embarazada sin haber tenido relaciones sexuales con nadie, para su natural asombro, y con el escándalo de rigor.

Y si en el cuento de Hoffmann la violación fue aprovechando la locura, en este el violador es el militar salvador, un listo que aprovechó en su propio beneficio el desmayo de la mujer aterrorizada a la que había salvado de una violación colectiva, y que deja tranquilamente que fusilen a los soldados atacantes, quedando él, eso sí, avergonzado y enamoradísimo de la violada, a la que solo conoce de, en el fragor de una guerra, haberla salvado de una violación colectiva para violarla él acto seguido.

Dos embarazos mágicos, uno de quien en su delirio cree haber tenido relaciones sexuales con un imaginario esposo, y se alegra de ese embarazo porque cree que es fruto del amor, y otro de quien ni siquiera es consciente de que la violación se consumó y, mujer absolutamente virtuosa al igual que la otra, no tiene en su memoria ocasión alguna de la que ese embarazo haya podido ser fruto, con la desesperación correspondiente.

Porque, claro, en ambos casos un embarazo extramatrimonial es la muerte civil de la mujer y una mancha irreparable para la familia.

Así que la solución al embarazo mágico, y tras tener simpatía al violador, agradecerle que quiera casarse para reparar la falta y la deshonra, y aquí paz y después gloria. En el cuento de Hoffmann los propios familiares y amigos de la violada, varones, comprenden al violador porque ¿qué hombre no habría hecho lo mismo en su lugar? ¿Cómo va a reprocharse a un hombre que aproveche la ocasión de un coito gratis y sin riesgo de responsabilidad con una mujer guapa y que le gustaba, que con el juicio perturbado se le ofrece sexualmente tomándolo por otro? Y en «La marquesa de O» la cosa es aún peor: la propia marquesa, tras un rechazo inicial a ese señor que la violó estando inconsciente y que además ha dejado que fusilen a otros por un delito no consumado que sí consuma él, se casa con él por voluntad propia y, tras algunos problemillas, son felices y comen perdices.

Qué bien, ¿no?

Bueno, lea a Hoffmann, que está gratis en la web, como «La marquesa de O»; todos los clásicos lo están.

Y si lee mucho a Hoffman lo mismo da con ese cuento en el que se habla de cantar el Gaudeamus igitur como lo que era hasta que las universidades se pusieron estupendas y decidieron convertir una canción de juerga estudiantil masculina, para cantar borrachos copa en mano y hablando de mujeres sexualmente complacientes, en esa canción solemne  que cantamos ahora muy solemnes en los actos académicos solemnes. Pero, claro, ya lo sabe usted, lector o lectora fiel de este blog, porque ya se lo he explicado en otro post.

Y si no, por lo menos vea la película Los cuentos de Hoffmann de Powell y Pressburger, de un fabuloso encanto naif,  o como eso no lo va a hacer, no nos engañemos, al menos escuche la maravillosa Barcarola de la ópera del mismo nombre. Le recomendaría la película «La marquesa de O» de Röhmer  si no se diera la circunstancia de que es de las películas de Röhmer que justo no he visto.

Verónica del Carpio Fiestas

Cuatro novelas sobre morir de cáncer

La muerte, personaje de tantas novelas, alguna vez se describe en los progresos concretos de la enfermedad y en cómo se muere. La tuberculosis, por ejemplo, es muy «literaria» desde el Romanticismo, pero no me voy a referir a ella.  Voy a citar cuatro novelas donde personajes mueren de cáncer: dos hombre y dos mujeres. Dos autores de fama universal, primeros espadas de la Literatura con mayúsculas, ambos de finales del siglo XIX y principios del XX, y un escritor sueco contemporáneo.

Del alemán Thomas Mann, «Los Buddenbrock» y «La engañada». En ambas novelas muere de cáncer una mujer. En el primer caso, en una muerte entre dolores que médicos despiadados se niegan a mitigar por motivos éticos o religiosos (¿?); en el segundo, una muerte rápida que habría podido quizá evitarse de no haberse dado una confusión de la propia mujer menopaúsica entre síntomas ginecológicos evidentes y lo que erróneamente cree rejuvenecimiento físico y emocional por un amor tardío. La descripción de la muerte en «Los Buddenbrock» es difícil leerla sin espanto; de los dos extensos volúmenes de la impresionante obra, dedicados a la historia de una familia en varias generaciones, apenas ocupa una pequeña parte, pero inolvidable. En la otra novela, unos de los poquísimos casos en los que la menopausia es el tema principal, y, retratrada además por un gran escritor, reconforta el respeto con que se aborda lo que en tantos otros se ridiculiza o se trata con desprecio y sarcasmo como pérdida de la condición de mujer; el diagnóstico, el trato con los médicos y la muerte ocupa unas pocas páginas finales de una novela breve que, para ser de un escritor que está en cualquier lista de los diez grandes escritores del siglo XX resulta bastante desconocida. En estas dos obras maestras las enfermas son queridas y ciudadas, y la compasión familiar de otros personajes, parte del planteamiento.

Del ruso Tolstoi, «La muerte de Ivan Illich», aquí con un diagnóstico no explícito pero con síntomas y muerte que poca duda ofrecen al más lego en Medicina, y más sabiendo que, según algunos, está inspirado en un caso real. Esta novela corta es sencillamente una obra maestra. Los primeros síntomas, el desconcierto inicial, la incomprensión de la familia, la degradación física, la percepción personal de su situación por el enfermo, la autodefensa moral de amigos y parientes que se cierran ante el misterio del sufrimiento y la muerte. Y la muerte.

Del sueco Lars Gustafsson, «Muerte de un apicultor», con la decisión personal de muerte solitaria y sin tratamiento, pudiendo tenerlo, en un país occidental donde sí es posible recibir tratamiento. Aquí, como en la obra de Tolstoi, el enfermo está solo, física o psicológicamente, aunque por motivos muy distintos.

Ya comprendo que estos no son temas para un blog; los blogs parecen propicios a temas ligeros. Pero creo que es bueno ser consciente de que la Literatura refleja una realidad: la de cómo al menos en Occidente se ha avanzado enormemente, y si hay quien no se da cuenta es porque no conoce el pasado. Ahora, al menos en Occidente, las cosas pueden ser, y en efecto, son totalmente distintas, incomparablemente mejores. Desde todos los puntos de vista. Y es enormemente consolador.

Y ya comprendo también que se eche en falta alguna obra de literatura española. La hay, igual que habrá más casos en la Literatura Universal. Podría citar uno de los «Episodios Nacionales» de Pérez Galdós, que describe el suicidio de un militar, personaje secundario, que se pega un tiro, en época de guerra, en el siglo XIX, atenazado por el dolor; en ese contexto psicológico, religioso y social donde el suicidio se considera inadmisible resulta precisamente muy expresivo que la reacción sea el suicidio. Qué Episodio es, lamento no poder decir cuál. No es mi prioridad releer de nuevo uno por uno los Episodios Nacionales hasta dar con ello. Por una vez, hago un post fiada en la memoria en datos.

Verónica del Carpio Fiestas

Tiene usted que leer «El sombrero de tres picos»

Porque si lo lee, encontrará cosas como estas que aquí se mencionan o transcriben, escritas por Pedro Antonio de Alarcón en el tono de quien décadas más tarde describe lo «sucedido» en una innominada ciudad andaluza en fecha indeterminada entre 1804 y 1808 como si describiera un lugar y una época paradisíacas, con análogo tono de nostalgia por el Antiguo Régimen y añoranza por una sociedad de desigualdad absoluta (y absolutista) que se constata en otras obras suyas. Tiene usted que leer lo que un escritor culto e inteligente consideraba idílico de 1874, y quizá comprenderá mejor algunas cosas, como ejemplo por qué poco antes había fracasado estrepitosamente la Primera República.

«Dichosísimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguía en quieta y pacífica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos! ¡Dichosísimo tiempo aquel en que había en la sociedad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡Dichosísimo tiempo, digo…, para los poetas especialmente, que encontraban un entremés, un sainete, una comedia, un drama, un auto sacramental o una epopeya detrás de cada esquina, en vez de esta prosaica uniformidad y desabrido realismo que nos legó al cabo la Revolución Francesa! ¡Dichosísimo tiempo, sí!…«

Le adelanto. La cosa acaba con que no solo no hay ningún castigo para quien, en connivencia con otros dos empleados públicos, hace detener ilegalmente a un señor, el molinero, con el propósito de tener el campo libre esa noche e intentar acostarse con la mujer del detenido que se ha quedado sola en su casa, y quien, para intentar convencer a esta, prevarica nombrando para un cargo público a un sobrino de ella. No, en realidad no sólo no acaba con inexistencia de castigo. Acaba con un comentario elogioso de cómo ese delincuente se portó  bien cuando la invasión francesa.

Ah, no. La cosa acaba con que a quien se reprocha lo sucedido es a la molinera  A la molinera, que como va vestida a la moda de otra zona -es navarra y conoce Madrid- y además es muy guapa -al estilo colosal en que es guapa una mujer de Rubens- es quien con su falta de recato ha dado lugar a esto. La falta de recato consiste en una ropa distinta, ser risueña e inteligente en presencia de su marido y en llevar las mangas remangadas.

Ah, y el corregidor es un viejo sin dientes de 55 años. Porque a los 55 años se es viejo, explícitamente, y no se tienen dientes.

Ah, y el testimonio de dos mujeres no vale ni para creerlo en una discusión conyugal entre una mujer y su amado esposo que había pensado matarla pero decidió mejor violar a otra.

«La cosa hubiera sido interminable si la Corregidora, revistiéndose de dignidad, no dijese por último a don Eugenio:
-Mira, cállate tú ahora! Nuestra cuestión particular la ventilaremos más adelante. Lo que urge en este momento es devolver la paz al corazón del tío Lucas, cosa fácil a mi juicio, pues allí distingo al señor Juan López y a Toñuelo, que están saltando por justificar a la señá Frasquita…
-¡Yo no necesito que me justifiquen los hombres! -respondió esta-. Tengo dos testigos de mayor crédito a quienes no se dirá que he seducido ni sobornado…
-Y ¿dónde están? -preguntó el Molinero.
-Están abajo, en la puerta…
-Pues diles que suban, con permiso de esta señora.
-Las pobres no pueden subir…
-¡Ah! ¡Son dos mujeres!… ¡Vaya un testimonio fidedigno!
-Tampoco son dos mujeres. Solo son dos hembras…
-¡Peor que peor! ¡Serán dos niñas!… Hazme el favor de decirme sus nombres.
-La una se llama Piñona y la otra Liviana…
-¡Nuestras dos burras! Frasquita: ¿te estás riendo de mí?»

Y vale el testimonio de las burras, sí. Normal, cuando la molinera, -que por cierto  no se llama así por ser ella quien moliera, sino por ser la mujer de un molinero, igual que la corregidora no se llama así por ser ella la corregidora sino por estar casada con el corregidor- es descrita como «un hermoso animal«.

Ah, y el molinero que se cree injuriado en su honor- las mujeres son depositarias del honor del marido, entre las piernas concretamente- se disfraza como corregidor para colarse en la casa de este y violar a la corregidora en venganza. Porque evidentemente no puede pensarse en una relación sexual consentida en que sólo con verlo la corregidora caerá rendida, cuando es descrito él como más feo que Picio, no se conocen ambos, pertenecen a clases sociales distintas y separadas -ella tiene apellido compuesto- entre las que sería impensable una relación de igualdad, y además ella, madre de familia con varios hijos, es descrita como muy piadosa y, por si fuera poco, era sabido que estaba  embarazada de su marido. Vamos, que el molinero se propone violar a una mujer en venganza por las relaciones sexuales consentidas que el marido de esa mujer tiene con la molinera. Y ahí está, como siempre, esa confusión entre sexo consentido y sexo forzado, del que en todo caso la responsabilidad y el daño son de y para la mujer.

Qué tiempos aquellos, verdad, en que un corregidor y un molinero podían hablar, tranquilamente, de matar a sus respectivas mujeres por adúlteras.  Qué tiempos aquellos en los que el alcalde, cómplice del corregidor, le pega a su propia mujer la paliza cotidiana, y eso se dice en la enumeración divertida de cosas que ha hecho en el día, y luego se va a dormir con ella, y es normal.

Qué tiempos, en definitiva, en que matar era gratis si se mataba a una mujer, pegar a una mujer era normal y divertido, en que era divertido violar a una mujer por venganza de lo hecho por terceros, en que prevaricar no tenía consecuencias, en que a quien hay que reprender es a la mujer y la verdadera autoridad es la religiosa:

«Una vez reunida la tertulia, el señor Obispo tomó la palabra, y dijo: que, por lo mismo que habían pasado ciertas cosas en aquella casa, sus canónigos y él seguirían yendo a ella lo mismo que antes, para que ni los honrados Molineros ni las demás personas allí presentes participasen de la censura pública, solo merecida por aquel que había profanado con su torpe conducta una reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó paternalmente a la señá Frasquita para que en lo sucesivo fuese menos provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar más cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón; aconsejó al tío Lucas más desinterés, mayor circunspección y menos inmodestia en su trato con los superiores; y acabó dando la bendición a todos y diciendo: que como aquel día no ayunaba, se comería con mucho gusto un par de racimos de uvas.«

Y qué época en que la dieta mediterránea, esa que jamàs ha existido en España, como sabe cualquiera que haya leído novelas del siglo XIX y literatura anterior, consistía en hincharse a chocolate dos veces diarias y comer huevos fritos cada día y la fruta, ni mencionarla, salvo como algo de lujo:

«De cómo vivía entonces la gente.
En Andalucía, por ejemplo (pues precisamente aconteció en una ciudad de Andalucía lo que vais a oír), las personas de suposición continuaban levantándose muy temprano; yendo a la Catedral a misa de prima, aunque no fuese día de precepto: almorzando, a las nueve, un huevo frito y una jícara de chocolate con picatostes; comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si había caza, y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer; paseando luego por el campo; yendo al rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando otro chocolate a la oración (este con bizcochos); asistiendo los muy encopetados a la tertulia del corregidor, del deán, o del título que residía en el pueblo; retirándose a casa a las ánimas; cerrando el portón antes del toque de la queda; cenando ensalada y guisado por antonomasia, si no habían entrado boquerones frescos, y acostándose incontinenti con su señora los que la tenían, no sin hacerse calentar primero la cama durante nueves meses del año…!«

Ah, qué tiempos donde el tráfico de influencias era normal, y la prevaricacion a secas algo encantador:

«Por varias y diversas razones, hacía ya algún tiempo que aquel molino era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la mencionada ciudad… Primeramente, conducía a él un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos contornos. En segundo lugar, delante del molino había una plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la alternada ida y venida de los pámpanos… En tercer lugar, el Molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenía lo que se llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que solían honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles… lo que daba el tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servía de dosel, ora rosetas de maíz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy frías, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que por Pascuas se solía añadir algún pestiño, algún mantecado, algún rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.
-¿Tan rico era el Molinero, o tan imprudentes sus tertulianos? -exclamaréis interrumpiéndome.
Ni lo uno ni lo otro. El Molinero solo tenía un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos tiempos en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquel en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y demás personas de campanillas. Así es que no faltaba quien dijese que el tío Lucas (tal era el nombre del Molinero) se ahorraba un dineral al año a fuerza de agasajar a todo el mundo.
-«Vuestra Merced me va a dar una puertecilla vieja de la casa que ha derribado», decíale a uno. «Vuestra Señoría (decíale a otro) va a mandar que me rebajen el subsidio, o la alcabala o la contribución de frutos-civiles». «Vuestra Reverencia me va a dejar coger en la huerta del Convento una poca hoja para mis gusanos de seda». «Vuestra Ilustrísima me va a dar permiso para traer una poca leña del monte X». «Vuestra Paternidad me va a poner dos letras para que me permitan cortar una poca madera en el pinar H». «Es menester que me haga usarcé una escriturilla que no me cueste nada». «Este año no puedo pagar el censo». «Espero que el pleito se falle a mi favor». «Hoy le he dado de bofetadas a uno, y creo que debe ir a la cárcel por haberme provocado». «¿Tendría su merced tal cosa de sobra?». «¿Le sirve a usted de algo tal otra?». «¿Me puede prestar la mula?». «¿Tiene ocupado mañana el carro?». «¿Le parece que envíe por el burro?…».
Y estas canciones se repetían a todas horas, obteniendo siempre por contestación un generoso y desinteresado… «Como se pide».
Conque ya veis que el tío Lucas no estaba en camino de arruinarse.«

Ah, y se trata de un hermoso ejemplo de amor conyugal basado inusualmente en la confianza recíproca, se lee por ahí. El molinero decide no matar a su mujer, y al corregidor, no porque crea que no se debe matar a unos adúlteros, o porque no se debe matar a una mujer y a un hombre sin certeza del adulterio, o porque no tenga derecho a hacerlo o porque le dé pena o reparo o porque sea inadmisible matar. No. No mata porque el corregidor es poderoso y teme que no se crean el adulterio y lo ahorquen. Y entonces decide vengarse violando a la esposa del corregidor. Qué gran amor conyugal de ambos, con la molinera, que tan contenta se queda con quien pensó matarla y violar a otra.

Esa es la España idílica que describe en un cuento publicado en 1874 un escritor que al parecer en 1874 consideraba deseable todo eso. Qué bonitas las leyendas, porque, claro, esto además al parecer está inspirado en una leyenda tradicional.

Ay, esos escritores costumbristas, qué bien escriben algunos y cómo se les ve el plumero Ancien Régime pero muy, pero que muy Ancien, para ser un cuento publicado en 1874.

¿O no es tan Ancien Régime? A ver si es que ni va ser tan Ancien.

Verónica del Carpio Fiestas